LA TIERRA DE LOS 10.000 SPOILERS (I)
‘Halt and Catch Fire’. La conquista del (ciber)espacio
Mar Calpena 31/07/2020
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Comenzamos aquí una serie de series. Durante este verano vamos a repasar algunos títulos de ficción televisiva que merece la pena rescatar, descubrir, o, como mínimo, conocer. Abróchense, que vienen spoilers.
¿Es la tele la proverbial “ventana al mundo”? Lo mismo se ha dicho también de nuestros ordenadores personales. Como un juego de muñecas rusas, Halt and Catch fire, la primera de las series que os propondremos para que, a falta de calle, el verano se haga menos claustrofóbico, trata sobre el nacimiento del sector de la informática personal. Corregimos: trata sobre eso en la superficie, pero esto no es un documental tieso sobre ingeniería, o un retrato económico al uso sobre compras y adquisiciones. Porque sí, en Halt and Catch Fire –obra de Christoper Cantwell y Christopher C. Rogers– sí que hay dinero, y chips que no encajan, pero sobre todo hay una colección de personas intentando procesar sus propias vidas sin que ningún software, ninguna aplicación, ni ninguna empresa les rescate del dolor de ser adulto.
En Halt and Catch fire se aborda el machismo, pero no por la perspectiva más transitada del acoso sexual, sino por la del techo de cristal
Para ser una serie que duró cuatro temporadas de diez capítulos –emitidos de 2014 a 2017 en AMC, y ahora recuperables en Filmin–, Halt and Catch Fire cuenta más cosas en cada emisión que muchas otras series en una sola temporada. De la primera a la última veremos como los ordenadores pasan de ser herramientas de laboratorio hasta convertirse en un bien de consumo más, apenas el soporte físico del verdadero producto de la era digital, que es la atención. Asistimos a los cruces entre varias vidas: la de Gordon Clark, ingeniero informático, nerd y, a ratos, exponente de esa masculinidad tóxica tan poco aparente del nice guy; la de su esposa Donna, ingeniera con olfato para las finanzas bajo el disfraz de ama de casa; la de Joe McMillan, un odioso, desnortado y finalmente vulnerable emprendedor; y la de Cameron Howe, programadora con alma de artista, un personaje que irá ganando definición a medida que pasen los capítulos. Porque aunque Halt and Catch fire es una serie de “tema” (desde la pegadiza música de los títulos de crédito, juego de arcade en estado puro, hasta su propio título, un comando en código máquina. Como recreación histórica es tan fiel como lo puede ser Mad Men), es, sobre todo, una serie de personajes, y más aún, de relaciones entre estos personajes. De lo difícil que es que la amistad o el amor sobrevivan cuando se comparte despacho. De lo que significa tener como único talento reconocer el talento ajeno; o de no saber convertir ese talento en dinero si no es con pactos fáusticos. De tener que estar reinventándose cada cinco años. De cómo el capitalismo creativo todo lo copia y fagocita. O de que trabajar en lo que te gusta puede ser una de las trampas más aviesas desde que un caballo envuelto para regalo amaneció ante las murallas de Troya.
En Halt and Catch fire se aborda el machismo, pero no por la perspectiva más transitada del acoso sexual, sino por la del techo de cristal. La complicada amistad entre Donna y Cameron es uno de los mejores tratamientos de la amistad femenina que se han visto en la pequeña pantalla, alejadísimo del consumismo sentimental de Sexo en Nueva York o del componente melodramático de Big little lies. Las mujeres de Halt and Catch and fire se comportan mal la una con la otra, pero también se salvan la vida, tienen agendas propias y son cabezonas (esta es una serie de gente tenaz, pero también de espantás monumentales). Aunque bien mirado, también podría decirse lo mismo de los hombres que aparecen en la serie. Gente que parece ganadora, pero que permanentemente se está despidiendo de todo. Porque como dice Donna en un discurso que, aunque teóricamente pronunciado en los noventa, resuena hasta en la actualidad, siempre habrá alguien “con una versión mejor a la vuelta de la esquina”.
