Rastreo de contactos
Tests para todos, una fantasía inútil e irrealizable
Una investigación de varias universidades demuestra que no necesitamos hacer test masivos, sino identificar a la mitad de los individuos sintomáticos, como media, dos días después de que muestren síntomas
Yamir Moreno 14/05/2020
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El primer informe oficial sobre la existencia de una nueva enfermedad infecciosa, más tarde denominada covid-19, fue emitido por las autoridades chinas el 31 de diciembre de 2019, tras comprobar que en la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei, numerosos enfermos desarrollaban “extrañas” neumonías a causa de una infección por un nuevo coronavirus de origen desconocido (SARS-CoV-2). El pasado 10 de mayo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reportaba alrededor de 4,1 millones de casos confirmados de covid-19. La enfermedad continuaba su avance inexorable y se había extendido ya a 187 países. El número real de personas contagiadas en la actualidad es, no obstante, mucho mayor que las estadísticas oficiales, pues existen individuos asintomáticos en grado de transmitir la enfermedad, de manera que muchos de los contagios ocurren sin que sean detectados.
A pesar de las medidas de confinamiento estricto promulgadas por el Gobierno chino, los casos de covid-19 siguieron aumentando y la expansión de la enfermedad entró en una fase de crecimiento exponencial, primero en Italia y España y luego, en la mayoría de países de Europa y América. Finalmente, todo indica que se repetirá un escenario similar en África en próximas fechas. A día de hoy, la enfermedad ha causado la muerte de más de 280.000 personas en el mundo y ha supuesto para la mayoría de los países un esfuerzo asistencial nunca visto, con hospitales dedicados casi en exclusiva a tratar casos de covid-19 y la necesidad insoslayable de duplicar o triplicar el número de unidades de cuidados intensivos disponibles.
Cuando nos enfrentamos a una enfermedad infecciosa existen varios retos que debemos afrontar y el propósito final es siempre uno: erradicar la misma. Partiendo de esta premisa, la única manera que tenemos de alcanzar este objetivo es que la población sea inmune. La forma más obvia y directa de conseguir la inmunidad de la población es contar con una vacuna, pues si somos capaces de vacunar a una fracción suficientemente amplia de la misma, la probabilidad de que un sujeto con la enfermedad (infectado) entre en contacto con otro sano (susceptible) disminuirá y con el paso del tiempo, la epidemia se extinguirá. La inmunidad de grupo o colectiva es la protección que la población posee ante una infección debido a la presencia de un elevado porcentaje de individuos inmunes dentro de la misma, o dicho de otra manera, la resistencia de un grupo a una infección, ante la cual una amplia proporción de individuos posee inmunidad. Para el caso específico de la covid-19, se estima que esta proporción gira en torno a 2/3 de la población. Desafortunadamente, no contamos en estos momentos con una vacuna y necesitaríamos un mínimo de entre 12 y 18 meses para poder desarrollarla en condiciones de seguridad y luego, un tiempo indeterminado para ser capaces de producirla en las cantidades necesarias.
Conceptualmente, otra forma de lograr la inmunidad de grupo es cuando ese porcentaje de la población al que nos referimos antes, la adquiere de manera natural tras haber pasado la enfermedad y haberse recuperado. Y aquí es donde la covid-19 se vuelve especialmente peligrosa: si dejamos que el virus circule libremente y que las personas se infecten para que adquieran inmunidad de manera incontrolada, el sistema sanitario colapsaría, provocando la pérdida innecesaria de vidas humanas. Recordemos que muchos de los enfermos necesitan ser hospitalizados o tratados en unidades de cuidados intensivos por largos períodos de tiempo. ¿Tenemos entonces las manos atadas? No. Si no podemos obtener inmunidad, hay que actuar en el origen, o sea, cortar las cadenas de transmisión y evitar que los individuos infecciosos contagien a los susceptibles.
Este es el objetivo primordial que persiguen las políticas de movilidad reducida, confinamiento y distanciamiento social. Si mantenemos aislados a los individuos infecciosos y reducimos al máximo sus interacciones con otros individuos, conseguiremos cortar las cadenas de contagio y reducir así el número de nuevos infectados por unidad de tiempo. Aquí es cuando, una vez más, el SAR-CoV-2 nos lo pone difícil. La covid-19 es una enfermedad que se transmite en una proporción no despreciable, tanto en fase pre-sintomática (antes de que se desarrollen síntomas) como de manera asintomática (éstos nunca llegan a manifestarse). Eventualmente, si el número de nuevos contagios es suficientemente bajo, la epidemia se extinguirá. De hecho, hay una manera de cuantificar cuán bajo tiene que ser el ritmo de nuevos contagios por cada sujeto infeccioso: menor que 1 en media. Existe un parámetro en epidemiología conocido como número reproductivo R que se define como el número de infecciones secundarias generadas, en promedio, por un individuo infeccioso típico cuando es introducido en una población totalmente susceptible. Si R es mayor que 1, quiere decir que cada infectado, en promedio, produce más de un nuevo infectado en la población, por lo que el número de infectados por unidad de tiempo crecerá. Por el contrario, si R es menor que 1, tendremos un menor número de nuevos infectados en sucesivos tiempos.
