Didier Fassin / médico, sociólogo e investigador en Princeton
“El primer retorno a la normalidad no se producirá en la vida cotidiana, sino en el resurgir de las viejas ideologías”
Enric Bonet 1/05/2020
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Didier Fassin, de 64 años, es médico, sociólogo y antropólogo. Trabaja como profesor en el Institute for Advanced Study de Princeton en Estados Unidos, además de ocupar la cátedra anual de Salud Pública del Colegio de Francia –una de las instituciones universitarias más prestigiosas– y ejercer como director de estudios en la École des hautes études en sciences sociales de París. Gracias a su perfil pluridisciplinar, este intelectual francés analiza la gestión de la pandemia a ambos lados del Atlántico y los cambios sociales que puede conllevar esta crisis.
“El primer retorno a la normalidad no se producirá en la vida cotidiana, ya que nuestros desplazamientos seguirán limitados durante bastante tiempo, sino en el resurgir de las viejas ideologías”, advierte Didier Fassin, que en 2018 publicó en castellano los ensayos Castigar. Una pasión contemporánea y Por una repolitización del mundo. Las vidas descartables como desafío del siglo XXI.
Desde tu condición de médico y sociólogo, ¿cómo analizas la reacción de los distintos gobiernos europeos ante el coronavirus?
Evidentemente, ha habido grandes diferencias en las respuestas ante la epidemia y no podemos generalizar. Pero resulta una evidencia que Francia, Italia y el Reino Unido reaccionaron tarde y esto explica el elevado número de muertos en estos países. El 7 de marzo, cuando en Francia ya había cerca de 1.000 casos de contagio y esta cifra se doblaba cada 48 horas, Emmanuel Macron fue al teatro e invitó a los franceses a que siguieran su ejemplo y continuaran con sus actividades de ocio e hicieran una vida normal. Respecto al caso del gobierno español, prefiero no pronunciarme.
¿Cómo explicas esta reacción tardía en Francia, Italia o Reino Unido?
En estos países se olvidaron de la cultura de la precaución, que se había desarrollado durante la década de los noventa. Cuando sus respectivos gobiernos entendieron que debían reaccionar, ya era demasiado tarde y tuvieron que imponer medidas de confinamiento muy restrictivas, al mismo tiempo que disponían de pocos test. En cambio, otros países adoptaron antes políticas de precaución basadas en hacer la prueba de la covid-19 al mayor número de personas posible. Lo que les permitió detectar y aislar los casos y así imponer medidas menos restrictivas a la población. Así sucedió en Alemania y, en cierta medida, en Suecia. La paradoja es que los países más eficaces han sido aquellos que apostaron menos por la policía sanitaria.
La covid-19 ha provocado una gran mortalidad en países del sur de Europa, como Italia, España o Francia. ¿En qué medida las políticas de austeridad fragilizaron la respuesta de estos países?
No puedo responder de manera específica sobre el caso de Italia o España, pero sí que puedo hablar del de Francia. En las últimas décadas ha habido la voluntad de controlar el gasto público destinado a la sanidad y de no aumentar el número de médicos, cuyo porcentaje es el mismo desde hace quince años. Durante este mismo periodo, también se redujo en un 15% el número de camas en los hospitales, mientras que la población crecía un 15% y el porcentaje de personas de más de 65 años aumentaba un 35%. Es decir, en un periodo en que el gasto sanitario tendría que haber crecido solo por la evolución demográfica este fue reduciéndose.
La paradoja es que los países más eficaces han sido aquellos que apostaron menos por la policía sanitaria
El resultado de esta política neoliberal, que afecta prácticamente a todos los sectores excepto la policía –las mismas fuerzas de seguridad fueron utilizadas hace unos meses para cargar contra una manifestación del personal sanitario–, es que ahora faltan camas. En Francia, disponemos de unas 5.000 camas de reanimación, mientras que en Alemania hay cinco veces más. Reducir el gasto público destinado a la sanidad cuando las necesidades de la población aumentan es una decisión política y social que merece ser cuestionada.
Con más de 45.000 muertos, Estados Unidos se ha convertido en el país con el número total de fallecidos más elevado. ¿Se están confirmando los peores presagios de la respuesta fallida de la administración y el sistema sanitario estadounidense?
Estados Unidos reaccionó tarde y de manera desordenada. Lo hizo de manera tardía porque Donald Trump, primero, negó el peligro de la epidemia, después minimizó su gravedad y al final se opuso a tomar decisiones a nivel federal. Además, la reacción ha resultado desordenada dado que la falta de consignas por parte de Washington ha hecho que cada estado federal decidiera su política por su cuenta. Algunos aplicaron el confinamiento bastante pronto, mientras que otros continuaban organizando grandes actos públicos. Al mismo tiempo todas las administraciones competían entre ellas para suplir su escasez de recursos sanitarios, para adquirir mascarillas o aparatos respiratorios, en un mercado en tensión.
Trump no está saliendo muy bien parado de esta crisis…
Nos preguntamos durante mucho tiempo qué pasaría en Estados Unidos si se enfrentara a una gran crisis, y se pensaba en una guerra, mientras la Casa Blanca estuviera dirigida por un hombre irracional, imprevisible, egocéntrico, incapaz de escuchar a sus consejeros durante más de unos pocos minutos y dotado de un vocabulario muy limitado para expresar sus ideas. Al final no ha habido una guerra, pero sí una pandemia. Cuando uno escucha cada tarde la conferencia de prensa diaria de Trump, tiene la impresión de estar releyendo Ubú rey de Alfred Jarry (una obra de teatro de finales del siglo XIX que retrata de forma caricaturesca la tiranía monárquica). El resultado es que Estados Unidos es el epicentro mundial de la epidemia, pero la Casa Blanca incita a los gobernadores de los distintos estados federales a empezar ya el desconfinamiento, mientras que hay al menos 750.000 casos, el número de contagios aumenta un 5% cada día y faltan test.
