Extrema neutralidad
Los liberales de WhatsApp
Si España entra en una espiral de conflictividad social y cultural, será fundamental que los que habitan la relativa tranquilidad del centro defiendan las instituciones democráticas redistributivas
Eduardo Maura 22/06/2020
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En estos meses de confinamiento, una parte de la tensión de la esfera pública se ha desplazado hacia la intimidad relativa de los grupos de WhatsApp. “Intimidad” porque es habitual que participemos en varios grupos y que parte de la información que procesamos proceda de ahí, pero la mayoría son estancos entre sí; es decir, los grupos de amigos, padres y familiares no tienen más miembros en común que uno mismo. “Relativa” porque, pese a no operar a cielo abierto, como Twitter, no deja de ser una red social en la que somos permeables a diferentes instancias sociales, así como a otras personas y sus respectivas redes de socialización.
A lo largo del periodo más duro, en el que la ansiedad (no siempre reconocida) era el principal motor de los debates, hemos visto desfilar por WhatsApp toda clase de noticias, estudios, capturas, memes, peticiones de dimisión, cacerolas y bulos, todo a la vez y a menudo mezclado. Ha sido una época de modas que parecían irrefutables: cómo olvidar que a finales de marzo el ideal era ser China y geolocalizar hasta las mascotas; o que en abril, cuando el encierro empezaba a pesar en las piernas y los afectos, Alemania era el ejemplo a seguir, pese a que tuvieron manifestaciones el 8-M y hasta mantuvieron la jornada de la Bundesliga. Además de Corea del Sur, Canadá o Portugal, en este Risk de la opinión pública tuvieron su momento Suecia y Nueva Zelanda, pese a las evidentes diferencias geopolíticas, sociales y culturales. Como casi siempre, de África y América Latina no se hablaba. Poco después, se añadió la movilización social en torno al racismo, la desigualdad y los símbolos de nuestra historia oficial, cuyos efectos en Estados Unidos y el resto del mundo, si bien impredecibles, pueden ser muy relevantes a nivel político y cultural.
Sus presupuestos sobre el mundo son inseparables de su entorno empresarial de referencia: emprendedor o empleado, el liberal de WhatsApp es empático con su empresa
En este clima sin precedentes, y nada fácil de interpretar, ha cobrado importancia una figura que cabe denominar “liberal de WhatsApp”. Merece pensar a fondo sobre agunas de sus características por lo que tienen de interesante y por lo que dicen del mundo en que vivimos:
1. Su imaginación es de tipo empresarial, en al menos dos sentidos. Primero, porque sus presupuestos sobre el mundo son inseparables de su entorno empresarial de referencia: emprendedor o empleado, el liberal de WhatsApp es empático con su empresa, de tal manera que las incomodidades del confinamiento las atribuye a la instancia pública más cercana: la Consejería de Educación, el Gobierno o incluso la Unión Europea. Puede que su empresa no haya hecho nada para hacerle la vida más fácil, pero claro, qué iba a hacer con semejantes políticos. Segundo, porque lo empresarial se vuelve fuente de legitimación política. Cuando Nike y Adidas tuitean sobre el asesinato de George Floyd, se activa algo que vale más que décadas de organización y trabajo político: si dos empresas rivales se unen por una misma causa, entonces es legítima. Esta dosis de legitimación sirvió para aguantar la ola de descalificaciones tras los primeros episodios de violencia. Si ellas apoyan, todo va bien. Lástima, cabe pensar, que Nike no tuiteara antes sobre el escándalo Windrush en Reino Unido o sobre los casos de violencia policial contra migrantes en España.
2. Su concepción del mundo, lejos de ser “neutral” o “apartidista”, trae de serie una versión muy concreta de la democracia, según la cual esta consiste en “elegir libremente”, independientemente de las condiciones materiales de vida. La libertad se entiende, desde el paradigma del consumo, como una elección entre productos disponibles en un mercado más o menos abierto. De esta manera, la democracia pierde uno de sus órganos básicos: la redistribución de la renta. En Grecia, el dêmos de la joven democracia no era el pueblo en general, sino la parte pobre del pueblo que, históricamente marginada, empezaba a compartir el poder con el resto de la sociedad. De hecho, la democracia consistía en neutralizar los efectos políticos de la división fundamental de la sociedad entre ricos y pobres. En la tradición clásica, la libertad era imposible sin esta igualación democrática. Era obvio que, en condiciones de desigualdad material, al final los que menos tienen siempre acaban teniendo que pedir permiso a los que más tienen para existir socialmente.
El liberal de WhatsApp es inequívocamente un demócrata, solo que en su cabeza cabe una democracia sin redistribución. Según esto, las políticas públicas han de ser diseñadas desde el punto de vista de los que más tienen y legitimadas por agentes empresariales sin cuyo visto bueno serán consideradas “insostenibles”. La condición es que algo del beneficio obtenido por unos pocos se destine a aliviar las situaciones más graves, bien a través de becas y ayudas (muy estrictas, eso sí, para evitar fraudes), bien a través de los mecanismos caritativos habituales. Para esta mentalidad, pese a que veinticinco siglos de experiencia nos dicen lo contrario, la democracia es compatible con la mayor desigualdad.
