IN MEMÓRIAM
Carlos Cano, tonadillero
Su forma desapasionada, casi testimonial, de cantar la copla, de dejar que la historia hablase por sí misma, le convirtió en un juglar contemporáneo, en preservador de un acervo con la objetividad de un etnógrafo
Carlos García de la Vega 30/12/2020
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Carlos Cano evoca viajes en coche siendo niño. Cruzábamos la península de norte, donde vivíamos, a sur, de donde éramos y a donde volvíamos como a una Ítaca sin pretensiones. Viajes interminables y con cierto efecto lisérgico, en los que sonaba cíclicamente la misma música mientras mi hermana y yo, en el asiento de atrás y sin cinturón, ya no sabíamos qué hacer para entretenernos, qué postura coger para que por fin llegara Despeñaperros. Con ese nombre de tragedia, y las curvas de entonces, pasábamos a la antesala de un paraíso imaginario. Aunque aún faltaba un océano de carretera hasta llegar a Málaga, en realidad parecía que ya estábamos a punto. ¡Cuánto falta, mamá! Porque, aunque nuestro paraíso particular, el lugar de vacaciones, de los primos, de playas sin turistas dentro de una ciudad todavía sin paseos marítimos, era la misma Ciudad del Paraíso de Vicente Aleixandre. Pero algo había en el ambiente, en la promesa de otros viajes cortos durante las vacaciones, que hacían de toda Andalucía, cuando todavía no tenía conciencia de ella, una tierra prometida y sobre todo prometedora.
Sus canciones son contradictorias porque son tradicionales, pero modernas, son hijas indiscutibles de su tiempo, pero apuntan a la vez al pasado y al futuro
Mi padre, después de cuarenta años fuera de Andalucía, sigue manteniendo el mismo acento que el día que se fue. Mi madre un poco menos, pero es que había vivido en Madrid una larga temporada de su adolescencia, y supongo que allí formó esta especie de bilingüismo de los que podemos hablar con la misma naturalidad con acento y sin él, sin traicionar a nadie ni, sobre todo, a nosotros mismos. Nunca he percibido el ser andaluz como algo problemático, más bien al contrario. Parecía un valor añadido. Cada verano a esas vacaciones que nosotros inaugurábamos se sumaban amigos del norte que disfrutaban de todo lo que significaba el clima, la cultura, la Feria de Málaga o la gastronomía. Jamás se planteó en mi casa que nosotros fuésemos a ningún otro sitio que a Málaga. Nunca nos planteamos visitar a nadie porque seguramente no eran tan hospitalarios como nosotros y especialmente porque nos apetecía muy poco renunciar a nuestro cachito de paraíso repartido entre los montes de Málaga.
Me aprendí ciertas canciones de Carlos Cano que mis padres ponían on repeat dando la vuelta a la misma cinta de cassette una y otra vez durante aquellos viajes. Sin duda era mejor que escuchar el mismo boletín horario en la SER hora tras hora y en los que nunca contaban –ahora entiendo que afortunadamente– nada nuevo ni reseñable. Es difícil discernir cuáles escuché en aquella época y cuáles he metido en la mochila emocional después, pero las Habaneras de Sevilla, La Alacena de las Monjas, La Murga de los Currelantes, las Sevillanas de Chamberí son parte de mi educación sentimental como la primera expresión andaluza que se me inoculó. En aquellos viajes, seguramente, también sonara una canción de un señor ahora bastante facha de título Por ella. Al musicólogo del futuro le pareció siempre un pastel, una cursilada. Nunca pasó el corte de lo aceptable. No se imaginaba nadie la abyección de personaje en el que se convertiría el que cantaba aquello tan melifluo.
