COTIDIANIDAD COLECTIVA
Por una épica de las pequeñas cosas
El fin del hechizo del capitalismo puede que surja cuando los vecinos tiendan, de casa a casa, de balcón a balcón, los hilos relacionales y cuidadores que hacen barrio al barrio, ciudad a la ciudad y comunidad a las personas
Bernardo Gutiérrez 15/07/2020
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Quien haya salido a comprar los productos básicos en el momento más rígido de la cuarentena no podrá olvidar aquella odisea. Salir a la calle con guantes y máscara. Esperar filas gigantes para conseguir pan, frutas, verduras. Controles de seguridad. Limpiar los productos al llegar a casa. Tardar horas en una labor que demoraría minutos. El sentido común formulaba frases grandilocuentes: “Nunca realizar tareas cotidianas tan simples había sido tan heroico”, “nunca cuidar a los seres queridos o mantener los hogares habitables había sido tan épico”.
A finales de marzo, el telediario de Televisión Española acabó con una pieza impensable antes de la pandemia. Sobre una frase rotulada (“Gracias por protegernos”), veíamos a gente (sobre todo, mujeres) limpiando oficinas, supermercados, vagones de metro, calles, hospitales, y a otra gente (principalmente hombres) aplaudiendo a quienes limpiaban. Unos días antes, Valentina Cepeda, la ujier del Congreso, arrancó los aplausos de los diputados mientras desinfectaba con su bayeta el atril, los micrófonos y la barandilla de la tribuna. Los invisibles gozaron efímeramente de visibilidad. La narrativa épica se dirigía por primera vez a quienes limpiaban y cuidaban.
Pocos meses después, la nueva normalidad ha relegado al olvido a los héroes y heroínas de la pandemia. Incluso al personal sanitario, que sigue denunciando su precariedad laboral y ya aparece poco en las noticias. Las preguntas se apelmazan en la mente de quienes vivimos aquella cotidianidad confinada: ¿quién cuida a los que cuidan? ¿Por qué aplaudimos en la dirección equivocada durante tantos siglos? ¿Tiene sentido volver a aplaudir a un político, a un deportista, a un famoso? ¿Por qué la narrativa épica está construida sobre la heroicidad, odiseas y hazañas? ¿Por qué los héroes, fuera del paréntesis pandémico, están tan alejados de la vida cotidiana? ¿Por qué usamos palabras como épica o héroe incluso en los contra-relatos contra el capitalismo?
El Partido Doméstico Revolucionario
La artista británica Bobby Baker inició el año pasado en la Casa Encendida de Madrid su proyecto Epic Domestic (épica doméstica). Para la exposición, Baker diseñó un mural en el que ella misma enarbola una bandera roja y lidera una manifestación en un entorno natural y comunitario. De su boca salen frases que invocan el nacimiento del Domestic Revolutionary Party: “The time has come for a Domestic Party. ¡Viva la daily life!, ¡viva!”. El embrionario Partido Revolucionario Doméstico otorga épica a lo doméstico, a las labores de las mujeres que sostienen la vida cotidiana. Desde la perspectiva feminista, Bobby Baker colocó siempre la vida cotidiana en el epicentro de su obra. La artista expone los tabúes que no deben verse en público, aquello que ofrece una imagen descompuesta, antiheroica, poco grandilocuente. En los años setenta, Baker cocinó una tarta amarilla y la presentó como obra de arte. Desde los años ochenta, la artista organiza performances en colegios, iglesias barriales o incluso en su propia cocina. Y puso en marcha Daily Life Ltd, una institución benéfica para apoyar el trabajo de artistas con problemas de salud mental.
Con el Partido Revolucionario Doméstico, Bobby Baker busca adaptar el formato partido al siglo XXI y llegar a un nuevo mundo donde finalmente “seamos recompensadas por nuestro trabajo doméstico subvaluado”. El Partido Revolucionario Doméstico de Baker retroalimenta y/o continúa la trayectoria de Mierle Laderman Ukeles, que publicó en 1969 el Manifiesto por un arte del mantenimiento. En las diferentes acciones que fueron configurando la tendencia del denominado maintenance art (limpiar escaleras de entrada a museos o las aceras de las galerías de arte de Nueva York), Ukeles asociaba el feminizado trabajo doméstico reproductivo a la práctica del arte. Bobby Baker aseguraba el año pasado en una entrevista que limpiar las calles, fregar el suelo o cocinar sostienen la vida y son el cimiento de la sociedad.
