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Palabras mayores

Antón Valcarce: el músico al que la iglesia robó una capilla por 30 monedas

Aníbal Malvar 5/12/2020

<p>Antón Valcarce.</p>

Antón Valcarce.

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Al veterano cantautor y escritor gallego Antón Valcarce le han entrado okupas en la casa y anda en litigios con los usurpadores, confirmando que el terror que vienen alimentando desde hace meses las empresas de seguridad no es infundado. Además, Valcarce no es víctima de unos okupas cualquiera, sino de la banda organizada más peligrosa y reincidente de este país, con más de 35.000 propiedades ajenas invadidas: la Iglesia Católica (dato del Colegio de Registradores para el periodo 1998-2015). Hace algo más de un año, a Valcarce le llegó un burofax en el que el obispado de Lugo le anunciaba que se hacía cargo de la propiedad de la iglesia y el cementerio de Soutomerille, en Castroverde, integrado en el real coto de 21 hectáreas que el músico heredó de su abuelo juez. Una inmatriculación que al trust católico apenas le costó 30 euros a finales de 2014.

Y con la Iglesia te has vuelto a topar, amigo Sancho. Te han inmatriculado la capilla de una finca de tu propiedad.

No es una finca cualquiera, es un coto, el Real Coto de Soutomerille, a doce kilómetros de Lugo. Ese coto tiene capilla particular, y se da la puta casualidad de que ese coto es mío por herencia. Tengo familia enterrada en esa tierra. El obispado me pidió las llaves y me he negado a dárselas. Y, aunque no lo creas, son ellos los que me demandan a mí. Yo soy señor del coto y patrón in solidum del templo. Y son ellos, en otras cosas tan tradicionalistas, los que intentan convencer al juez de que eso ya no se estila. Es de escándalo, porque después andan vendiendo esas propiedades robadas a precio de saldo, lucrándose con ellas. En un país que se declara aconfesional.

¿Tiene valor histórico el conjunto?

Yo tengo documentación del sitio que data del año 740, prerrománico, visigótico, y lo hace único el hecho de que tiene una celosía mudéjar en la trasera del templo, algo muy difícil de encontrar en Galicia. Sí tiene valor histórico, aunque no crematístico.

Lo inmatricularon a toda prisa y con un único documento: la palabra del señor obispo, que dice que aquello es de la iglesia

Has sido de los últimos agraciados. El Congreso aprobó prohibir las inmatriculaciones [privilegio que Franco otorgó en 1946] en marzo de 2015.

Por eso lo inmatricularon a toda prisa y con un único documento: la palabra del señor obispo, que dice que aquello es de la iglesia desde tiempos inmemoriales. Esa es la fórmula jurídica que pretenden que vaya a misa. Todo esto es herencia de don Felipe González de Borbón, que se declaraba republicano y ateo, pero que fue quien mejoró el concordato franquista con la Santa Sede.

No te pongas tan anticlerical, que te van a denunciar también los Abogados Cristianos, como a mí. Esos sí que son implacables.

Desde rapaz, con los jesuitas había tenido problemas graves. Con los curas siempre he tenido problemas, porque los conozco bien. Estuve doce o trece años estudiando con ellos y me acabaron dando asco. Y ellos se vengaron a su manera de mí, expulsándome. Por eso me voy a Madrid con 16 años.

¿Vienes como músico?

Engañé a mi abuelo y me matriculé en el conservatorio para estudiar composición. Él se creía que yo estaba estudiando Derecho. Llego a Madrid cuando todavía funcionaba la Brigada Político Social. En Madrid, mi pareja era Christine Reich, presidenta de las juventudes socialistas de Austria. En dos años y pico pasé siete u ocho veces por comisaría. Sabes cómo funcionaba entonces: 72 horas incomunicado. Jamás me llevaron delante de un juez, pero era una forma de joderte.

En dos años y pico pasé siete u ocho veces por comisaría. Sabes cómo funcionaba entonces: 72 horas incomunicado

Eran tiempos en los que la tortura era práctica habitual en la Casa de Correos de Madrid, sede de la brigada. ¿Te cayó alguna hostia?

Por supuesto. Yo conocí a Billy el Niño.

¿Te llegó a torturar personalmente? Vaya honor.

No lo sé, porque lo reconocí años después, cuando empezó a salir en las televisiones y en los periódicos. ¡Aquel fulano bajito que parecía el jefazo!

