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“Dadme una sola razón válida, pues si es inválida no es razón, para defender la idea de la necesidad de la institución monárquica, y os la creeré. Pero me temo que no haya ninguna razón, lo que se dice una razón. Porque el principio en que se basa la monarquía, que estos días se ha puesto de relieve, no existe. Es un consenso, más o menos compartido, una convención, una costumbre, una tradición, hasta si queréis, para ciertos grupos sociales, una coartada. Pero nada basado en la racionalidad política de la Historia. Eso del origen divino de los reyes, que durante siglos se ha venido sustentando, es un camelo, como una catedral, que no se lo creen ni ellos. En los viejos tiempos, muy viejos, tuvo una justificación práctica, impuesta por las circunstancias del momento. Pero las circunstancias que les dieron vida, hace muchos siglos que han desaparecido. Hoy, el tinglado monárquico se basa en el subconsciente colectivo, en esa zona de la mente, por debajo de la conciencia, abismal y operativa, donde nacen las grandes ideas y los graves errores. Donde está la simiente del arte y de las conductas criminales. Freud la descubrió y nadie, seriamente, ha podido negarla. Es la responsable de la parte irracional de la conducta humana, en la que se sustentan los argumentos de la publicidad, para vendernos un coche con la colaboración de una chica guapa, o para prometernos una limpia piel facial con la crema que se pone una atractiva muchacha, maquillada hasta el alma. La monarquía es una especie de publicidad institucional, de uso colectivo. ¿Para qué sirve? Entre otras cosas, como alimentar nostalgias y sosegar inquietudes, para inmovilizar la historia y mantener el culto a la irracionalidad, que es la mala herencia de nuestros orígenes, nuestra deuda del hombre primitivo, que se perpetúa desde la Edad de Piedra como una rémora del progreso humano, como un peso muerto, que impide el avance de la humanidad hacia el pleno dominio de sus recursos racionales, un obstáculo inerte para el desarrollo de todas las potencialidades implícitas en los valores del hombre. Porque no está del todo claro que el hombre sea un ser racional; a diario y desde hace siglos ha dado pruebas de su irracionalidad. La monarquía es una de ellas. La defensa cerrada de la institución que estos días, con motivo de las lamentables anécdotas reales, que todos conocemos, han hecho los partidos políticos de la derecha, negando irracionalmente todas las evidencias, gastando pólvora mojada para preservar lo indefendible, argumentando en falso, añade más irracionalidad a sus héroes, de pies de barro. Como dijo alguien, que siento no acordarme, porque los años no perdonan, que, en el futuro no habrá más que cinco reyes en el mundo, los cuatro de la baraja de naipes y el rey de Inglaterra.
“Dadme una sola razón válida, pues si es inválida no es razón, para defender la idea de la necesidad de la institución monárquica, y os la creeré. Pero me temo que no haya ninguna razón, lo que se dice una razón. Porque el principio en que se basa la monarquía, que estos días se ha puesto de relieve, no...
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Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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