DERROTA
Preservar la democracia
Rechazar las mentiras de Trump y sus acusaciones de fraude significa preservar el ‘statu quo’ y los privilegios de las élites, sobre todo ahora que han visto la fuerza que puede tener la calle
Azahara Palomeque 1/12/2020
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Que Biden ha ganado las elecciones y Trump no tiene nada que hacer es vox populi en Estados Unidos. En España, sin embargo, me ha sorprendido la cantidad de personas que aún creen en una posible victoria del candidato republicano, bien porque escasea un conocimiento de los mecanismos electorales del país norteamericano, o bien porque los bulos circulan mejor alejados de las circunstancias autóctonas. Al otro lado del Atlántico, exceptuando el propio Trump y sus fieles más acérrimos, pocos son los que confían en su reelección, tanto en las esferas de la política institucional como en la calle. No es de extrañar que apenas se hayan producido movilizaciones ciudadanas en apoyo de sus constantes y deshonestas soflamas de victoria. Dejando a un lado las creencias de sus seguidores, lo que cada día se hace más evidente es la acumulación de derrotas en los tribunales, hasta el punto de que su empecinamiento público en afirmar que ha ganado resulta ridículo, risible, más si cabe al comprobar que, a regañadientes, el propio Trump ha autorizado el proceso de traspaso de poder entre las dos administraciones. Pero vayamos por partes.
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Derrotas judiciales
El último golpe judicial proviene de la Corte Suprema de Pensilvania, que hace poco desestimó la demanda del congresista republicano Mike Kelly con la que pretendía invalidar el voto por correo. Con la decisión de la Corte quedaban certificados los resultados en el estado, favorables a Biden por un margen de 80.000 votos. Un día antes, la Corte de Apelaciones del Tercer Circuito, en Philadelphia, rechazaba unánimemente los alegatos de fraude electoral por falta de pruebas en una declaración de tres jueces republicanos entre los que se encontraba Stephanos Bibas, nominado por el propio Trump. “Las reclamaciones de la campaña no tienen mérito”, no se sostienen, vino a decir Bibas, dificultando el camino hacia la Corte Suprema, por mucho que el equipo del presidente se empeñe en esa vía. Dado este precedente, el caso haría aguas en el más alto tribunal si aceptaran admitirlo a trámite. Por otra parte, y con apenas horas de diferencia, se terminaba el recuento en el condado más poblado de Wisconsin, Milwaukee, que ratificaba la victoria de Biden con 132 votos más que en el primer conteo y 3 millones de dólares menos para la campaña de Trump, encargada de cubrir los gastos del proceso. En menos de una semana, tres instancias distintas se encargaban así de corroborar lo que ya estaba claro desde que el 8 de noviembre los medios proclamasen al vencedor, Biden; es terrenalmente imposible afirmar lo contrario.
Los tres casos anteriores son ejemplos recientes de una tendencia generalizada, incluso en el seno del partido republicano, donde cada vez son más los que se atreven a dar la espalda al presidente ante la falsedad de sus alegaciones. Trump se ha esforzado desde hace meses en preparar el terreno para crear un caos legal en torno a los resultados electorales, mintiendo sobre la fiabilidad del voto por correo –asegurada en multitud de estudios–, y dando por hecho su continuidad en la Casa Blanca contra las predicciones primero y, después, contra los hechos. Sin embargo, conforme se han ido comprobando las distintas victorias de su contrincante en estados clave, ha ido quedando menos margen para la especulación y el triunfo en los juzgados. Tanto la NBC como el Financial Times han contabilizado las demandas presentadas por el presidente –unas cuarenta–, incluidas las exiguas sentencias a favor, anteriores a los comicios y relativas a cuestiones administrativas como el plazo final para aceptar papeletas. No se ha demostrado fraude electoral en ninguno de los procedimientos legales y, frente a esto, sus apoyos han disminuido considerablemente. En Georgia, territorio que los demócratas no ganaban desde Clinton, tanto el gobernador como el secretario de Estado, ambos republicanos, han confirmado los resultados. Este último, Brad Raffensperger, declaró recientemente: “Mi trabajo es seguir la ley (…) La integridad todavía importa”. Y eso mismo debieron de pensar los distintos legisladores republicanos del estado de Michigan, convocados por Trump a una reunión donde pretendía persuadirles de que nombraran electores afines en el colegio electoral, a lo cual se negaron. Siguiendo el procedimiento habitual, los electores se adjudican a quien haya ganado el voto popular y, en Michigan, más de 150.000 papeletas le otorgan una clara ventaja a Biden.
