Colectivo Wu Ming
“El culto al individuo es letal. Los que tienen camaradas no morirán”
Bernardo Gutiérrez 4/10/2020
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Soviets y electricidad, arte proletario y ciencia ficción, asaltantes de bancos y utópicos irredentos, experimentos científicos y alienígenas. Wu Ming está de vuelta. En su formato más habitual: una novela. Con el método que siempre usaron: escribir a muchas manos. Con el telón de fondo más común en sus creaciones literarias: la revuelta social. En este caso, con la Revolución en mayúsculas como contexto: la Revolución Rusa. En Proletkult (Anagrama, 2020), el colectivo italiano Wu Ming, en el que resisten tres de sus cinco fundadores, revela pliegues y matices de una de las grandes revoluciones de todos los tiempos. Si la novela tuviera un eslogan, sería “naves espaciales en la Plaza Roja”. La figura histórica de Alexander Bogdanov –médico, filósofo, novelista, planificador de atracos, revolucionario heterodoxo, hereje excomulgado por los marxistas ortodoxos– guía una narración trepidante por pliegues sorprendentes de la Revolución Rusa. En la última novela de Wu Ming, el movimiento de arte proletario Proletkult, que buscaba un nuevo tipo de belleza alejada de los cánones burgueses, convive con el “interplanetarismo” por el que abogaba Alexander Bogdanov en Estrella roja, su libro más famoso.
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Desde que los miembros de Wu Ming publicaran la novela Q en 1999, libro firmado con su primer nombre colectivo (Luther Blisset), los italianos han escogido contextos de fuerte agitación política y social para la mayoría de sus libros. En Q retrataron la guerra de los campesinos alemanes (1524-1525), en la que la plebe sublevada se autoidentificaba con una identidad colectiva común, “poor Konrad”. En Manituana, se narra la insurrección que acabó provocando la independencia de Estados Unidos desde la perspectiva de los indígenas y los mestizos. En El ejército de los sonámbulos, su penúltima novela, Wu Ming abordó la Revolución Francesa con mirada (y protagonistas) feministas y con el nacimiento del hipnotismo como paisaje y estrategia narrativa. Proletkult es la nueva entrega de una saga tan inconclusa como las revoluciones del pasado. “Una revolución no es suficiente, necesitamos cien revoluciones”, afirma Denni, una de las protagonistas de la novela.
En esta entrevista, realizada por correo electrónico, Wu Ming medita sobre el “cosmocomunismo” defendido por Bogdanov, sobre la conjunción de ciencia ficción y revolución, sobre la relación entre arte y realidad, invención creativa y acción política. Los miembros Wu Ming, firmes defensores del copyleft y la libre circulación del conocimiento, insisten en crear una nueva “cultura desde abajo” que no tiene que partir del lenguaje, ni de la forma ni del contenido, sino de la “forma de hacer cultura, de distribuirla, de usarla, de crear momentos de encuentro, de hacerla accesible”. En la entrevista también reflexionan sobre la crisis del neoliberalismo, sobre las vislumbres postcapitalistas que nos ha dejado la pandemia de la covid-19 y sobre la clase trabajadora, visibilizada de golpe por la crisis.
En Proletkult, la Revolución Rusa es un proceso bastante diverso. Los soviets + electricidad, Lenin y el Partido Comunista, son apenas una especie de telón de fondo. Ilumináis otros aspectos de la revolución. El espacio, la ciencia ficción comunista marciana y el movimiento artístico proletario Proletkult están en el epicentro. ¿Teníais esa idea clara antes de escribir la novela?, ¿la intención era hacer más compleja y diversa la Revolución Rusa?
En cierto sentido, sí, era nuestra intención. Como hicimos en otras novelas, en Proletkult buscamos un ángulo oblicuo desde el que ver la Revolución Rusa. En la novela no contamos la Revolución en sí, sino la historia de un hombre, Alexander Bogdanov, dentro de la Revolución, su punto de vista, sus contradicciones. Fue médico, filósofo, novelista, planificador de atracos a bancos y revolucionario herético. Su biografía es un gran tema literario y su visión era la inquietante mirada sobre la Revolución que estábamos buscando.
