cultura digital
Cómo el periodismo se convirtió en la literatura de Internet
Panorámica de los éxitos y limitaciones de la primera hornada de escritores fogueada en la red
Miguel Espigado 13/12/2020
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Para entender cómo se va adaptando el viejo oficio de la escritura a Internet me interesé por PlayGround, una plataforma de contenidos digitales en la que Antonio J. Rodríguez fue editor jefe desde 2013 a 2018. Le escribí para pedirle guía y me habló de algunas redactoras y redactores de su época que le gustaban mucho. Yo ya solo tenía que poner algunos de sus nombres en los buscadores y analizar su trabajo. Comencé con alguien que ya había llamado mi atención: Anna Pacheco.
Sin embargo, cuando piqué en su primer enlace el navegador me lanzó el fatídico código 404: el contenido había sido destruido. Y en el buscador interno de PlayGround no tuve mejor suerte: me ofrecía resultados que no tenían que ver. En la página web de otra redactora, Alba Muñoz, un montón de links a sus textos ya solo derivaban al vacío 404. Rosa Molinero, también periodista del medio, me contó que algunos de los suyos habían desaparecido.
Al parecer PlayGround estaba en proceso de reforma de su web. Tiempo después muchos fondos ya se mostraban con normalidad, pero otros habían sido borrados. Esta experiencia con el error 404 me hizo consciente de que, aunque yo acudía a estos textos en busca de los últimos referentes de narrativa digital, estos ya comenzaban a erosionarse, a desvanecerse.
Por otro lado, parece el final lógico de un tipo de escritura que vive en el movimiento. Yo la voy a llamar narrativa rápida, y la considero la prosa literaria que ha demostrado mayor capacidad de llegada en Internet.
Las plataformas de contenidos digitales están llamadas a condicionar la forma y la temática de la escritura con tanta profundidad como hicieron las novelas o la prensa
La narrativa rápida debe competir desde el minuto cero por seducir y retener la atención del usuario bombardeado en la red con miles de estímulos cada vez más espectaculares y fáciles de asimilar. Por oposición, la narrativa “lenta”, que se cocinó durante centurias en publicaciones en papel, ha podido adoptar formas más desafiantes porque parte de un compromiso previo, ese que el lector ya ha establecido con el libro o periódico físico en el que está contenida.
La narrativa que te asalta en Internet no solo debe seducirte rápido; sus piezas se suelen tener que concebir rápido, porque su tema principal es el presente, el puro planteamiento sin nudo ni final. Por lo tanto, debe escribirse rápido, debe captar el interés rápido, se leerá rápido y se asimilará rápido. Su remuneración muy posiblemente también irá rápido de los bolsillos del redactor. 404.Page not found: parece que también se destruirá rápido.
Además, su impacto en la audiencia se conoce de forma inmediata. El medio digital te permite monitorizar en tiempo real a los lectores, nos cuenta Antonio J. Rodríguez: “¿Les atrae o no el titular? ¿Comparten el artículo o no? ¿Leen el artículo hasta el final? Evidentemente, esta relación casi matemática puede llegar a producir bastante ansiedad pero, al mismo tiempo, la práctica te ofrece una serie de mecanismos útiles para mantener la tensión del texto y la atención de quien lee“.
A Eduald Espluga, otro colaborador, esto le llevó a una forma diferente de expresarse. La presión a la que se veían sometidos en PlayGround “afectaba también al proceso de concepción del texto y a la forma del mismo, en la medida en que los artículos debían generar muchas visitas, retener a los lectores, se dirigían a un público joven (que buscaba más entretenimiento que información) y circulaban principalmente en redes”.
Se necesitaban titulares llamativos, ligazón con la actualidad, un comienzo potente, ausencia de frases largas y subordinadas, párrafos breves y una emoción dominante, nos cuenta Espluga. Todo ello buscaba retener la atención de ese lector híper acelerado, y caer en gracia a los todopoderosos algoritmos que deciden qué existe y que no en Internet.
Cuando le pregunto a Alba Muñoz por los recursos a su disposición, me deja claro que hubiera querido salir más a la calle, viajar y escribir sobre temas más lejanos: “pero lo que PlayGround nos ofrecía era libertad creativa delante de una pantalla: todo lo que pudieras conseguir con internet y un móvil. Y aunque no lo parezca, se puede conseguir mucho (…). Aquí entraban en juego las prioridades de una empresa que no era exactamente periodística, sino una gran productora de contenidos digitales que invertía mucho esfuerzo en mantener un ritmo de producción y unas audiencias, y en el desarrollo de nuevos formatos.”
