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La letanía en tiempos de pandemia reza así: “Hay que ser responsables”. La responsabilidad individual se ha convertido en el nuevo mantra que nos protegerá del coronavirus y evitará el aumento de los contagios. Frente a la responsabilidad social, nos imponen la pesada carga de sabernos cada uno de nosotras y nosotros los únicos responsables de acabar con esta maldición bíblica. El frágil cemento que nos mantiene unidos como sociedad ha sido sustituido por la distancia entre cada uno de los individuos aislados en sus miedos y, sobre todo, en la desinformación y la perplejidad dominantes.
Los ciudadanos y las ciudadanas somos responsables, estamos siendo responsables, nos estamos comportando de manera cívica, no hay más que salir a la calle, además de que hemos aguantado estoicamente el confinamiento más duro de Europa. La pregunta, una de las preguntas que nos puede arrojar luz acerca de lo que está sucediendo sería: ¿dónde está la responsabilidad de las instituciones políticas y mediáticas? No están a la altura de sus representados y de sus audiencias, necesitamos mensajes sencillos pero elaborados, reales, y no tributarios de un sentido común dominante en el que todo depende de nuestra exclusiva responsabilidad individual. La pereza intelectual de quien nos gobierna es preocupante. Las declaraciones del vicepresidente de la Comunidad de Madrid, por ejemplo, no dejan lugar a dudas acerca de la pobreza de tal estilo de pensamiento: “Vais a poder elegir entre ser virus o vacuna. Podemos decidir con nuestros comportamientos a extender y propagar el virus”. Tan burdas declaraciones, sin embargo, esconde un sentido común que sustenta una forma de entender la complejidad de lo real.
La crisis provocada por la covid-19 es una nueva expresión de un modelo de convivencia en el que la sociedad no existe, sólo individuos a los que culpabilizar
La responsabilidad sin sociedad, sin los grupos de referencia y de pertenencia en los que nos movemos –y que dotan de sentido todo lo que hacemos,– es sólo vacío, una pesada carga de abstracción que termina por no tener ningún efecto para la contención vírica, pues finalmente no significa nada: todos responsables sin que nadie se responsabilice, aunque claro está, la responsabilidad tiene grados. Solo se puede enfrentar la pandemia si estamos unidos en un propósito común, que por supuesto no es la responsabilidad individual sino la responsabilidad social, que es algo muy diferente. Sólo unidos podemos hacer frente a la extensión de los contagios. Lo único que nos vincula es la distancia agotadora que en apariencia nos iguala, pues todas y todos, nos dicen, independientemente de nuestra procedencia y origen social, podemos contribuir a parar los contagios. El virus ha operado la ficción de hacernos iguales, a ricos y a pobres, a poderosos y a humildes. Pero la realidad es tozuda, y los distritos del sur de Madrid han sido los primeros en ser confinados. O el poder político, en este caso la Comunidad de Madrid, ha abandonado la pretensión individualista en favor del tratamiento social, de clase, de ingresos, de modos de convivencia barrial en el tratamiento de la pandemia, o es una estrategia política-ideológica encaminada en el futuro a proyectar de manera renovada la culpa sobre los individuos díscolos, disconformes, peligrosos, sólo por el hecho de pertenecer a entramados sociales complejos, es decir, por su condición de trabajadores, desempleados, estudiantes, jubilados, inmigrantes, consumidores, etc. Si fuera así, habría un salto cualitativo pero determinante en el tratamiento de la pandemia: de individuos iguales, estadísticamente normales y responsables, pasaríamos a la consideración de individuos anormales y tarados, contaminados por sus adscripciones sociales. Al final más de lo mismo. A partir de ahora habrá que estar atentos a quiénes se confina.
A pesar de las grandes diferencias, a pesar de las grandes distancias sociales que nos separan, la actual crisis provocada por la covid-19 no es sino una nueva expresión de un modelo social de convivencia en el que la sociedad no existe, sólo individuos a los que culpabilizar desde las instancias públicas, mediáticas y médicas. De uno en uno. Y una de las consecuencias del menoscabo de las relaciones sociales como fundamento del mundo social es la exculpación de los propios poderes con sus propias lógicas, para que no se les pueda responsabilizar de ninguno de los errores de la mala gestión que cada uno de los estamentos con capacidad real de decisión han cometido, como tampoco poner en duda el proceder de las instituciones médicas-científicas, que con sus discursos médicos-biológicos no hacen más que compartimentar e individualizar un fenómeno que ha dejado de ser exclusivamente médico-sanitario. Vivimos en grupos, el virus entra en el organismo en función de un entramado contextual-social, y se propaga en función de cada uno de los sistemas de representaciones sociales propios de cada uno de estos grupos. El virus penetra en sociedad, y su contagio es social, se difumina en aquellas estructuras ideológicas y materiales que conforman nuestra visión del mundo, y sin cuya comprensión por parte de los poderes políticos, mediáticos y en menor medida científicos, cualquier medida sanitaria, con ser de suma importancia, está condenada al fracaso.
