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Genealogías feministas

Kati Horna, la mujer sin olvido

Durante la Guerra Civil, la mirada de esta destacada fotógrafa húngara se detuvo en huérfanos, viudas, ancianos, personas que padecían en la retaguardia. Aprendió a amar España. Este país le debe un homenaje

Fátima Frutos 9/10/2020

<p>Kati Horna, en el estudio de József Pécsi en Budapest, en un retrato sin fechar.</p>

Kati Horna, en el estudio de József Pécsi en Budapest, en un retrato sin fechar.

Robert Capa

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Hubo una vez una mujer que en su peregrinaje vital jamás olvidó los pueblos de España en donde había ejercido como corresponsal de vida en medio de la muerte. España, en cambio, sí la olvidaría a ella, o al menos no la recuerda tal y como merece una artista de su envergadura, talento y compromiso sociopolítico. 

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Kati Horna fue fotógrafa, reportera, editora, obrera del arte, tal y como le gustaba definirse a sí misma, y profesora. Nació en 1912 a orillas de un arroyo, el Bozót, en Mezőszilas (Hungría) y fue la tercera hija de una familia de ascendencia judía dedicada a los negocios del grano y las finanzas. Estudió en Budapest, capital de un imperio deshecho tras la Primera Guerra Mundial, pero que albergaba movimientos de avant-garde. Y esto sucedía después de que Hungría pasase por un período revolucionario –la revolución de los Crisantemos– que dio lugar a la República Popular, ingratamente neutralizada. Poco después se excluiría del poder a las clases populares en favor de un reino con un régimen encabezado por Miklós Horthy, autocrático, ultraconservador y antisemita, dominado por aristócratas y latifundistas que prepararían el camino al fascismo. 

Kati Horna fue fotógrafa, reportera, editora, obrera del arte, tal y como le gustaba definirse a sí misma, y profesora

Pero imaginémonos a la adolescente Katalin Deutsch –primer y verdadero nombre de Kati Horna, de los cuatro que llegó a utilizar a lo largo de su vida–, paseando por la avenida Andrássy, donde cursó su Educación Secundaria; absorta en la contemplación de las fachadas renacentistas y el emblemático edificio de la Ópera de Budapest. Esto, más su asistencia a veladas culturales, iría conformando su imaginario, que no fue otro que el de la poética del objeto, el arte como instrumento de transformación social, la captura de la insólita cotidianeidad y el hallazgo surrealista. 

Tras el suicidio de su padre, cuando ella contaba con 16 años y antes de marcharse a Berlín con 18, tuvo contactos con la fotografía social entorno a la revista MUNKA (Trabajo) de Lajos Kassák, obrero metalúrgico, escritor, pintor, editor y el representante más significativo del vanguardismo húngaro, además de amigo personal de Apollinaire, Picasso y Modigliani. Confraternizó con la pareja László Moholy-Nagy, fotógrafo, pintor y profesor de la Bauhaus y Lucia Schulz, escritora, editora y fotógrafa checa. Compartió andanzas y a Ernö Friedmann (Robert Capa) con Eva Besnyö, fotógrafa y precursora del grupo feminista radical Dolle Mina(“Mina de hierro” mote de la sufragista y escritora Wilhelmina Drucker). Y encandiló a Chiki Weisz, fotógrafo con el que años más tarde, ya en el exilio, se casaría Leonora Carrington, y a poetas como István Vas, que la describía así: “…tenía pelo rubio, piel blanca como la leche. En su bonita cara redonda había como dos rosas pálidas. Su cabello liso y suave siempre estaba despeinado como cuando el viento cruza un campo de trigo”.

En Berlín, a inicios del año 30, trabajó como obrera en una pirotecnia y se introdujo en el círculo de Bertolt Brecht, quien le puso sobre aviso del peligro del nazismo, lo que la llevó a una férrea militancia antifascista. Formó parte del grupo de intelectuales de la Escuela de Arquitectura y Diseño Bauhaus, fundada por Gropius. 

