MORENTE DE LA 'A' A LA 'Z' (I)
De Ahe a Bulerías
Extractos del libro ‘La voz de los flamencos’ (Siruela, 2008): una larga entrevista, en cinco tomas, con preguntas de una sola palabra (o dos) al genial cantaor granadino
Miguel Mora 25/07/2018

Enrique Morente en el Palau de la Música Catalana el 13 de marzo de 2009.
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Lo que sigue es el diccionario de Morente. Un diccionario de cante, sí, pero que resume también su mundo: vital, moral e ideológico. Sus maestros principales, su visión de cada estilo, los lugares clave de su vida y su carrera, su alergia a las etiquetas y el dogmatismo; muchos de los artistas que más le han influido y gustado, los amigos y poetas que han forjado su sensibilidad y su oído; algunas personas cruciales de su entorno, las sensaciones y los ecos que alientan su proceso creativo, su visión de la vida. Los morentianos, esa masonería semisecreta que aguarda cada aparición y declaración del maestro con idéntico fervor, pensarán quizá que la propuesta apenas compendia un pequeño porcentaje de su conocimiento. Como morentista convicto, a mí también me lo parece.
Ahe (de ángel). En argot representa una forma de expresar la gracia. También se usa en sentido sarcástico: “Qué ahe tiene Fulano. Asfixiado se vea”. Generalmente es cariñoso y positivo. Lo contrario es malaje. O guasa. “Qué guasa tiene. Qué mala uva.”
Albaicín, El. El barrio donde nací. Un espejismo: canto de chavea aquí pero me hago cantaor fuera. Es un barrio con mucho sabor; ahora todos los barrios de España se parecen a Manhattan, y en Triana escuchan los fandangos sólo por la Feria. En Santiago, en Triana y en El Albaicín siempre se ha cantado. Pero ahora parece que tienes que ir a Casa Patas a escuchar flamenco. Una calle lo separa del Sacromonte, el barrio de los gitanos, pero están bastante mezclados. Sigue siendo uno de los barrios más bonitos del mundo.
Alberti, Rafael. La pintura, la poesía, el Trastévere, el Sena, el Partido Comunista, la guerra, el exilio, la superación de la guerra... Lo traté un poco. Lo conocí en París y estuve en su casa de Roma, y luego le vi en Cádiz y en Madrid. Canté Marinero en tierra dos veces en un concierto de homenaje. Le gustó y me quedé más tranquilo. Conocí dos o tres Albertis en diferentes etapas de su vida. En el exilio, canté en la sede del PCE en París; todavía vivía María Teresa León y me estuvieron viendo. Me llevó allí Andrés Vázquez de Sola, un dibujante espléndido, muy comunista, y muy amigo, que me presionaba para cantar muchas letras de izquierda porque estaban allí Alberti y María Teresa. A mí me apeteció cantar flamenco, cante jondo. No funcionó. En el descanso me pidieron que apretara y me puse todavía más fascista. Así que Alberti subió al escenario y me empezó a recitar letras de cante para mi gusto demagógicas, sobre San José Obrero, la Virgen y el Niño. Tenían mucha gracia, pero yo sólo pensaba en cantarle lo mejor de mi cante.
Alboreá. Un amanecer. El palo de las bodas gitanas. En mi boda hubo mucho cante y mucho baile, pero alboreá no hubo. Yo hice una para Macama Jonda, el concierto empezaba con ese amanecer. Ahora no me gusta mucho la versión.
Resplandece el día,
crecen los amores
y aumenta la alegría.
Creo que la letra viene de las albadas medievales.
