A bocajarro
Llorente, Casemiro y mi amigo alemán del Erasmus
El centrocampista del Atlético no se queja, no levanta la voz, solo compite y lo hace realmente bien. En sus botas y en las del internacional hispano brasileño del Madrid está el futuro del campeonato
Felipe de Luis Manero 8/03/2021
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El comienzo de mi sucedáneo de Erasmus no fue muy allá. Salí de Barajas con novia y llegué a México DF soltero y un poco resentido. La realidad es que la cosa ya no chutaba demasiado y durante las doce horas de vuelo tuvimos tiempo de reconciliarnos, darnos un tiempo y, por fin, cortar definitivamente. Quizá no había sido la mejor idea compartir destino con una potencial ex, pero ahora había que apechugar.
Y los primeros días no fueron fáciles porque, claro, uno ve cosas que no son muy agradables y siente esa punzada de egoísmo tan humana que le induce a desear lo que no tiene, aun sabiendo que en realidad lo despreciaría si lo tuviera. Bueno, pues uno de esos días me crucé con C., un alemán hermético, sobrio y de apariencia hostil con el que no había intercambiado demasiadas palabras. Nos saludamos. Él me miró a los ojos y después miró a la zona donde estaba mi ex charlando distendidamente con un grupo de gente. Asintió como si de pronto comprendiera todo, hasta el sentido de la vida, y me arrastró a comprar un par de packs de seis cervezas. No había mucho que decir, solo había que acompañar al soldado herido en su borrachera. Y así lo hizo, sin alharacas ni muestras de afecto impostadas. Un buen amigo, C.
Me acordé de él mientras veía la actuación de Marcos Llorente en el derbi madrileño. No se queja, no levanta la voz, no se besa el escudo, solo compite y lo hace realmente bien. En el Real Madrid le reprendían por ser demasiado eléctrico para jugar de mediocentro: un pivote tiene que jugar con la cabeza y no tanto con las piernas. En el Atlético, después de un inicio titubeante, Simeone comprendió que el caballo nunca funcionaría con bridas. El argentino le regaló hectáreas y Marcos respondió.
Llorente es un atleta extraordinario, pero no solo eso: tiene astucia, técnica y el don de aparecer. El gol de Suárez ante el Madrid es un buen ejemplo: Trippier levanta la cabeza y, al ver un espacio yermo, sabe que es ahí donde tiene que enviar el balón porque es ahí donde aparecerá su compañero. Llorente irrumpe de la nada, con la potencia de un elefante y la agilidad de una gacela, esprinta con el balón controlado –algo dificilísimo– y remata su carrera asistiendo a Suárez sin mirar, elegante y cortés como el caballero que ayuda a la princesa a subir al carruaje.
Su aportación es tan determinante que ha conseguido representar el papel que en principio estaba ideado para Joao Félix. Desde estas líneas he pedido varias veces la titularidad incondicional del portugués, pero ahora me retracto: me quedo con el tipo callado que marca y regala goles antes que con el chaval caprichoso y voluble que hace pocas cosas y, cuando las hace, prefiere montar el numerito a seguir currando. Hoy por hoy, para el Atlético aspirante a La Liga es mucho más importante Marcos Llorente que el futbolista de los 120 millones.
Reconozco que esta columna solo iba a tener a Llorente como protagonista, pero el Atlético reculó (no tanto como dicen, estoy de acuerdo con Simeone en que el partido fue parejo hasta el minuto 80) y Benzema empató gracias a la asistencia de Casemiro. Me vi obligado entonces a incluir al brasileño, a colocarlo a la misma altura que Llorente. Sus caminos no son paralelos pero sí que convergen en un punto importante: el buen hacer de Casemiro fue uno de los principales motivos de la salida de Llorente de Chamartín.
Conocíamos de sobra la relevancia del centrocampista brasileño en el equipo de Zidane: es la argamasa que impide las grietas en el Madrid y su ausencia es un drama. Pero en este Real Madrid de tan poco lustre de tres cuartos para arriba, Casemiro ha tenido que multiplicarse y, al estilo de su colega, dejarse ver más arriba. Ahora es el segundo máximo goleador del equipo: lo intenta desde lejos, representa una gran amenaza en las jugadas a balón parado y hasta se permite convertirse en pareja de baile de Benzema. En el derbi le devolvió una pared con un sutil toque, certero y oportuno, una maniobra más propia de un enganche que de un pivote.
Hasta hace unos meses eran secundarios, al menos en nuestras cabezas. Pero ahora son imprescindibles. Llorente y Casemiro: en sus botas está el futuro del campeonato.
El comienzo de mi sucedáneo de Erasmus no fue muy allá. Salí de Barajas con novia y llegué a México DF soltero y un poco resentido. La realidad es que la cosa ya no chutaba demasiado y durante las doce horas de vuelo tuvimos tiempo de reconciliarnos, darnos un tiempo y, por fin, cortar definitivamente. Quizá no...
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Felipe de Luis Manero
Es periodista, especializado en deportes.
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