1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.340 Conseguido 91% Faltan 16.270€

Polarización

La libertad de expresión y su policía digital

¿Qué hacer con una red que prometía democratizar las comunicaciones, descentralizar del poder y mejorar el acceso universal al conocimiento, y que hoy parece capaz de alterar la convivencia social, agrietar la política y distorsionar la economía?

Martín Becerra (NUSO) 13/02/2021

<p><em>Twitter y la polarización</em>. / <strong>Pedripol</strong></p>

Twitter y la polarización. / Pedripol

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Si un presidente habla pero las vías para ser escuchado por la sociedad impiden su expresión, ¿realmente habla? Esta variable del famoso kōan zen bien puede aplicarse al bloqueo sufrido por el ex-presidente Donald Trump en el tramo último de su mandato por parte de las grandes plataformas digitales Facebook, Google y Twitter, que sumó la prohibición de Apple, Amazon y nuevamente Google de descarga para la app de la red social Parler, un foro de extremistas de derecha, supremacistas y otras tribus que encontraron en Trump un genuino vocero.

Cómo y bajo qué reglas circulan los discursos, quién puede escucharlos y cuáles son los límites de lo decible son cuestiones que remiten a la esencia de una democracia. Si a la circulación de ideas y opiniones se le imponen peajes arbitrarios, sea a través de controles gubernamentales, de corporaciones privadas (tema que no suelen contemplar los indicadores de «calidad democrática») o de sistemas mixtos de vigilancia, la capacidad de acceder y participar de los debates y decisiones públicas se resiente.

Después de capitalizar el frenesí autoritario de Trump y su incontinencia comunicacional, las plataformas digitales bloquearon sus posteos, en un giro respecto de la apacible tolerancia que tuvieron con él cuando llamó a fusilar a quienes protestaban por el asesinato de George Floyd en manos de la policía para recordar que «las vidas negras importan». Entretanto, Trump perdió las elecciones generales, y los republicanos, el control de las dos cámaras del Congreso. El giro de la política de las plataformas es copernicano: si bien hubo casos de intervención de estas en otros procesos políticos –en varios países latinoamericanos como Brasil, Venezuela, Cuba o México–, es la primera vez que la coordinación de los gigantes de internet aísla a un jefe de Estado y a sus millones de seguidores. A menos de un año del juramento de defensa radical de la libertad de expresarse del entonces presidente Trump hecho por Mark Zuckerberg (Facebook) y Jack Dorsey (Twitter), las plataformas profanan una de las utopías del credo liberal.

Las fisuras del ecosistema de información y comunicaciones quedaron al desnudo. Un puñado de empresarios y ejecutivos de Silicon Valley decidieron, de manera unilateral, cancelar la expresión del presidente de Estados Unidos. Con ello abrieron la puerta a una discusión que, si bien animaba a especialistas, hasta ahora no había concitado la atención pública ni tenía lugar en la agenda de líderes mundiales. Este enero las cosas cambiaron. Las palabras de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, sugieren una nueva tendencia: «las interferencias en el derecho de expresión no pueden ser basadas solamente en reglas internas de una empresa» sino que «es necesario un conjunto de reglas y leyes para decisiones de tal efecto», dijo la política democristiana, anteriormente ministra de varias carteras en Alemania.

El derecho a la expresión es una abstracción si no contiene el acceso a los recursos imprescindibles para confirmar la expresión en acto

La interferencia discrecional, opaca e inapelable de contenidos públicos –tal es el caso del discurso de un presidente– y la censura privada de expresiones protegidas por los estándares de libertad de expresión son dos de las múltiples cabezas de una creación que es al mismo tiempo producto de los sueños de la razón y de la evolución científica anabolizada con inversiones estatales y privadas. Del anhelo de arribar a una nueva esfera de democracia directa comparable al Ágora ateniense que profetizó Al Gore en la Asamblea de la Unión Internacional de las Telecomunicaciones en Buenos Aires en 1993, cuando internet se abría al uso civil y comercial tras un cuarto de siglo de funcionalidades militares y científicas, a la plataformización protagonizada por conglomerados globales que mercantilizan los datos de miles de millones de usuarios y generan anomalías según cualquier perspectiva que se adopte sobre defensa de la competencia, media otro cuarto de siglo, y un poco más.