¿Qué tal se torturaba entonces?

Yo creo que practicaban conmigo. Te esposaban con las manos por debajo de una silla y te mantenían agachado, y te dejaban ahí el tiempo que les petaba. Yo veía manchas en el suelo que supongo que eran de sangre. Después volvían y se les olvidaba lo que habían venido a preguntarte. Era algo absurdo.

¿Por qué te detenían?

Mi novia de entonces, Christine, había venido de Austria con una delegación sindical. Les interesaba mucho lo que estaba sucediendo en España. A los 18 años, saqué el pasaporte con el certificado de penales y el de buena conducta del párroco, y agarré el primer tren y me planté en París.

¿Te fuiste allí en busca de la chanson, del mayo del 68...?

Íbamos a París no por nada concreto, sino porque a Gran Bretaña no podías entrar sin un permiso de trabajo.

¿No habías tenido contacto con la música francesa de entonces? Porque influyó mucho entre muchos cantautores de tu generación.

Para nada. Alguna cosilla de Brel, Moustaki, Brassens… A España no llegaba mucho. Pero sí sabías que entonces París era el meollo de la cultura europea en general. Y es precisamente en París donde yo desarrollo mi conciencia de gallego. Sobre todo al conocer a los emigrantes. Yo tenía una idea muy idílica de lo que era trabajar allí. Cuando los emigrantes volvían a Galicia de vacaciones, traían un coche, aunque fuera alquilado, para dar a entender lo bien que les iba. Te contaban el sueño de la emigración. Pero allí pude ver realmente cómo vivían y cómo eran.

Es cuando empiezas a escribir tus canciones en gallego.

Siempre en galego. Aínda que sexa centeo es mi primera canción, y la hago en París.

¿Cómo te ganabas la vida?

Con la música. Uno de los escenarios más bonitos que yo he pisado en mi vida sigue siendo el metro de Odeón. Y un día se me acercó un tío bastante trajeado y me preguntó: “¿Oye, quieres grabar unos discos?” Yo pensé que estaba de coña. Así que le respondí: “Sí, claro, mañana”. Y él me dejó un billete de 100 francos, que era mucho, y una tarjeta: “Procura estar antes de las nueve”. Era la discográfica EMI, y allí conocí a la gente de Polydor. Tenían fichado a lo mejor de la música francesa de entonces. A veces hacía bolos con ellos.

¿Con quiénes llegaste a tocar?

Uno de los primeros fue Georges Moustaki. Un día, a Moustaki le dio por hacer bossa nova. Y yo tocaba bossa nova. Me llamaron para grabar con él tres discos, aquellos EPs de antes, de cuatro o cinco canciones.

Joder, vaya honor.

Conocí entonces a mucha gente muy interesante. Pero yo no era muy consciente de lo que estaba viviendo. Tomaba los vinos con Fernando Arrabal, conocí a Paco Ibáñez…

Gracias a Paco Ibáñez, muchos niños del tardofranquismo tuvimos nuestro primer contacto con la gran poesía española. Y con la música de Brassens, por su disco con las traducciones de Pièrre Pascal.

Una vez me llamaron para sustituirlo. En París se hacía entonces una fiesta increíble, la Fête de l´humanité, tres días de concierto en un parque al sur de la ciudad. Un millón de personas de público. Participaban casi veinte países y Galicia tenía allí pabellón. Paco Ibáñez tuvo un problema de garganta y tiraron del Antón, del Antón del Metro. Me vinieron a buscar y canté dos temas en gallego. La siguiente a mí era Joan Baez. La tía quería ver una Ramírez, cuando Ramírez era el mejor constructor de guitarras del mundo, y yo tenía una y se la presté. Así la conocí también a ella.

Hablas con mucho orgullo de lo de tocar en el metro. Yo recuerdo que, hace ya muchos años, había buena música en la calle, en el metro, en los bares… Ahora parece que han echado a la música de las calles y los bares, que yo creo que son sus lugares naturales.

Sí. Y las librerías. Yo ahora solo hago pequeños conciertos, y amparándome en la literatura, cada vez que presento un libro. Da resultado. Es muy ameno. No es el clásico coñazo de presentación de un libro con el yo, mí, me, conmigo de los autores.

Por eso te decía. Los músicos, los juglares, ¿hemos perdido esos espacios?

