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Encrucijadas

La vida cotidiana en el antropoceno

Peligra la pervivencia de los seres humanos sobre el planeta. La actual civilización está en juego y el cambio resulta imprescindible. Reflexión sobre dónde estamos, adónde queremos ir y cómo viajar

María Novo (Futuro alternativo) 15/12/2020

<p>Arca de Noel pintada en la capilla abierta del Templo y exconvento de San Nicolás de Tolentino (México)</p>

Arca de Noel pintada en la capilla abierta del Templo y exconvento de San Nicolás de Tolentino (México)

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La influencia del Occidente industrializado y tecnificado sobre el resto del mundo, la extensión de nuestros valores y formas de vida, ha generado un comportamiento global que, mediante la lógica del beneficio económico inmediato, ha ido arrinconando a la lógica de la vida. Hoy la humanidad asiste con preocupación a la emergencia de una nueva época geológica –el antropoceno– caracterizada por nuestros impactos sobre la Biosfera. Una época en la que la humanidad comienza a comprender que, si no operamos cambios rápidos en los criterios y patrones  dominantes, la actual civilización está en juego, incluso peligra la pervivencia de los seres humanos sobre el planeta.

Cambiar no es fácil, pero resulta imprescindible. No solo tenemos que superar esa visión del mundo que ve a la naturaleza como una mera fuente de recursos sometida a nuestros designios. No solo tenemos que aprender a respetar sus ritmos y sus límites. La tarea es eso y mucho más. Como sociedades, hemos de aprender a vivir de otra manera, a producir y consumir de distinto modo, a ser felices, en suma, sin destruir las bases de nuestra vida.

¿Por dónde comienza el cambio? ¿Por arriba, por los gobiernos? ¿Por abajo, los pueblos? ¿O tal vez se necesita un giro copernicano sinérgico, una reconciliación de dirigentes y ciudadanía en torno a nuevos criterios y valores? Los que nos inclinamos por esta tercera opción pensamos que las tres escalas, macro, meso y micro son imprescindibles y deben estar articuladas. Y ya somos muchos los que nos preguntamos qué podemos hacer a escala individual o comunitaria para atajar esta crisis global y no colaborar a incentivarla. 

Algunos referentes –que, por cierto, son evidencias– para el cambio

Dicho esto, el objeto de este artículo es centrarse en la vida cotidiana. No pretendo entrar en el “hacer” –cada persona o grupo habrá de encontrar el suyo– sino más bien sugerir ciertos referentes para tratar de iluminar la reflexión sobre dónde estamos, adónde queremos ir y cómo viajar.

1. Somos Naturaleza. No sus dominadores, ni tan solo sus cuidadores. Somos parte de ella, es la matriz de la vida que se manifiesta en cada uno de nosotros. Eso supone aceptar que somos seres ecodependientes. 

Se impone reconocer que los límites del planeta son nuestros propios límites. Para respetarlos, es preciso que aprendamos, como especie, a coevolucionar con la Biosfera, teniendo en cuenta sus ritmos, pautas y restricciones. Y que aceptemos poner límites también a nuestros deseos, aprender a desear. 

Entre las múltiples opciones que surgen al respecto, me gustaría destacar una que está poco tratada y, en mi opinión, es fundamental: reapropiarnos del tiempo, un bien intangible, no renovable, que nos está siendo secuestrado por las actuales formas de vida. Desde las prisas, el ritmo frenético y desacompasado con que se vive actualmente en las grandes ciudades es imposible salir adelante con una “nueva normalidad”. Necesitamos tiempo de reflexión, tiempo para compartir con nuestras familias, nuevos horarios en los centros de trabajo, al estilo de los países nórdicos… Necesitamos urgentemente “vivir para vivir” y no solo “vivir para producir y consumir”.

 

El tiempo es libertad. Cuando nos roban tiempo, nos están robando libertad. Pero la actual sociedad está llena de “ladrones de tiempo”. Cada persona puede descubrir cuáles son en su vida: ¿Las redes sociales? ¿Las muchas horas frente al televisor? ¿El trabajo mal pagado que exige hacer horas extra? ¿Los grandes desplazamientos para ir y volver del trabajo?

Reapropiarse del tiempo es una decisión muy difícil de tomar a nivel personal en la mayoría de los casos, porque el gran ladrón de tiempo es el estilo de vida que se ha impuesto en nuestras sociedades. Es necesario que las instituciones que organizan la actividad comunitaria se hagan eco del problema. Pero, en ocasiones, algunos podemos renunciar a mayor salario, reconocimiento profesional o social, posibilidades de disfrute…, si aprendemos a “cambiar dinero y relevancia social por tiempo”.

2. Somos Sociedad. Cada participación individual o colectiva en el conjunto confirma  nuestra condición de seres interdependientes.  Necesitamos los unos de los otros para sobrevivir en un mundo complejo en el que nadie sobra y todos somos protagonistas de la aventura de la vida. 

Para ello, tal vez convenga compaginar las demandas a “otros” (Instituciones, Gobiernos…) con nuestro compromiso personal. Preguntarnos en qué podemos ser útiles a la comunidad de vecinos, al barrio, a la ciudad o el país en que vivimos. 