¿Qué hacer con esta red cincuentona que prometía democratizar las comunicaciones, descentralizar los nodos de poderes y controles coercitivos o mejorar el acceso universal al conocimiento, y que hoy es vista por connotados líderes políticos como la Hidra de Lerna, cuyo aliento venenoso es capaz de alterar la convivencia social, agrietar la política y distorsionar la economía?

Para aproximar una respuesta a la pregunta del momento, es necesario reconocer las mutaciones de la libertad de expresión en la etapa actual de expansión global de las plataformas. En primer lugar, es claro que no hay expresión libre si no hay, a la vez, recursos para expresarse. El derecho a la expresión es una abstracción si no contiene el acceso a los recursos imprescindibles para confirmar la expresión en acto. Uno de los mayores expertos en el tema, Owen Fiss, dedicó parte de su obra a enfatizar que la desigualdad en el acceso a recursos materiales que estructura a las sociedades en ricos y pobres tiene su correlato en las condiciones en que unos y otros pueden ejercer su derecho a la expresión.

El derecho a la expresión comprende no solo la posibilidad de emitir ideas y noticias «por cualquier medio de expresión», como dice la Declaración Universal de Derechos Humanos, sino también el acceso a las ideas y noticias de terceros y la facultad de investigar. Si no median políticas que corrijan o compensen las desigualdades estructurales, las probabilidades reales de concretar el derecho a la expresión por parte de los sectores con menores recursos se diluyen.

A menos que cambien las circunstancias, cualquier competencia emergente tiene muy pocas posibilidades de prosperar sin ser fagocitada por las ‘big tech’

En segundo lugar, es preciso ponderar el lugar social que hoy ocupan las plataformas digitales, en particular las llamadas «redes sociales». Si durante siglos las industrias culturales fueron las instituciones que producían y distribuían masivamente las ideas y opiniones, y si durante el siglo XX los medios electrónicos, junto a la prensa masiva, operaron como auténticos guardianes de la palabra y del entretenimiento a gran escala, hoy esas funciones migraron hacia las plataformas digitales. Es decir que el lugar social donde ocurre el encuentro entre la noticia opinada y su público, donde las personas conversan acerca de los temas de interés y donde los vendedores y consumidores transan sus productos y servicios, son centralmente –y crecientemente– las plataformas digitales.

Tan constituyente de las conversaciones públicas es el espacio de las plataformas digitales que los líderes políticos, las principales empresas y los referentes sociales son intensivos usuarios de ellas. La interpelación a la ciudadanía por parte de unos, a los consumidores, usuarios y audiencias por parte de otros, quedaría muy resentida si no aprovecharan, con estrategias variopintas, el potencial de las redes que, a diferencia de la lógica de los medios tradicionales, es simultáneamente masivo y personalizado. El alcance global, la ubicuidad y el volumen de las plataformas, junto con su extremo nivel de concentración en unas pocas corporaciones, las ubican como epicentro de las comunicaciones contemporáneas.

Retomando entonces a Fiss, hoy las plataformas son recursos imperiosos para ejercer el derecho a la expresión, para lo cual es preciso acceder a una buena conexión de internet, además de tener las capacidades, los dispositivos y el tiempo indispensables para ejercitar ese derecho como si fuera un músculo. Si las reglas de las plataformas, espacio privilegiado donde ocurren las interacciones comunicativas, informativas y comerciales, son opacas, discrecionales o herméticas; si no respetan el debido proceso que define un procedimiento respetuoso de los principios de derechos humanos, entonces el problema del ejercicio de la expresión se agrava. Por el contrario, si los criterios –es decir, la regulación– de las redes digitales fuesen democráticos, accesibles y justos, si contemplaran mecanismos de apelación y auditoría, disminuiría la desigualdad en la aspiración a que el derecho a la expresión se garantice.

