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El cabo de Sunión es un punto de extraordinaria belleza, sobre el que está edificado un templo a Poseidón, que se derrumba desde hace miles de años a la velocidad imparable de los vegetales. La belleza es algo importante, que obliga a que, en ella, pasen cosas importantes. Desde Sunión, así, se arrojó al vacío Egeo, rey de Atenas y padre de Teseo. Desde aquí, como afirma Homero, “Febo Apolo, lanzando sus flechas suaves, dio muerte” a Frontis, el piloto de Menelao, esposo de Helena, en un último intento para que los griegos no llegaran a Ilión. Eso no les detuvo. Nada detiene nada, cuando lo que viene es fuerte como el viento más dulce. O como un vegetal. Son importantes las flechas de Apolo en la descripción de Sunión, pues describen a Sunión. Si te fijas, de manera innata, sólo cuando ocupas un punto de plenitud tienes la necesidad de lanzar flechas. Yo estuve, aquí, hace mil años, con ella. Ella era un punto de plenitud y desde ella tenías la necesidad de lanzar flechas. Suaves. Las lancé. Fueron importantes. El sentido de estas líneas, no obstante, no es hablar de ella, o de Sunión, o del templo de Poseidón. Sino de un breve fragmento de todo ello, de apenas unos pocos centímetros.
En 1824, George Gordon Byron, Lord Byron, miembro de Comité de Londres para la Independencia de Grecia, llega a Grecia, en la nave Hércules. Manda un regimiento. Se dispone a dar el espaldarazo definitivo a la causa griega. El Byron griego ya lo ha hecho todo, es la última forma de sí mismo, y así se lo ha reconocido Goethe en una carta. Él no lo sabe, pero sólo le falta por escribir un poema –A mis treinta y seis años–, y un pequeño texto, de apenas unas letras, que escribió aquí, en Sunión, en este momento, o en su primer viaje a Grecia, hacía 16 años. No me costaría mucho datar ese último texto. Pero eso no es importante en estas líneas. La historia de Byron es similar a la de otros jóvenes aristócratas ingleses que fueron a Grecia a hacer la guerra al turco, copados por un espíritu romántico y helenista, que no se vio confirmado por la realidad. En los últimos 2.000 años, Grecia había cambiado mucho. La guerra ya no era la guerra que describía Homero. Es posible que nunca lo hubiera sido. En aquel momento, empero, una batalla consistía en edificar un pequeño muro de piedras en una ladera. Esperar al enemigo, insultarle con obscenidad y, al primer disparo, huir y disgregarse. La guerra había pasado a ser un símbolo de un símbolo, incomprensible e inoperante. Aquellos oficiales no lo pudieron modificar, al menos. Algo imparable como el viento más suave, o como la fuerza vegetal, lo impedía. El apego a la vida, por parte de los soldados. Byron, sin interlocutores, sin capacidad de ser entendido, enfermó y no tardó en morir. Posiblemente gracias a un tratamiento erróneo. Su huella en Grecia fue ínfima, anecdótica. Si exceptuamos ese posible último texto, al que he aludido antes.
Se trata de un grafiti, con las letras que forman la palabra Byron, grabadas por su propio puño, en una columna del templo de Sunión, y aún visibles. Lo serán durante cientos de años. Se trata, por tanto de una gamberrada, de una flecha suave, de una demostración de fuerza descomunal –y, por tanto, imparable y vegetal–, que sitúa a Byron, por siempre, junto a Poseidón, junto a Egeo, junto a Apolo y su arco, intentando parar lo inevitable. Sólo tu nombre, un tipo de esencia personal, un tipo de compromiso, una flecha absurda, puede parar lo inevitable, esa brisa, esa enredadera irrefrenable. Solo ponerte, de frente, contra el viento.
El cabo de Sunión es un punto de extraordinaria belleza, sobre el que está edificado un templo a Poseidón, que se derrumba desde hace miles de años a la velocidad imparable de los vegetales. La belleza es algo importante, que obliga a que, en ella, pasen cosas importantes. Desde Sunión, así, se arrojó...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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