AYUDA MUTUA
Redoblar los esfuerzos
Hacer una sociedad más humana sería posible si la clase política dejara de preferir gastar fondos públicos en bajar impuestos y en subvencionar a las empresas y la guerra
Whitney Curry Wimbish (The Baffler) 10/07/2020
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En una ocasión, cuando era pequeña, estuve tan enferma que todo el mundo decía que seguramente me iba a morir. Los médicos y demás miembros de la familia insistían con frecuencia en esa posibilidad el año que estuve en el hospital, y durante ese tiempo me formé una idea de cómo sería el más allá. Algo muy similar a mi pequeña habitación de aislamiento, pensé, sola y abandonada incluso por mi propio cuerpo.
Cualquiera que haya pasado por una experiencia similar sabe lo absolutamente desesperanzador que es. Es como si te hubieran dado por perdida anticipadamente para que, a la hora de la verdad, no resulte tan duro para los demás. Me recuperé, pero la experiencia cambió mi manera de ver el mundo y de anticiparme a la muerte, me marcó por fuera y por dentro. Por consiguiente, he sentido un terror visceral al observar a las personas más poderosas de este mundo actuar de un modo tan displicente ante la amenaza del coronavirus que, según todas las estimaciones fidedignas, enviará a millones de personas por un camino similar al que yo transité cuando tenía quince años.
Tenemos motivos para estar asustados. Nuestros dirigentes electos nos mienten acerca de la forma en que están gestionando el coronavirus al tiempo que son incapaces de actuar en nuestro beneficio. La enfermedad es sumamente contagiosa, aún carece de cura o vacuna y ha llevado a Irán a cavar fosas comunes tan grandes que han sido capturadas en imágenes por satélite. Para algunos, contraer el coronavirus será una sentencia de muerte. Y no solo para los ancianos, sino para personas de todas las edades con sistemas inmunes débiles o alguna enfermedad preexistente. (El asma, por ejemplo, que cada vez padece más gente en nuestro mundo cada vez más contaminado, es especialmente preocupante, aunque la comunidad médica disiente en qué medida). El personal médico joven también está en peligro. Para algunas personas, contraerlo podría suponer daños pulmonares de por vida. ¿Y para el resto –las personas afortunadas que sobreviven al coronavirus sin daños físicos duraderos o para las que no lo contraen–? Se enfrentan a cicatrices invisibles a simple vista: angustia por la muerte de algún ser querido, por ejemplo, o simplemente por el trauma de saber que ha perecido tanta gente en el mundo. Todos resultaremos afectados por esta pandemia.
Al buscar en las redes sociales y fuentes de noticias aparecen grupos de ayuda mutua que funcionan en al menos treinta y nueve estados y en Washington D.C
Sobre lo que quiero llamar su atención, lo que creo que se está perdiendo en los datos y las opiniones expertas que los grandes medios de comunicación priman ante todo, es la rapidez con la que se han formado grupos en Estados Unidos para intervenir donde el gobierno ha fallado. Mientras nuestros gobernantes electos mienten y vacilan, gentes de todo el país han creado grupos de ayuda mutua para proteger a los miembros de sus comunidades. Al buscar en las redes sociales y fuentes de noticias aparecen grupos de ayuda mutua que funcionan en al menos treinta y nueve estados y en Washington D.C.. Han sido impulsados por estudiantes, organizaciones de voluntariado y grupos políticos. Reúnen dinero, compran comida para gente que necesita ayuda y hacen todo lo que pueden para que todo el mundo esté alimentado y saludable. Han surgido historias sobre ayuda mutua en todo el mundo, así como de gente que actúa de forma individual para cuidar de sus vecinos. Hay ejemplos de gente que se reúne rápidamente para crear grupos nuevos y otros de gente que ha reutilizado un grupo existente. No reciben mucha cobertura de los grandes medios de comunicación, aunque a veces llegan a las noticas locales, periódicos estudiantiles y publicaciones anticapitalistas como It’s Going Down, que publicó una lista parcial de grupos de ayuda mutua que operan por todo el país. También se están haciendo esfuerzos por ayudar a la gente a una escala mayor, como grupos que organizan recaudaciones de fondos de emergencia para trabajadores de restaurantes y empleados domésticos.