La Bauhaus fue de enorme importancia para las mujeres de la época, alentadas por la emancipación que la Constitución de Weimar en 1919 les había proporcionado

La Bauhaus fue de enorme importancia para las mujeres artistas de aquella época, alentadas por el ansia de emancipación que la Constitución de Weimar en 1919 les había proporcionado. Fueron a matricularse en tropel, usando por primera vez pantalones, pelo corto, dueñas de su sexualidad y esperanzadas en el volantazo pedagógico basado en la creatividad y la igualdad (en la matrícula del primer año el propio Gropius gritó: “Aquí hay demasiadas mujeres”). Entre ellas Lilly Reich, arquitecta, Gunta Stölzl, directora del taller textil, Marianne Brandt, que acabó por dirigir el taller de metal de László Moholy-Nagy y un largo etcétera de pioneras, la mayoría de las cuales fueron relegadas e invisibilizadas y todas ellas resultaron perseguidas cuando el nazismo calificó el lugar como “nido de comunistas” y lo cerró. Un número importante de ellas acabó en las cámaras de gas de Auschwitz.

Pero volvamos a Kati, que se desempeñó junto a Capa como asistente de laboratorio para la agencia Dephot fundada por el húngaro Simón Guttmann, todo un buque insignia del fotoperiodismo. El florecimiento cultural y democrático duró poco, ya que Hitler formó gobierno y el partido nazi presionó hasta la extenuación a intelectuales y judíos. Kati Horna presenció horrorizada la quema pública de libros la tarde del 10 de mayo de 1933 en la Opernplatz, donde estudiantes universitarios invocando “la libertad y el espíritu patrio” destruyeron más de 20.000 obras de Heine, Remarque, Mann y otros autores pacifistas, socialistas, comunistas o judíos. 

Es entonces cuando Kati decidió retornar a Budapest, donde su madre había ahorrado un dinero para comprarle su primera Rolleiflex y para que pagase la matrícula de un curso intensivo sobre técnicas fotográficas en el estudio de József Pécsi, lugar donde volvió a coincidir con Capa. El avance del nazismo hizo que ambos salieran de Budapest hacia un París lleno de refugiados húngaros y alemanes. Colaborará allí con la Agence Photo, trabajará para películas y realizará encargos como “Reportage dans les cafés de Paris” y “Le Marché aux puces” en los que ya resuenan los ecos del surrealismo. Mostró también en su Hitlerei, historieta gráfica junto al dibujante Wolfgang Burger, donde un huevo transformado en Hitler da un discurso desde una huevera para terminar estampándose contra el suelo, la tendencia artística que luego cristalizará en su etapa mexicana.

A los pocos meses del golpe de Estado contra la República Española, la magnitud de su compromiso hizo que Kati llegase a Barcelona, contratada por el servicio exterior de la CNT-FAI para documentar la situación del país y bajo una nueva identidad, Catalina Partos. Recorrió Catalunya, Aragón, La Mancha, Madrid, Andalucía, diferenciándose de sus compañeros Weisz y Capa. Primero por el tipo de cámara que usa: grande, poco ligera, con visión superior. Segundo por la mirada reflexiva y humana que escoge: intención artística e intelectual más que ansia de fama, encuadres sin frontalidad, una estética de la cotidianeidad, antepone los sentimientos a los hechos… Su mirada se detiene en huérfanos, viudas, ancianos, madres que batallaban contra la miseria, lisiados, personas que padecían la guerra en la retaguardia, donde el sufrimiento era tan brutal como en los frentes. Trabajaba día y noche para rebatir las difamaciones de Franco contra los antifascistas. Sus colegas la llamaban “la luchadora inagotable”. 