Tanto en Estados Unidos como en las grandes potencias europeas se ha apostado por la cuarentena, un dispositivo ideado durante la Edad Media, para frenar el coronavirus. ¿No refleja una cierta impotencia?
Sí, sin duda, impotencia de los gobiernos que no se prepararon lo suficiente y que reaccionaron tarde. Entonces, solo pudieron apostar por una práctica heredada de la lucha contra la peste. Pero ahora disponemos de test que permiten modernizar las prácticas de cuarentena y reducir su impacto. Además, espero que algún día tengamos una vacuna para la covid-19. Pero es cierto que esta epidemia y su impacto humano, no solo por el número de muertos sino también por los que sufrirán la recesión, nos da una lección para el futuro.
Varios dirigentes, como el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, han defendido que “el virus no entiende de ideología ni clases”. ¿Pero en realidad no existe el peligro de que esta crisis acentúe las desigualdades?
La idea de que somos todos iguales ante la epidemia es falsa. Puede tener cierta utilidad para movilizar a la población y crear una especie de consenso para que afronte unida los desafíos actuales, pero también puede resultar contraproducente. Primero, existe una gran desigualdad debida a la vulnerabilidad relacionada con la edad y las patologías preexistentes. Además, se ven acentuadas las diferencias en las condiciones de vida y de trabajo; por ejemplo, el hecho de vivir en un piso pequeño o sobrepoblado dificulta la vida en cuarentena o el verse obligado a seguir trabajando de manera física, sin contar con las protecciones necesarias, con el agravio de que estas personas modestas suelen ser las más estigmatizadas.
Es inaceptable que se ponga en peligro la vida de los presos y de los inmigrantes y refugiados retenidos
También resulta crítica la situación de los sintecho y los reclusos.
La enfermedad no hace más que acentuar las injusticias de la gente modesta y la situación aún resulta peor en el caso de las personas sin domicilio, que en Francia de manera temeraria fueron reagrupadas en pabellones, centenares de personas. También sufren una gran desigualdad los reclusos y los inmigrantes encarcelados, a los que el Estado impone unas condiciones de promiscuidad prohibidas para el resto de la población. Una situación de la que son responsables los gobiernos que deberían apostar al menos por el arresto individual, liberando aquellos prisioneros de los centros superpoblados y cerrando al menos de manera provisional las prisiones. Es inaceptable que se ponga en peligro la vida de gente, que además, la mayoría cometió delitos menores en el caso de los presos o su único delito ha sido no disponer de los papeles en regla en el de los inmigrantes o refugiados retenidos.
¿Cuáles serán las consecuencias sociales de esta crisis? ¿Puede conllevar cambios positivos?
Hay una inmensa esperanza. Hace unos años escribí un artículo académico titulado Otra política de la vida es posible. Y creo que ahora muchos piensan que esta crisis sanitaria debe representar una oportunidad para rehacer nuestro modelo social, que hasta ahora se ha basado en un capitalismo globalizado que no nos permite disponer de máscaras para protegernos, un neoliberalismo cínico que nos obliga a escoger a los enfermos que se atenderán por la falta de camas en los hospitales y en un aumento constante de las desigualdades y las restricciones de las libertades públicas. ¿Este anhelo se verá satisfecho? Solo se hará realidad si la gente se moviliza.
En una entrevista reciente en el diario digital Mediapart, dijo que “no es de los de arriba de los que se deben esperar los cambios”. ¿Por qué crees que no se puede producir una toma de conciencia por parte de la actual clase dirigente?
Una vez el periodo más difícil haya pasado, entonces los dirigentes explicarán que lo más urgente es reconstruir sus respectivos países y que los asalariados tienen que asumir sacrificios, mientras que los empresarios impondrán una mayor flexibilidad en el mercado laboral. El primer retorno a la normalidad no se producirá en la vida cotidiana, ya que nuestros desplazamientos seguirán limitados durante bastante tiempo, sino en el resurgir de las viejas ideologías. Hay una expresión francesa que dice: chassez le naturel, il revient au galop (ahuyentada la naturaleza, esta siempre vuelve).
Pero quizás tampoco se debe pecar de un exceso de pesimismo…
No quiero parecer demasiado pesimista y creo que existen grandes diferencias en Europa entre el nacionalismo xenófobo de Salvini, el neoliberalismo autoritario de Macron, el conservadurismo ilustrado de Merkel o la orientación socialdemócrata de Sánchez. Pienso que la política consiste en saber reconocer las diferencias. Pero también me parece que en los tiempos que vendrán serán los ciudadanos los que tendrán que exigir los cambios necesarios. No resultará una tarea fácil. ¿Cómo podrán manifestarse si se ve limitado el derecho a reunirse en el espacio público? En cualquier caso, la movilización popular será la única manera de lograr avances. Hay una frase que suele atribuirse a Winston Churchill: “Never waste a good crisis” (No desaproveches una buena crisis). Es una idea que debemos tener en cuenta.
Didier Fassin, de 64 años, es médico, sociólogo y antropólogo. Trabaja como profesor en el Institute for Advanced Study de Princeton en Estados Unidos, además de ocupar la cátedra anual de Salud Pública del Colegio de Francia –una de las instituciones universitarias más prestigiosas– y ejercer como director de...
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