BIDEN(DOESN'T)CARE
Joe Biden carece de un plan de salud pública
Sus propuestas para la atención sanitaria son una mezcla de ideas fallidas, un reflejo del resto de su campaña, en la que no presenta ninguna propuesta nueva o valiosa ni soluciones para lo que no funciona
Timothy Faust (The Baffler) 2/07/2020
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Se suponía que este texto iba a ser un análisis sobre el plan de Joe Biden para la asistencia sanitaria. Si no fuera porque Joe Biden no tiene un plan de asistencia sanitaria. Esa es la verdad. La página web de su campaña tiene una sección que se llama “ASISTENCIA SANITARIA”, pero ofrece poco contenido o significado. Por el contrario, Biden es sincero en su promesa de que “en esencia nada cambiaría” y presenta una relación de políticas tan inútil que analizarlas es como intentar enseñar a un perro a jugar a las damas.
El plan de asistencia sanitaria de Biden es un reflejo del resto de su campaña en cuanto a que no presenta ninguna idea nueva o valiosa; no soluciona lo que no funciona; no tiene visión; no tiene esperanza; no tiene futuro. En su lugar, Biden presenta un batiburrillo de nostálgicos restos del naufragio: ideas que no han funcionado en el pasado, entremezcladas con infructuosas repeticiones de políticas mercantilistas que han resultado ineficaces, todo ello envuelto en la vaga promesa de volver al “Obamacare, pero esta vez lo mejoraremos”. Sin embargo, las nuevas versiones de ideas fallidas siguen siendo ideas fallidas, y la imitación del Obamacare que ofrece Joe Biden restituye un modelo de asistencia sanitaria que sigue dejando mucho que desear.
Biden pretende atender al 97% a través de un plan híbrido de opción pública –lo que dejaría a casi diez millones de personas sin cobertura médica–
En la financiación de la sanidad estadounidense hay dos cuestiones esenciales: coberturas y costes. En lo que respecta a la cobertura la pregunta es muy clara: ¿Cuántas personas quedan cubiertas por su modelo de seguro médico? Biden pretende atender aproximadamente al 97% de los estadounidenses a través de un plan híbrido de opción pública –lo que dejaría a casi diez millones de personas sin cobertura médica–. Eso es más que la población de la ciudad de Nueva York o Michigan. Y muchos más seguirán teniendo una póliza insuficiente, como ocurre en la actualidad –al menos 56 millones en 2018–, con escasa ayuda por parte de Biden. (Tener una póliza insuficiente significa que el coste que supone usarla es suficientemente prohibitivo como para impedir que una persona solicite asistencia médica cuando lo necesita.) Incluso en la fantasía de promesa electoral más eufórica de la campaña de Biden, este permitirá que la falta de seguro médico y un seguro insuficiente mate a decenas de miles de estadounidenses al año. Y este es, por supuesto, un cálculo optimista –incluso la Oficina Presupuestaria del Congreso calculó en 2013 que una opción pública tendría “consecuencias mínimas” en la tasa total de contratación de seguros médicos–.
Una historia de violencia
En lo que respecta al coste la pregunta es: ¿Cómo pagamos la asistencia sanitaria? Los costes de la asistencia sanitaria dependen de dos factores: la frecuencia con la que se utilizan los servicios sanitarios multiplicada por el coste unitario de cada servicio. En Estados Unidos, utilizamos la asistencia médica con menos frecuencia que nuestros semejantes de otros países; el vertiginoso aumento de nuestros costes médicos vienen determinados por nuestros precios demenciales. (“Son los precios, estúpido”, dijo el santo patrón de la política sanitaria humanista estadounidense Uwe Reinhardt.) Estos precios los fijan las empresas farmacéuticas, los fabricantes de equipos, ávidas corporaciones hospitalarias y las empresas de capital privado que las adquieren con mayor frecuencia.
Si no se fijan los precios en todo el sistema, a mayor número de personas que paguen en el mercado de la asistencia sanitaria –a mayor número de aseguradoras privadas; a mayor número de programas estatales; a mayor difusión–, menor es la capacidad de estas personas de negociar precios y mayores son los costes totales del sistema. Cuanto menor es la base de pacientes de una aseguradora, menor es su capacidad de negociar los precios y mayores sus costes. Para aplicar estos precios, Medicare for All [la propuesta de Bernie Sanders] emplea el monopsonio: un modelo en el que Medicare, el único pagador en una “asistencia médica con un único pagador”, fija el precio que está dispuesto a pagar y que los proveedores sanitarios no pueden negarse a aceptar.
