Pandemia mental
Sufrimiento psíquico en tiempos de coronavirus
Los Estados han dejado la salud y el bienestar a la lógica del beneficio empresarial, que no contempla la compasión y pervierte el lazo social con la competencia y el consumo
Manuel Desviat 27/05/2020
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Durante más de dos meses a las 8 de la tarde, las calles se han llenado de aplausos. En ventanas y balcones se aplaudía --aún se aplaude-- a los profesionales del sistema sanitario público. Les aplaudían, al igual que en el Parlamento, incluso aquellos que los diezmaron, vendiendo la salud a los mercados. Es obsceno, pasada la pandemia, lo volverán a hacer. Si pueden.
El confinamiento no facilita la acción comunitaria, desnuda precisamente nuestro aislamiento, hace patente la necesidad del prójimo, del abrazo solidario y la ayuda
Son los mismos que se sorprenden del gran número de muertos de mayores, sobre todo en las residencias, cuando es de conocimiento público que nuestras residencias vienen siendo denunciadas de continuo por su escasa calidad y tratos degradantes. En realidad, los servicios sociales en España son obsoletos, se basan en grandes instituciones totales, cercanas a los manicomios o los cotolengos, y en unas burocráticas oficinas de prescripción de ayudas que o no llegan o suelen llegar tarde. No hubo, como en la Sanidad, cambio estructural alguno en tiempos de la democracia.
La covid-19 descubre la fragilidad de los sistemas públicos, la tremenda precariedad no solo en España, sino en el mundo, de la protección sociosanitaria de los Estados, que dejan la salud y el bienestar de la humanidad a la lógica del beneficio empresarial, que actúa con esa frialdad burguesa de la que hablara Adorno, que no contempla la compasión y pervierte el lazo social con la competencia y el consumo. Esa moral que considera a las víctimas de las catástrofes provocadas por el hombre como víctimas necesarias al desarrollo, como daños humanos colaterales al progreso.
Al inicio, mirábamos para otro lado. No era cosa nuestra, de los europeos, de la gente del Norte. Se veía como algo de otros lugares, como el ébola, como la epidemia de sarampión que está matando más de 150.000 personas en estos momentos, en África y Oriente Medio. No era cosa nuestra, como no lo son los muertos en el mediterráneo o en las fronteras de Europa.
A pesar de pandemias, como la gripe “española”, originada en realidad en Kansas, o las más recientes aviar, porcina, SARS, para poco sirven las alarmas. Los virus mudan todo el tiempo, pero son las circunstancias, nuestro sistema global de producción, el modelo de agro-ganadería-industrial, el caldo de cultivo de la transmisión e infección humana. La pérdida de la biodiversidad es inherente al desarrollo neoliberal, y la prevención y las vacunas son poco o nada rentables para la empresa privada.
Pues lo que deja claro la covid 19 es que no estamos simplemente ante un grave e imprevisible problema sanitario; lo que se evidencia es la quiebra del modelo de sociedad en el que vivimos.
La salida de la Gran Recesión iniciada en 2008, o mejor dicho, el cómo se gestionó esa crisis, rompiendo barreras constitucionales que protegían la sanidad y otras prestaciones esenciales, llevó a la mayoría de la población a la precariedad y la desigualdad con un alto coste que aún perdura, en malestar ciudadano cuando no en claro sufrimiento psíquico. Los dispositivos de salud y, específicamente los de salud mental, se inundaron de parados, personas desahuciadas, incertidumbre y miedo al futuro. A falta de lazo social y del útero social del Estado, de agenda política o diseño de futuro, la ausencia de cauces para canalizar el desespero, el duelo por las pérdidas, la humillación, el miedo o la cólera se incardinaban en el cuerpo y la mente: ansiedad, pánico, melancolía, agitación o paranoia.
Ahora, con la covid-19, aún convalecientes, no resarcidos, claro que hay daño psicológico, pero como viene sucediendo en otras catástrofes, la pandemia no ha incrementado significativamente las demandas de salud mental; el miedo al contagio aparca duelos no hechos y contiene el estrés, pospone la crisis. La pandemia de salud mental vendrá luego cuando acaben los periodos de alarma y la omnipresencia del contagio.
Vendrá luego, de este miedo y esta precariedad: pues como expone en una entrevista, Carmen Cañada, una psiquiatra que atiende hospitalizaciones a domicilio en el área metropolitana de Madrid.