La épica domestica abre el juego a una disruptiva épica cotidiana que revierte la tradición occidental que apenas acepta las prácticas cotidianas cuando ofrecen valores morales, casi siempre trágicos o heroicos, en forma de auto retratos o biografías. Si no presentan estos valores, dicha cotidianidad cae en la esfera de la irrelevancia. El viva la daily life de Bobby Baker hace aflorar otras cotidianidades posibles: cotidianidades reproductivas, solidarias, empáticas, subversivas, vecinales, corporales, íntimas. Cotidianidades que retoman la relación de los cuerpos con la tierra y de los cuerpos con los cuerpos. Cuando la filósofa Isabelle Stengers pide reactivar el animismo está llamando a acabar con la gran narrativa épica que presenta el “mundo desencantado por la ciencia”. La magia, afirma Stengers, sobrepasa cualquier versión de esa narrativa épica. La vida diaria colectiva deshace el hechizo del capitalismo, legitima lo no productivo con magias compartidas y favorece otros tipos de épicas.
El arte de vivir
El proyecto The aesthethic of protest, que estudió la cultura visual de la insurrección en defensa del parque Gezi de Estambul en 2013, se encontró con una sorpresa: el peso de las imágenes de la vida diaria de la acampada de Gezi era muy importante. Mientras los medios de comunicación ponían el foco en la espectacularidad, muchas fotografías captadas por los participantes en la acampada retrataban actividades como comer, dormir, limpiar, leer o hacer ejercicio. Las imágenes de la cotidianidad de las plazas ocupadas del ciclo abierto por las protestas árabes, el 15M español y Occupy Wall Street en 2011 eran una forma de construcción de mundo y de ensalzar el placer de los vínculos sociales. Mientras los medios de comunicación intentaban fabricar imágenes icónicas de líderes individuales, los acampados se reconocían en las fotos del huerto urbano o de la guardería cooperativa de la Acampada Sol. Los medios buscaban gestos épicos, pero en el vértigo de la red apenas sobrevivían las imágenes que capturaban la no-acción de la protesta y la colaboración entre desconocidos en el espacio público. Algunos dibujantes como Enrique Flores en Madrid, Inma Serrano en Sevilla o Victoria Lomasko en Moscú se involucraron con el cuerpo en aquellas acampadas, produciendo crónicas mínimas que reflejaban una expresividad nueva que tenía que ver “con las voces pequeñas, los yoes pequeño, las palabras pequeñas, con lo anónimo, lo blando, con el no destacar”.
La cotidianidad insurrecta de la ola de acampadas subvirtió el orden de los espacios y los tiempos, hizo visible lo invisible y construyó un lugar político para ser ocupado. Desplegando su “cotidianidad otra”, los indignados de las acampadas aparcaban el futuro de la revolución y se centraban en los presentes de la gente, en micro utopías en red que conectaban prácticas cotidianas. Las acampadas, así como las diferentes formas de ocupación del espacio público, presentan un prototipo de vida social alternativa basada en el horizontalismo, la cooperación y la inclusividad.
En los preámbulos de la insurrección de mayo de 1968, el filósofo situacionista belga Raoul Vaneigem afirmaba que “existe más verdad en 24 horas de un ser humano que todas las filosofías”. En su aclamado Tratado del saber vivir para uso de las nuevas generaciones, que publicó en 1967 tras ser rechazado por trece editoriales, Vaneigem formula una “revolución sin nombre de la vida cotidiana”. Frente al espectáculo y la subjetividad del capitalismo, Vaneigem defendía una insurrección tejida con gestos cotidianos y una nueva subjetividad radical de la cotidianidad que posibilita “tornar los momentos leves por el placer, de extraer de ellos la promesa de la vida”. En su fase final, la revolución de la vida cotidiana deviene el Arte de Vivir. También en 1967, el artista carioca Helio Oticica presentaba su obra Parangolé P15, Capa 11, Incorporo a Revolta. Los parangolés eran una especie de trajes realizados con tejidos, telas, paja u otros materiales que Oticica iba descubriendo en su deambular por Río de Janeiro. Al vestir parangolés, los espectadores descubren sus propios cuerpos como artefactos artísticos multisensoriales. Oticica incorpora la revuelta a cuerpos que ya no se inspiran en lo intelectual para rebelarse, sino en la vida de la calle, en las cosas inacabadas y en las celebraciones populares. La revolución de la cotidianidad, obra inconclusa del situacionismo, del tropicalismo brasileño y del sesentayochismo, reaparece y desaparece a lo largo del tiempo. Y en medio de la peor pandemia del último siglo resurge de nuevo esa posibilidad. Ahora que el feminismo ha acercado “los cuidados” a categoría de paradigma, ¿la revolución de la vida cotidiana podría representar una ruptura radical?
