‘Gente Normal’ y la democratización audiovisual
La adaptación a serie de la novela de Sally Rooney lleva a plantearse hasta qué punto determinamos la calidad de una obra condicionados por su formato
Manuel Gare 18/07/2020
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Dos cuestiones a evitar. Una, ¿qué es buena literatura? Y dos, ¿quién decide qué es buena literatura? Se eluden porque, para este caso, asumimos que Gente Normal (Literatura Random House), de Sally Rooney, es buena literatura a cuenta de sus nominaciones a premios de prestigio –Man Booker, Women's Prize for Fiction, etc.–, así como galardones –libro del año en los British Book Awards–, y en consecuencia damos por hecho que es la crítica quien decide qué es bueno y qué no. Superado este cruento debate, pasamos a hablar de la reciente adaptación a serie de Gente Normal, estrenada por la BBC en Reino Unido, Hulu en Estados Unidos y, en algún momento del verano, por Starzplay en España.
En Gente Normal, Connell Waldron (Paul Mescal) y Marianne Sheridan (Daisy Edgar-Jones), dos adolescentes irlandeses a punto de empezar la carrera, se debaten constantemente entre la vida y la muerte. La vida del amor, el alcohol, la amistad, el sexo, el futuro al que aspirar. La muerte de los abusos, la familia, el egoísmo, la depresión, el trabajo. Marianne, de familia pudiente, es repudiada en el instituto, pero Connell, cuya madre trabaja como limpiadora en la casa de Marianne, se siente atraído por ella. Los amigos de Connell son pueblerinos: cualquiera puede ver que no les aguarda un futuro brillante; pero él es de otra forma. Él es diferente. Por eso se acuesta con Marianne y acaba –acaban– en el Trinity College de Dublín estudiando literatura inglesa.
La disyuntiva que presenta Gente Normal no tiene que ver con las taras de sus protagonistas, sino –precisamente– con su representación audiovisual
La historia de Gente Normal bien podría ser una revisión de la historia de Sally Rooney. Nació en Castlebar, County Mayo, a una hora en coche de County Sligo, donde Connell y Marianne van al instituto. También estudió literatura en Trinity. Y, en algún punto de su vida, desarrolló una sensibilidad marxista que impregna su obra: la lucha de clases es uno de los pilares de Gente Normal. Aunque ambos protagonistas son excelentes estudiantes, Marianne tiene vía libre para aspirar a cualquier cosa. Connell, sin embargo, está continuamente lastrado por la escasez de dinero. Rooney se regodea en la representación: los personajes más cretinos de la novela/serie son ricos incapaces de amar o que desprecian el arte.
Leyendo la novela cualquiera se imagina, probablemente, unos protagonistas más feos pero, más allá de eso, la recreación de Gente Normal cumple sobradamente. Es delicada e íntima, reproduce el sexo con naturalidad y los diálogos e interacciones están bien construidos. Si alguien puede verse representado o no en la maraña de relaciones tóxicas, falta de comunicación básica, BDSM y ebullición emocional constante, es otra historia. Rooney, como otros tantos autores, convierte el amor en exceso y destrucción. A uno se le queda cara de bobo cuando, después de tantas penurias, la pareja continúa separándose irremediablemente. Visto en la pantalla es inevitable que el telespectador acabe profiriendo un “haz el favor de completar una puta frase, Connell”, presa de la irritación.
Pero la disyuntiva que presenta Gente Normal no tiene que ver con las taras de sus protagonistas, con las que es más fácil identificarse que con su extenuación, sino –precisamente– con su representación audiovisual. Paul Mescal, el actor que da vida a Connell, decía recientemente en una entrevista que no se sentía cómodo con la descripción que mayoritariamente se estaba haciendo de Gente Normal como una “historia de amor para millennials”, de la que decía que es “simplista” porque Connell y Marianne “son mucho más interesantes que un título como ese”. Según Mescal, “hay algo extraordinario” en su relación, entre otras cosas, porque rompe con la dinámica millennial: “la mayoría de gente a la que conozco está conociéndose a través de apps”. Unos días más tarde, leíamos que los productores de Gente Normal habían pedido a PornHub –glups– que eliminase varias escenas de sexo que aparecen la serie y que alguien había pirateado y subido a la plataforma.
Llegados a este punto, lanzo la pregunta: ¿qué diferencia a Gente Normal del cine de Richard Curtis, de la saga Crepúsculo, de la literatura pornográfica de E.L. James o de las novelas adolescentes de John Green?
En el terreno literario todo parece más claro: tenemos mecanismos. Existen entes culturales que nos aseguran que Cincuenta sombras de Grey o que Bajo la misma estrella son libros de escasa calidad, a pesar de ser best sellers y fenómenos literarios. Pero, ¿qué ocurre en el terreno audiovisual? ¿Hay alguien dispuesto a decir que la serie de Gente Normal es una obra maestra? Si colocamos la serie que adapta la obra de Rooney junto a las versiones cinematográficas de estos productos culturales de masas, ¿será capaz el espectador de diferenciarlas de manera cualitativa, de separar mentalmente sus contextos? ¿A alguien le importará que, en el libro, Connell y Marianne discutan sobre El Manifiesto Comunista?
No tengo respuestas categóricas para estas preguntas. No sé si Gente Normal es una novela que desengrana con éxito el sentir adolescente a través de personajes extremadamente complejos o si, por el contrario, es una novela adolescente revestida con esas dosis de intelectualidad que reclama la crítica. En cualquier caso, los matices que hacen a la obra de Rooney más o menos única tienden a desaparecer en el audiovisual. Puestos a hablar de amores imposibles o a retozarnos en el sexo, la biblioteca de series y películas es inmensa. Aunque es cierto que las producciones de corte millennial no han empezado a llegar hasta relativamente poco –Euphoria, Sex Education, Dear White People, Riverdale, The End of the F***ing World–, la última década ha estado plagada de grandes series que dificultan que Gente Normal sobresalga. Tampoco juega a su favor el hecho de ser una adaptación bastante fidedigna de la novela, al no dejar la puerta abierta a una relectura de su trasfondo.
Más allá de la discusión sobre si Gente Normal es o no tan buena –¿a quién le importa?–, a lo que su adaptación nos empuja es a plantearnos si el formato es relevante y, sobre todo, si el formato nos condiciona. Si la adaptación audiovisual hace una novela más accesible a audiencias poco propensas a la enésima comparación con Salinger, quizá deberíamos abrazarnos a esa democratización y, en fin, reconocer que las historias de vampiros no están tan mal.
Dos cuestiones a evitar. Una, ¿qué es buena literatura? Y dos, ¿quién decide qué es buena literatura? Se eluden porque, para este caso, asumimos que Gente Normal (Literatura Random House), de Sally Rooney, es buena literatura a cuenta de sus nominaciones a premios de prestigio –Man...
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Manuel Gare
Escribano veinteañero.
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