GRAMÁTICA ROJIPARDA
Mi virtuoso paraíso natural
Si en la capital de España se celebra el gran derby entre PSOE y PP a costa de la salud de miles de madrileños, en Asturies se escenifican políticas de coste cero a base de homilías diligentemente aireadas por la prensa local
Xandru Fernández 26/10/2020
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Los asturianos tenemos fama de exagerados. En 2004, pocas semanas después de los atentados del 11-M, un vecino de mi abuela recibió una visita de la guardia civil. Era un caso de drogas, pero lo que descubrieron los guardias al registrar el chabolu (cobertizo) de aquel jubilado fue una nada desdeñable cantidad de dinamita. Antes de cerrar las minas, era habitual que los mineros sacaran de vez en cuando algún cartucho “para uso doméstico”, pero parecía sensato cortarse un poco después de saberse que los explosivos utilizados en los atentados de Madrid procedían de una mina asturiana. No era el caso del vecino de mi abuela. Sin despeinarse, respondió, cuando le preguntaron para qué quería aquella dinamita, que nunca se sabía cuándo diba haber que valtar una castañal.
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Uno nunca sabe cuándo tendrá que derribar un castaño. Conclusión: hagamos acopio de dinamita. De la premisa a la conclusión hay un abismo que solo puede llenar un universo entero de significados compartidos por una comunidad que atraviesa los tiempos aferrándose a certezas inciertas. Desde que se declaró la pandemia en marzo de 2020, los asturianos nos aferramos a certezas que tienen poco de atávico pero mucho de exageración: preparativos para tiempos peores en los que tendremos que derribar castaños de proporciones olímpicas. Solo así se explica que, con la tasa más baja de contagios de toda España y una de las más bajas de Europa, el presidente asturiano, Adrián Barbón, fuera el principal valedor de la doctrina de la mascarilla obligatoria.
El éxito de Asturies en la lucha contra el coronavirus fue tema de conversación a lo largo de la primavera y el verano. Se ensalzaba, y con razón, la previsión de las autoridades médicas y la capacidad diagnóstica del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), y a ello se sumaba la constatación de que, comparada con otras comunidades autónomas, la sanidad pública asturiana recibía una atención presupuestaria un poco más digna. Otras explicaciones del “milagro asturiano” rozaban, en consonancia con esa expresión, el puro invento: el entorno rural de la población (solo un 20 % de los asturianos vive en el campo), el aislamiento de los núcleos de población (tenemos la que probablemente sea la red de autovías más costosa, larga e inútil de toda Europa), la alimentación (no tengo palabras) o el clima (véase el paréntesis anterior). Se evitaba mencionar el envejecimiento poblacional, indudable factor de riesgo que solo complicaba la tarea de hallar una explicación. Se podría haber mencionado la debilidad del transporte público, fomentada por el monopolio de facto de una conocida compañía de autobuses. Lo del aislamiento inveterado se sopesó, pero la afluencia de turistas durante las vacaciones estivales lo descartó como factor explicativo.
Barbón, elevado por su partido, el PSOE, a la categoría de campeón de las pandemias, aceptó beber de ese cáliz y emprendió una dura carrera contra sí mismo por batir su propia marca
Ninguna loa le pareció suficiente al presidente Barbón. Confirmando el pronóstico bastante pesimista de algunos de mis vecinos y convivientes, no tardó en poner en peligro el crédito adquirido por la gestión eficaz de las primeras semanas de la crisis. Elevado por su partido, el PSOE, a la categoría de campeón de las pandemias, ejemplo a seguir y modelo a defender frente a los dislates de la presidenta de la Comunidad de Madrid, aceptó beber de ese cáliz y emprendió una dura carrera contra sí mismo por batir su propia marca. Los vientos eran favorables, cierto, pero cabía haber actuado con un poco más de prudencia.
