Una encuesta se parece a un tanga en que muestra cosas importantes, si bien esconde cosas fundamentales. El siguiente articulete pretende coger la encuesta sobre la monarquía –que hemos hecho 16 medios gracias a los medios que nos han facilitado 1.965 mecenas–, y omitirle el tanga. Debajo de él observamos que hay objetos inesperados: ni más ni menos que consensos grandes y no previstos. Diáfanos y positivos, incluso milagrosos. Independientemente del partido votado, o del punto de nacimiento o de  residencia –dos trincheras importantes en la batalla cultural en la que, paulatinamente, sin prisas pero sin pausas, nos hemos metido a cuatro patas desde 1978; quizás no había otro itinerario, si se pretendía no someter a discusión, o a una discusión breve, uno de los Estados más inquietantes de Europa; si se pretendía no someter a discusión la evolución del producto resultante, como apunta la eliminación en el CIS de preguntas molestas–, la ciudadanía tiene una percepción clara de lo que debe ser un Jefe de Estado democrático. Es decir, de lo que debe hacer. Y, más importante aún, de lo que no debe hacer jamás. El resultado, si unimos los puntos, es una demanda que no ha sido atendida. Hay consenso social para dibujar otra jefatura del Estado, que no se ha producido en los últimos años, y que acepte transparencia económica –ya ofrecida, por cierto; varias veces; lo que implica la percepción de que esa transparencia ofrecida es insuficiente, tal vez un camelo–; que acepte posiciones de neutralidad y arbitraje. Por lo mismo, hay cierto consenso en observar la figura del rey como una figura centralista, conservadora y derechista. Derechista, por aquí abajo, es lo que es. Y no es edificante. O sólo edifica una suerte de edificaciones. La buena noticia es que Casa Real puede utilizar toda esa información –sufragada por 1.965 ciudadanos que, por tanto, deberían recibir el Toisón de Oro– para niquelarse y acceder al siglo XX. Tal vez, incluso, al XXI. La mala noticia es que Casa Real disponía –en caso contrario, apaga y vámonos– de estadísticas y encuestas que, ante cada nuevo jalón emprendido por Felipe VI en su reinado –estructurales y que significan cambios en la percepción del rol real; tal vez tres errores irreparables, ya veremos: el discurso del 3-O de 2017, la renuncia no verificada ni probable al testamento de su padre, y la decisión de deslocalizar a su padre en Oriente, donde los Reyes Magos–, indicaban la percepción ciudadana. Y que, visto lo visto, no fue tomada en cuenta.

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Mayorías más matizables. El republicanismo crece. Crece perceptiblemente, y ante la escasez de datos fiables sobre su percepción en los glory days del R’78. Es una mayoría relativa (mal) repartida. Existe en todos los tramos territoriales, de edad y de voto. Pero se consolida, o bien en determinadas opciones territoriales, o bien en el voto izquierdista. O, lo que es lo mismo, se consolida la monarquía en el voto derechista. Lo que es una mala noticia para la monarquía. Pero aún peor para la sociedad y sus expectativas políticas progresistas. La monarquía parece que disfruta –y ha apostado por ello– de apoyo sólo en tramos no necesariamente conservadores, sino inmovilistas. 

Para seguir existiendo, se deduce, la monarquía  sólo debe hacer lo que ha hecho hasta ahora. Seguir existiendo. Y decantarse hacia estéticas y posicionamientos del 30%. Apostar porque la política sea absorbente, eléctrica, de bloques. Y autosuficiente. Que admita trincheras, crispación, bandos irreconciliables, a cambio de que nada de eso salga de la política. A cambio de su inmovilidad. Sí, hay otros consensos sociales –incluso en el tema yuyu, el territorial, el que más absorbe energía, crispación y paralización–. Razonables, tranquilos, democráticos. Por sí solos dibujan otra política, y otra vivencia de la política, más operativa y sosegada. Pero desaparecen tras el voto, cuando los partidos optan por plasmarse en bloques y en cosmovisiones-fósiles del R’78. La sensación es que el R’78 está agotado. Agotado de su única función. Acotar los temas en muy pocos. Acotar la interpretación de la Constitución e, incluso, de la política. La aludida inmovilidad. Pero hay vida ahí fuera. En la sociedad. Tal vez una sociedad cansada de sólo poder participar como figurante en una de las varias trincheras, y que posee consensos grandes que no están en la agenda, ni en los medios. Y que ni sabe que los posee. 

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La Encuesta sobre la Monarquía es una iniciativa impulsada por la Plataforma de Medios Independientes (PMI), que agrupa a 16 cabeceras, entre las que se encuentra CTXT. Para poder realizar la mayor encuesta hecha nunca en España sobre la monarquía, la PMI organizó una recaudación de fondos que logró completar en un solo día. La encuesta financiada por 1965 donantes se encargó a 40dB., el instituto de opinión dirigido por Belén Barreiro, expresidenta del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas). El proyecto surgió tras la solicitud de estos medios al CIS de una encuesta sobre la monarquía, un asunto sobre el que el organismo lleva más de cinco años sin preguntar".

• Puedes leer el especial #ENCUESTA MONARQUÍA aquí.