Estos grupos no van a resolver la actual crisis y no sustituyen la atención administrada a gran escala por los funcionarios autorizados por el gobierno y financiados con impuestos. Si una televisión local oye rumores sobre uno de ellos y lo califica de “alentador”, se entiende que es una chorrada. Es una medida de urgencia con poquísimo dinero. Se entiende, también, que algunos funcionarios se opondrán activamente a estos grupos, por despecho o vergüenza o algún otro impulso nimio y egoísta, como se le está acusando de hacer a algún concejal del Reino Unido. Pero mantengo la esperanza gracias al auge de la ayuda mutua porque revela un impulso humano básico que reside justo debajo de la superficie de nuestra sociedad rota e infeliz. En lugar de seguir creyendo que ideas como comunidad, compañerismo y contacto humano son sueños estúpidos de optimistas sentimentales, este período de crisis muestra que, en realidad, se trata de impulsos vinculantes que perviven incluso cuando cada mensaje que nos envían desde que nacemos dice que no lo son. Y mantengo la esperanza gracias a los grupos de ayuda mutua porque los organizadores dicen que son los pasos necesarios que hay que dar para algo más grande –como, por ejemplo, llevar a cabo una huelga general–. Podríamos estar acercándonos a un activismo generalizado que reclama una atención médica universal, incluidas pruebas y tratamientos gratuitos del coronavirus. Muchos estadounidenses están cayendo en la cuenta de que tener a millones de personas sin seguro y que no pueden costearse una atención médica no es un problema ajeno, es un asunto de salud pública que nos concierne a todos.
Uno de los efectos sorprendentes de la actual emergencia es que todo tipo de medidas que se habían descartado –consideradas “imposibles” por conservadores, así como liberales y moderados complacientes– de pronto son viables. Se dan pasos para detener desalojos, hay medidas que proponen destinar fondos de emergencia a todos los que no pueden trabajar desde casa y se solicita que cualquier vacuna sea gratuita para cualquier persona en Estados Unidos, con nacionalidad o sin ella. En realidad, siempre fue posible costear tantas formas de hacer de esta sociedad un lugar más humano. Estaban bloqueadas por una clase política que prefiere gastar fondos públicos en bajar impuestos y en subvencionar a las empresas y la guerra.
Pocos reaccionaron cuando, en 2018, Trump cerró la oficina del Consejo de Seguridad Nacional dedicada a prepararse para brotes de enfermedades
Con un activismo popular sostenido, también podremos alejar a la opinión pública del menosprecio por las soluciones gubernamentales, que durante mucho tiempo ha sido uno de los principios del conservadurismo estadounidense, intensificado por Ronald Reagan y ratificado por la afirmación que hizo Bill Clinton en la década de 1990: “La era del gran Estado ha terminado”. El odio al gobierno es una reacción tan inmediata en las administraciones republicanas que pocas personas reaccionaron cuando, en 2018, la administración de Trump cerró la oficina del Consejo de Seguridad Nacional dedicada a prepararse para brotes de enfermedades como la actual pandemia de coronavirus. Estamos viendo las consecuencias de la incompetencia del gobierno federal en tiempo real, y el resultado es feo.
Por descontado, las emergencias nacionales también se pueden utilizar para dirigir al gobierno en la dirección equivocada. Pero incluso si Trump y sus cómplices tratan de utilizar la crisis del coronavirus para erosionar las libertades civiles, como hizo Bush después de la crisis del 11 de septiembre, incluso si trata de cancelar las elecciones de 2020 y permanecer en el cargo hasta que estire la pata, solo lograremos ser más fuertes si todos reclamamos la conectividad como propósito principal de la vida en sociedad. Estaremos mucho mejor si permanecemos unidos en lugar de redoblar nuestros esfuerzos en la retorcida fantasía del individuo resistente.
Me sorprende que estemos viviendo una época en la que algunos de nosotros queremos reclamar la humanidad con la que nacemos y que la vida moderna busca aplastar cuando y donde sea posible. Al mismo tiempo, algunos quieren negar nuestros intereses comunes tan enérgicamente que siguen creyendo que el trabajo es la principal razón para vivir y el dinero la única meta valiosa. Creo que esto está en el corazón de la lucha entre los partidos políticos, donde Bernie Sanders, por una parte, defiende una sociedad en la que todo el mundo importa y se permite la acción colectiva y, en el extremo opuesto, Biden y Trump afirman que en realidad no podemos permitirnos el lujo de cuidar a todo el mundo y que las peticiones de justicia e igualdad social son poco razonables, cuando no peligrosas.
Cuando la amenaza del coronavirus empiece a retroceder, mi mayor esperanza es que los que sobrevivan puedan aferrarse a la idea de que estamos juntos en esto, de que el gobierno puede fortalecer nuestra salud y prosperidad comunes, y que muchas de las soluciones descartadas por poco razonables son, de hecho, perfectamente posibles. Habrá fuertes presiones para volver a la “normalidad”. Será responsabilidad nuestra insistir en que no podemos permitir que las cosas vuelvan a ser como antes.
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Este artículo se publicó originalmente en The Baffler.
Traducción de Palomá Farré.
En una ocasión, cuando era pequeña, estuve tan enferma que todo el mundo decía que seguramente me iba a morir. Los médicos y demás miembros de la familia insistían con frecuencia en esa posibilidad el año que estuve en el hospital, y durante ese tiempo me formé una idea de cómo sería el más allá. Algo muy similar...
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