CRÓNICAS HIPERBÓREAS
La chica que habla con la tele en los bares
Lo que pasó con Trump y con IDA ya había pasado con Reagan y Aguirre. Recibidos como un actor de segunda fila y una risible ministra de Cultura, él fue el Danton de la revolución neocon, y ella un híbrido entre Thatcher y Sarah Palin
Xosé Manuel Pereiro 9/02/2021
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Pasan los días y continúo sin acabar de digerir los resultados de la encuesta de esta casa –los periodistas de grandes medios acostumbramos a llamarlos “la casa”– sobre la política madrileña, y en concreto sobre su presidenta. El hecho de tener atravesado en el esófago el dato de que solo seis de cada diez ciudadanos no consideren a Isabel Díaz Ayuso capacitada para gobernar no sé si atribuirlo a una ingesta apresurada –que se me ha hecho bola, en palabras de un amigo nativo de la capital– o a que vivo y respiro en una burbuja mediático-ideológica y no veo más allá de mis narices ídem-ídem. De hecho, no sé si me sorprende más que cuatro de cada diez la consideren capacitada.
Afortunadamente, me ha ayudado a comprender el fenómeno IDA la lectura reciente de los dos libros que Bob Woodward ha dedicado al mandato de Trump, Miedo y Rabia. Los dos son, como sus títulos indican, aterradores. Sobre todo el primero, Miedo, que describe la sorprendente campaña que le hizo ganar la presidencia y el inenarrable primer año en el cargo. La reacción del artífice de su triunfo, Steve Bannon, cuando le dijeron que el magnate quería ser candidato a presidente, fue preguntar: “¿De qué país?”. En la primera reunión que tuvo con Trump, sus asesores intentaban darle unos consejos mínimos para contentar al electorado republicano, si pretendía presentarse a las primarias del partido: “Tienes que ser provida y estar en contra del aborto. —Estoy en contra del aborto —contestó Trump—. Soy provida. —Bueno, tienes una trayectoria y unos antecedentes. —Eso se puede arreglar —espetó Trump—. Solo tienes que decirme cómo arreglarlo. Yo soy… ¿cómo has dicho que se dice? ¿Provida? Soy provida, ya te lo digo”. Trump seguía aquel consejo de Bruce Lee (Be water, my friend) y era lo que hubiese que ser. Y también aprovechaba a su favor la fuerza de los ataques contrarios: “El 80% de tus donaciones han ido a los demócratas. —Es un sistema fraudulento. Esa gente me ha estado chantajeando desde hace años. No quería darles nada, pero gobiernan las ciudades, venían a verme y decían que si no les extendía un cheque no se hacía nada”. Hasta Bannon estaba sorprendido de la cara que le echaba. “Era como uno de esos tipos que están en el bar y le hablan a la tele”, resumió. “Pero es imposible que se presente, no hay ninguna posibilidad. Menos que cero”, le dijo a quien lo había llevado a la Torre Trump.
Ya sabemos como acabó todo, pero no me resisto a contar cómo empezó. Independientemente de la ideología del ocupante, el sistema enseguida descubrió que la Casa Blanca tenía al volante a un tipo que se comportaba como una mezcla del Travis de Taxi Driver y el Scrooge de Cuentos de Navidad, con un toque del Nerón interpretado por Ustinov en Quo Vadis?. “Un tercio de mi trabajo consistía en reaccionar ante algunas de las ideas verdaderamente peligrosas que se le ocurrían y darle razones [para no ponerlas en práctica]”, dijo Rob Porter, su primer jefe de personal y encargado del papeleo presidencial. Cuando no lo conseguía, él y Gary Cohn, su gurú económico, se encargaban de retirar del despacho oval los documentos antes de que Trump los viese y los firmase. “La realidad fue que en 2017 Estados Unidos se vio subyugado por las palabras y las acciones de un líder volátil, impredecible y emocionalmente alterado. Algunos miembros de su equipo se unieron para bloquear deliberadamente lo que ellos consideraban que eran los impulsos más peligrosos del presidente. Asistimos al colapso nervioso del poder ejecutivo del país más poderoso del mundo”, presenta Woodward su trabajo.
Como recordarán por su etapa escolar a la gente no le gusta como líder alguien listo, y por otra parte en cualquier choque entre un bribón y un tonto, la simpatía se inclina por el bribón
Bien, obviamente IDA no estuvo, que sepamos, al borde de la guerra con ninguna potencia nuclear, ni planteó construir un muro para evitar que los ciudadanos de otras comunidades intentasen disfrutar de los beneficios laborales y sanitarios de la Comunidad de Madrid (aunque también se apoyó en la extrema derecha). Ni Miguel Ángel Rodríguez es Bannon. Tampoco sabemos si alguien le retira discretamente las ocurrencias de la mesa del despacho para que nos las firme. Pero tanto su llegada al cargo como los primeros pasos de su mandato tienen un curioso paralelismo. Bien, hagan como si no hubieran leído lo de “curioso”. Es de libro. Lo que pasó con Trump y con IDA había pasado con los precedentes respectivos, Ronald Reagan y Esperanza Aguirre. Reagan fue recibido como un actor de segunda fila y un metepatas profesional, y Aguirre como una risible ministra de Cultura a la que se le podía colgar aquello de la pintora Sara Mago. Pues Ronald fue el Danton de la revolución neocon, y Esperanza un híbrido entre Thatcher y Sarah Palin (si Madrid fuese miembro del G8 o Alaska estuviese en el centro del país y todas las vías de comunicación, los medios y gran parte de los domicilios sociales de las empresas confluyeran allí y constituyese el 20% del PIB nacional).
Con todas las salvedades y matices que quieran, el ascenso de esta tropa se debió a que las alternativas eran claramente institucionales y, como diría Martínez, poco sexys, o claramente deslavazadas. Y también a una aparente paradoja: como recordarán por su etapa escolar, en cualquiera de los bandos que estuviesen, a la gente no le gusta como líder alguien listo, y por otra parte, como sostenía Henry Louis Mencken, en cualquier choque entre un bribón y un tonto, la simpatía de la humanidad se inclina por el bribón. Así que la combinación del bribón que no va de listo es irresistible. Los medios se encargan de darle carta de naturaleza al peligro. Los progresistas –cuando los hay– caricaturizándolo y los demás sirviéndole de altavoz, porque tiene un discurso comprensible y alguien/algo a quien echarle la culpa. Volviendo a Mencken: “Hay una solución fácil para todo problema humano: clara, plausible y equivocada”. O sea, encararse con el televisor desde la barra y sentenciar: “Esto lo arreglaba yo en dos patadas”. No me digan que no se la imaginan.
Pasan los días y continúo sin acabar de digerir los resultados de la encuesta de esta casa –los periodistas de grandes medios acostumbramos a llamarlos “la...
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Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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