Caminos salvajes
Dudas, casas y palabras: otro vistazo a la poesía de 2020
Mi trayectoria personal ha estado marcada por hallazgos poéticos deslumbrantes, inteligentes y enternecedores
Rosa Berbel 17/01/2021
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Pasé la última Nochevieja de 2019 deseando volver a casa para leer a Louise Glück. Días antes había comprado El iris salvaje por casualidad y el descubrimiento de su poesía me había parecido un milagro raro y fascinante. Ninguna conversación familiar era tan atractiva como esa naturaleza calma y desbordada que surgía en sus poemas y, a pesar de las fechas, nada conseguía reconciliarme con la espiritualidad y con los misterios cotidianos como ella. Así pasé las últimas horas de ese año en una suerte de conversación con Dios, buscando más certezas, más luz y más árboles. Visto con algo de distancia, me gusta pensar en esa lectura obsesiva y vibrante del invierno pasado como una profecía de lo que estaba por venir. Un año después, Nobel y polémicas mediante, el nombre de Glück ha estado ocupando durante días las páginas de los principales periódicos del país. También, estoy segura, las estanterías de muchos de nosotros. Y aquel deseo privado y narcisista de respuestas, cuyo entusiasmo me parece hoy profundamente ingenuo, se ha vuelto un afán colectivo. Más certezas, más luz, más árboles.
¿Cómo hablaremos en el futuro de la poesía del 2020? ¿Tendremos una idea acertada del conjunto o solo podremos hablar de libros sueltos entre noticias de medidas sanitarias, fallecimientos y despidos? Ha sido, desde luego, el año de Louise Gluck, pero también el de Anne Carson, los poetas de la Escuela de Nueva York, Francisco Brines, o la imponente Olvido García Valdés. Ha sido el año en el que las poetas gallegas han ocupado tres de los premios nacionales más importantes del género: Olga Novo, Alba Cid y Raquel Vázquez. Más allá de los festivales virtuales y las lecturas con mascarilla, 2020 ha sido también el año en el que han florecido editoriales –como Letraversal–, librerías e iniciativas. O en el que se han publicado varios primeros poemarios fascinantes, como los de Enrique Fuenteblanca (Des-naturalizaciones, Libero Editorial), Juan Gallego Benot (Oración en el huerto, Hiperión) o Juan José Ruiz Bellido (Seno, Cántico), por citar a algunos.
Las dinámicas de los concursos y su inercia competitiva vicia un panorama que debería estar más preocupado por la indagación poética, la apertura y la creación de lazos de solidaridad
Mi trayectoria personal ha estado marcada por muchos otros hallazgos poéticos deslumbrantes, inteligentes y enternecedores. Pienso sin dudarlo en la poderosa Poesía fantástica (Pre-Textos, 2020) de Juan Andrés García Román, una antología de su obra (casi) completa compilada por Erika Martínez y Juan Carlos Reche. Que el talento de García Román lleva años siendo uno de los más sorprendentes del panorama contemporáneo no es ningún secreto para nadie, pero esta retrospectiva de sus múltiples voces poéticas –que van desde la poesía sefardí hasta el neorromanticismo, pasando por las prosas bellísimas de La adoración– conforma, a mi juicio, uno de los libros más importantes del 2020. Creo, además, que a pesar de las adversas circunstancias de estos meses, su publicación ha sido extremadamente oportuna: en un año en que nos hemos visto obligados a reformular nuestra relación general con las industrias culturales y sus lógicas de consumo, la pertinencia de una antología de un autor vivo y joven solo puede valorarse en la medida en que tensiona las posibilidades de la palabra poética para perdurar más allá de la mesa de novedades. Esta lo hace brillantemente, aunque pienso también en otras dos que parecen haber participado de la misma voluntad: Casa fugaz de Andrés Neuman y la reedición de Pensamientos estériles de Luna Miguel, ambas en La bella Varsovia.
Si hay otro libro que me haya sorprendido este año ese es Gestar un tópico (Sil Editores, 2020) de Azahara Alonso, un poemario genuino, radical y difícilmente ubicable en las cartografías de la poesía española actual. La crisis de nuestra época es también una crisis del lenguaje; y quizá la poesía del lenguaje sea precisamente el único camino para la poesía social. Así lo pensé leyendo el libro de Alonso, cuya lógica rota problematiza el mundo mejor que ningún poema explícitamente político que haya podido escribirse en estos años. Me resultó imposible no leerlo en paralelo a otro libro no exactamente poético, pero radicalmente poético, publicado en España en este año: El pensamiento del poema (Kriller71, 2020) de Mario Montalbetti.