Quizás alguien considere que una prosa que surge de estas imposiciones materiales y materialistas no merece consideración literaria. Se olvidará entonces de que un género como la novela se consolidó también en función de las necesidades impuestas por un producto comercial: los libros impresos.
Y es poco discutible que hoy las plataformas de contenidos digitales están llamadas a condicionar la forma y la temática de la escritura con tanta profundidad como un día lo hicieron las novelas o la prensa.
Para entenderlo mejor voy a definir algunas de sus voces, temáticas y enfoques.
Empiezo por Antonio J. Rodríguez, en cuyos artículos de PlayGround veo fórmulas que ya comenzó a usar a principios de siglo en su blog personal, cuando se dio a conocer por sus críticas literarias a autores posmodernos. Ya entonces comenzaba a ensayar con formas de tratar la alta cultura desde una perspectiva atractiva para millennials. Encontramos la evolución de ese estilo en: “Gente que lucha a muerte contra el declive de su propio genio”.
Sus licencias estilísticas acercan este comentario del novelista Philip Roth a una pieza literaria. No solo convierte a Roth en un personaje, sino que se vale de la subjetividad y la estética a un nivel similar al de la obra que comenta. De esta manera la crítica se mimetiza con la obra, adquiere sus códigos. Y quizás así se convierte en una invitación a la lectura más seductora que las ya casi extintas críticas serias.
Antonio J. Rodríguez trata casi siempre de aligerar el lenguaje sin aligerar las ideas. Se aprecia en “Feminismo radical para fanáticos del perreo” (desaparecido de PG), donde hace filosofía feminista a través del análisis de un producto tan mainstream como un videoclip de Becky G. Su uso del lenguaje coloquial suaviza los registros más cultos, acercándose a ese ideal de que la crítica se vuelva casi tan accesible como la obra pop.
En Anna Pacheco también observo una voluntad de adaptar el pensamiento fuerte. Su pieza: “Cada vez que dices voy al chino o voy al paki estás siendo racista”, casi se podría calificar de pedagógica. Su argumentación se desposee de los códigos asociados con una autoridad intelectual (en general masculina) y se vuelve más franca. Se trata de una labor de traducción de referencias sólidas a niveles de discurso mediáticos, atractivos para una joven audiencia que parece tener asociado el lenguaje más culterano a horribles experiencias escolares.
Este lector cómplice también sabrá rellenar los huecos que la autora deja en “De fiesta con los ejecutivos del Mobile World Congress”, una crónica que muestra más que cuenta, al estilo de la narrativa literaria.
Al moverse por las traseras del foco informativo, Pacheco nos acaba descubriendo un microcosmos de personajes alternativos que ponen en evidencia la falacia de los valores que vende el macroevento tecnológico. Y así, ejerce de representante de un sentido común generacional para juzgar el machismo imperante en el mundo que han heredado.
Su denuncia, sin embargo, no nace de crear fuertes antagonismos, sino de usar la empatía como herramienta fundamental de trabajo. Eso le permite emprender pequeñas luchas ideológicas que hacen de la moderación su argumento más convincente, como en “Te elimino. Te bloqueo. Te dejo de seguir. Internet nos está rompiendo el corazón todo el rato”.
Estos testimonios de problemas del primer mundo aportan algo más que un puñado de buenas historias; a través de ellos, se construyen relatos identitarios de las experiencias compartidas de una generación.
Anna Pacheco parte a menudo de ella misma y es el lector quien debe identificarse con su vivencia y validarla como colectiva. Así lo capto en “Sé que eres mi amiga pero no te soporto en las redes sociales”. La actitud intelectual que adopta difiere de las formas de opinión imperantes en los medios patrios, que se basan sobre todo en denostar el comportamiento de “los otros” desde una tribuna de superioridad moral.
En “Estamos siempre repitiendo amores que son eternos solo durante un rato” vuelvo a reconocer este esfuerzo por crear vínculos entre acontecimientos íntimos y las estructuras sociales que los sustentan. Siempre desde el “nosotros”, va articulando un relato colectivo sobre los patrones compartidos de los afectos. Y su uso de la autocrítica acaba logrando una mayor horizontalidad entre la voz mediática y su público.
Cuando Pacheco aborda conflictos graves también mantendrá la misma estrategia, pero lo combina con formas periodísticas más formales. Queda patente en una pieza muy poderosa: ¿Precarios todos? Las hijas de la clase obrera tienen su propio techo de cristal.