Todo el mundo es excelente en algo. Pero los dones son distintos, esa es nuestra riqueza y una de nuestras fortalezas. Cada persona puede aportarlos a su comunidad. No somos seres aislados, ni familias aisladas que se amurallan para salir adelante. Somos nuestras relaciones. En ellas se manifiesta la forma de ser creativa y cooperativa. Son la base de la convivencialidad.

Compartir recursos físicos y también los intangibles es un modo de relación gratificante. Sentir al otro o la otra como parte de nuestra vida... La salud es, en gran parte, la salud de nuestras relaciones.  El valor de los afectos es sanador y estimulante, mucho más de lo que nos dicen los anuncios publicitarios para vendernos objetos inútiles. 

3. Somos humanos. Por tanto frágiles, vulnerables, a la vez que fuertes y resolutivos. Tenemos necesidad no solo de bienes materiales sino de alimentos intangibles, valores que den sentido a nuestras vidas. 

Aceptar la fragilidad humana supone considerar la situación de creciente desigualdad en la que evolucionan nuestras sociedades. Eso implica tener muy presentes los límites de los recursos y plantea la necesidad de compartirlos desde la sobriedad y la sencillez como formas de vida. Necesitamos recuperar la cordura del “tamaño óptimo” a la hora de proyectar y optar en todos los campos. No dejar de lado el valor de lo pequeño y lo descentralizado. Para, finalmente, hacernos la pregunta ¿Cuánto es suficiente?

Desde esa sencilla pregunta las elecciones cambian, establecemos nuevas prioridades más basadas en valores intangibles: cooperar o compartir, el cultivo de los afectos, las relaciones gratificantes, el trabajo creativo…

4. Somos habitantes de un lugar. Ese lugar es nuestro hábitat. La relocalización que necesita nuestra sociedad en muchos aspectos cruciales (alimentación, productos estratégicos, energía…) comienza de abajo arriba.

Nuestros nexos ecológicos y sociales se inician y establecen en ese espacio de vida… En él tomamos opciones, descubrimos el sentido de la palabra “comunidad” y construimos nuestra identidad individual y colectiva. Ese lugar es el primer “banco de pruebas” de los valores y actitudes con los que encaramos la existencia. 

Todo pequeño mundo es un holograma del gran mundo. Desde la vida cotidiana es preciso que volvamos a reconectar con la naturaleza, a relocalizarnos. Regresar a lo local no significa aislarse ni perder de vista los problemas globales. Hace tiempo que se acuñó una expresión para dar cuenta de esta compleja relación entre lo cercano y lo lejano: lo glocal.  Como ciudadanos “glocales” podemos vivir asentados firmemente en un territorio y participar en proyectos, ideas y prácticas de orden mundial.

Ya es posible hacer reuniones de trabajo virtuales y reducir drásticamente los viajes en avión. También sería deseable que nos decidiésemos a organizar el ocio con mayor simplicidad, sin necesidad de estar todo el tiempo moviéndonos de un sitio a otro. Los suecos  hablan ya de “la vergüenza de viajar en avión”.

Aprender a comprar productos de proximidad fortalece la autosuficiencia alimentaria y productiva de nuestro entorno. Y fijarnos en el valor ecológico y social de las cosas y no solo en el precio. Comprar “barato” es, generalmente, comprar productos (ropa, calzado…) hechos con trabajo en condiciones indignas. Cabe esperar que aprendamos a comprar, a comer, a disfrutar de otra manera… Esto incluso afecta a lo que hacemos con nuestro dinero: si nuestros ahorros van al destino adecuado o engrosan Fondos de Inversión o de Pensiones que trabajan con sectores de la economía no recomendables.

El golpe de timón en nuestras vidas 

Es menos difícil de lo que se piensa. Pero requiere, eso sí, establecer criterios de lucidez personal y colectiva sobre la crisis ambiental e histórica en que nos encontramos y apostar por formas de convivencia basadas en principios éticos y ecológicos, con voluntad e imaginación. El desafío, en estos momentos, es múltiple:

1. Reconocer que nuestro mundo está enormemente influido por los acontecimientos extraordinarios y por lo muy improbable, algo que históricamente hemos practicado muy poco y que ahora estamos descubriendo por necesidad. Aprender a actuar en escenarios de alta incertidumbre con información incompleta.

Pero, para ello, tenemos un problema perceptivo: generalmente ignoramos lo que ignoramos. Sin embargo, nuestro conocimiento del mundo es muy pequeño, limitado por nuestros sentidos y nuestros instrumentos tecnológicos. Se impone un cambio hacia la humildad y la prudencia cuando se trata de intervenir sobre sistemas complejos naturales y sociales.  

Desde esta forma de percepción de la realidad, nos hemos confiado demasiado en las evidencias del pasado y hemos contemplado muy poco lo que puede ocurrir. Así hizo el capitán del Titanic. Le faltó humildad para reconocer la fuerza y contundencia de lo inesperado. Hoy existen muchos cisnes negros en el horizonte, tomémoslos en cuenta. 

