FAKE NEWS
Bolsonaro miente ante la ONU y los diarios no aprenden
El presidente brasileño acusó falsamente a los pueblos indígenas de los incendios provocados por grandes terratenientes y mintió sobre la covid-19 en la Asamblea General de Naciones Unidas La prensa habla de “declaraciones polémicas”
Bruno Bimbi 30/09/2020
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En su discurso ante la asamblea general –este año, virtual– de la Organización de las Naciones Unidas, el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, hizo lo que mejor sabe hacer: mentir. Mintió en cada frase de su discurso, palabra por palabra, como si fuera su habitual stand up en la puerta del Palacio de la Alvorada, pero esta vez ante el mundo.
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Bolsonaro mintió porque no estaba hablando para los demás presidentes, primeros ministros, y cancilleres, ni para la comunidad internacional, ni para la prensa, sino, como de costumbre, para sus seguidores y votantes. La propaganda fascista, en Brasil, se realiza a través de una red muy bien organizada que articula los bulos que llegan de a millones por Whatsapp, los sitios que simulan ser portales de noticias y distribuyen fake news, miles de cuentas falsas y robots en las redes sociales, youtubers e influencers digitales ligados al gobierno, pastores evangélicos que repiten las mentiras en sus cultos, diputados y senadores que las incorporan a sus discursos en el Congreso, medios de comunicación de extrema derecha –aunque no son los únicos, como veremos– y, como no podía ser de otra forma, la palabra del presidente, que le pone su firma a todo eso cuando habla.
Bolsonaro mintió sobre las acciones de su gobierno frente a la pandemia, trató de echarles la culpa al Supremo y a los gobernadores por las más de 140.000 muertes
Por eso, no importa que esté haciendo una live en Facebook o dirigiéndose a la asamblea general de la ONU: su retórica es la misma. Bolsonaro necesita mentir en cada aparición pública porque la mentira es su forma de mantenerse en el poder y, como buen alumno de Goebbels, aprendió que funciona.
Como si fuera una broma de mal gusto, lo primero que dijo el psicópata de la República, luego de saludar a las autoridades y al resto de los miembros de la asamblea de la ONU, fue que “el mundo necesita la verdad para superar sus desafíos”. Luego, comenzó el show de horrores. Leyendo con dificultad, formando grupos de palabras en los que la pausa muchas veces no coincidía con el final de la frase, Bolsonaro mintió sobre las acciones de su gobierno frente a la pandemia, trató de echarles la culpa al Supremo y a los gobernadores por las más de 140.000 muertes provocados por su gabinete, se atribuyó la autoría del auxilio de emergencia que consiguió la oposición en el Congreso a pesar suyo, mintió sobre su valor (dijo que cada beneficiario recibió 1.000 dólares) e hizo propaganda de la hidroxicloroquina, que insiste en recomendar a pesar de que la ciencia y el resto del mundo saben que no sirve para el tratamiento del coronavirus. También, insistiendo en su guerra contra el periodismo independiente, dijo que “una parte de la prensa politizó el virus, diseminando el pánico entre la población” –aunque, como veremos, esa misma prensa parece no enterarse de que van por ella.
No fue solo sobre la pandemia que mintió el genocida. Buena parte de su discurso estuvo dedicada a rebatir las críticas internacionales por su política de destrucción del medio ambiente y, en especial, por los incendios en el Pantanal, que ya quemaron más de 20% de este bioma preservado en el que viven por lo menos 4.700 especies, entre árboles, vegetación acuática y terrestre, peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos. Brasil es hoy un paria mundial en cuestiones ambientales y ello amenaza la viabilidad de acuerdos comerciales, como el de la Unión Europea con el Mercosur, perjudicando la economía brasileña. Bolsonaro lo sabe y no está dispuesto a hacer nada para cambiar su política, pero necesita echarles la culpa a otros por las consecuencias.
Localizado principalmente en los estados brasileños de Mato Grosso y Mato Grosso do Sul –aunque también llega a Bolivia y Paraguay–, el Pantanal es la mayor área húmeda continental del planeta, cumple un papel fundamental en la provisión de agua y la estabilización del clima y está considerado Patrimonio de la Humanidad por la ONU. En lo que va de 2020, mientras el presidente brasileño actúa como protector de los terratenientes que quieren acabar con las leyes ambientales para aumentar sus negocios sin control y su ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles, continúa boicoteando a los técnicos de su propio ministerio, atacando a las ONG's ambientalistas y “pasando con el ganado por encima” de las normas de preservación –como él mismo dijo–, ya se quemaron 23.000 kilómetros cuadrados de la superficie de este bioma, diez veces más que el total quemado en los dieciocho años anteriores. Es el mayor número de focos de incendio de la historia y una de las mayores tragedias ambientales de las que se tenga memoria.