Si hay algo que comparto con Barbón es que ninguno de los dos es epidemiólogo y nos encontramos, por tanto, a merced del consejo y el asesoramiento de los que sí saben. Yo ese consejo y ese asesoramiento los necesito solamente para orientarme en el fárrago de las noticias y en mis cada vez más esporádicos contactos con mis semejantes, pero Barbón los precisa de mayor calidad y está obligado a prestar un poco más de atención que yo cuando le indican qué curso de acción es el más indicado. No me cabe duda de que intentará hacer lo correcto, pero sería una imperdonable ingenuidad por mi parte no tener en cuenta que, como cualquier gobernante en su situación, el presidente asturiano querrá afianzar su poder y no perder ni un gramo de buena prensa. Sumémosle a eso la ya mencionada tendencia de nuestro pueblo a exagerar y ya tenemos la tormenta perfecta: el gobierno asturiano asumió que sus “buenas cifras” eran consecuencia de algún tipo de virtud y se lanzó a conminar a la gente a mantenerse virtuosa. Al más puro estilo del que predica una doctrina moral, más que del que informa objetivamente de riesgos y peligros. Estado de alarma mental: de repente Asturies parecía haberse convertido en Australia, no solo por la profusión de eucaliptos, sino porque daba la sensación de que cualquier cosa a nuestro alrededor nos podía matar.
Se podría haber aceptado la irritante política comunicativa del gobierno asturiano como un mal menor si se hubiese mantenido la tendencia a reforzar la sanidad pública que parecía estar en la base de nuestra situación privilegiada. En lugar de eso, se dejó completamente desprotegida la atención primaria y se sobrecargó de trabajo al personal hospitalario: centros de salud cerrados o colapsados, atención telefónica saturada, listas de espera interminables, cuotas de cuarenta o incluso sesenta pacientes por médico, operaciones quirúrgicas aplazadas y, según ha denunciado el sindicato CSI recientemente, turnos de enfermería extenuantes y falta de personal en el hospital de Cabueñes (Xixón).
Como cabía esperar, las cifras empeoraron. Ya no se habla del milagro asturiano y parece fuera de lugar echar la culpa a agentes externos como los veraneantes (un subterfugio del que se abusó hace unos meses por si venían mal dadas) o incidentales, como el inicio del curso escolar (que se retrasó casi un mes con la excusa de hacer pruebas PCR al profesorado, rían conmigo). De pronto ya no hay palmaditas en la espalda, pero la estrategia del gobierno asturiano es, curiosamente, la misma que se acaba de demostrar que no dio resultado: culpabilizar a la ciudadanía, limitar aún más los movimientos y dejar que el sistema sanitario siga empeorando justo cuando está a punto de empezar la temporada de la gripe, ese clásico de nuestros hospitales y ambulatorios.
Madrid y Asturies representan los dos extremos en la gestión autonómica de la pandemia: politización de la sanidad en el primer caso, medicalización de la política en el segundo. Si en la capital de España se celebra el gran derby entre PSOE y PP a costa de la salud de miles de madrileños, en el paraíso natural se escenifican políticas de coste cero a base de homilías y responsos diligentemente aireados por la prensa local. A uno le apetece tirar de hipérbole dinamitera, como al principio de este artículo, y exigir la dimisión de Adrián Barbón y su equipo como si eso fuese a surtir efecto (o como si alguien me fuera a hacer caso), pero me estoy quitando de esos ataques de Volksgeist y ya solo aspiro a que, por el bien de todos, entren y razón y rectifiquen. Dejen de tratarnos como a menores de edad y defiendan ese Estado del Bienestar que tanto dicen adorar, porque la alternativa son mostrencos con una bandera en la boca y, si llegamos a eso, a ver de dónde sacamos, ahora que no hay minas, la dinamita.
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Los asturianos tenemos fama de exagerados. En 2004, pocas semanas después de los atentados del 11-M, un vecino de mi abuela recibió una visita de la guardia civil. Era un caso de drogas, pero lo que descubrieron los guardias al registrar el chabolu (cobertizo) de aquel jubilado fue una nada...
Autor >
Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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