Gramática rojiparda
Política del ‘unboxing’
Nos estamos habituando al anuncio continuo y constante de nuevas restricciones por la pandemia que hacen que el público se agite nervioso, que se ponga en lo peor. Pero luego llega la apertura de la caja y lo que se desenvuelve es lo mismo que había
Xandru Fernández 22/11/2020
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De los muchos subgéneros que pululan por YouTube, pocos tan fascinantes como el unboxing. Se trata de un tipo de vídeos en los que el youtuber se pone delante de la cámara para ofrecer a sus seguidores el trepidante espectáculo de sí mismo abriendo un paquete que le acaba de traer el cartero. El paquete, la caja (box) en cuestión, puede contener un objeto de coleccionista, un electrodoméstico, ropa, un disco, todas las temporadas de una serie de televisión en DVD. Sin dejar de hablar a cámara, el youtuber va desenvolviendo, con pericia y teatralidad muy desiguales, el paquete de marras, la caja de sorpresas que no contiene sorpresa alguna puesto que: a) se trata de algo que el youtuber ha pedido expresamente por catálogo o le ha enviado el fabricante como parte de su campaña de márketing, y b) el espectador sabe qué es lo que hay en la caja porque lo pone el título del vídeo: “PS5 Unboxing”, “Mad Men Complete Series Unboxing”, “Unboxing Chucky (Muñeco Diabólico)”, “Unboxing pastillas de freno”…
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No tengo muy claro si el unboxing es, sin más, un vídeo promocional o comercial. Es cierto que en prácticamente todos los vídeos de ese tipo se promociona un producto (no los he visto todos, pero no he visto ninguno donde el youtuber denostara la mercancía que desenvuelve, cosa lógica porque implicaría que ha tirado el dinero o que no volverá a recibir ningún envío gratis de ese fabricante). Pero también es cierto que el tipo de comprador al que iría orientada esa publicidad no la necesita demasiado, pues ya comparte de entrada esa fascinación, ese deseo de compra que el youtuber ha ejecutado o está representando. No, cuando tú pones en el buscador de YouTube “Unboxing muñecos cabezones de superhéroes” es porque estás dispuesto a comprar uno de esos muñecos, no porque tengas curiosidad por saber cómo son.
El 'unboxing' es un deseo insatisfecho que se resuelve en la contemplación de cómo otro sujeto satisface un deseo similar
Creo que el unboxing no es publicidad sino antipublicidad. Me explico. La publicidad tiene como finalidad convencer a un comprador potencial para que se convierta en comprador en acto, esto es, tienes dinero y yo te convenzo para que te lo gastes en este producto y no en otro. El unboxing, en cambio, es un acto de compra vicaria, es el youtuber el que compra por mí, al menos hace lo que a mí me gustaría hacer si tuviera dinero para hacerlo, desenvolver el producto que deseo, pero ese acto de desenvolver no genera ni intensifica en mí el deseo de comprar, sino que ese deseo es algo previo, tiene que existir previamente para que a mí me interese buscar en YouTube cómo alguien desenvuelve mi objeto de deseo. Puesto que no va destinado a despertar en mí las ganas de comprar, es probable que vaya destinado a sustituir el acto de comprar. El unboxing es una compra abortada. Es un deseo insatisfecho que se resuelve en la contemplación de cómo otro sujeto satisface un deseo similar. El unboxing es el porno de la venta on line.
En casi todos esos vídeos hay un momento, antes de abrir la caja, en que el youtuber emite sonidos (grititos, susurros, grititos susurrados) como de suspense, ya saben: ¿qué contendrá la caja mágica? Invariablemente, en cuanto quita el envoltorio y abre el paquete se produce un estallido asordinado de admiración y sorpresa fingida, del tipo “no me lo esperaba”. Es parte de la representación. Sin esos ingredientes la cosa no tendría gracia (ya es discutible que la tenga con ellos). Luego viene la enumeración y/o descripción del contenido de la caja, punteada por ruiditos tipo “uau”, “oh” , “uaaa”, “qué pasada”, etc. Pero el espectáculo es abrir la caja, no mirar dentro. Por eso esos vídeos se llaman unboxing y no, qué sé yo, looking inside.