No hubo, en la historia de Brasil, un gobierno más enemigo de la preservación ambiental que el actual, cuyo ministro del área es un lobista descarado de los sectores económicos más depredadores y un fanático antiambientalista. De acuerdo con las investigaciones de la Policía Federal, los incendios que están devastando el Pantanal comenzaron en cuatro grandes haciendas en Corumbá, Mato Grosso do Sul, que prendieron fuego la vegetación para incorporar esas tierras a su negocio. Se trata de grandes propietarios que se dedican a la exportación de ganado vacuno, soja, maíz transgénico y otros monocultivos, uno de los sectores económicos aliados del presidente. En la región Centro Oeste, donde Bolsonaro obtuvo una de sus mayores victorias en 2018 –66,5% de los votos en el balotaje–, los dueños de la tierra nunca tuvieron un gobernante que fuera tan suyo, tan servil a sus intereses y tan enemigo de sus enemigos.
Desde la época en que Bolsonaro era un ridículo diputado fascista, los grandes medios brasileños han lidiado de la misma forma con sus mentiras y su discurso de odio
Bolsonaro nunca los decepciona. En la ONU, dijo que quienes iniciaron los incendios no fueron sus amigos, sino los pueblos indígenas. “El indio y el caboclo prenden el fuego”, afirmó el presidente, combinando sus vocaciones por la mentira y el racismo. Acusó falsamente a los indígenas, que ya perdieron casi la mitad de sus tierras en la región bajo las llamas y ahora, expulsados de sus casas, se exponen al desamparo y a la covid-19, que los está diezmando frente a la inacción militante de un gobierno genocida que los quiere muertos. Dijo también que, como la floresta es húmeda, “no permite la propagación del fuego”, como si los incendios fueran una alucinación colectiva –como la pandemia, ¿no existen?– y culpó otra vez a la prensa. Recurriendo a un argumento típico de dictadores, habló de una conspiración mundial contra Brasil, movida por intereses foráneos que quieren quedarse con el Amazonas, con la complicidad de ONG's brasileñas que trabajan contra su propio país: “Somos víctimas de una de las más brutales campañas de desinformación sobre la Amazonia y el Pantanal”, aseguró.
Que Bolsonaro mienta no sorprende a nadie. Lo que cada día resulta más difícil de entender, sin embargo, es la complicidad o estupidez de los principales diarios brasileños al presentar la noticia. No aprendieron nada, o no quieren aprender.
“Bolsonaro se defiende en la ONU sobre pandemia y quemas”, tituló en su portada Folha de São Paulo el miércoles. “Bolsonaro adopta tono defensivo en discurso en la ONU”, tituló O Globo. “Una brutal campaña de desinformación”, puso en tapa Estado de Minas, citando entre comillas la frase del presidente. “En discurso, Bolsonaro dice ser víctima de desinformación”, fue el título del diario paulista Agora. “Bolsonaro dice en la ONU que Brasil es blanco de 'desinformación'”, puso el gaúcho Correio do Povo. “Bolsonaro bajo críticas y elogios tras discurso en la ONU”, fue la tapa del Correio Braziliense. “Brasil es 'víctima' de 'brutal campaña de desinformación' sobre Amazonia y Pantanal”, tituló el Diário de São Paulo, sin ni siquiera ponerle comillas a la frase entera. “Bolsonaro: discurso polémico en la ONU provoca reacciones”, puso Folha de Pernambuco. De los grandes diarios brasileños, apenas el conservador Estado de São Paulo mencionó en tapa que Bolsonaro no había dicho la verdad, aunque recurriendo a un eufemismo para no llamar a la mentira por su nombre: “En la ONU, Bolsonaro distorsiona datos sobre quemas y covid”. Más explícito fue O Dia, competidor menor de O Globo en Río de Janeiro: “Discurso de Bolsonaro en la ONU es una obra de ficción”, se jugó. El cearense O Povo, recurriendo al mismo estilo del Estadão, puso un pequeño titular sobre el tema en la esquina inferior izquierda de su portada: “En tono de confrontación, Bolsonaro distorsiona datos en discurso en la ONU”.
