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Ahora que el Atlético ha pinchado y su más inmediato perseguidor, el Real Madrid, está a cinco puntos (con dos partidos más), me parece un momento idóneo para poner en valor el trabajo de Simeone. Y precisamente lo es porque ese intempestivo empate ante el Celta fue celebrado por los rivales del equipo rojiblanco con un entusiasmo propio de aspirantes, porque al fin y al cabo eso es lo que son ahora mismo Real Madrid y Barcelona, un par de aspirantes sin demasiadas pretensiones.
Posee Simeone un don al alcance de muy pocos: convertir los juicios prematuros en equivocaciones. O, si lo prefieren, callar bocas, muchas, todas las del mundo si le dan un poco de tiempo. La mía no la silencia porque ya no siento pudor al cambiar de opinión. Mejor ser un columnista voluble que un ignorante leal a sus convicciones. Cuando anunciaron al Cholo como nuevo entrenador del Atlético, yo estaba realizando ejercicios de rehabilitación con mi muñeca derecha después de una mala caída. Con una mano apretaba una pequeña pelota de goma y con la otra mandaba un mensaje a un conocido periodista radiofónico:
“Con Simeone nos vamos a Segunda”.
Mi amigo leyó mi desventurada predicción en antena y yo, no sé por qué, sentí un cosquilleo gélido en el estómago. Al escuchar mi propio pensamiento en la voz de otro, me percaté de que me había equivocado. Entiéndanme: el Atlético venía de ser eliminado en Copa por el Albacete, en el banquillo estaba un caballero triste y desafortunado llamado Gregorio Manzano y el pupismo –más dañino que todos los ismos juntos– campaba a sus anchas por la ribera del Manzanares. Yo pensaba que la llegada de Simeone era la clásica maniobra populista que agita los corazones pero se la pega en el césped. Me equivoqué.
Posee Simeone un don al alcance de muy pocos: convertir los juicios prematuros en equivocaciones. O, si lo prefieren, callar bocas
Hace unos meses, cuando el grupo liderado por Simeone caía eliminado de la Champions en un partido anodino ante el Leipzig, nadie hubiera pronosticado la clasificación actual de la Liga. Nadie esperaba que el Atlético, ese equipo predecible y ramplón, acomodado en peleas menores que ahora disputan otros, pudiese liderar con tal autoridad el campeonato. Nadie esperaba que un veterano de guerra como Suárez, cojo y sin más arma que su astucia, fuera a ser la estrella del torneo. Y, por supuesto, nadie jamás hubiera dicho que todos estos éxitos fueran a venir auspiciados por un insólito cambio de estilo que pone en verdaderas dificultades a ese grupo de estetas que siempre han acechado al técnico argentino.
Lo del cambio no es un asunto menor. Ahí radica el mayor mérito de Simeone: hacer una cosa y la contraria, y hacer ambas bien. Porque lo de probar suerte en registros opuestos lo podemos hacer todos, lo difícil es alcanzar el éxito de las dos maneras. Dover, por ejemplo, pasó del rock al tecno con dudosos resultados. No seré yo el que ponga palos en las ruedas de los que se atreven a cambiar (bailé algunas de las canciones electrónicas del grupo de las hermanas Llanos), pero creo que lograr la excelencia en varias disciplinas artísticas es muy complicado. Lo sencillo sigue siendo identificar aquello que haces bien y permanecer ahí de por vida.
En la historia de los entrenadores, solo se lo recuerdo hacer a Luis Aragonés: de fervoroso creyente del contragolpe pasó a valiente profeta del toque, cambiando de paso la historia del fútbol español. Simeone llevaba tiempo dándole vueltas a la idea de confeccionar un equipo más proclive a la aventura, sin tantos grilletes y con un punto más de locura. El fichaje de Suárez pudo significar la señal, aunque es posible que la evolución se hubiera dado de todas formas.
Justo cuando parecía que sus argumentos se oxidaban, el Cholo sorprendió a todos con un giro en el campo: salidas en corto, presión alta, combinaciones rápidas y dinámicas, más balón y menos cemento. Y esta vez, al contrario de lo sucedido en anteriores amagos de cambio, los resultados están acompañando. Este paso adelante ha sorprendido también a Real Madrid y Barça, dos equipos sumidos en el desconcierto que posiblemente esperaban que su nivel –aunque más bajo que antaño– les permitiera continuar alternándose en la cabeza del campeonato. Esa es la única explicación que se le puede encontrar al generoso traspaso de Suárez: no creían que esto fuera a suceder. De nuevo, se equivocaron.
Por todo ello creo que Simeone, ahora sí, irrumpe con fuerza en el podio mundial de entrenadores. Sin atreverme a dar un orden, coloco junto al argentino a Guardiola (por perfeccionar hasta límites insospechados un estilo inimitable) y a Klopp (porque el fútbol mundial ha seguido sus pasos, él fue el primero en hacer lo que ahora muchos hacen). Tomando como referencia la época actual, dejo fuera a Zidane y Koeman porque sus equipos, lo vemos cada semana, son solo un cúmulo de grandes futbolistas que simplemente juegan. Es divertido a veces, sí, pero parecen equipos sin entrenador. El Atlético tiene a uno de los mejores: el Cholo Simeone.
Ahora que el Atlético ha pinchado y su más inmediato perseguidor, el Real Madrid, está a cinco puntos (con dos partidos más), me parece un momento idóneo para poner en valor el trabajo de Simeone. Y precisamente lo es porque ese intempestivo empate ante el Celta fue celebrado por los rivales del equipo rojiblanco...
Autor >
Felipe de Luis Manero
Es periodista, especializado en deportes.
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