En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Éramos, exactamente, 64 en clase. Los recreos eran varios partidos de fútbol sincrónicos, con varios balones, sin campo de juego. El gol era lo más probable y continuo. Y, con él, los abrazos. Cuando todo el colegio salía a la calle éramos como un río, un océano, la lava. El césped de los polígonos duró muy poco, pues lo convertimos en sendero a nuestro paso desordenado. No había columpios suficientes, ni lo suficientemente fuertes. Siempre teníamos otro pecho y otra espalda en nuestro pecho y espalda. Nuestro patines chocaban y caíamos varias docenas a la vez. En bicicleta, éramos un ejército hacia ningún sito y a toda velocidad. En verano no cabíamos en la piscina. Nuestra risa y nuestros arañazos se oían debajo del agua. En el cine nuestro ruido impedía la película, de manera que éramos la película. No parábamos de encontrarnos cuando paseábamos con nuestros padres, en el domingo eterno. En ocasiones, nuestros padres se conocían del trabajo, y hablaban de moldes de aluminio, o de dedos amputados. Cenábamos a la luz del sol de la noche, en terrazas con más gritos y más música. Corríamos entre las mesas, ruidosos. Empezamos a fumar y a reír más y de más cosas. Lo bailamos todo, en pistas en las que no cabía una aguja, y en las que los chicos y las chicas se hablaban a un oído nunca jamás tan próximo. Se hacían reír, y mezclaban sus salivas. Hacíamos el amor en los bosques y las escaleras. Lo bosques y las escaleras estaban repletos de nosotros, y de nuestros gritos y carcajadas de placer. Los bosques y las escaleras eran una selva de animales simpáticos que salían de un cuerno de la abundancia del que sólo emanaban seres vivos. Avanzábamos con determinación y alegría, como los hombres y las mujeres iban y venían de Coney Island, hablando del futuro. Éramos miles, millones. No éramos de ningún sitio. Mucho menos del infierno del que habían huido nuestros padres para proclamar toda esta fiesta. Hacía miles de años que no sucedíamos. La última vez que sucedimos, vinimos en carros de bueyes, y ni siquiera Roma fue un dique. Éramos nuevos y sucedíamos en todo el mundo. Éramos la fuerza indomable de la hiedra, el futuro trasplantado y sin límites. Las ganas de jugar y de jugárselo todo. Lo imprevisto. De vez en cuando nos veo. Nos veo saliendo, como un torrente, de las escuelas, gritando a todo pulmón, y en la forma de niños que han venido a donde vinimos, de forma también imprevista e impasible, como el agua. Sus ojos tienen el mismo rayo que los nuestros cuando éramos la sal de la tierra, lo imparable, lo imprevisto.
Éramos, exactamente, 64 en clase. Los recreos eran varios partidos de fútbol sincrónicos, con varios balones, sin campo de juego. El gol era lo más probable y continuo. Y, con él, los abrazos. Cuando todo el colegio salía a la calle éramos como un río, un océano, la lava. El césped de los polígonos...
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí