El momento y sello más célebre es el protagonizado por Dante y Beatriz. Dante ve a Beatriz y pierde la cabeza. O la gana. De ese momento, de ese encuentro visual, y que jamás se tradujo en palabras, tacto, o proyecto alguno, nació la obra posterior de Dante. Y una vida nueva. Construir un terremoto vital desde una mirada es un exceso, que a través de la literatura habla, en efecto, de un exceso: el amor es una génesis incomprensible. Pero lo incomprensible no acaba ahí, sino que aumenta con su propia prosperidad. El amor es el único negocio que no requiere beneficio, por lo que esa génesis se puede llevar a cabo en personas y sitios improbables. Se puede amar a la persona menos aconsejable, se puede amar a la locura o al mal, se puede amar una boca que ahora ya carece de piel y voz, y es un hueco, una mandíbula sepia. El amor no sólo no requiere al otro, sino que ni siquiera requiere su existencia. 

Se trata de una originalidad humana. Se podría pensar que eso es un portento, una joya. Hasta que se recae en que el odio, incluso la violencia, tampoco precisa siempre exteriorización, cuerpos, existencia, o calidades. Transcurre en el mismo paisaje y arruga, oculta, que el amor, y se basta, para sí mismo, también de una mirada. El odio, ese otro fuego, es, en fin, el único negocio, boyante, que no requiere beneficio.