El balón y la pluma
La literatura de la pelota de Santoro
El poeta creía que tanto el fútbol como la lírica debían servir para cambiar las cosas. El 1 de junio de 1978, tres jóvenes armados lo sacaron a punta de pistola del trabajo y lo montaron en un auto. Nunca más se volvió a saber nada de él
Miguel Ángel Ortiz Olivera 9/07/2020
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Dicen que una imagen vale más que mil palabras, y aquella apareció, precisamente, para reivindicar las más hermosas que había escrito el poeta Roberto José Santoro. En la imagen, o más bien en el grafiti, aparecía aquella palabra, POETA, en la frente de Santoro. Los grafiteros habían tomado como modelo una imagen del poeta que, con el paso de los años, se había hecho icónica: Roberto Jorge Santoro pidió que le tatuaran su oficio en la frente, se calzó su mítica gorra, se acicaló el frondoso bigote y miró a la cámara desde lo más profundo de sus ojos oscuros. “Dispará”, dijo. Y así pasó la historia.
Cuando, en 2017, se acercaba la fecha del cuarenta aniversario de su desaparición, el barrio bonaerense de Chacarita, donde se formó como hombre y poeta, apareció salpicado de estos grafitis. No fue el único tributo. La mañana del 3 de junio, familiares, amigos y asociaciones de vecinos colocaron una placa en el número 568 de la calle Fraga, frente a la casa donde había vivido desde los cuatro años. El texto de aquella placa sonaba como un poema, críptico y macabro, que resumía su trágico final. Y que, como los poemas que tanto le gustaban a Santoro, señalaba a los culpables sin miedo ni rubor: Aquí vivió Roberto Jorge Santoro/ Militante popular/ detenido desaparecido/ por el terrorismo de estado/ 01/06/1977/ Memoria y justicia.
Un poco más abajo, en la placita donde la calle Fraga se cruza con la avenida Forest y Teodoro García, otra placa recuerda, desde hace dos décadas, la figura de Santoro. Quizás, que unos niños corran libremente detrás de una pelota en su plaza sea el mejor homenaje para Santoro. Al fin y al cabo, así había cantado la poesía del fútbol: con la pasión encendida de un niño.
Literatura de la pelota
Roberto Jorge Santoro dedicó varios años de su vida a buscar textos literarios que mostrasen la poesía del fútbol. Rastreó en librerías de viejo. Husmeó en las estanterías más olvidadas de muchas bibliotecas. Rebuscó en hemerotecas. Revisó incontables periódicos amarillentos, centenares de revistas ajadas y decenas polvorientos archivos. Pateó calles, barrios, pueblos enteros. Derrochó horas buscando un teléfono en la guía. Malgastó días tras un dato, una pista, un hilo del que tirar. Y recorrió todas las tribunas: allí se componían poemas cada jornada. Durante varios años, Santoro dedicó, cada día, una media de quince horas a su búsqueda titánica. A su pasión desmedida. A su locura.
Y al fin, en 1971, se autopublicó Literatura de la pelota en su propio sello editorial, Papeles de Buenos Aires. Así era él: no le valía con escribirlo, si no que aprendió el oficio de la impresión para dar a luz el libro con sus propias manos. En el puesto del mercado donde trabajaba para ganarse el pan, embaucaba a las clientas habituales con unos bonos para financiar la publicación del libro. “Vos me lo pagás ahorita”, les decía, “y confiá en mí, que te prometo el primer ejemplar y firmado por el autor”. Junto a su palabra, Santoro les entregaba un poema como resguardo: “Igualito al basurero/ que llaman recolector/ vestido de pordiosero/ yo le mangueo a ustedes un favor”.
Por las páginas del libro desfilaban autores consagrados como Horacio Quiroga, Borges, Sabato o Roberto Arlt, pero también muchos otros prácticamente desconocidos
En la presentación de Literatura de la pelota, dijo sentir una alegría redonda y perfecta como una pelota. Y les dijo a los asistentes: “A ustedes, les agradezco por el libro que espero que me compren para poder pagarle al imprentero que me está siguiendo por toda la cancha”. Después explicó que, con el libro, quería demostrar que existía una larga tradición de escritores que le habían cantado al balón. Comentó el arduo proceso de búsqueda y aseguró que, con el trabajo ya realizado, le alentaba la esperanza de que su recopilación funcionase como el saque inicial del apasionante partido que venían disputando la pluma y el balón.