Los resultados del estudio muestran que, efectivamente, existen formas seguras de relajar las estrictas medidas de confinamiento que fueron impuestas
Las severas medidas de confinamiento y distanciamiento social que la mayoría de países han tenido que adoptar no se pueden mantener de manera indefinida, pues tienen un coste social, psicológico y económico extremadamente alto. Estas medidas deben relajarse en algún momento, sin olvidarnos de que la única manera de erradicar la epidemia y mantener a la población a salvo es cuando ésta sea inmune. Irónicamente, intentar contener el contagio hace que no alcancemos la inmunidad de grupo necesaria para garantizar que cuando se flexibilicen las medidas de confinamiento, el valor de R no vuelva a aumentar por encima de 1 y regresemos a la casilla de salida. En otras palabras, debido a que no tenemos inmunidad colectiva, es muy probable que se produzca una segunda oleada epidémica. La pregunta clave es: ¿qué podemos hacer para que esta potencial segunda oleada esté bajo control y no sature al sistema sanitario?
En un reciente estudio, desarrollado junto a investigadores de la Fundación ISI de Turín, de la Universidad Carlos III de Madrid, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y de la Universidad Northeastern de Boston, entre otras instituciones, hemos demostrado que existen escenarios de salida viables y sostenibles. En este sentido, hemos recreado (a partir de datos de movilidad) la red de interacciones físicas que tiene lugar en el área metropolitana de Boston. Esto nos ha permitido generar una población sintética estadísticamente equivalente a la real y ser capaces de simular, con un alto grado de realismo, el efecto de las medidas de distanciamiento social, por ejemplo, eliminando interacciones que se hubiesen producido en lugares que permanecen cerrados durante el confinamiento. Este modelo poblacional se acopla a uno epidemiológico, lo cual permite simular la evolución de la covid-19 en esta población sintética, y lo que es más importante, modelizar escenarios hipotéticos y estrategias de actuación para contener la epidemia y evitar la segunda oleada de la que hablamos antes.
Nuestro estudio plantea que sólo necesitamos rastrear entre un 20% y un 40% de los contactos, lo que significa que, en promedio, tendríamos en cuarentena a alrededor del 10% de la población
Los resultados del estudio muestran que, efectivamente, existen formas seguras de relajar las estrictas medidas de confinamiento que fueron impuestas. Para ello, es necesario incrementar la capacidad para realizar test, tanto en cantidad como en rapidez. Es fundamental detectar a la mayor cantidad de personas en grado de contagiar a otras, o sea, identificar el origen de las cadenas de transmisión. Cuantitativamente, el trabajo demuestra que no necesitamos hacer test a todos, sino identificar únicamente a la mitad de los individuos sintomáticos, como media, dos días después de que muestren síntomas. Una vez que éstos han sido localizados, deben permanecer en cuarentena, tanto ellos como los miembros de su núcleo familiar. Con esta medida no evitaríamos una eventual segunda oleada, pero sí disminuiríamos notablemente la intensidad del pico epidémico. Esto se debe a que estos individuos, antes de ser aislados, estuvieron en contacto con otras personas y contagiaron a un cierto número de ellas. Por tanto, si nos quedamos ahí, sólo cortaremos el origen de la cadena, pero no evitaremos que el virus se siga propagando a nivel comunitario. Esto último se logra si vamos un poco más allá y rastreamos y ponemos en cuarentena a una fracción de los contactos de estos sintomáticos confirmados junto a los integrantes de sus respectivos núcleos familiares. Nuestro estudio plantea que sólo necesitamos rastrear entre un 20% y un 40% de los contactos, lo que significa que, en promedio, tendríamos en cuarentena a alrededor del 10% de la población. Este porcentaje puede parecer alto, pero es muy bajo si lo comparamos con tener el 80-90% de la población recluida como en la fase más restrictiva del confinamiento.
Ahora, que la solución exista, no quiere decir que estemos en condiciones de llevarla a la práctica. Primero, tenemos que aumentar la capacidad de hacer test. Segundo, debemos aislar durante dos semanas a aquellos que sean positivos y a los que conviven con ellos. Tercero, y muy importante, rastrear a los contactos de los individuos infecciosos que hemos identificado mediante test. Este último paso es fundamental y es también el más difícil de implementar. De hecho, no se hace en España de manera sistemática. Para ello, se pueden explorar diversas soluciones tecnológicas, aunque se ha demostrado que no existe una manera óptima de rastrear contactos. Los mejores resultados se obtienen combinando información de diferentes fuentes con el rastreo manual tradicional. Si hacemos esto, tendremos la posibilidad de controlar el brote epidémico, distribuyendo las nuevas infecciones en el tiempo, de manera que los servicios sanitarios puedan soportar la carga y evitando así un posible colapso. Este tiempo ganado a la enfermedad serviría para ir alcanzando, poco a poco, la inmunidad colectiva de forma segura o, incluso, para que la ciencia descubra nuevos fármacos más efectivos contra el SARS-CoV-2 o se desarrolle una vacuna específica en un horizonte algo más lejano.