3. La libertad es lo primero… Al liberal de WhatsApp no le importa ceder masivamente sus datos y que dos docenas de apps le sigan el rastro en su teléfono móvil, pero no soporta el confinamiento y detesta que los gobiernos le digan lo que tiene que hacer. No importa si Instagram le escucha hablar con sus hijos o si el medio de comunicación del que se fía es adquirido por un fondo buitre como altavoz de sus pretensiones en materia fiscal, pero Pedro Sánchez quiere controlar los medios de comunicación y ha censurado WhatsApp personalmente. Puede interesarle una noticia sobre la gestión empresarial de su privacidad, pero no otra sobre los usos intoxicadores del mismo WhatsApp por parte de la coalición bolsonarista en las últimas elecciones brasileñas. Qué tendrá que ver Brasil con él. Sin embargo, reenvía con indignación un corte de cincuenta segundos de Pablo Iglesias cuando era profesor universitario en el que introduce, si bien con poca fortuna, el debate sobre el derecho a la información, el cual, lejos de ser novedoso, aparece explícitamente en el artículo 20 de la Constitución española.
Para esta mentalidad, pese a que veinticinco siglos de experiencia nos dicen lo contrario, la democracia es compatible con la mayor desigualdad
4. La democracia está en el centro, no en los extremos. El momento de mayor tensión ideológica para el liberal de WhatsApp es cuando ha de enfrentarse a los populismos y los extremismos. La versión más habitual de esta construcción ideológica dice, en palabras de Javier Gomá, que “España no está dividida entre izquierda y derecha, [sino ] entre populistas y quienes creen en la democracia liberal”. La más reciente recalca que es la hora de la iniciativa empresarial, no de la ideología. O lo que es igual, el momento de que las grandes empresas marquen el rumbo… como si no lo hubieran hecho toda la vida, sin ir más lejos en la crisis de 2008.
Nos guste o no, la eficacia de esta argumentación es notable. Por un lado, ofrece una respuesta a la preocupación por la inestabilidad del presente: “la culpa es de los otros”. Con ello, omite el problema de la desigualdad, que está en la raíz del malestar actual y que es por tanto, en un sentido no solo etimológico, el mal radical de nuestra época. Además, pasa de puntillas por la necesidad de reformar a fondo nuestros modos de vida y nuestras instituciones políticas, incluida la manera en que nos movemos y trabajamos, o al menos de abordar nuestros problemas con una imaginación sistémica que trascienda lo empresarial, si es que aspiramos a una vida sostenible a medio plazo para nosotros y para nuestros hijos.
Por el otro, permite autoubicarse más allá del ruido y de los problemas sociales. Desde la relativa tranquilidad del centro, todo el mundo parece hablar demasiado alto; desde la neutralidad liberal, todas las respuestas parecen extremas… excepto las que se dan por sentadas como “naturales”, como más allá de la ideología; esto es, las que encajan con la imaginación empresarial de la que hablaba en el primer punto. El liberal de WhatsApp no tiene ideología, o si la tiene la define como de centro, porque se ha fabricado un coto privado de certezas que no expone en el debate público y que no se cuestiona en privado. Su posición ante el aborto o la eutanasia puede ser una u otra, pero al menos está en juego. La “neutralidad empresarial” de su concepción del mundo no es discutible, sino la premisa desde donde se habla de todo lo demás. No es el milímetro arriba o abajo en el que se decide si la posición del atacante es legal o no, sino la regla del juego que no se cuestiona.
Sería deseable profundizar más, pero a falta de espacio me parece más urgente reflexionar sobre dos aspectos de su influencia en la vida pública. Primero, el liberal de WhatsApp es a menudo hostil al feminismo y a los debates sobre la historia oficial, que entiende como dos de los extremos con respecto a los cuales construye su zona de confort: pese a que son productos radicalmente dependientes de los poderes de siempre, el diccionario, las estatuas de Colón y el tsunami de varones blancos con poder económico dando lecciones diarias le parecen “neutrales” en comparación con los excesos anticolonialistas y feministas.
Segundo y último, si España entra en una espiral de conflictividad social y cultural (lo que algunos han llamado “escenario brasileño”), va a ser fundamental que los liberales de WhatsApp no se dejen llevar por la marea y defiendan las instituciones democráticas redistributivas. Para eso hay que persuadirlos, y para ello hay que dar la batalla del sentido común todos los días de la semana, por un lado, y sumar al armazón teórico de la causa democrática la poderosa tradición del liberalismo político, de Guizot a Rawls pasando por Tocqueville, por el otro. No porque los liberales de WhatsApp se inspiren en ella (probablemente no les interesa), sino porque está más abierta y es más productiva de lo que hemos sido capaces de ver. Para afrontar lo que viene, no sobra nadie y hacen falta todas las ideas.
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Eduardo Maura es profesor de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid y autor de Los 90. Euforia y miedo en la modernidad democrática española.
En estos meses de confinamiento, una parte de la tensión de la esfera pública se ha desplazado hacia la intimidad relativa de los grupos de WhatsApp. “Intimidad” porque es habitual que participemos en varios grupos y que parte de la información que procesamos proceda de ahí, pero la mayoría son estancos entre sí;...
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