Lo que ofrece el plan de Joe Biden es comparativamente débil, incluso si se equipara con los planes de los antiguos candidatos demócratas de 2020. En lugar de permitir que su opción pública utilice los precios de Medicare, dando a su vez más poder a este para establecer los costes, Biden plantea que tendrá que negociar por separado sus propios precios con hospitales y profesionales sanitarios. Y si su opción pública es pequeña, esos precios serán altos. El plan de Biden deja los costes excesivos de las aseguradoras privadas sin control. En virtud del mismo, nuestro incremento anual de gasto en atención sanitaria de aproximadamente el 4% –más del doble del índice de inflación– no disminuirá.
La opción pública de Biden nace para perder. Sus promesas son vagas a propósito: una sarta de sandeces triviales y llenas de tópicos para que las aseguradoras privadas sigan siendo rentables. Su plan es contraproducente y catastrófico para sus usuarios.
En primer lugar, lo contraproducente. En los debates, Biden presenta su opción pública como la aseguradora de último recurso, un lugar al que ir si tienes cáncer o hepatitis o una afección preexistente que encarece excesivamente el seguro privado. Así se diseña una aseguradora abocada al fracaso. Las aseguradoras necesitan una gran cantidad de personas sanas y sin complicaciones que coticen y compensen los gastos de las pocas personas caras que tienen afecciones graves –se denomina “grupo de riesgo”–. Al crear una opción pública cuya existencia se basa en captar a gente que está demasiado enferma para adquirir un seguro privado, el grupo de riesgo de la opción pública se debilita y sus costes se disparan –mientras las aseguradoras privadas, liberadas de la carga de asegurar a enfermos graves, se embolsan unas ganancias considerables–.
Al crear una opción pública basada en captar a gente demasiado enferma para adquirir un seguro privado, el grupo de riesgo de la opción pública se debilita y sus costes se disparan
Fuera de la opción pública, Biden ofrece una compleja gama de subvenciones para las primas, que se asignan en función de los ingresos, para personas que buscan adquirir un seguro en el mercado, un vestigio de la era del Obamacare. Según este plan, las primas tienen un tope del 8,5% de los ingresos –es decir, una persona que gana 50.000 dólares al año tiene que pagar 4.300 dólares solo para adquirir un seguro–. Esto no tiene en cuenta lo bueno que es el seguro o cuánto hay que pagar por usarlo. Aparte de los esfuerzos básicos para reducir el precio de los medicamentos, Biden apenas ofrece un plan para moderar los costes que la asistencia sanitaria supone para el sistema, y las franquicias continuarán aumentando. En 2020, con la Ley de Asistencia Asequible (Affordable Care Act, ACA por sus siglas en inglés), una persona de cuarenta años con un plan de categoría baja tiene que pagar una franquicia de 6.500 dólares, además de sus primas, antes de que su seguro “entre en vigor”. El plan de Biden apenas hace nada para prevenir estos costes. No evitaría, por ejemplo, que un paciente se arruinara o perdiera su casa (de forma similar, por desgracia, a cómo el propio Biden se planteó vender una de sus casas para hacer frente a los gastos médicos de su hijo Beau).
El enfoque de Biden acerca del precio de las primas revela su incapacidad –o falta de voluntad– para enfrentarse a los costes y precios reales de la asistencia sanitaria. Por mucho que insista, su plan no es reducir costes. Es un plan con el que utilizar dinero público para financiar a las compañías aseguradoras privadas, que a su vez cargan los costes a los pacientes.
Además de la aseguradora de último recurso, Biden ofrece un plan de opción pública “gratuito” para personas que pueden acogerse al Medicaid según las normas de ampliación de la ACA, pero que residen en estados que se han negado a ampliar el programa. Afirma que puede “adscribir automáticamente” a las personas que ganan menos del 138% del nivel federal de pobreza. Esto no es cierto. Cualquier programa que requiera un estudio de los ingresos es incapaz de adscribir automáticamente a las personas que cumplan los requisitos porque primero han de pasar por un complicado proceso de idoneidad para recibir las prestaciones. Esta es la razón por la que los estados tienen que emplear tiempo y dinero en busca de niños que reúnan los requisitos del CHIP (Children's Health Insurance Program o programa de seguro médico para niños) para persuadir a las familias de que se adscriban –un proceso que deja sin adscripción a cientos de miles de niños–.