“Las elecciones son la democracia”
Está siendo interesante comprobar cómo, uno tras otro, sus aliados políticos se desmarcan de lo que se podría considerar el mayor socavamiento público de la democracia norteamericana, probablemente, desde la Guerra Civil. Temerosos ante la caída de una estructura institucional que ha favorecido tradicionalmente a las clases pudientes blancas, y cautelosos ante lo que su cuestionamiento podría suponer para el país en sucesivas elecciones, un gran número de adeptos a Trump ha decidido, esta vez, no hacerle la ola. Entre ellos se encuentra Rupert Murdoch, el magnate dueño de Fox News. Desde que esta cadena fuese la primera en adjudicar Arizona a Biden, las tensiones con el presidente no han dejado de crecer, hasta el punto de que éste apenas tuitea sus noticias, acercándose cada vez más a medios de la extrema derecha como Breitbart. Significativo fue uno de los últimos programas de Fox News, que le ha valido a Sidney Powell ser apartada del equipo de abogados del presidente. En un comentario reciente, el presentador Tucker Carlson cuestionó las afirmaciones de Powell sobre una supuesta conspiración comunista orquestada por Venezuela desde la que habrían manipulado el software de las máquinas que cuentan los votos.
Como era de esperar, Powell no pudo presentar pruebas que demostrasen la disparatada teoría, pero lo que destaca de la intervención de Carlson quizá sea la revelación de ese miedo –mediático, político, corporativo– que ha hecho a tantos desvincularse de quien fuera su padrino, Trump, y apoyar a su oponente. “Las elecciones no son ‘centrales para la democracia’ –dijo Carlson–: las elecciones son la democracia. El voto es la manera en que el público expresa su voluntad, es todo lo que tienen. Si las elecciones no funcionan, nuestro sistema entero no funciona”.
Traduzco la cita al completo porque aquí está la clave interpretativa del rechazo a Trump por parte de los suyos y la razón por la que los múltiples litigios decaerán hasta que Biden ocupe la Casa Blanca el próximo 20 de enero. Si el voto es lo único que la gente tiene, vino a alertar Carlson, y se lo quitamos, la democracia estadounidense como entramado inicuo de poder, cimentado en el racismo y la desigualdad sistémica –con la supresión legal del voto, las carencias manifiestas en representatividad en el colegio electoral, la transferencia masiva de fondos de las empresas a las campañas electorales, etc.–, quedará irremediablemente deslegitimada.
Intentado favorecer a un candidato, se destruiría la fantasía colectiva del American dream, supuestamente basado en la igualdad de oportunidades y la libertad individual. Si ese castillo de naipes llegara a desmoronarse, podrían surgir las voces de quienes piensan que la democracia consiste no solo en votar sino en abrir otras vías de acción ciudadana que impliquen compromiso diario y activismo. Esto es lo último que quieren ver los círculos hegemónicos de cualquier bando. Preservar la democracia de Estados Unidos –entendida únicamente como sistema electoral–, así como su apariencia de país desarrollado, la profunda injusticia en que se asienta y lo mantiene, se ha convertido en objetivo precisamente por lo que implica de contención social, ahora que se ha comprobado la fuerza de las calles. Rechazar las mentiras de Trump representa, por tanto, no sólo la vía para asegurar la continuidad del contrato social, sino también, para muchos, la manera elegida de proteger sus privilegios.
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Autora >
Azahara Palomeque
Es escritora, periodista y poeta. Exiliada de la crisis, ha vivido en Lisboa, São Paulo, y Austin, TX. Es doctora en Estudios Culturales por la Universidad de Princeton. Para Ctxt, disecciona la actualidad yanqui desde Philadelphia. Su voz es la del desarraigo y la protesta.
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