Esta transitoriedad, este memento mori constante del capitalismo postindustrial, tiene su reflejo en otro aspecto de Halt and Catch Fire. La enfermedad y la muerte juegan un papel no menor en las tramas. No son meras herramientas argumentales, sino algo muy tangible que modifica y planea sobre los comportamientos humanos y las decisiones de los personajes. Quizás por eso una de las empresas que Donna y Cameron fantasean con crear se tiene que llamar Phoenix (fénix). Está también el destino –que no revelaremos– del personaje de Joe. Y el mundo que se nos retrata, en un periodo muy concreto, el de la aparición de la informática doméstica, en Silicon Valley y su hermano menor, la Silicon Prairie, de Texas, hasta 1994, apenas una década después, cuando se comenzaban a ver módems en España.
Otro aspecto muy estimable de esta serie es que, sin tratar al espectador de tonto o regodearse más de lo necesario en la nostalgia, explica muy bien cómo las tecnologías de la información cambiaron nuestra manera de aprehender el mundo. En este sentido, capítulo a capítulo, vamos viendo cómo nacen los ordenadores portátiles, los antivirus, la industria de los videojuegos, las BBS, las comunidades virtuales... y cómo a cada tanto la destrucción creativa que decía Schumpeter hace que todo dure sólo la espera de ser destruido en pos de una alternativa mejor, o, como mínimo, más lucrativa. Los viejos del lugar recordamos aún la excitación de las primeras aventuras conversacionales, de los canales de IRC o de la sensación de empoderamiento ante los primeros buscadores con páginas indexadas a mano. Del ruido inconfundible del módem, como un cohete entrando en ignición.
Todo era posible en aquella internet, no existía aún un futuro predeterminado por algoritmos que supieran modular nuestras opciones políticas y de consumo
Todo parecía posible en aquella primera internet, y no existía aún un futuro predeterminado de influencers de Instagram y algoritmos que supieran cómo modular nuestras opciones políticas, de consumo, e incluso afectivas y sexuales. Probablemente ese futuro nunca estuvo en las cartas, pero en Halt and Catch Fire vemos cómo lo que parecen ser pequeñas decisiones –hacer que un ordenador hable, construir otro a partir de piezas genéricas– alteran no sólo una industria sino toda la sociedad. En este sentido, la serie contagia esta sensación de sorpresa y júbilo ante los avances de la tecnología, que aún hoy se perciben como una suerte de nuevo espacio que conquistar. Lo que en Halt and Catch Fire vemos son los primeros pasos en la conquista de ese Oeste salvaje, un mundo en el que Steve Jobs o Bill Gates simplemente tuvieron algo más de suerte –o no– que nuestros protagonistas. Porque cuando la serie termina aún no existe Facebook, y ni siquiera se ha producido el primer crack de las puntocom, hacia el 2000. Pero en la tierra ignota de la sociedad de la información los intereses privados habrán clavado ya sólidas picas, en las que los protagonistas, bien por afinidad, bien por contraste, habrán definido sus posturas. Quien los siga durante los cuarenta capítulos de la serie compartirá con ellos sus amarguras, sus carencias y sus sueños y ambiciones cuajados de verdad. Las pantallas, de televisión o de ordenador, pueden ser una ventana que nos ofrezca una visión distorsionada de la realidad. En Halt and Catch fire son ese espejo descarnado ante el que elegimos sentarnos a diario.
Comenzamos aquí una serie de series. Durante este verano vamos a repasar algunos títulos de ficción televisiva que merece la pena rescatar, descubrir, o, como mínimo, conocer. Abróchense, que vienen spoilers.
¿Es la tele la proverbial “ventana al mundo”? Lo mismo se ha dicho también de nuestros...
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Mar Calpena
Mar Calpena (Barcelona, 1973) es periodista, pero ha sido también traductora, escritora fantasma, editora de tebeos, quiromasajista y profesora de coctelería, lo cual se explica por la dispersión de sus intereses y por la precariedad del mercado laboral. CTXT.es y CTXT.cat son su campamento base, aunque es posible encontrarla en radios, teles y prensa hablando de gastronomía y/o política, aunque raramente al mismo tiempo.
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