«Si no te gusta Facebook, abre un blog» es una cándida respuesta a quienes observan el poderío de las grandes compañías de internet. Pero ¿hay alternativa a las plataformas dominantes en los intercambios digitales? En las circunstancias actuales, la respuesta es negativa. En efecto, las principales redes operan como barreras de entrada casi imposibles de sortear, siendo además, según la Autoridad de la Competencia y Mercados del Reino Unido, un obstáculo para la innovación y un peso para usuarios y consumidores.

Las plataformas concentran mercados masivos de usuarios (Facebook, que cumplió 17 años, supera los 2.400 millones) que ceden gratuitamente sus datos (contactos, rutinas, localización y preferencias). Pero gracias a los efectos de red de la economía digital y a su escala alcanzada, las plataformas son simultáneamente un peaje obligado para que productores de contenidos (sean industriales, como los medios de comunicación o el cine; o artesanales, como los creadores de música, literatura y obras audiovisuales) y anunciantes se encuentren entre sí y con sus audiencias. 

Esa posición es fruto del talento, sí, y también de la oportunidad de haber llegado a tiempo, de las fusiones y compras de compañías innovadoras emergentes que podrían representar una competencia, y de una regulación sumamente permisiva con la monopolización lubricada por el mayor lobby registrado en los últimos años. Los abusos de posición dominante en este cuello de botella están documentados por autoridades de la competencia en Europa y América del Norte y son el meollo de denuncias presentadas por fiscales de casi 50 estados en Estados Unidos contra Google y Facebook. Por eso, a menos que cambien las circunstancias (por ejemplo, que empiecen a aplicarse las normas antimonopolio), cualquier competencia emergente que amenace el poder de las plataformas tiene muy pocas posibilidades de prosperar sin ser fagocitada por las big tech, ya sea a través de compras (WhatsApp) o del desarrollo de funcionalidades que imiten las del competidor emergente (Snapchat).

Puesto que canalizan la comunicación pública y las interacciones privadas, y que no tienen competencia en la «economía de la atención», las reglas discrecionales que imponen las plataformas respecto de lo que puede o no decirse en ellas afectan el derecho a la libertad de expresión. La edición de sus algoritmos –cambiantes, opacos, desproporcionados e inauditables– define la suerte o la desgracia de empresas, organizaciones y personas que dependen del contacto con usuarios o consumidores y de un día para el otro, sin aviso previo, ven que el vínculo que habían creado se les va de las manos como arena seca con un simple cambio de programación decidido en Silicon Valley.

Las plataformas no son solo la vitrina de exhibición de comentarios generados por sus usuarios, sino también editoras que promueven una mayor exposición de estos jerarquizando su ubicación, destacando su acceso o, como contracara, limitándolo hasta removerlo. También han alentado la difusión de contenidos radicales para promover la permanencia de los usuarios en burbujas que funcionan como un feedlot de polarización.

Las plataformas ya no son intermediarias asépticas, sino editoras del debate social con un alcance que supera al de los medios de comunicación tradicionales

Lo que han hecho con los mensajes de Trump y, en el extremo, con el bloqueo de sus cuentas, o la censura a la fotografía de valor histórico de «la niña del napalm», se repite a diario con posteos censurados sin que sus autores sepan el motivo ni puedan apelar la decisión unilateral de las big tech. En algunos casos, los contenidos removidos son reclamos sobre violaciones a derechos humanos, en otros, campañas de bien público (como la vacunación) u opiniones perfectamente legales.