La elección de Alexander Bogdanov como personaje principal parece, pues, crucial en Proletkult. ¿Cómo os influyó el universo marciano comunista recreado en Estrella roja, la novela más famosa de Bogdanov?, ¿y la vida y obra de Bogdanov?
Conocimos a Bogdanov como personaje por casualidad. Nuestra idea inicial era hablar de la Revolución Rusa y la Unión Soviética desde una perspectiva extraterrestre, poshumana y oblicua. Pensamos en una trama ambientada en la década de 1920, una trama que reuniría los primeros experimentos sobre viajes espaciales, contacto con extraterrestres y socialismo, y comprimimos todo eso en un eslogan: “Naves espaciales en la Plaza Roja”. Luego tuvimos este encuentro muy cercano con Bogdanov. Nos fascinaron especialmente tres características: su pensamiento sobre sí mismo como el primer “hereje” excomulgado por los marxistas ortodoxos; su intento de interpretar cualquier cosa según la tectología, la “ciencia de la organización” que inventó; y su capacidad, en su novela Estrella Roja, para narrar una utopía, la utopía del socialismo marciano, describiendo también las contradicciones de la idea de “Progreso”.
Se me antoja muy interesante el personaje de Denni, una mujer, casi una niña, de la que no sabemos exactamente si vino de Marte o si tiene problemas mentales. En un momento habla de la idea del interplanetarismo, una especie de sentimiento solidario y comunista de apoyo mutuo entre planetas. En la novela, Bogdanov, en una conversación con Leonid Voloch, se describe a sí mismo como un “marxista marciano”. ¿Por qué este “cosmocomunismo”, tan presente en Proletkult, os interesa tanto?
El “cosmocomunismo” es interesante porque es la conjunción de ciencia ficción y revolución. Nuestra novela también habla de la relación entre arte y realidad, invención creativa y acción política. Denni encarna el interplanetarismo y, al mismo tiempo, es un personaje vivo sacado de una novela de ciencia ficción. Para ella no hay solución de continuidad entre la vida y la fantasía, entre la literatura y la realidad. Pero todo revolucionario necesita imaginación, así como una lectura eficaz de la realidad, si quiere intentar hacer real un mundo que aún no existe.
El libro evoca el proceso del movimiento Proletkult para encontrar una nueva estética proletaria, un nuevo tipo de arte colectivista que busca las conexiones entre las personas y una nueva forma de organizar la experiencia del mundo. Esta frase, recogida en el libro, es bastante impactante y poética: “Quemaremos a Rafael, respiraremos una nueva belleza”. ¿Por qué tratasteis de recrear el espíritu del movimiento Proletkult?, ¿cuál fue su importancia real?, ¿era / es posible un arte y una cultura proletaria y popular cocinada de abajo a arriba?
En realidad Bogdanov no estaba de acuerdo con la idea de quemar a Rafael, pensaba que sería suficiente con dejar de imitarlo, repitiendo las mismas cosas de siempre. Su idea de la cultura proletaria también conquistó a Gramsci, quien fundó un instituto inspirado en Proletkult en Italia. Ahora es un lugar común pensar que la realidad y el lenguaje no se pueden separar, pero en aquel momento dominaba el dualismo, y la ortodoxia marxista decía que si se quería cambiar la mentalidad de la gente, su conciencia, primero había que cambiar las condiciones materiales, la forma en que vivían.
Puedes renovar todas las formas que quieras, pero si escribes un poema para leerlo en un salón, no estás haciendo nada nuevo
Bogdanov creía que esta distinción tenía que ser superada: si la cultura dominante era la expresión de la clase dominante, entonces la batalla cultural era parte de la lucha de clases, exactamente como las huelgas obreras y la autogestión de las fábricas. Es importante recuperar una perspectiva de este tipo porque hoy la cultura dominante se da por sentada y el capitalismo se acepta como una segunda naturaleza, una condición inevitable. Experimentar con nuevos lenguajes y formas es ya una forma de cultivar alternativas, de mostrar que las posibilidades son posibles. Pero la nueva “cultura desde abajo” –y Bogdanov era de la misma opinión– no tiene que partir del lenguaje, ni de la forma ni del contenido: tiene que partir de nuestra forma de hacer cultura, de distribuirla, de usarla, de crear momentos de encuentro, de hacer accesible la cultura, de discutirla. Puedes renovar todas las formas que quieras, pero si escribes un poema para leerlo en un salón, no estás haciendo nada nuevo.