Alegrías. El cante se hace en los tonos mayores. Cuando tiene un tono menor de paso es una belleza. El nombre engaña. Hay letras como “estoy etico (tísico, tuberculoso) de pena, nadie se arrime a mi cama”, que son grandes tragedias pero se cantan por alegrías. Es un cante esencial precisamente por eso: define el drama más trágico quitándole la solemnidad de la tristeza. Riquísimo musicalmente para la guitarra y el cante, en el tono de Do le pegan más las cantiñas y romeras; en Mi mayor el mirabrás y los pregones; y en La mayor las alegrías para bailar. Puede tener ritmos muy alterados y muy lentos. Pide un esfuerzo de voz especial, como todo el cante. Cuando los flamencos cantamos para aliviarnos un cuplé por bulerías y descansamos un poco nos damos cuenta de que la exigencia del cante flamenco es excesiva. Cuando metes el Summertime por bulerías, te das cuenta de que la dificultad en cuanto a voz es mucho menor; un tango argentino es igual de importante que el flamenco pero comparado con un cante por siguiriyas, la dificultad en cuanto a voz es brutal. La ópera no es más importante que un jazz de Bill Evans, pero el Do de pecho es el Do de pecho. La suerte es que los flamencos somos muy tramposos; ponemos la cejilla más arriba o abajo, y un cante no es mejor o peor por eso. El cante es valioso según cómo esté cantado. ¿Los mejores que he oído por alegrías? ¡Estoy harto de las clasificaciones! “Zutano ha mondado a fulano...” Es horrible. Me veo tan incapacitado para mondar al otro... Esa ira, esa agresividad… ¿Tantas horas estudiando guitarra sólo para mondar al vecino? Dicho esto, Pericón, Aurelio, La Perla, La Niña y Manolo Vargas cantaron muy bien por alegrías. ¿Yo? Bueno, he hecho algunos cantes por alegrías propios. Las primeras con Pepe Habichuela en Despegando; luego hicimos otra versión en El pequeño reloj. Me gustan las letras clásicas:
Deseando una cosa
parece un mundo,
luego que se consigue
tan sólo es humo.
El sarmiento en la lumbre
y el que se enamora
por un lado se encienden
por otro lloran.
Almería. Tierra que me ayudó mucho en mis principios. De las mejores aficiones de Andalucía. Imparciales, sanos. Trabajé allí con grandes figuras; la Peña El Taranto ha hecho siempre una labor magnífica. Ir allí a cantar para un artista era un acontecimiento. Todos teníamos partidarios y ninguno teníamos enemigos. Al revés que en muchos otros sitios.
Andalucía. El tópico me gusta: Andalucía gitana y mora. Suena bien. Hay varias y me gustan todas. La cuna del flamenco, sí. Pero hoy ya no es sólo de Andalucía. Es de muchos sitios, y cuantos más sean, mejor. ¿El Estatuto de Autonomía dice que el flamenco es nuestro? Eso me recuerda a mi maestro Pepe de la Matrona, que en la posguerra fue a buscar el carné de artista al sindicato vertical, a la Falange. Un jurado te examinaba de muchos géneros. “¿Quién me examina?”, preguntó Matrona. “El Canario de Madrid.” “Pues dígale que está aquí Matrona y le va a pegar una patada a la jaula y va a salir el pájaro volando.” ¿Vamos a examinar los andaluces a un flamenco de Extremadura? ¿A decidir si la rumba de El Pollito se atiene a los cánones?
Amaya, Carmen. Resulta muy difícil decir algo original. Seguramente fue la flamenca más querida por el público; mejor que ella no ha debido haberla. La vi bailar: era inolvidable. El que la vio una vez no se olvidaba nunca.
Antonio (Ruiz, el Bailarín). Genial artista. Asombroso.
Anzonini (del Puerto). Gran bailaor, genial por fiesta. Y simpatiquísima persona. Bailaba en un metro cuadrado. Y no necesitaba más.
Argentina, La (Antonia Mercé). Fue una artista de una exquisitez extraordinaria, me hubiera encantado conocerla. Vi la exposición de sus vestidos y cada vestido era una obra de arte.
Argentinita, La (Encarnación López). Dos hermanas, con Pilar López, muy importantes para el flamenco. Una gran artista, que formó una compañía tan importante que todavía da frutos.
Aurelio (de Cádiz). La profundidad del cante grande, el gran conocedor del viejo cante de Cádiz. Era un cantaor de inspiración. No siempre estaba fino, pero cuando le cogía bien lo recordabas siempre, como decían que pasaba con Manuel Torre. Él decía que había sólo creado un ay, pero creó mucho más: yo conozco un cante por soleá entero suyo y también arregló la malagueña de El Mellizo. Tenía pocas facultades, y adaptaba los cantes a sus posibilidades. La última vez que lo vi, estaba ya ciego, fue en la esquina de su calle, en Cádiz, en un velador del café Español: “Maestro, ¿cómo está?”. “Por la Virgen del Pilar, ¿dónde te metes, Enrique? Ven, siéntate aquí.” Y empezó a cantar por siguiriyas. “Es un cante pa que tú lo hagas, pa que lo cojas.” Me acuerdo, claro: Entre una y dos. En el compás de Santo Domingo juntitos los dos. Creo que en mi primer disco hice una variante de esa siguiriya. Fue un aficionado apasionado y pasional, como toda la generación de la que me tocó aprender, pero también un creador. Lo que pasa es que entonces el máximo elogio era decir “es un gran aficionao”. Y alguno siempre agregaba: “Hombre, el muchacho dentro de lo que él ha oído”.