El único de los medios escritos que conseguí chequear que había llamado a las cosas por su nombre fue el Meio, un excelente newsletter dirigido por el periodista Pedro Doria. Su título del miércoles fue: “Bolsonaro miente ante la ONU”. ¿Tan difícil era? Cinco palabras, fácil, directo, verdadero, pero los diarios no lo ponen en tapa. No vaya a ser cosa que alguien piense que están haciendo periodismo.
Simplemente lo dejaron hablar. Las mentiras y el odio, que antes daban audiencia, ahora dan clics, comentarios y RT, aumentando la recaudación de los medios en internet
Desde la época en que Bolsonaro era un ridículo diputado fascista y nostálgico de la dictadura que integraba el corrupto bajo clero de la Cámara de Diputados y formaba parte del partido de Paulo Maluf, los grandes medios brasileños han lidiado de la misma forma con sus mentiras y su discurso de odio. O bien simplemente reproducen sus palabras, buscando audiencia y clics, o bien la presentan como una voz “polémica”, o recurren a eufemismos. Fue así como, cuando Bolsonaro decía que tener hijos gays era por falta de golpes, que su hijo no se pondría de novio con una mujer negra porque recibió una buena educación y que los familiares de desaparecidos son como perros, porque buscan huesos, los canales de televisión lo invitaban a explayarse en vivo, porque levantaba la audiencia. Fue también así como, cuando inventó la mentira del “kit gay”, los medios hablaban de ese objeto imaginario como si realmente existiera, y cuando él y los pastores clin-caja divulgaban teorías conspirativas como la “ideología de género” y la “dictadura gay”, esas expresiones se incorporaron al vocabulario de la prensa como si se refirieran a cosas reales y concretas frente a las cuales había que tener opinión. Titulaban, entonces, que “Bolsonaro criticó la ideología de género”, que sería como decir que un diputado criticó a los hombres lobo y los vampiros.
De entonces para acá, vimos al ya candidato presidencial en el noticiero de mayor audiencia de la televisión, el Jornal Nacional de la cadena Globo, mostrando en vivo un libro cualquiera y exclamando “¡Esto es el kit gay!”, sin que los periodistas que estaban sentados frente a él fueran capaces de confrontarlo y decirle a la audiencia que eso era mentira, que ese libro era apenas un libro y que el “kit gay” no existía. Simplemente lo dejaron hablar. Las mentiras y el odio, que antes daban audiencia, ahora dan clics, “me gusta”, comentarios, RT y compartidas, aumentando la recaudación de los medios en internet. A eso se suman los intereses políticos de algunos empresarios de la comunicación, la maldición del antipetismo y la absoluta mediocridad y estupidez de algunos periodistas que publican cualquier barbaridad sin chequear si es cierta.
Así funciona, también, la reacción frente a las campañas difamatorias del “gabinete del odio” (que describimos en nuestra columna “La Gestapo de Bolsonaro”). Cuando el presidente, sus hijos y aliados dicen que alguno de sus adversarios es traficante, pedófilo, asesino, ladrón o lo que sea, en vez de titular: “Bolsonaro ataca Fulano con mentiras”, muchos medios titulan: “Bolsonaro acusa a Fulano de tal cosa”, ayudando a desparramar la mentira. Después, en la página ocho, párrafo cinco, aclaran que no es verdad, pero la mayoría de la gente sólo lee tuits y, como mucho, titulares.
Y así estamos, en medio de una pandemia, con más de 140 mil muertos y cientos de bulos y discursos negacionistas de la ciencia circulando, salidos de las entrañas de un poder que aspira a ser absoluto y del que los grandes medios de comunicación parecen no haber advertido aún que también están en su lista de enemigos a destruir cuando llegue el momento. Cuando tengan la soga al cuello ya va a ser tarde.
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En su discurso ante la asamblea general –este año, virtual– de la Organización de las Naciones Unidas, el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, hizo lo que mejor sabe hacer: mentir. Mintió en cada frase de su discurso, palabra por palabra, como si fuera su habitual stand up en la puerta del Palacio de la...
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Bruno Bimbi
Periodista, narrador y doctor en Estudios del Lenguaje (PUC-Rio). Vivió durante diez años en Brasil, donde fue corresponsal para la televisión argentina. Ha escrito los libros ‘Matrimonio igualitario’ y ‘El fin del armario’.
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