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“No gana uno para sustos, sobre todo teniendo en cuenta la morbosa hipersensibilidad en que estamos viviendo, por culpa de ese maldito ‘corona-virus’”, que nos amenaza y que, para más inri, tiene una denominación de inocente e implícita admonición letal. Es difícil sustraerse a la tentación de considerar la intervención del rey, en la historia del último acto público del Poder Judicial en Barcelona, como imprudente, o, al menos, como equivocada e irresponsable. Debió pensárselo dos veces, antes de decidirse a hacerlo o, como suele decirse, contar hasta treinta, antes de abrir la boca. Con todos los respetos, debo recordarle la trascendencia de cualquier comunicación de S.M., que nunca pasará desapercibida y que se analizará con lupa. Porque la monarquía debe tener mucho cuidado con lo que dice, porque no está por encima de las leyes, ni de las consecuencias de sus actos, ni de las convenciones sociales. Millones de ojos la miran, la valoran y la juzgan, con todos los derechos. Y, en su caso más, sabiendo los espúreos orígenes de su restauración histórica, de raíces más que sospechosas y reprobables, como reconoció, en su día, la Comunidad Europea. Los reyes no vienen de Dios, como se pensaba en los viejos siglos medievales. No son infalibles y se pueden equivocar como cualquier ser humano. Su institución no tiene más justificación que el consenso de los ciudadanos, como encarnación de una voluntad social, al servicio de la comunidad. Su crítica a la decisión del Gobierno, que se opuso a su presencia en el acto del Poder Judicial, es meramente política y fuera de sus funciones, al margen de sus gustos y preferencias personales. El Gobierno es un gobierno democrático, que tiene el respaldo de una gran mayoría de españoles, y su protesta parece más bien una reacción infantil, más que una opción adulta. Y hay unas reglas de convivencia política, que el Rey no puede saltárselas a la torera. Debería hacerle pensar la alegría, el aplauso y la aceptación entusiasta, con que la derecha y la ultraderecha, en minoría parlamentaria, han dispensado a su metedura de pata, a su desliz antidemocrático. Porque lo tienen a S.M. como un freno, como una garantía de la anómala inmovilidad histórica y de unos privilegios de clase, ajenos a la realidad de nuestro tiempo. Porque hay amigos que son peores que nuestros enemigos. Este desplante al Gobierno, este puenteo, ha sido un grave error institucional, en los malos momentos por los que está pasando la institución monárquica, debido a las peripecias económico-sentimentales del rey emérito. Para mí, S.M. seguirá siendo el niño de quince años problemáticos, al que tuve el placer de felicitar públicamente, como una esperanza, desde las páginas del Diario Pueblo, bajo el vergonzante seudónimo de ‘Copérnico’.
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“No gana uno para sustos, sobre todo teniendo en cuenta la morbosa hipersensibilidad en que estamos viviendo, por culpa de ese maldito ‘corona-virus’”, que nos amenaza y que, para más inri, tiene una denominación de inocente e implícita admonición letal. Es difícil sustraerse a la tentación de considerar la...
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Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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