“La locura [el sufrimiento psíquico] no es más que la expresión de aquello que nos oprime y que no podemos digerir. El confinamiento agrava todas estas circunstancias. Hay casas en las que se respira mucha violencia y en las que nadie desearía estar encerrada. Hay personas muy solas. Hay gente en situaciones de extrema pobreza y gente que la ve venir por la ventana. También se agudizan las diferencias de clase, no parece bueno para la salud mental confinarse en una casa pequeña, sin calefacción, sin luz, o teniendo que compartir habitación con varias personas”.
La pandemia de daño psicológico vendrá luego, sobre todo si se apaga la solidaridad, la necesidad del otro, del apoyo comunitario que, como en otras catástrofes, surge espontánea y mayoritariamente en la población afectada. Que ahora, a pesar del confinamiento se manifiesta en personas, grupos o entidades que despliegan actividades de apoyo a las personas más frágiles. Hay notas en los portales ofreciéndose para la compra, grupos de voluntarios, la preocupación por el vecino que no ha salido un día a aplaudir. La preocupación por los vecinos que hemos conocido a través de las ventanas después de años de convivencia.
A la extrema derecha, a los Bolsonaro, a los Trump, los Aznar y sus acólitos, les vienen bien las catástrofes, las guerras para enarbolar banderas, patrias, falsas identidades
El confinamiento no facilita la acción comunitaria, desnuda precisamente nuestro aislamiento, hace patente la necesidad del prójimo, del abrazo solidario y la ayuda. Nos enfrenta, la covid-19 por medio, con nuestra vulnerabilidad, con el vacío de nuestras formas de vida, atrapada en un inasible deseo competitivo y consumista, hipotecada del nacimiento a la funeraria.
Y nos enfrenta socialmente con un sistema político-financiero incapaz de dar respuesta a las sucesivas catástrofes que genera y atentan nuestra supervivencia
La pregunta ahora es cuál será la respuesta tras la llamada desescalada, más allá de ciertos cambios en hábitos sociales. ¿Cómo se reorganizará el capital, los Estados, el orden mundial? ¿Hasta dónde se prolongará cierto Estado asistencialista necesario para mantener el consumo y evitar una explosión social? Para pensadores como Zizek, Franco “Bifo” Berardi o Alain Badiou será la barbarie o alguna forma de socialismo democrático. Para otros como Byung-Chul Han, el virus no va a derrocar el neocapitalismo.
La cuestión es previa a la pandemia. Al neocapitalismo le estorba una democracia no-autoritaria, la acumulación de capital no entiende de barreras constitucionales.
A la extrema derecha, a los Bolsonaro, a los Trump, los Aznar y sus acólitos, les vienen bien las catástrofes, las guerras para enarbolar banderas, patrias, falsas identidades…, para rellenar un discurso que no tienen si no hay un enemigo.
En Brasil seguidores de Bolsonaro bloquearon la entrada a dos hospitales de São Paulo para protestar por las medidas de cuarentena; en EE.UU., Trump alentó a manifestantes armados por lo mismo. En una imagen televisiva una mujer joven llevaba una pancarta con una mascarilla tachada. Soy dueña de mi cuerpo. Soy de Trump.
Pero hay otras opciones, aun dentro de la supervivencia del sistema, como ya sucedió antaño: el Capital puede buscar un cierto equilibrio entre la acumulación y la fuerza de trabajo con medidas socialdemócratas, para salir de la crisis de una forma no autoritaria, sabiendo que esta podría llevar a distopías impredecibles.
Medidas como la renta básica universal, el control de los mercados, y el fortalecimiento de los servicios sanitarios y sociales ya se están planteando incluso desde los gestores del capital financiero. Una paz social subvencionada.
Claro que también, como escribe Slavoj Zizek, quizás otro virus, un virus ideológico, mucho más benéfico, se esparza y nos contagie: el virus de la idea de una sociedad alternativa, una sociedad de solidaridad y de cooperación global. La covid 19 puede ser una señal de que necesitamos una reorganización de la economía mundial para que ella no quede más a merced de los mecanismos del mercado.
En cualquier caso, el daño psíquico se manifestará al acabar las cuarentenas, al disminuir el miedo, llenando las consultas de atención primaria y salud mental cuando aún están en tratamiento las consecuencias de la crisis financiera, de la Gran Recesión de hace poco más de una década.
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Manuel Desviat es psiquiatra. Consultor de la OMS.
Durante más de dos meses a las 8 de la tarde, las calles se han llenado de aplausos. En ventanas y balcones se aplaudía --aún se aplaude-- a los profesionales del sistema sanitario público. Les aplaudían, al igual que en el Parlamento, incluso aquellos que los diezmaron, vendiendo la salud a los mercados. Es...
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