Bogdanov fue uno de los pioneros de las transfusiones de sangre. Pero en el libro, Bogdanov entiende la transfusión como un camino de hermandad, como un regalo recíproco, como un método para una sociedad colectivista. Me parece que este es un efecto especial de Wu Ming, ¿o me equivoco?
No contamos nada más que las teorías de Bogdanov, que quería encontrar formas de cambiar la percepción que los humanos tienen de la realidad. Creía que sin esta acción cultural, apoderarse del poder y los medios de producción no habría sido suficiente para revolucionar verdaderamente la sociedad y la humanidad. Compartir sangre, el fluido corporal que nos hace vivir, no solo aumentaría la inmunidad social a las enfermedades, sino que también aumentaría el sentido de colectividad en la vida de las personas. Era “comunismo de sangre”, al mismo tiempo comunismo biológico y psicológico.
Aleksandra Kolontai, otro personaje histórico que aparece en Proletkult, en una conversación con Bogdanov, sostiene que la transfusión de sangre no es suficiente para la cohesión de una sociedad. Defiende que las relaciones sociales, de clase y de género son las claves para activar esa cohesión. La vida colectiva y la colectividad como sujeto político son centrales en vuestra novela. ¿Por qué?
Porque es central en nuestras vidas: somos un colectivo de narradores que llevamos 25 años trabajando juntos, y en estos 25 años nuestras historias han estimulado a una vasta comunidad de personas que escriben, tocan música, hacen trekking, pelean, debaten... es el nicho biológico que creamos para nosotros mismos, seríamos personas muy diferentes sin él. El culto al individuo es letal. Los que tienen camaradas no morirán.
En Proletkult, volvéis a abordar el tema de las historias colectivas, siempre presente en la obra de Wu Ming. Pero con un matiz nuevo. “Nunca narra un solo narrador. El narrador también escucha, no se puede saber lo que aporta cada uno”, escribís en el libro. El oyente como posible y futuro narrador. ¿Seguimos en la guerra entre historias cerradas (con derechos de autor) e historias abiertas (con licencias libres)? ¿O el flujo de información digital dificulta el control de las historias y su autoría y las historias de código abierto van ganando la batalla?
Tenemos ambas tendencias hoy en día, y evidentemente están vinculadas entre sí. Por un lado, el creciente flujo de información y el desarrollo de tecnologías web hacen cada vez más difícil “confinar” la creatividad. Por otro lado, el capital persigue las consecuencias de sus mismas innovaciones con nuevos “cercamientos” para salvaguardar la propiedad privada y los beneficios económicos. Es una de las contradicciones sistémicas más evidentes de las últimas décadas. Por ejemplo, cuando te piden miles de euros para poder citar el verso de una canción en exergo a una novela, puedes darte cuenta de que la contradicción está produciendo monstruos. Y por eso Proletkult no abrió con un verso de Starman de David Bowie, como debería haber sido, sino con una cita de un escritor que vivió hace dieciocho siglos, Luciano de Samosata.
Denni dice en el libro que una revolución no es suficiente, que necesitamos cien revoluciones. En otra parte del libro, Bogdanov dice que “cambiar la opinión de la gente es un proceso más lento”. Parece que Bogdanov hizo un viaje al futuro y vio cómo Margaret Thatcher trabajaba en ese punto, ¿no?
Bogdanov previó gran parte de lo que experimentó el mundo después de su muerte. No pudo construir una nave estelar, pero ciertamente tenía una máquina del tiempo escondida en algún lugar.
Cambiar la mentalidad de la gente requiere mucho tiempo. Además, el proceso nunca se completa. La mayoría de las personas adoptan conceptos y pensamientos contradictorios según las situaciones. Esto significa que no importa cuánto tiempo hace que se haya impuesto una cosmovisión, siempre es posible encontrar un punto de apalancamiento para darle la vuelta.