Las plataformas ya no son intermediarias asépticas, sino editoras del debate social con un alcance que supera al de los medios de comunicación tradicionales. Básicamente, porque estos no conocen a su público con el nivel de precisión que sí tienen las plataformas que, además, monopolizan la explotación comercial de sus datos y condicionan desde los precios de la economía hasta la agenda de discusión política. Incluso desde el punto de vista legal (que no es el que ensaya este artículo) los medios cargan con un peso mayor que el de las plataformas digitales en cuanto a la responsabilidad ulterior por sus decisiones editoriales.

El poder que han concentrado las big tech llama la atención del estamento político en todos los países de Europa, con prescindencia de si se trata de una líder de centroderecha como Angela Merkel, un socialdemócrata como Pedro Sánchez o un conservador como Boris Johnson. La retórica libremercadista que fomentó la plataformización corporativa de internet no solo engendró monopolios que contradicen cualquier noción de competencia económica, sino que además afecta derechos (como la libertad de expresión) inalienables de la vida democrática. La guía propuesta por la Comisión Europea en diciembre pasado para que las plataformas aclaren públicamente los criterios de priorización de sus algoritmos pretende alinear ambas cuestiones (democracia y no distorsión de mercados) en una misma dirección.

La autoatribución de la facultad de cancelar de facto y sin derecho a defensa a un presidente legítimo, sin que medie una orden judicial o un pronunciamiento de otros poderes democráticos como el Congreso o agencias regulatorias creadas por este, es una representación cabal del rol de policía que esta vez descargaron contra un Trump derrotado en las elecciones, pero en esta acción anida una discrecionalidad, una opacidad, una ausencia de mecanismos elementales de apelación, de rendición de cuentas y de representación social que socava las formas elementales del Estado de derecho.

Varias razones habilitan a cuestionar el bloqueo dispuesto por las plataformas contra Trump: primero, porque cercenaron la palabra del representante de una corriente de opinión; segundo, porque obstruyeron el acceso de la sociedad a la expresión de un presidente legítimo; tercero, porque las plataformas se autoasignaron el rol de controladoras del discurso público y, con este antecedente, les resultará complejo desentenderse de las consecuencias políticas y legales correspondientes, incluida la evidente función editorial de la que tanto han renegado hasta ahora; cuarto, porque se arrogaron de facto facultades que corresponden a poderes públicos en una democracia, es decir que si Trump efectivamente era una amenaza a la convivencia y su incitación a la violencia fue dañina, entonces correspondía que los poderes instituidos y legitimados (poderes Judicial y Legislativo) adoptasen las medidas pertinentes, incluyendo el recorte de los espacios de difusión del primer mandatario; quinto, porque al presentarse como una suerte de atajo ejecutivo y veloz para decisiones que deberían tramitarse por las vías institucionales de una democracia, las plataformas se ofrecen como un sustituto posible para cuestiones que son muy ajenas a su competencia, al tiempo que sustraen de la esfera pública otras que no solo le son propias, sino que le son constitutivas.

Como reflexionan Andrés Piazza y Javier Pallero en Cenital, la cuestión central hoy es quién modera a los moderadores de contenidos, quién regula a los reguladores del discurso y quién los controla. Las restricciones al derecho a la libertad de expresión no pueden ser fruto de la evaluación impulsiva de corporaciones dueñas de las plataformas que alteran su algoritmo al calor de intereses particulares o de presiones externas para disminuir las operaciones de desinformación, la difusión de mensajes de odio o el alcance de las llamadas fake news.

Si un árbol cae en un bosque y nadie está cerca para oírlo, el sonido queda anulado. Si la conversación pública es escamoteada por las plataformas como policía privada de los discursos públicos, la libertad de expresión resulta ultrajada.

------------

Este artículo se publicó en Nueva Sociedad.

 

Si un presidente habla pero las vías para ser escuchado por la sociedad impiden su expresión, ¿realmente habla? Esta variable del famoso kōan zen bien puede aplicarse al bloqueo sufrido por el ex-presidente Donald Trump en el tramo último de su mandato por parte de las grandes plataformas digitales Facebook,...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Martín Becerra (NUSO)

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí