Crisis y desigualdad
¿Cuándo acabará esto, y cómo?
Las previsiones económicas suelen fallar siempre pero ahora es la propia Comisión Europea la que reconoce que no hay manera de acertar y menos con la pandemia
Emilio de la Peña 30/11/2020
![<p>Díaz Ayuso presenta el pasado 24 de noviembre el sello Garantía Madrid en el restaurante Casa Botín.</p>](/images/cache/800x540/nocrop/images%7Ccms-image-000024552.jpeg)
Díaz Ayuso presenta el pasado 24 de noviembre el sello Garantía Madrid en el restaurante Casa Botín.
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Hacer previsiones no es fácil y acertar menos aún. Lo sé por experiencia. No por haber pronosticado nada, sino porque año tras año, semestre a semestre, he tenido que comprobar las previsiones españolas y de otras partes. Y lo normal no es acertar. Se atina más cuanto más cerca está el final del periodo que se pronostica, pero aun así el acierto no está asegurado. Me estoy refiriendo a las previsiones económicas. Si son inexactas conociendo desde tiempos lejanos cuánto se suele gastar, cuánto invertir y demás, me imagino lo engorroso y comprometido que debe de ser predecir cuándo acabará y a cuánta gente se llevará por delante la pandemia de un virus desconocido hasta hace nada.
Hago estas consideraciones juntas, previsiones económicas y previsiones de la covid-19, porque no vale esperar nada de la economía, mientras no se vea el final de la pandemia. Y desde luego si alguien tiene fecha para ese final que recuerde una cosa: en los últimos días de junio, cuando finalizó el estado de alarma, el número total de contagiados en España era de 246.000. Tres meses después, tras lo que debía haber sido el benigno verano, ideal para recuperar parte de la actividad turística, y quedar a la espera de la segunda ola otoñal, los contagiados eran 671.000, un 173 por ciento más. El otoño prosigue, falta casi un mes para su final, y la cifra de contagiados ahora era inimaginable hace unos meses: 1.617.000. En todo el mundo se ha pasado de algo más de 8 millones y medio a cerca de 60 millones. Las personas fallecidas por covid-19 casi se han duplicado en la segunda ola en nuestro país y en todo el mundo se han más que triplicado.
Parece que sólo la vacunación masiva puede asegurar un final próximo de la pandemia. No será antes de 2021. El Gobierno ha establecido que comience la vacunación entre enero y marzo, pero con una cantidad “muy limitada de dosis”. “Entre mayo y junio se incrementarán progresivamente”. Total, que el año que viene puede también darse por perdida para la economía. Ello a pesar de las últimas previsiones de los organismos oficiales, que en su mayoría no contaban aún con este vendaval. Como es habitual, el destino de cada previsión es ser corregida por otra nueva. Y en este caso más, dada la singularidad que padecemos.
En 1980, la industria manufacturera en España representaba el 24 por ciento de toda la actividad económica. Al comenzar el siglo, suponía el 16 y ahora es sólo el 11 por ciento
En toda crisis o catástrofe se produce invariablemente un fenómeno: aumentan las desigualdades entre los ricos y los pobres. Todo el mundo puede comprobar con sus propios ojos que eso parece estar pasando. Es la consecuencia de una sociedad que reparte injustamente la riqueza. Todavía es pronto para probarlo con cifras oficiales. Sin embargo, hay datos que lo avalan. El Monitor de Desigualdad que elaboran el Centro de Investigación de Caixabank y la Universidad Pompeu Fabra, ha realizado el primer estudio sobre el impacto de la covid-19 en la desigualdad. Para ello analiza 3 millones de nóminas y transferencias de dinero público como subsidios por desempleo o ERTE.
El estudio divide la muestra en cuatro grupos de personas, según lo que ganan. El primero, aquellos que no tienen ingresos. El segundo, los que ganan menos de 1.000 euros. El tercero los que obtienen entre 1.000 y 2.000 euros mensuales. Y en cuarto lugar los que ganan más de 2.000 euros. Los resultados son concluyentes.
Los que ganaban más antes de la pandemia, de 2.000 euros para arriba –el 10 por ciento de los asalariados– se habrían llevado un trozo mayor de la tarta, al representar el 30 por ciento de todas las rentas en febrero y pasar a disponer del 35 por ciento en abril, en lo peor de la crisis sanitaria.
El grupo con ingresos intermedios suponen el 40 por ciento. Contaban con el 50 por ciento de todo el dinero y la pandemia los habría llevado en abril a contar con el 55 por ciento. Finalmente, la mitad de la población, la que ganaba entre 1.000 euros y nada, obtenía antes de la pandemia tan sólo el 20 por ciento de los ingresos totales. Pese a ser los más numerosos, en abril se habrían quedado únicamente con el 10 por ciento de la renta. Ello se explica entre otras cosas, porque muchos de los que ganaban poco pasaron a no ganar nada.
Sin embargo, ese aumento despiadado de la desigualdad salarial en tan sólo seis meses no llegó a producirse de forma tan acusada por la actuación de los poderes públicos. Las transferencias de dinero u otras ayudas a las personas más necesitadas lo evitaron. Esto pone en evidencia el papel del Estado al redistribuir la renta, aunque sea sólo en parte. En este caso, de forma especial. En el siguiente cuadro pueden apreciarse los efectos económicos de la pandemia y el papel de las Administraciones Públicas para evitarlo.