Desplegar cotidianidades cooperativas y colectivas significa también rechazar la narrativa épica individualizante del emprendedor
Propiciar una “cotidianidad otra”, una épica de las pequeñas cosas y gestos, desvisualiza de golpe estructuras y jerarquías. Para Raoul Vaneigem el gesto de rechazo es clave, porque “puede llegar a suscitar huelgas en las fábricas”. Desplegar cotidianidades cooperativas y colectivas significa también rechazar la narrativa épica individualizante del emprendedor, del hombre autosuficiente. Valorar el mundo doméstico, las labores que sostienen la sociedad, catapulta el universo del Epic domestic de Baker hacia una revolución sin nombre que puede desmercantilizar buena parte de la vida. Por pequeños que parezcan, los gestos cotidianos pueden desencadenar imágenes y acciones de largo recorrido. La épica de las pequeñas cosas abre horizontes, cosmovisiones, mundos. Cuando Rosa Park rechazó cederle un asiento a un hombre blanco en 1955 en un autobús de Alabama desvisualizó de golpe un sistema con posos racistas, provocando el fin de leyes que parecían inmutables. Cuando José Martí escribe que “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz” o Lenin sintetiza los malestares de la Rusia zarista en el “pan, paz y tierra”, un mundo empieza a desmoronarse y otro comienza a nacer. En un gesto minúsculo –un huerto en una plaza ocupada, desobedecer una orden injusta, consumir productos de proximidad– cabe toda la inmensidad del cosmos. Y una oleada de pequeños-inmensos gestos puede provocar cambios estructurales importantes.
Los hilos de la vida
Durante la cuarentena, los vecinos del madrileño barrio de Lavapiés colocaron hilos con banderolas de colores para entrelazar los balcones de ambos lados de las calles. Según avanzaba el confinamiento, las calles del barrio se llenaban de hilos, de colores, de casas enlazadas. Después de aplaudir cada tarde al personal sanitario, mucha gente se quedaba hablando en los balcones, escuchando música, compartiendo cotidianidades. Los hilos de balcón a balcón visibilizaban los vínculos vecinales de todo un barrio. Porque para tender un hilo a la casa de enfrente hace falta que haya alguien al otro lado y alguna relación. Tras las elecciones municipales españolas de 2019, se habló mucho del cinturón naranja: barrios nuevos de Madrid que se volcaron a votar al derechista Ciudadanos. En los barrios del cinturón naranja priman las grandes avenidas, las manzanas cerradas, las piscinas privadas, los centros comerciales y el coche. En el cinturón naranja es muy difícil tender hilos de una casa a otra del lado opuesto de la calle. Están lejos o es casi imposible encontrar a alguien al otro lado. A contramano del estilo de vida neoliberal, Lavapiés, como muchos otros barrios, forja su esencia en la cotidianidad compartida y la solidaridad vecinal. El Arte de Vivir de Vaneigem es también un estilo de vida.
El fin del hechizo del capitalismo puede que surja cuando los vecinos de los barrios cocinen juntos épicas domésticas y cotidianas para reconocerse. Y cuando tiendan, de casa a casa, de balcón a balcón, los hilos relacionales y cuidadores que hacen barrio al barrio, ciudad a la ciudad y comunidad a las personas. Como en Ersilia, la ciudad invisible de Italo Calvino en la que los habitantes extendían hilos desde las casas para visibilizar los tipos de relaciones, saldremos de la crisis postpandemia si en nuestros barrios, ciudades y pueblos cuidamos y creamos las “telarañas de relaciones intrincadas que buscan una forma”. Larga vida al Partido Revolucionario Doméstico. Larga vida al Partido Revolucionario de la Épica Cotidiana de las Pequeñas Cosas.
Quien haya salido a comprar los productos básicos en el momento más rígido de la cuarentena no podrá olvidar aquella odisea. Salir a la calle con guantes y máscara. Esperar filas gigantes para conseguir pan, frutas, verduras. Controles de seguridad. Limpiar los productos al llegar a casa. Tardar horas en una...
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