La forma en la que Carlos Cano dio salida sonora y prosódica, a través de los arreglos, de la mordacidad de sus letras, de la fusión de las tendencias más antagónicas, a sus canciones representa la fórmula mágica con la que siempre viví ser andaluz en la diáspora. De una manera universalista, integradora y mestiza. Sus canciones son contradictorias en sí mismas porque son tradicionales, pero a la vez modernas, son hijas indiscutibles de su tiempo, pero apuntan a la vez al pasado y al futuro, desde el que hoy le escuchamos. Carlos Cano ya en tiempos de la Expo de Sevilla estaba hartísimo del Partido Andalucista y del PSOE, nunca quiso que le usaran políticamente, porque decía que él cantaba para la gente, para el pueblo. No quiero pensar de qué humor le pondrían los esgarramantas de la ultraderecha hoy en día. Su genio consistía en la capacidad de convertir la anécdota en categoría, el detalle en destello. De una manera completamente distinta, pero radicalmente similar, su táctica dialéctica-musical es muy parecida a la que Rosalía ha usado para convertirse en una estrella pop: siendo capaz de percibir el universal contemporáneo y amancebándolo con su forma natural de sentir. Un ejemplo extremo de este cosmopolitismo costumbrista fue su operación a vida o muerte en el hospital Mount Sinaí, a la que sobrevivió casi cinco años. Desde entonces, le gustaba decir que había vuelto a nacer en Nueva York, provincia de Granada.
Cuánto hemos avanzado, siendo capaces de darnos cuenta de los mundos terribles que pintaban para las mujeres la cultura popular y la capacidad que tenemos de reescribirlos
Para mí, su más valioso activismo fue el de exigir que a la copla se le considerase esencialmente andaluza, no española. Supongo que en un empeño de reescribir la instrumentalización que el régimen de Franco había hecho de las tonadilleras que se dejaron utilizar. A Carlos Cano le gustaba asignar a cada estilo de canción un sustantivo, a la copla andaluza le asignaba el de la pasión. Desde nuestra perspectiva, una pasión que en muchas ocasiones describe formas abusivas y obsesivas de amor, pero como en casi todas las manifestaciones culturales pasadas. Aunque también había descripciones de mujeres fuertes y empoderadas. Cuánto hemos avanzado, siendo capaces de darnos cuenta de los mundos terribles que pintaban para las mujeres la cultura popular y, sobre todo, la capacidad que tenemos de reescribirlos. Carlos Cano en ocasiones no cambiaba el género al cantar una copla narrada por una mujer, otras, cuando era demasiado reiterativo, sí lo hacía. Al niño posmocuir que estaba por venir siempre le pareció muy interesante darse cuenta de que a veces Carlos Cano cantaba en femenino. Su forma desapasionada, casi testimonial, de cantar la copla, de dejar que la historia hablase por sí misma sin necesidad de alardes vocales ni patadas a la bata de cola, le convirtió en un juglar contemporáneo, en un defensor y preservador de un acervo con la objetividad de un etnógrafo.
Me gustaría cerrar este artículo de recuerdo a Carlos Cano con dos jóvenes andaluces con los que he tenido que el gusto de cruzarme este año y que, de alguna manera, siguen su estela de convertir lo local en universal de una manera gozosa y brillante. Por una parte, el diseñador gráfico Alejandro Cordero (Korea), que desde su cuenta de Instagram @hablatuandaluz reivindica las hablas andaluzas y el patrimonio cultural andaluz reivindicando su radical modernidad a través de un discurso visual potente y muy atractivo. Por otra, el poeta Juan Gallego Benot, que con su poemario Oración en el huerto es capaz de reescribir el imaginario cofrade y religioso andaluz y convertirlo, desde la ternura, en una declaración de principios de libertad e identidad LGTBQ+.
No es canción, se llama copla, y cabe dentro la vía.
Carlos Cano evoca viajes en coche siendo niño. Cruzábamos la península de norte, donde vivíamos, a sur, de donde éramos y a donde volvíamos como a una Ítaca sin pretensiones. Viajes interminables y con cierto efecto lisérgico, en los que sonaba cíclicamente la misma música mientras mi hermana y yo, en el asiento...
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Carlos García de la Vega
Carlos García de la Vega (Málaga, 1977) es gestor cultural y musicólogo. Desde siempre se ha dedicado a hacer posible que la música suceda y a repensar la forma de contar su historia. En CTXT también le interesan los temas LGTBI+ y de la gestión cultural de lo común.
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