El hecho de que España estuviese entre los primeros países más afectados no es culpa de nadie, es algo probabilístico, o en otras palabras, tuvimos mala suerte
Por último, me gustaría discutir brevemente (se podría escribir otro artículo sólo con este tema) una pregunta recurrente para muchos: ¿Se podría haber evitado la emergencia sanitaria que hemos vivido durante estos meses? Posiblemente no. Y quiero ser claro aquí: el hecho de que España estuviese entre los primeros países más afectados no es culpa de nadie, es algo probabilístico, o en otras palabras, tuvimos mala suerte. Podría habernos tocado después de Francia, Alemania o Reino Unido. Esto no quiere decir que no podríamos haber hecho más en las fases iniciales de la epidemia. Pero el hecho en sí de tener que enfrentarnos a una situación de salud pública crítica era difícilmente evitable. Es como cuando modelos geofísicos predicen que habrá un gran terremoto en una ciudad en los próximos cinco años. Es imposible ser más preciso y ningún gobernador o alcalde puede evacuar una ciudad porque la probabilidad de que haya un terremoto en cualquier momento de la próxima década sea, digamos, del 90%. La solución es la vigilancia a través de la implantación de una red de sensores que nos permitan detectar actividad sísmica anormal antes del terremoto principal. Una vez pasa el terremoto, es fácil decir que era predecible, cuando en realidad no lo era más allá de esa ventana temporal de una década.
Así como se piensa que la investigación es un gasto y no una inversión, en España tendemos a no valorar la preparación previa ante posibles contingencias, pues se ve como un gasto innecesario
Con las enfermedades infecciosas sucede lo mismo. Sabíamos que, en algún momento, surgiría una enfermedad infecciosa desconocida con potencial pandémico, pero no cuándo. Y no, no fuimos previsores. No estábamos preparados y eso es innegable. No me refiero sólo a España, sino, en general, a la mayoría de países. Si nos fijamos en cuáles son los países que han respondido mejor a la emergencia sanitaria, son, por lo general, aquellos que ya tenían experiencia previa en epidemias recientes como el SARS (2003), la Gripe A(H1N1) (gripe porcina, 2009) o el Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS), otro coronavirus. Estos países cuentan con una logística, infraestructura científica (experimentados comités asesores, departamentos específicos, etc.) y la población está educada en este tipo de emergencias, por lo que suele reaccionar más rápido y de una manera más coordinada y eficiente. En muchos países, pero, principalmente, en Europa y Estados Unidos, se ha reaccionado tarde. Creo que así como se piensa que la investigación es un gasto y no una inversión, en España tendemos a no valorar la preparación previa ante posibles contingencias, pues se ve como un gasto innecesario. Hay que pensar como hacemos en otros ámbitos, por ejemplo, en lo militar. Tenemos un ejército profesional entrenado por si lo necesitamos, independientemente del número de misiones. Eso nadie lo cuestiona.
En España no invertimos “por si acaso” en investigación y salud pública, o al menos, no al nivel que se requiere. Corea del Sur ha conseguido tener el brote controlado, a pesar de no adoptar las medidas más estrictas que se implantaron en la mayoría de países europeos. ¿Por qué? Porque estaban preparados. Corea del Sur se enfrentó al MERS en 2015. Fue su gran ensayo para esta epidemia, pues a raíz de su experiencia, modificaron leyes, formaron personal, desarrollaron nuevas tecnologías y educaron a la población. En el futuro, necesitamos aumentar nuestra capacidad de respuesta ante este tipo de amenazas mundiales, porque si una cosa es segura, es que ésta no será la última vez que nos enfrentemos a una situación parecida. Hay que invertir en sanidad y vigilancia epidemiológica, pero también educar a la población en las prácticas que se deberían adoptar y actualizar la legislación para poder reaccionar rápidamente. El mundo está evolucionando y debemos evolucionar en consonancia.
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Yamir Moreno es físico y director del Instituto de Biocomputación y Física de Sistemas Complejos de la Universidad de Zaragoza (BIFI)
El primer informe oficial sobre la existencia de una nueva enfermedad infecciosa, más tarde denominada covid-19, fue emitido por las autoridades chinas el 31 de diciembre de 2019, tras comprobar que en la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei, numerosos enfermos desarrollaban “extrañas” neumonías a causa...
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