LA TIERRA DE LOS 10.000 SPOILERS (II)
Breeders. Pequeña gran serie
Una comedia negra, negrísima, sobre las frustraciones de ser padre o madre
Mar Calpena 8/08/2020
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¡Qué difícil se ha vuelto, hoy en día, encontrar una serie sin pretensiones! Hasta el más banal de los productos de las plataformas parece bañado en el espíritu del Cahiers du cinéma, y no es nada sencillo hallar historias que no desprendan ese aroma tan didáctico y tan impostado que nace de querer ser arte a costa de ser entretenimiento. Así que vaya por delante el spoiler más grande del día: Breeders no es una serie perfecta. La vida tampoco lo es. Pero como la vida misma, sí es tremendamente entretenida, a ratos frustrante, y no pocas veces divertida y/o amarga.
¿Por qué, entonces, si no es perfecta, recomendarla? Pues porque es una comedia negra, negrísima, sobre las frustraciones de ser padre o madre. Porque hará reír lágrimas de empatía a los espectadores que tengan descendencia, y provocará, sin duda, emociones que van desde el schadenfreude a la envidia en los que no.
Martin Freeman tenía pesadillas en las que gritaba a sus hijos, pensaba que no llevaba la paternidad como creía que debía. Y de esa idea nació Breeders
Breeders (Bendita paciencia, en español, en HBO) es un proyecto de Martin Freeman, un actor al que a menudo hemos visto interpretando papeles de payaso augusto o “straight man” de otros comediantes. Fue el Watson en el Sherlock de Cumberbatch, y el oficinista “normal” frente de ese corolario de la imbecilidad laboral que era Ricky Gervais en The office (guarden la comparación con Gervais en mente, que volveremos a ella). El caso es que Freeman, que tanto ha interpretado a tipos corrientes y pacíficos –también fue el Bilbo Bolsón de Peter Jackson– en el fondo se daba miedo a sí mismo. Al parecer, no llevaba la paternidad como creía que debía, y tenía pesadillas en las que gritaba a sus hijos. De esto nació la idea de Breeders, que desarrollaría junto a Chris Addison y Simon Blackwell, veteranos de otra negrísima comedia en clave política, The thick of it.
En Breeders Freeman encarna a Paul, un trabajador del tercer sector ni muy joven ni muy viejo, ni muy malo, ni muy bueno, ni muy exitoso ni todo lo contrario. Un tipo, una vez más, corriente. Está casado con Ally –segundas nupcias para ella– (Daisy Haggard), una brillante montadora de vídeo, y tiene la parejita de rigor (la pequeña Ada y el mayor, Luke, encarnado por un robaescenas de diez años llamado George Wakeman). Su vida es la de una familia de clase media -en el sentido británico de la clase media, es decir, con algo más de pasta que tú y que yo–, en la que la crianza se lo come todo. Llegados a este punto toca hacer aquello que las revistas americanas llaman un “disclaimer”: servidora no tiene hijos, por lo que si a algo estaba dispuesta al ver esta serie era a, ejem, juzgar a sus protagonistas. Para frenar mi posible sesgo niñofóbico acudí a la opinión de mi amiga V., quien estaba encerrada en aquel momento con sus dos hijas, un marido y una suegra pasando lo más duro del confinamiento. “Me encantaría verla”, dijo V. “Pero no me da la vida, la tenemos que poder ver todos juntos, no tengo ni cinco minutos al día para estar sola, y estoy a punto de matar a alguien”. Nada más revelador que aquella reacción para entender a los personajes de Breeders. Porque como dice Paul en un determinado momento: “Te dejarías matar por tus hijos, aunque a veces querrías matarlos tú a ellos”.
Breeders puede parecer una historia sobre cómo criar a los hijos, pero esconde reflexiones sobre el duelo, la mediana edad, el amor consolidado y el dinero
Contado así, me doy cuenta de que Breeders puede sonar deprimente. Porque, al fin y al cabo, a Paul le cuesta no gritarle a sus hijos –sin llegar a ser un padre disfuncional, claramente la paciencia no es su mejor virtud– y está claramente sobrepasado. Pero la serie te lo cuenta de un modo que hace que te rías con estos padres a ratos sobrepasados –gloriosa la escena en que intentan en vano que el maestro de su hijo les diga que es un niño por encima de la media–, a ratos algo mezquinos –como cuando quieren conseguir a toda costa una plaza en un colegio mejor para sus hijos. Pero quedarse con Paul y Ally permite también quererlos por sus fallos y sus palabrotas; convivir unos días con sus propios padres, cada cual con su gama de neurosis particulares, o con algunos secundarios como ese socio de Ally preocupado por sus problemas de fertilidad y con un crush por ella del que ni él mismo es consciente. Los pequeños grandes dramas, como un niño que simplemente se niega a dormirse o una mascota que se va al otro barrio, se combinan con otros mayores y más realistas. Breeders puede parecer una historia sobre cómo criar a los hijos, pero en sus esquinas esconde también algunas reflexiones sobre el duelo, la mediana edad, el amor teóricamente consolidado y el dinero. Y eso sólo logra contarlo, paradójicamente, porque no son sus temas principales, ni la serie pretende aleccionarnos, a diferencia de, por ejemplo, lo que hace Ricky Gervais en la sobrevalorada The afterlife, ni tampoco recurre al manierismo de la por otra parte maravillosa Fleabag, por citar otras dos comedias británicas con cierto parecido espiritual y geográfico. Quizás también porque mientras que los personajes de Gervais o de Phoebe Waller-Bridge se saben a sí mismos seres traumados, lo que en inglés se conocería como damaged goods, en Breeders la pareja protagonista es tan normal, tan absolutamente corriente, que casi da más miedo verse reflejados en sus cuitas. La vergüenza ajena de una obra de teatro infantil, un berrinche ignorado en un restaurante, o un crío con una colección inacabable de ansiedades infantiles no son algo a priori terriblemente pintoresco. Pueden ser algo que les pase a tus vecinos, o, glups, incluso a ti mismo. Paul y Ally quieren a sus hijos, aunque a ratos éstos sean más pesados que una vaca en brazos, y también se quieren entre ellos (más o menos), y en realidad sólo buscan ser felices, como tú y como yo. Que la paternidad se les dé regulinchi aterra porque la tele nos tiene más acostumbrados a padres mucho peores o mucho mejores, que se parecen menos a los que podríamos ser nosotros. No hay que leer a Breeders como una serie social –desde luego, el mundo de estos británicos no es el de Ken Loach, y los problemas de Paul los han llevado en silencio millones de mujeres antes– ni tampoco como un drama familiar, aunque tenga algún que otro momento en que pueda encogerte inesperadamente el alma. Breeders es tan solo una comedia; una buena comedia. Y eso es lo que la hace tan especial.
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Autora >
Mar Calpena
Mar Calpena (Barcelona, 1973) es periodista, pero ha sido también traductora, escritora fantasma, editora de tebeos, quiromasajista y profesora de coctelería, lo cual se explica por la dispersión de sus intereses y por la precariedad del mercado laboral. CTXT.es y CTXT.cat son su campamento base, aunque es posible encontrarla en radios, teles y prensa hablando de gastronomía y/o política, aunque raramente al mismo tiempo.
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