Franco Berardi Bifo dice que la humanidad –principalmente la izquierda y los movimientos sociales –tiene una especie de nostalgia del comunismo. No del sistema comunista que existió, sino de su utopía, de la posibilidad de futuros. Durante décadas, el fin de la historia proclamado por Francis Fukuyama y la hegemonía del neoliberalismo han dificultado el simple hecho de imaginar un mundo nuevo. ¿Veis algún atisbo de esperanza en medio del colapso de la covid-19? ¿Podremos terminar con el neoliberalismo y desplegar nuevas / viejas formas de vidas y cosmovisiones más sostenibles y cooperativas?
Con mucho gusto les dejamos las profecías a los profetas. Somos narradores de historias. Lo que podemos decir es que en lo que va de 2020 hemos visto tres efectos colaterales evidentes de la pandemia. El primero es que durante los meses en que la producción industrial y el transporte se desaceleraron y disminuyeron a causa de los cierres, la emergencia climático-ambiental se detuvo e incluso la tendencia se revirtió.
No importa cuánto tiempo hace que se haya impuesto una cosmovisión, siempre es posible encontrar un punto de apalancamiento para darle la vuelta
El segundo efecto es la recesión económica, cuyas devastadoras consecuencias sociales ya empezamos a ver. El tercer efecto es el aumento de la paranoia, la infopatía y la enfermedad psíquica del cuerpo social. Significa que por un lado no es posible salvar el planeta sin cambiar el sistema económico y sin liberarse del chantajista “aumento de la producción o recesión”. Por otro lado, no es posible criticar el sistema económico sin tratar la psicopatología social producida por su auge y crisis. Este segundo punto nos devuelve a Bogdanov y sus teorías sobre la salud y el cuidado colectivos.
Estos últimos años del neoliberalismo han hecho visibles, nuevamente, las clases. Puede que no sea la misma clase proletaria, ya que la desindustralización del Norte Global es grande, sino un nuevo tipo de auto esclavitud de trabajadores pobres / desposeídos / 24/07. ¿Estáis de acuerdo?
En el pedestal de la tumba de Karl Marx en el cementerio de Highgate se puede leer: “Trabajadores de todas las tierras, uníos”. “Trabajadores” es un término más directo que proletarios. Hoy en día, pocas personas se describirían a sí mismas como proletarios, pero muchas, muchas personas pueden decir que son trabajadores: personas que ganan un salario por su tiempo, habilidades, inteligencia y trabajo. Cuando el neoliberalismo podía depender del crecimiento económico, aún podía garantizar a ciertos trabajadores un nivel de bienestar y derechos que los hiciera sentir diferentes a los demás trabajadores. Cuando entró en crisis, la burbuja se desinfló, y ahora la clase trabajadora es más visible, y su tamaño es más visible, es mucho mayor que la cantidad de personas que explotan el trabajo de otros.
Termino con una provocación, una cita de Meme Wars, un libro editado por la revista Adbusters en 2012. En el capítulo, “Una nueva estética” escriben sobre un nuevo sentido de la belleza. “Si vamos a continuar otros mil años... Tendremos que desarrollar una nueva narrativa, un nuevo guión ... un nuevo tono, estilo, sentimiento, humor... una nueva estética... una nueva forma de ‘estar’ en el mundo. Tendremos que iniciar un empujón global, una insurrección espiritual. Tendremos que utilizar la creatividad para destruir el viejo mundo, la vieja estética comercial y dar a luz un nuevo sentido de la belleza”. ¿No es la misma búsqueda de belleza presente en Proletkult?
En cierto sentido, sí lo es. En una escena de nuestra novela, Denni le enseña a Bogdanov una palabra en el idioma de su planeta. La palabra es “adaeth” y significa “hermosa y útil”. En una sociedad liberada de la obsesión por el valor de cambio, tenemos la unión del valor de uso y el valor estético en un mismo concepto. Después de todo, no es nada diferente a lo teorizado hace un siglo y medio por William Morris y el movimiento Arts and Crafts. Morris se perdió la revolución. A Lenin le faltaba tener conciencia de que tomar el poder político y el control de los medios de producción no implica necesariamente una revolución de la mentalidad, que es el sistema más difícil de raspar. Bogdanov carecía de la capacidad política para afirmar sus intuiciones frente a los reveses de la historia. Pero dijese lo dijese Fukuyama, la historia nunca termina. Todavía estamos buscando un camino.
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Bernardo Gutiérrez
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