Atrás y alante. Poco he cantado atrás, pero he cantado. Antes el baile estaba muy atrasado, muy pocos bailaban bien y los pocos que bailaban bien tenían mucha guasa. Con la técnica de hoy no había casi ninguno. Quizá tres o cuatro. Y el de atrás se llevaba siempre la bronca del que salía alante. Alguna vez canté: con Rosita Durán en Zambra, con Trini España y Manuela Vargas. Y con Carmen Mora: gran éxito todas las noches en el Café de Chinitas. También canté en un cuadro en Las cuevas de Nemesio, fue mi primer tablao: estaban Porrina, Toronjo, y había buenos guitarristas. Estuve allí unos meses. A Aurora no le canté nunca; ella llegó cuando yo me iba.
Aurora (Carbonell, su mujer). Alboreá, amanecer, la Aurora de Nueva York. Y luego está Aurora, la granaína del Rastro de Madrid, que habla mejor granaíno que los de Graná.
Ava (Gardner). La conocí en Zambra. Un día junto al mostrador de la entrada, por donde salíamos al escenario, en un saloncito precioso. Llegué y había allí una mujer con vaqueros y camisa blanca. Buenas noches, buenas noches. Pensé: “¿Y esta tía tan guapa?”. Cuando salí me di cuenta. Así que volví y allí estaban El Gallina y Pericón: me la presentaron. No llevaba una gota de pintura, era una maravilla. Con El Gallina, Varea y Pericón simpatizó mucho. Ha quedado una imagen injusta y frívola de ella; o fue mal contada por los flamencos, mal descrita, o mal escuchada. Le gustaba mucho el cante bueno. Para ir de fiesta con artistas como aquéllos te tenía que gustar mucho el cante. La impresión de que todos se acostaron con ella es mentira. En aquella época el Sacromonte también estaba lleno de artistas americanos que venían a oír flamenco. Anthony Quinn, Ingrid Bergman… Entonces era distinto... Decían que el flamenco para turistas iba a acabar con el flamenco; pero en los tablaos era más peligroso el turismo interior que el exterior.
“Ay”. Pepe de la Matrona criticaba mucho a los cantaores que no sabían decir “ay”. Siempre nos daba una disertación: “Señores, el ay es un lamento, no un rebuzno”.
Bares. En Madrid, Gayango, La Campana, La Alemana, en tiempos pasados. En Sevilla, El Pinto, que era del marido de La Niña de los Peines; en Córdoba, Pepe el de la Judería; el Plata de Zaragoza. Las casas de vinos de Barcelona...
Barros, José Luis. Gran aficionado al arte, simpatiquísima persona, y médico de muchos flamencos, entre otros de la madre de El Gallina y de Gades.
Belmonte, Juan. La época de gloria: ¡haber conocido a Belmonte y a Joselito escuchando a Chacón! También a Manuel Torre, que era íntimo amigo de Chacón aunque los flamencólogos se encargaron de separarlos. Siempre que podían se llamaban para escucharse. En realidad, Chacón fue un gran promotor de Manuel Torre.
Beni de Cádiz. Artista genial, gran sentido de la gracia y del humor mezclado con un gran cantaor flamenco.
Lo que sigue es el diccionario de Morente. Un diccionario de cante, sí, pero que resume también su mundo: vital, moral e ideológico. Sus maestros principales, su visión de cada estilo, los lugares clave de su vida y su carrera, su alergia a las etiquetas y el dogmatismo; muchos de los artistas que más le han...
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Miguel Mora
es director de CTXT. Fue corresponsal de El País en Lisboa, Roma y París. En 2011 fue galardonado con el premio Francisco Cerecedo y con el Livio Zanetti al mejor corresponsal extranjero en Italia. En 2010, obtuvo el premio del Parlamento Europeo al mejor reportaje sobre la integración de las minorías. Es autor de los libros 'La voz de los flamencos' (Siruela 2008) y 'El mejor año de nuestras vidas' (Ediciones B).
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