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Aguantó una guerra y, luego, otra. Y, luego, años de intrigas y escritos y planes y grupos armados. La idea era volver a España y liberarla. En los años 60, no pudo más. Por lo que me dicen, la gota que colmó el vaso fue Gagarin. Saber que el comunismo había puesto un hombre en órbita, y que ese hombre, aunque no lo vieras, estaba dando vueltas en el espacio, sonriendo, le hizo sentir definitivamente derrotado. De esa derrota le nacieron nuevas arrugas en el cerebro. Abandonó la militancia libertaria y se convirtió al marxismo. El cambio no supuso mucho. Cambiar de café en la misma plaza de Toulouse, dejar de saludar a unos y empezar a saludar a otros. Parecía poco, pero todo eso era ya un viaje espacial. Otra velocidad. Hasta el desastre de los 70, sellado en los 80, las intrigas, los escritos, los planes, los grupos armados, la nada pasó a ser un viaje en órbita, que nadie veía. Era un buen hombre. El raro, el traidor. Yo le vi en un par de ocasiones, siendo niño. En las dos ocasiones me fue presentado a través de su aventura más extraña. O, tal vez, la única apta para niños. En los años 40 fue detenido por la Gestapo. Abandonado en un despacho, el interrogador le dejó solo para ir a buscar algo que había olvidado. Sin pensarlo, nada más cerrar la puerta, él se levantó, robó la gabardina y el sombrero del interrogador y, con todo ello puesto, abandonó el edificio.
Esa aventura, como toda su biografía, es incomprensible. Es incomprensible esa época, esos hombres y mujeres, siempre a punto de ser asesinados, y siempre con una pistola bajo la almohada. No tienen traducción en la actualidad, porque la actualidad carece de traducción, y porque aquellos años que vivieron son inimaginables. Es inimaginable el fascismo. Quien lo imagina, delira, no acierta. Y eso es bueno. Hemos conseguido no imaginarlo. Y es inimaginable entender a las personas que se enfrentaron a él con su cuerpo. Sabían que su cuerpo podía acabar destrozado e irreconocible. Algo que nosotros ya no sabemos. La historia, la única que conozco de aquel hombre es, por tanto, un absurdo, una frivolidad sin su contexto imposible. Pero sin su contexto imposible sigue siendo impresionante. Un legado. Se reduce a esto: huye. Estarás en una habitación, porque todo pasa en una habitación, y querrán interrogarte y culparte. No merece la pena quedarte. Coge a tu hijo o a tu hija y vete. Vete. Da igual si es de día o de noche. No esperes los insultos y los gritos. No has hecho nada. Huye. Lo más lejos. Al espacio.
Aguantó una guerra y, luego, otra. Y, luego, años de intrigas y escritos y planes y grupos armados. La idea era volver a España y liberarla. En los años 60, no pudo más. Por lo que me dicen, la gota que colmó el vaso fue Gagarin. Saber que el comunismo había puesto un hombre en órbita, y que ese hombre,...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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