Una parábola similar, aunque hacia otro lugar, describe el genial Historia de la leche (Candaya, 2020) de Mónica Ojeda, un poemario violento y terrorífico que hace igualmente tambalearse los pilares de la tradición nacional. Tenemos suerte de estar asistiendo al estallido de esta autora, y sus publicaciones, tanto poéticas como narrativas, son siempre motivo de celebración. El espacio semántico de la familia, que es a la vez el espacio del deseo, de la traición y de la muerte, se convierte de nuevo en la obra de Ojeda en un fértil terreno creativo. De él me asombró, sobre todo, la forma en que renuncia por completo al tono confesional, en una resistencia a la interpretación poco habitual a la hora de hablar de las atmósferas domésticas. También en Candaya, 2020 ha sido el año de descubrir Las hogueras azules, el delicado poemario de Juan Fernández Rivero. Un libro luminoso, inteligente y depurado que supone la consagración de un autor que lleva años siendo un lugar de referencia para la creación joven.
Mucho se ha hablado, otro año más, sobre los premios de poesía. Las dinámicas verticales de los concursos y su propia inercia competitiva parecen viciar un panorama joven que debería estar más preocupado por la indagación poética, la apertura a nuevos cauces de expresión y la creación de lazos de solidaridad y de afecto. Quisiera, sin embargo, romper una lanza en favor de esos premios que nos permiten cada año descubrir a poetas poderosos, que de otra forma serían mucho menos visibles o aún no serían. En este sentido, pienso en esa intimidad contenida y brillante de los poemas de María Elena Higueruelo (Los días eternos, Rialp), que me han acompañado a lo largo de todo el año. También, en los poemas de amor y desarraigo de Javier Calderón (Los adioses del trigo, Hiperión), que transitan desde la nueva sinceridad a los juegos formales en un bucle sorprendente de exploración lingüística. Y también, en Arborescente (Pre-Textos) de Nieves Chillón, un libro que marca un salto cualitativo dentro de la trayectoria de la autora, y que hibrida naturaleza y feminidad de una forma absolutamente personal.
No sé cómo recordaremos la escritura poética de 2020. Tengo la certeza de que la nueva década, tan incierta y hostil, seguirá abriendo caminos salvajes para la poesía
De vuelta a Glück, he descubierto a dos autores cuyos poemarios me han hecho sentir en los últimos días la misma devoción por los objetos cotidianos: Memorial y danza de Francisco Cortegoso (traducción de Gonzalo Hermo) y Diré tu cuerpo de María Mercé Marçal (traducción de Noelia Díaz Vicedo), editados ambos por Ultramarinos. La poesía increíble de Francisco Cortegoso, prematuramente fallecido en 2016, debería estar ocupando un lugar privilegiado en nuestros cánones, por la radicalidad de su belleza y por el pulso que echa a las propuestas poéticas dominantes de la última década. Me enfada descubrir que no estamos consagrando todos nuestros esfuerzos a hablar de él y a celebrar sus poemas vegetales, abstractos y disidentes. Por su parte, Diré tu cuerpo de María Mercé Marçal incluye los poemarios Tierra de nunca y Razón del cuerpo, dos libros que abordan la corporalidad desde lugares disímiles, desde la pasión carnal y el deseo al deterioro de la enfermedad. Marçal es una de las poetas más relevantes del siglo XX y su herencia, sin duda, lo será del XXI.
El pensamiento nunca puede ser exhaustivo. Las lecturas, desde luego, tampoco lo son. Lo hemos sabido en estos meses, en los que quizá la creación haya sido más parcial y lateral que nunca. Tengo la sensación, sin embargo, de que la poesía es la única forma de aspirar a un pensamiento total. No sé cómo recordaremos la escritura poética de 2020. Yo tengo la certeza de que la nueva década, tan incierta y hostil, seguirá abriendo caminos salvajes para la poesía.
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Rosa Berbel reside en Granada y es graduada en Literaturas Comparadas. Su primer libro, Las niñas siempre dicen la verdad (Hiperión, 2018), fue galardonado con el XXI Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal y posteriormente merecedor del Premio Andalucía de la Crítica a la mejor Ópera Prima y del premio Ojo Crítico de Poesía 2019 de RNE.
Pasé la última Nochevieja de 2019 deseando volver a casa para leer a Louise Glück. Días antes había comprado El iris salvaje por casualidad y el descubrimiento de su poesía me había parecido un milagro raro y fascinante. Ninguna conversación familiar era tan atractiva como esa naturaleza calma y...
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