Fuera de YouTube, en los páramos antaño conocidos como “la realidad”, la agenda pública fabrica también sus propios espectáculos. Sus protagonistas son, últimamente, los gestores de la sanidad pública, antaño conocidos como “los políticos”, a los que la pandemia parece haber elevado a la condición de chamanes. Comparecen públicamente después de haber mantenido misteriosas reuniones con expertos o espíritus y, por regla general, su aparición pública viene precedida por anuncios en los medios que proclaman, como letreros fluorescentes, no solo cuándo tendrá lugar la comparecencia sino también su contenido, aunque esa información se enuncie siempre de manera más adjetival que sustantiva, esto es, se anuncia que en la comparecencia se harán públicas nuevas medidas, nuevas restricciones, se pedirán nuevos esfuerzos, nuevos sacrificios, o se desvelarán nuevos acuerdos y nuevas decisiones.
Desde que se aprobó el estado de alarma y la consiguiente descentralización de las medidas, es frecuente que en las comparecencias no se confirme ni se desmienta nada
Antes de que se aprobara el actual estado de alarma, esos anuncios solían ir seguidos de su correspondiente confirmación o refutación en la comparecencia presidencial, en la rueda de prensa o en las declaraciones unidireccionales de un responsable político o sanitario. En cambio, desde que se aprobó el estado de alarma vigente y la consiguiente descentralización de las medidas disciplinarias, es frecuente que en las comparecencias anunciadas no se confirme ni se desmienta nada. Nos estamos habituando a la política del unboxing, al anuncio continuo y constante de nuevas restricciones que hacen que el público se agite nervioso, que se ponga en lo peor, más toques de queda, más cierres perimetrales, confinamiento estricto, estado de excepción, el ejército en las calles. Pero luego llega la apertura de la caja y lo que se desenvuelve ante la cámara es lo mismo que había, solo que prorrogado, quizá matizado aquí o allá, llamativo envoltorio de un nuevo paquete de ayudas que luego en el boletín oficial correspondiente aparecerán así o asá, ya veremos: lo prometido era el unboxing, y unboxing lo ha habido. Hemos vibrado (uau, oh, uaaa) con el espectáculo del prestidigitador abriendo la caja y, como de ella no ha salido un cataclismo, ya no nos interesa tanto si la nueva edición en DVD viene con extras o tomas falsas o si te regalan una lámpara de freno con las luces de cruce.
Puede que la política del unboxing sea la única salida posible hasta que haya una vacuna contra la mediocridad. O contra el coronavirus, lo que llegue antes. Lo que a nuestros gestores de lo público les urge, mientras tanto, es mantener el tipo y dar espectáculo. Igual que no me preocupa en absoluto lo que vaya a ser de sus carreras en el futuro, tampoco me inquietan demasiado sus reacciones en el presente, pero sí las nuestras, espectadores mudos que ejecutamos por vía vicaria el unboxing de nuestros propios miedos y aprensiones. Participamos en la política por sustitución, como si la democracia se hubiera reducido a consumir decretos previamente empaquetados y desempaquetados con la fruición de un trekkie ante la novísima maqueta de la Enterprise. No hace mucho que aspirábamos a decidir el contenido de la caja, pero nos hemos conformado con ver cómo otros la abren. Y de eso no ha tenido la culpa la pandemia.
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De los muchos subgéneros que pululan por YouTube, pocos tan fascinantes como el unboxing. Se trata de un tipo de vídeos en los que el youtuber se pone delante de la cámara para ofrecer a sus seguidores el trepidante espectáculo de sí mismo abriendo un paquete que le acaba de traer el...
Autor >
Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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