Es un plan con el que utilizar dinero público para financiar a las compañías aseguradoras privadas, que a su vez cargan los costes a los pacientes
Esto es solo un estudio superficial de la política de asistencia sanitaria de Biden, pero al observarlo en conjunto, hay que preguntarse si Biden verdaderamente sabe cómo funcionan los seguros. Combina primas con franquicias; se niega a cubrir la mayoría de los costes generados por factores sistémicos; pone obstáculos para adscribirse en la opción pública mientras promete una adscripción automática; defiende la “asistencia universal” mientras deja a millones de personas sin seguro: no cumple las características de una política bien ponderada de asistencia sanitaria, sino un intento desesperado de improvisar ideas de la era Obama que en su momento no funcionaron y no funcionarán ahora. No se puede afirmar con la conciencia tranquila que la asistencia sanitaria es un “derecho” y presentar un plan que se olvida de las personas más pobres, más enfermas y más vulnerables.
Que el plan de asistencia sanitaria de Biden no funcionaría es un secreto a voces. Cualquier persona observadora y con un poco de sentido común te diría que no es más que un montón de idioteces, y los que insisten en lo contrario o creen que eres estúpido o les pagan por decirte que funciona. Teniendo en cuenta que la industria del sector sanitario ha apoyado incondicionalmente a Biden para evitar el plan de Medicare for All de Bernie Sanders, o que los seguros de salud ganaron casi 48.000 millones de dólares en valor de mercado y de la noche a la mañana después de la reaparición de Biden en el Supermartes, podría ser por ambas razones.
Los seguros de salud ganaron casi 48.000 millones de dólares en valor de mercado y de la noche a la mañana después de la reaparición de Biden en el Supermartes
Sin embargo, a pesar de la insistencia de las compañías aseguradoras y sus empresas de relaciones públicas, el plan de un único pagador no es impopular. Veinte encuestas consecutivas a pie de urna en estados donde se celebraban primarias revelaron que la mayoría de los votantes está a favor de deshacerse del seguro privado. A la gente le gusta estar asegurada, pero después de más de dos años viajando por el país para hablar de la asistencia sanitaria, no he encontrado a nadie que esté contento con su aseguradora en particular, que rechaza sus reclamaciones, restringe a sus médicos y obstaculiza su asistencia sanitaria.
Lo que ocurre con los costes de la asistencia sanitaria es que son provisionales. Hay gente que se pasa la vida entera oprimida. Algunos años te atropella un coche o te caes de una escalera o tienes un embarazo complicado e incurres en unos enormes gastos médicos. Otro años no. Pero todos nos turnamos para bailar en la fuente de la desgracia. Algunos años enfermas de tal modo que tienes que escoger entre sobrevivir o endeudarte. Algunos años simplemente tienes mala suerte. Algunos años eres uno de los diez millones de personas que no tiene seguro médico. El plan de asistencia sanitaria de Biden nos pide a todos que confiemos en la idea de que seremos afortunados toda la vida –y no nos ofrece ninguna ayuda cuando, inevitablemente, caemos en el hoyo–. No es un plan. Es la fantasía de un jugador.
El lunes 9 de marzo por la noche, Joe Biden ofreció una evasiva explicación de su intención de vetar cualquier propuesta de Medicare for All que llegara a su mesa. Entretanto, casi cien millones de personas están padeciendo debido a seguros médicos con una cobertura insuficiente. Cien millones más tienen miedo. Biden se niega a mirar de frente estos problemas y, en su lugar, propone un desfile de matizaciones a la maraña que es la política de salud pública post-ACA: una muerte lenta causada por miles de sujetapapeles. Ni siquiera tiene la gentileza de decirnos que tendremos algo mejor.
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Este artículo se publicó originalmente en inglés en The Baffler.
Traducción de Paloma Farré.
Se suponía que este texto iba a ser un análisis sobre el plan de Joe Biden para la asistencia sanitaria. Si no fuera porque Joe Biden no tiene un plan de asistencia sanitaria. Esa es la verdad. La página web de su campaña tiene una sección que se llama “ASISTENCIA SANITARIA”, pero ofrece poco contenido o...
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