Colaboró con publicaciones anarquistas como “Mujeres Libres”, “Tierra y Libertad” y, sobre todo, “Umbral”. En esta última trata a la anarcofeminista Lucía Sánchez Saornil, retrata a Emma Goldman y se topa con el gran amor de su vida, José Horna, pintor, ilustrador y escultor jienense, que trabajó para el Estado Mayor de la República, participó en la defensa de Teruel y cubrió la retirada de los civiles a través de los Pirineos, cayendo preso en un campo de concentración cerca de Perpiñán.

Amor y militancia antifascista siempre constituyeron un binomio imbatible. Así que Kati cruzó los Pirineos, fue de campo en campo buscando a José, se pertrechó con ropa de esquí para subir al lugar de confinamiento donde se hallaba, consiguió un salvoconducto, ocupó un hotel desde el cual pidió un automóvil y ropa decorosa… Hasta convenció a una madre para que le dejase su bebé por un día. Se presentó en el campo de concentración arrullando al niño de pocos meses, autodenominándose diplomática y logró liberar así a su compañero para después huir juntos a París.

Una vez en la Ville lumière el acecho persistía, siendo detenidos e interrogados varias veces. Kati acudió entonces a la embajada mexicana, haciéndose pasar por Catalina Fernández, andaluza de Martos, y allí el embajador Narciso Bassols, abogado e ideólogo postrevolucionario de educación socialista y uno de los máximos exponentes del acogimiento mexicano al exilio español logró sacarlos de Europa con identidades falsas. Alcanzaron, por fin, ese islote tan señero para la emigración, Ellis, en el puerto de Nueva York. Tras una cuarentena, en la que nunca dejó de su mano una caja de hojalata con 270 negativos de fotografías tomadas en España, salieron hacia Veracruz y de Veracruz al D.F. donde se instalarían en la Colonia Roma.

En 2016, la historiadora de arte Almudena Rubio descubre más de 500 negativos de Horna ocultos durante 80 años entre las cajas que los anarquistas pudieron salvar

En México, además de sortear al contumaz Capa, dará comienzo una nueva vida junto a su marido José Horna, que distinguirá la obra de Kati por delante de la suya propia. Creará para las principales publicaciones del país azteca: Mujer de Hoy, Arquitectos de México, Foto Zoom… Tendrá a su única hija, Norah, en el 49. Será profesora en centros de diseño, universidades y en la escuela nacional de artes plásticas. Se sumergirá junto a las pintoras Remedios Varo y Leonora Carrington en el surrealismo. Se relacionará con la intelectualidad mexicana: Germán Cueto, Salvador Elizondo, Ricardo Legorreta, etcétera y donará una parte importante de su archivo a ese país.

A España llega en 1983 parte de su obra al Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca: la famosa caja de hojalata de la que nunca se separó. En el 2016 la historiadora de arte Almudena Rubio descubre en el Instituto Internacional de Historia Social más de 500 negativos de Kati Horna que habían permanecido ocultos durante 80 años entre las 48 cajas que los anarquistas pudieron salvar, yendo éstas desde París a Ámsterdam pasando por Oxford. 

Siempre se pensó que la mayor parte de la herencia gráfica de Kati sobre la Guerra Civil estaba sepultada, destruida, saqueada o dispersa. Durante su huida a París se extraviaron muchas cajas que deben de estar esperándonos.

Kati aprendió a amar en España. Nunca olvidó los valores que aquí experimentó: solidaridad, justicia y la virtud de un arte que nos permite recordar. Este país le debe un homenaje con una retrospectiva a la altura de lo que se ha hecho en París o Puebla. 

Si la queremos escribir ya sabemos su paradero, primera línea de fuego, justo al lado de la Memoria.

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Fátima Frutos es agente de igualdad y escritora.

Nota: este texto no habría sido posible sin la ayuda del profesor Miguel Moreta-Lara, Erika Tóth de la agregaduría de Educación de la embajada de España en Budapest y de József Kosárka, exembajador de Hungría en México. Gracias de corazón.

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