Al principio, dijo, solamente había recopilado los textos más representativos; pero en el camino se tropezó con fragmentos de novelas, obras de teatro, hermosos cuentos o centenares de artículos, y comprendió que el libro se enriquecía con ellos. Y los añadió. Al fin y al cabo, en un partido no solo contaban las ocasiones de gol; había detalles que pasaban desapercibidos pero que, en realidad, tenían un valor incalculable. Por las páginas del libro desfilaban autores consagrados como Horacio Quiroga, Borges, Sabato o Roberto Arlt, pero también muchos otros prácticamente desconocidos. Y, por supuesto, también los detractores del fútbol: sin la hinchada rival, un equipo nunca estaría completo. “Se podrá decir, quizás, que faltan algunos, que sobran otros”, aclaró en el prólogo, “pero ya es sabido que siempre se pueden decir muchas cosas”.
Lo único cierto es que el libro demostraba que se había escrito muchísimo sobre fútbol en Argentina. Santoro, sin embargo, creía que lo mejor estaba por venir. Cerrando su homérica recopilación, colocó su poema Fútbol: “La pelota y el ballet / que en avance / con un pique / le dice que se le achique / la guarda / que en el zapato/ del otro que ni la ven / se da vuelta / y no la tiene / está saltando / en el aire / le dice con la cabeza / que va el otro / que la deja / que la espera en otro pie”.
Un trotskista de Racing
Santoro creía que tanto el fútbol como la poesía debían servir para cambiar las cosas. Dos años después de publicar Literatura de la pelota, así se definió en la revista Rescate: “Rechazo ser travesti del sistema”, dijo, “esa podrida máquina social que hace que un hombre deje de ser un hombre, obligándolo a tener un despertador en el culo, un infarto en el cuore, una boleta de Prode en la cabeza y un candado en la boca”.
Santoro vivió como escribió y escribió como vivió: en equipo. Quiso llevar la cultura a los barrios, acercar los versos a la barra del bar
De familia obrera, había aprendido a buscarse la vida como aquellos wings solitarios que esperaban sobre la línea una oportunidad para apuñalar al lateral. Había trabajado como pintor –de brocha gorda–, de vendedor ambulante o de tipógrafo; pero su verdadero oficio fue ser un militante poético con conciencia de clase, un obrero del verso que trabajaba sus poemas con pico y pala para enterrar la falsa retórica, los ripios rimbombantes y las palabras inútiles. Solía recitarlos como un locutor deportivo con el gol en la garganta. Y los llamaba cosas, que si no servían para cambiarlas, no servían para nada. “Como soy un tipo sin tácticas ni estrategias”, confesó, “no escribo para los que escriben, sino que trato de escribir para los que hablan”.
Un poeta sin necesidad no era poeta. Su estética debía ser su ética. Santoro vivió como escribió y escribió como vivió: en equipo. Quiso llevar la cultura a los barrios, acercar los versos a la barra del bar, colorear las fachadas grises con cuadros luminosos, recitar en el corazón de las plazas. Y desde su sello editorial lanzó poemas como pedradas contra su patria, el sistema, los militares y los jueces. También cantó a las pasiones populares: el tango, la pizza, la noche porteña y, por supuesto, al partido de fútbol bien jugado. “El fútbol, el fóbal o la pelota”, dijo, “es algo que pertenece a cada uno de nosotros porque se impone a todos por pura presencia”.
Hinchando a Racing aprendió que el fútbol no solo era un juego, sino una emoción latente que él mismo había sentido desde la infancia: “Era fanático de Racing”, recordó Rafael Vásquez, “y organizaba partidos donde jugaba de delantero y era muy habilidoso”. Este recuerdo, junto al de muchos otros escritores desaparecidos, se publicó en el libro Con vida los queremos, publicado por la Asociación de Periodistas de Buenos Aires, una década después del secuestro y desaparición de Santoro. Por aquel entonces, se estimaban en noventa los desaparecidos; hoy ya se han contabilizado casi ciento cincuenta.