Sólo podemos ser responsables en grupo, en cada uno de los roles sociales que representamos como miembros de la sociedad: como padres, como hermanos, como trabajadores, como desempleados, como jóvenes, como estudiantes, es decir, como tantos grupos puedan existir y a los cuales estamos adscritos. Los estilos de vida, las estructuras mentales, las formas de pensar y sentir asociadas a cada uno los grupos a los que pertenecemos, los espacios que habitamos y los tiempos que modelamos y en los que depositamos nuestras expectativas, descansan en un sistema de valores que hacen posible que dicha responsabilidad pueda ser compartida, evaluada y contrastada con los demás, es decir, pueda ser asumida de manera colectiva. La responsabilidad individual a la que constantemente nos interpela el discurso político y mediático obvia nuestra condición social, nuestra condición de ciudadanas y ciudadanos libres pero sujetos al peso de lo social, a las determinaciones sociales pero que sin embargo es la condición de posibilidad para que seamos libres, autónomos y, ahora sí, verdaderamente responsables. Frente a la responsabilidad que descansa exclusivamente en cada uno de los individuos, y que puede ser interpretada de tantas maneras como subjetividades puedan existir, hay que oponer la responsabilidad social, real, concreta, objetiva. En ella se dirimen puntos de vista diferentes, contradictorios, pero que finalmente pueden ser asumibles, compartidos, en un proceso de dialogo intrafamiliar, entre amigos, entre compañeros de trabajo, entre consumidores de noticias, en fin, más allá de la soledad que significa ser responsables sin más, por decreto oficial de una ideología que proyecta su sombra en cada una de las decisiones para hacer frente a la pandemia.
Digámoslo claro, la cuestión social y el imaginario correspondiente a cada una de las clases sociales, con sus códigos de representación e interpretación de la realidad, son determinantes para hacer frente a la catástrofe biológica, sanitaria y social, donde las gentes elaboran estrategias de resistencia a los mensajes y representaciones oficiales acerca de la emergencia social en la que nos encontramos. Cuanto más nos hablan de responsabilidad individual más escépticos nos volvemos, al ver el trasiego desmesurado de pasajeros en el transporte público en horas punta, la falta de personal médico en los ambulatorios, la falta de rastreadores, las diatribas que se lanzan nuestros representantes políticos, opinadores de la pandemia, sobre todo televisivos, que por supuesto no saben más que el resto de los ciudadanos. Y, por paradójico que parezca, la realidad toma su revancha, la astucia de la razón que diría Hegel, pues en la propia dinámica social, conflictiva y contradictoria, la responsabilidad cívica se convierte en algo real, es decir, en desobediencia ciudadana, como estamos viendo cada vez con más frecuencia.
Se hace necesaria y de manera urgente una correcta política de comunicación de gobiernos regionales, municipales, gobierno central y medios de comunicación, para que esa desobediencia ciudadana sea fuente de acuerdos comunes para hacer frente a tan desolador panorama. Hay que saber lo que motiva a los individuos, entendidos como personalidades sociales, a llegar a ser responsables, quiénes son, cómo piensan, cómo actúan. Ante fenómenos complejos nos recetan el bálsamo de Fierabrás: la responsabilidad individual desconectada de su condición de posibilidad, es decir, la sociedad, abandonada a su propia suerte, individuos sin lazos sociales, individuos unidos exclusivamente por ¿su responsabilidad individual?
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Juan José Ruiz Blázquez es doctor en Sociología.
La letanía en tiempos de pandemia reza así: “Hay que ser responsables”. La responsabilidad individual se ha convertido en el nuevo mantra que nos protegerá del coronavirus y evitará el aumento de los contagios. Frente a la responsabilidad social, nos imponen la pesada carga de sabernos cada uno de nosotras y...
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Juan José Ruiz Blázquez
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