Rosa Molinero también parte a menudo de lo personal para su lectura social. Posee, además, un enfoque del periodismo gastronómico diferenciado. Este, nos dice: “parece que casi siempre debe ser una lectura ligera, que no entrañe reflexión, (…) Tenemos asociado aún que la gastronomía es placer y nos olvidamos de que también es ecología, derechos laborales y políticas y agrarias que tienen un peso realmente grande en los presupuestos, de por ejemplo, la UE”.
Fiel a estas convicciones, en artículos como “Sangre, balas y sopa instantánea: así es la vida de los adolescentes marucheros”, Molinero convierte la comida en la puerta de entrada a una historia trágica, trascendental, lejos del criticado costumbrismo gastronómico, el color local, de tendencias y periodismo de buenas noticias.
La comida también le sirve para atacar convenciones muy arraigadas. En “Por qué el alcohol es de los más baratos de Europa” (desaparecido de PG) cuestiona la tolerancia social al consumo excesivo de alcohol en España; en “Pulque: la bebida que los mexicanos dieron mil veces por muerta” (desaparecido de PG) se enfrenta a la visión imperialista colonialismo español a través de un relato, en apariencia pequeño, pero que atraviesa doscientos años de historia mexicana.
A mi juicio, una mayor libertad creativa ha permitido a estas creadoras articular formas de verdad más diversas que las del periodismo convencional. Esto no sorprende desde la mirada literaria, que parte de la fe en que la verdad de los relatos siempre depende de la forma en que son contados. Lejos del encorsetamiento que imponen las redacciones periodísticas, ellas crean escrituras a la medida de sus historias, sus enfoques, sus realidades.
Y si alguien ha sabido explotar esta libertad ha sido Alba Muñoz.
En “Cosas inspiradoras que aprendí en un curso de prostitución” Muñoz realiza una crónica que, además de cuestionar desde la calma posturas abolicionistas, es una buena pieza de literatura de no ficción. Sus confidentes acaban convertidas en un grupo de personajes que bien podrían evolucionar hasta protagonizar una novela. Por suerte no lo hacen, porque todo lo mejor que contienen ya está implícito en ese planteamiento extraordinario que conforma su artículo.
No fue una noche loca, las drogaron para violarlas (desaparecido de PG) es otro ejemplo de cómo la autora se vale de la subjetividad en un reportaje de investigación sin perder por ello la credibilidad o el rigor. Se resaltan elementos dramáticos y se trabaja el ritmo con párrafos contundentes, de una sola frase. Frente a la asepsia del periodismo racionalista, el periodismo de Muñoz habla a una era más emocional. Y crear emociones a través del lenguaje tiene un nombre: literatura.
Esto se podría tildar de sensacionalismo, y con razón. Pero ¿qué es la literatura sino sensacionalismo, o dicho de otro modo, ¿qué es el arte sino (en su mayor parte) exageración? Las reglas de la narrativa rápida lo imponen desde la misma cabecera, ya que el lector digital solo consumirá aquello capaz de estimular su atención en su fugaz recorrido por los timeline de sus redes sociales.
En este nuevo contexto, un titular casi de spaghetti western puede anteceder a un reportaje de rigor objetivo, como sucede en “El fotógrafo que disparó a los ojos de la muerte”. Y es que cuando la comunicación pública se ha convertido en una batalla campal por la atención en Twitter y Facebook, algunas técnicas de guerrilla están más justificadas.
La precariedad en la que se mueve el periodista actual le acerca más a las víctimas, situándole cerca de más malas noticias que el viejo periodista de clase media
También podría tildarse de sensacionalista la utilización que Alba Muñoz y otros redactores hacen de su identidad y experiencias para el reality periodístico. Ciertamente, su presencia explícita permite una lectura casi novelesca de sus artículos, sobre todo si se compilan y se leen del tirón, como he hecho yo. Es difícil no acabar enganchado, como en cualquier narración seriada, al personaje que van elaborando.
Pero quizás haya una nueva legitimidad en el protagonismo que se dan estas relatoras. Suena crudo pero la precariedad en la que se han desenvuelto les ha acercado más a las víctimas, a los que sufren las injusticias. Ellas pueden situarse como protagonistas de más malas noticias que el viejo periodista de clase media que hacía sus denuncias desde el distanciamiento que le permitía su estatus.