Tras el secuestro de Santoro, Literatura de la pelota se agotó. Y se convirtió en una rareza imposible de encontrar ni por los libreros más experimentados. Aquellas clientas que lo habían comprado en preventa tenían un tesoro; los afortunados que acudieron a la presentación, una reliquia firmada. Durante décadas, el libro circuló en fotocopias o recelosos préstamos hasta que, en 2007, por fin se reeditó. “Ese libro”, escribió el periodista Ariel Scher en la revista Clarín, a propósito de la nueva edición, “derribó la idea de que pelotazos y versos no podían integrar un mismo planeta”.
Un legado imborrable
Apenas faltaba un año para que Argentina organizase la Copa del Mundo de 1978 cuando, la noche del 1 de junio, tres jóvenes armados entraron en Escuela Nacional de Educación Técnica donde trabajaba Santoro. Lo sacaron a punta de pistola y lo montaron en un auto. Nunca más se volvió a saber nada de él. Poco antes, el general Ibérico Manuel Saint-Jean, gobernador militar de Buenos Aires, había declarado que primero eliminarían a los subversivos, a sus cómplices y sus simpatizantes; y después, se encargarían de los indiferentes y los tibios. Roberto Jorge Santoro, sin duda, se encontraba en el primer grupo.
Hay recuerdos que, sin embargo, los milicos nunca pudieron eliminar. “Me acuerdo de mi papá en casa con mi madre”, explicó la hija de Santoro. “Está parado al lado de una mesa llena de papeles, ella ceba el mate, está encendida la radio. Mi papá, hincha sufriente de Racing, escucha el partido”. Precisamente, su hija fue la que envió un ejemplar de Literatura de la pelota al relator Alejandro Apo, ferviente futbolero que dirigía un programa radiofónico donde leía cuentos de fútbol. En cuanto lo abrió, Apo supo que tenía un tesoro entre las manos. Aquel libro debía volver a la circulación editorial. A todas las librerías. Debía presidir las estanterías de los amantes del fútbol y la literatura como él. Y no dudó en escribir el prólogo de la nueva edición.
Ya lo había dicho Osvaldo Soriano en una reseña publicada a raíz de la primera edición: “Este libro no era imprescindible, pero de alguna manera se torna necesario”. Y unas líneas más abajo: “Ante tanta cháchara pretenciosa vertida por algunos sociólogos de salón”, escribió, “la fervorosa pasión de Santoro aparece como un contraste refrescante”.
El libro pasó de boca en boca y de mano en mano hasta nuestros días. “Demasiadas cosas pasaron desde entonces en todas las canchas posibles”, escribió Ariel Scher. “Pero algo permanece y aún conmueve. Literatura de la pelota sigue ahí, todo dulzura, todo fervor, todo poesía, todo fútbol, todo Santoro”. Al fin y al cabo, una imagen puede valer más que mil palabras, pero hay palabras que perduran inquebrantables, por mucho tiempo que pase. Y por mucho empeño que se ponga en borrarlas.
Como las que Santoro utilizó en su poema Sí sí señores: “Aunque estés parado / sobre un almuerzo de apuro / y abandonado de la muerte y el laburo / cuando la forma del mundo / que rebota / se va a esconder en la trampa de la red / como pelota / te alcanza que la tarde quede ronca / para olvidarte de la mufa y la bronca [...] Tu vida va en el puño / caliente como el sol / y el cuore está golpeando / gol gol gol”.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras, y aquella apareció, precisamente, para reivindicar las más hermosas que había escrito el poeta Roberto José Santoro. En la imagen, o más bien en el grafiti, aparecía aquella palabra, POETA, en la frente de Santoro. Los grafiteros habían tomado como modelo una imagen...
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Miguel Ángel Ortiz Olivera
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