La pandemia ha puesto en evidencia otra cosa que afecta especialmente a España: la debilidad del modelo productivo. Es una frase que se repite una y otra vez, pero que dicha en vacío, como suele ocurrir, no indica nada. La pandemia ha llenado de contenido ese vacío.
Parafraseando a Tolstoi, todos los periodos de prosperidad se parecen, pero los de crisis lo son cada uno a su manera. Este desastre que ha traído la covid-19 ha obligado a cambios de comportamiento personal, simplemente para preservar la vida. En los desastres de la guerra, el cambio de hábito consiste en acudir a refugios para protegerse de los bombardeos. Cuando arrasan los huracanes, hay que evitar salir al descubierto si arrecian el viento y el agua. Ahora, con esta pandemia uno debe protegerse de los demás seres humanos, por buenos y pacíficos que estos sean. Se ha de alejar uno de ellos, no compartir espacios, porque el peligro es el elevado contagio del virus. Ello ha tenido como consecuencia que “los sectores de servicios que dependen de las interacciones en persona —especialmente el comercio mayorista y minorista, la hostelería y el alojamiento, las artes y el esparcimiento— han sufrido contracciones más profundas que la manufactura”, dice el FMI en su último informe anual.
España apostó por todo esto como motor de su economía. Lo hizo a costa de la industria manufacturera, que desmontó en parte, como otros países del continente, dentro de la llamada “división internacional del trabajo”: unos fabrican y otros ofrecen esparcimiento. En 1980, la industria manufacturera en España representaba el 24 por ciento de toda la actividad económica. Al comenzar el siglo, suponía el 16 y ahora es sólo el 11 por ciento. Se podría decir que eso era un signo de modernidad de nuestra economía. Pero el país más poderoso de la Unión Europea, Alemania, no ha acabado con su industria de esa manera y su economía es sólida, moderna y próspera. Mantiene desde el comienzo del siglo el mismo porcentaje de actividad manufacturera, el 20 por ciento del PIB. En nuestro país, la apuesta ha sido el turismo. Ya representa el 12 por ciento de la actividad económica. Eso explica que el desplome del sector turístico, no comparable con ningún otro, deje a España con las más negativas previsiones económicas de este año entre los países desarrollados. Las previsiones, tanto de organismos oficiales como de servicios de estudio, se equivocan por regla general. Sin embargo, en esta ocasión parece que están fallando por exceso de optimismo. La propia Comisión Europea lo decía en su último informe de noviembre. Ahora vienen a reconocer que no hay modo de acertar, algo que jamás habían hecho. ¡Cómo será el panorama!
En el caso de España, la fuerte presencia del turismo ha llevado a pronosticar que este año la actividad económica va a caer el 12 por ciento, cuando en la eurozona se espera una caída cercana al 8 por ciento. ¿A qué se debe esta diferencia en una pandemia que llega a todos? Pues al turismo. Por ejemplo, en el tercer trimestre la economía bajó en España el 8,7 por ciento, de ese desplome el 58 por ciento hay que atribuírselo al turismo, al comercio y al transporte, la mayoría aéreo. Los datos los facilita el Instituto Nacional de Estadística. En cambio, en Alemania, cuya caída del PIB ha sido del 4,1 por ciento, esos sectores sólo son responsables del 12 por ciento del retroceso. Y no es porque sean más ricos, que lo son sin duda, es porque tienen organizado su modelo productivo un poco mejor que el nuestro.
El turismo supone el 12 por ciento de la economía, ya lo hemos dicho. Sin embargo, se trata de un sector transversal, que atraviesa casi todas las actividades. Hasta septiembre llegaron a España 17 millones de turistas, una cifra pequeñísima comparada con los 67 millones de vinieron el año pasado en los nueve primeros meses. En todo 2019 llegaron 83 millones y medio. Ningún país del mundo tiene nada semejante. Pues bien, esa inmensa cantidad de gente, casi el doble de la población española, comía diariamente. Ello afecta al aumento de la industria alimentaria. El desplome en el número de turistas foráneos desplomará también la producción alimentaria. Igualmente comprarán cosas, no sólo figuritas de las meninas o castañuelas de recuerdo. También adquieren ropa, productos de higiene o cosmética. Si hasta septiembre han venido 50 millones menos, podemos imaginar el destrozo que han hecho en tiendas situadas en los centros de las ciudades o núcleos turísticos.
Incluso la fabricación y venta de automóviles está muy condicionada por el turismo. Hasta octubre, el año pasado se vendieron en España 215.000 coches para alquilar. La grandísima mayoría son para turistas. Este año, tan sólo 84.000, un 60 por ciento menos. Puede uno imaginarse qué es lo que más ha contribuido a la grave crisis de venta de coches tras la llegada de la covid-19.
Aunque no se puede tomar al FMI como oráculo de nada, y menos de economía, y desde hace 40 años está tomado por los neoliberales, solo interesados en enriquecer a los ricos, la pandemia los ha llevado a decir alguna cosa que parece evidente. En su informe recuerda que “la magnitud de los trastornos indica que, sin una vacuna y terapias eficaces para combatir el virus, estos sectores enfrentarán especiales dificultades para recuperar siquiera algo que se parezca a la normalidad”.
Hacer previsiones no es fácil y acertar menos aún. Lo sé por experiencia. No por haber pronosticado nada, sino porque año tras año, semestre a semestre, he tenido que comprobar las previsiones españolas y de otras partes. Y lo normal no es acertar. Se atina más cuanto más cerca está el final del periodo que se...
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Emilio de la Peña
Es periodista especializado en economía.
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