Por supuesto, si su nivel de implicación es alto, su nivel de exposición también. El uso constante del yo también da que pensar sobre cómo estos profesionales están usando su cuerpo y su identidad para beneficiar a un negocio. Piezas de periodismo gonzo low cost como “Querido diario: voy a ser una sugar babe” me hacen darle vueltas a eso.
Por suerte, Internet da la posibilidad de hacer esta clase de reportajes protegido por el anonimato. La narrativa rápida se presta más a incursiones digitales que a las infiltraciones “físicas” que lleva a cabo el periodismo de investigación deluxe. Y como tantas facetas de la vida se han virtualizado, estos periodistas encuentran oportunidades de investigación sin demasiados costes materiales ni humanos.
No todo es tan crudo; Alba Muñoz alterna piezas más duras con historias más blancas. Entre las amables una de mis favoritas es “Mis secretos para no respirar en el fondo del océano”. Esta alternancia de lo importante con lo entretenido, a mi juicio, da más garantías de que los textos de denuncia y mensaje social llegan a un público general. Solo los muy politizados soportan medios exclusivamente volcados en lo político las veinticuatro horas del día.
Entre ambas dimensiones yo situaría los artículos de Eduald Espluga, quien adapta su discurso cultural a la velocidad de la comunicación contemporánea. “Hagamos lo imposible”: revolución y espiritualidad en una taza de Mr. Wonderful” puede tomarse como una píldora filosófica híper concentrada que combate una filosofía todavía más rápida y económica: los lemas motivacionales de Mr. Wonderful.
Algo parecido hace en “Sin cura ni tratamiento: este extraño síndrome le llevó a escribir una pequeña obra maestra”. Él lee a Verónica Gerber y nos ofrece una opinión en forma de narrativa rápida de la que nosotros podemos apropiarnos. Puede parecer frívolo, pero esta labor da vida a autores que de otro modo solo existirían en círculos muy reducidos.
Espluga forma parte de ese grupo de pensadores que se esfuerza en reelaborar la cultura lenta, esa que exige años de estudio y horas de lectura, para hacerla accesible al lector rápido. La paradoja es que, en su invitación a consumir las fuentes oscuras, se apropia de ellas y acaba por suplantarlas.
Así leo yo “Vivir es nadar entre serpientes”, “Teoría del color blanco-eyaculación”, o “Tedi López Mills no existe”. En lugar de empujarme a leer a los autores que aparecen reseñados, estos excelentes artículos ya sacian todo el interés que dichos autores me provocan.
En Internet nada parece valer nada y quizás eso lo convierta en el territorio más volátil para la cultura que ha existido, pese a ser también el más prolífico
No es cosa de Espluga; hasta el público más culto cada vez está más interesado en conocer mucho sin profundizar en nada. Tenemos tal voracidad de referencias que al final dedicamos a saciarla el tiempo que necesitaríamos para consumir las obras. “Veinticinco pensadoras para afrontar “el año después del año del feminismo” cumple bien esa misión, aunque en verdad debería tomarse como una guía de lecturas.
De hecho, este artículo mío puede sufrir una lectura similar; es posible que muchos de los que hayáis llegado hasta aquí (que ya tiene su mérito) sintáis más que satisfecha vuestra curiosidad sobre los autores que estoy citando, sin llegar a pinchar y leer su obra, es decir, sin hacer una exploración propia de los objetos culturales que reseño.
Y más cuando estos solo han nacido y vivido para Internet.
Una vez escuché al tasador de una galería de subastas decir que solo el arte que se valora económicamente sobrevive al paso del tiempo. En Internet nada parece valer nada y quizás eso lo convierta en el territorio más volátil para la cultura que ha existido, pese a ser también el más prolífico.
Sin embargo, el tasador no dice toda la verdad; también soporta el paso del tiempo aquello que cobra valor simbólico. Y ese sería el fin último de llamar literatura al trabajo de estas autoras y autores, y de intentar leer desde la literatura a otros escritores digitales de similar talento. Porque el mundo literario rescata, preserva, comenta, lee, estudia, mima el legado cultural. El mundo empresarial, una vez explotado, ya solo le reserva un destino: error 404. Page not found.
Para entender cómo se va adaptando el viejo oficio de la escritura a Internet me interesé por PlayGround, una plataforma de contenidos digitales en la que Antonio J. Rodríguez fue editor jefe desde 2013 a 2018. Le escribí para pedirle guía y me habló de algunas redactoras y redactores de su época que le...
Autor >
Miguel Espigado
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