Los tiempos cambian. Ahora se hacen muchas cosas en las redes sociales, que yo no uso. Al margen de las grandes cadenas, hoy es más fácil acceder a una televisión o a una radio.

Pero a mí una televisión o una radio no me sustituyen a la calle o a un bar.

Sí, se han perdido la frescura, la espontaneidad y el sacrificio de la música en la calle. Había que estar hecho de una madera especial para sobrevivir como músico en la calle. Muchos músicos consagrados me confesaron que su ilusión no cumplida era la de haber tocado en la calle.

¿Por qué dejaste París?

Por la puta mili. Llevaba casi tres años viviendo allí.

Llegas más o menos cuando en Galicia comienza un movimiento musical, Voces Ceibes (voces libres), hermano por ejemplo de la nova cançó catalana y de la Euskal Kantagintza Berria, primo no lejano de la nueva trova cubana…

Era un movimiento de canción social, protesta, como quieras. Pero estaba muy focalizado en las urbes. Yo toqué con casi todos, con Benedicto, con Bibiano… Pero tampoco me sentía muy integrado. Si no vivías y tocabas en Santiago o en Vigo, no eras nadie.

Es curioso lo que dices. Y hasta un poco triste e incongruente. Porque, precisamente, nuestra música, la que sobrevive a la represión franquista contra la lengua y la cultura gallegas, es de implantación más rural que urbana hasta aquellos años.

La canción popular es la savia de un pueblo. En los años setenta, el 75% de la población gallega vivía en el medio rural. No fue hasta que llegaron los fondos europeos cuando empieza ese centralismo despiadado que nos saca de las aldeas y nos empuja a emigrar a las ciudades para sobrevivir. Los gallegos, siempre con la maleta al hombro, pasamos a ser emigrantes interiores, del campo a la urbe. Se vació media Galicia en aras de la Citroen, por ejemplo. Y en el camino se fue perdiendo buena parte de aquella tradición cultural de supervivencia.

Política y canción, en aquellos tiempos, eran indisolubles. Franco non daba morto todavía.

Yo siempre viví a caballo de la contradicción. Estás hablando con un ácrata totalmente convencido, pero al mismo tiempo nacionalista. Lo que el franquismo hacía con nuestra música ya lo había visto yo de adolescente, cuando iba como espectador a conciertos por los pueblos y muchas veces la guardia civil nos disolvía antes de que se celebraran, solo por el hecho de interpretar en gallego. Cantar música popular en gallego era algo subversivo, perseguible, peligroso. Hay que joderse.

Ya no queda casi huella de aquella música nuestra de los sesenta y setenta. Ya casi nadie la escucha ni la recuerda. No como en Catalunya, donde la nova cançó sí sigue estando muy vigente, hasta el punto de que L’estaca de Lluis Llach y otros temas de la época son cantados por los jóvenes en manifestaciones, actos políticos, fiestas y borracheras, que es donde mejor se canta. ¿No te resulta un poco frustrante?

Yo nunca pensé en dejar huella. Y sigo haciendo música. A lo mejor es que aquella música no tiene por qué recordarse. Yo qué sé. Además, estás hablando de Galicia, que no deja de seguir siendo la reserva intelectual de… Es que se me mete la iglesia por todos los lados. La gente de aquí es, genéticamente, del cura, del PP y del Real Madrid.

Quizá porque el movimiento nacionalista gallego contemporáneo nunca ha llegado a tener la pujanza, al menos electoral, de la que sí gozan vascos y catalanes.

No puede existir un nacionalismo que apeste a seminario, a sotana apolillada y a ganas de ser funcionario. Decir esto me ha costado más de una enemistad.

En los años ochenta, la Movida Galega españoliza su música, salvo casos excepcionales como Os Resentidos.

El término movida nace con el marchamo de Madrid. Además, de movida tuvo lo justo. Eran grupos de pop.

¿Por qué no fue una movida galega, al menos galeguista?

Porque fue manipulada. Incluso, siento decirlo, Antón Reixa fue un producto de los medios y de la industria madrileña. Hasta tuvo programas en televisión. Lo prefabricado nunca se puede denominar movida. Una movida hubiera sido otra cosa.

Una última cosa, que me has provocado un ataque de cuernos. ¿Sabes que yo una vez, en un bar, también toqué con Paco Ibáñez y Moustaki…?


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