En la actual situación, con un sistema global muy afectado por la intervención humana, el pasado y la campana de Gauss han dejado de ser los principales referentes para la toma de decisiones. Necesitamos aprender a gestionar desde la incertidumbre, la consideración de lo improbable, sobre todo en la evaluación de los riesgos. Éste es uno de los retos que plantea con urgencia el Antropoceno.

2. Cambios en nuestro nivel de conciencia. Como afirmaba Einstein, ningún problema puede resolverse en el mismo nivel de conciencia en el que se ha creado. 

El cambio de conciencia, a todas las escalas, no es un correctivo, es una quiebra de nuestro modelo de pensamiento. Una quiebra dolorosa y esperanzada a un tiempo. Nos lleva a resituarnos en relación con la naturaleza, a mirar el mundo desde abajo, desde una mirada participativa, no dominadora. Una conciencia expandida, sin fronteras, nos centra más en lo que une que en lo que separa (cuerpo/mente, razón/emoción, persona/naturaleza…). Supone considerar como complementarios los elementos aparentemente antagónicos. Implica ver la realidad en términos de relaciones y no de objetos (o sujetos) aislados. En suma, nos ayuda a pasar de la simplificación a la complejidad

Necesitamos una conciencia que contribuya a la comprensión del Antropoceno como un ámbito de sucesos altamente improbables, algunos irreversibles. Que el calentamiento global y la mayor parte de los problemas ambientales no son un continuo lineal, sino que crecen exponencialmente, con todo lo que eso tiene de impredecible.

La esperanza no es optimismo simplificador. Es confianza en la fuerza de la vida y en nuestras propias fuerzas para reinventar este horizonte que hoy está quebrado

3. Movilizar la imaginación. Es necesario dar paso a toda la potencialidad creativa del ser humano. Dejar de apoyarnos en las supuestas evidencias del pasado y apostar por el inédito viable.

Es preciso poner en juego, individual y colectivamente, una imaginación creadora que revitalice, en la vida personal y social, el placer de innovar, de elaborar soluciones inéditas para problemas desconocidos.  La educación tiene mucho que hacer en este campo. Para ello necesitamos personas creativas a su cargo. 

4. Aprender a autoorganizarnos en situaciones alejadas del equilibrio. Esa es una potencialidad de los sistemas complejos (y nosotros lo somos).

Necesitamos familiarizarnos con las bifurcaciones. Los sistemas que mejor “bifurcan” y saben autoorganizarse son los que avanzan en cualquier contexto. Esto se relaciona con la resiliencia, nos lleva a salir adelante en las dificultades no solo superándolas sino descubriendo cómo utilizarlas a nuestro favor. Nos hace ver las oportunidades que están escondidas en los problemas aparentemente negativos.

5. Hacer confluir a la ciencia con la ética y el arte para este cometido. 

La ciencia es un loable esfuerzo humano que nos permite diagnósticos fiables. La ética es fundamental en la toma de decisiones. El arte abre ventanas en nuestra mente para ver lo que todos ven y pensar lo que nadie ha pensado. Aporta un plus de creatividad que hoy más que nunca es necesario ante el futuro incierto que tenemos.  Y nos ofrece algo genuino: hacer visible lo invisible. 

Juntos, ciencia, ética y arte nos enseñan a vislumbrar la complejidad de la naturaleza en todas sus manifestaciones y la belleza de los valores que nos han permitido avanzar como humanidad: la cooperación, la anticipación, el sentido de la medida, la imaginación, la resiliencia… 

6. Y, finalmente, cultivar la esperanza. Sin ella no haremos ningún cambio, ni de conciencia, ni de modelos, ni de comportamientos. 

La esperanza no es optimismo simplificador. Es confianza en la fuerza de la vida y en nuestras propias fuerzas para reinventar este horizonte que hoy está quebrado. Es compromiso para actuar en función de Gaia y de la humanidad. Supone estimular la fortaleza de lo débil, cultivar la capacidad de seguir soñando. Y trabajar en las fronteras de lo posible, imaginando lo aparentemente imposible. Como nos advirtió  lúcidamente Ernesto Sábato, tal vez nuestras generaciones no puedan rehacer el mundo, pero podemos, al menos, impedir que se deshaga.

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María Novo es escritora, poeta y conferenciante. Catedrática Emérita de la UNED. Experta en medio ambiente, educación ambiental y sostenibilidad. Directora del Proyecto EcoArte . Ha publicado 27 libros, entre los que se incluyen tratados y ensayos, narrativa y poesía, con obra traducida a varios idiomas. Es miembro del Club de Roma (Capítulo Español) y del Foro Transiciones.

Futuro Alternativo es un espacio de personas, colectivos y organizaciones sociales que se han unido con el fin de reflexionar y canalizar las iniciativas de la sociedad civil para construir un modelo de sociedad inclusivo y sostenible.

La influencia del Occidente industrializado y tecnificado sobre el resto del mundo, la extensión de nuestros valores y formas de vida, ha generado un comportamiento global que, mediante la lógica del beneficio económico inmediato, ha ido arrinconando a la lógica de la vida. Hoy la humanidad asiste con...

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María Novo (Futuro alternativo)

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