En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Nos dijeron que el problema estaba en la grada, en la cabeza de unos cuantos descerebrados que no podían representar a toda la afición. Lo cierto es que las gradas del Ramón de Carranza estaban vacías y el monstruo volvió a aparecer. Nos dijeron también –y lo volverán a hacer ahora– que en realidad el problema estaba en el fútbol, ese deporte originalmente de caballeros practicado ahora por bestias inmundas y analfabetas. Nos dijeron que, en cualquier caso, el problema es algo aislado, que hemos evolucionado mucho como sociedad y que eso del racismo está totalmente superado.
Porque aquí nadie es racista hasta que de repente –¡sorpresa!– lo es. Nadie es racista desde la distancia, de lejos, pero la cosa cambia cuando el diferente se acerca. Nadie es racista y Pepe tampoco lo es. Pero un día su hijo vuelve del colegio y le cuenta que su nuevo compañero de pupitre se llama Farouk y es marroquí, y que, cosas de niños, a veces se pelean. Pepe pone entonces una mueca de disgusto y lanza una mirada reprobatoria a su mujer, como diciendo: “¿Ves? Te dije que ese no era un colegio normal”. Otro día en la empresa de Pepe contratan a uno de fuera, “uno de no sé qué país de África, uno que no tiene ni idea de cómo se trabaja aquí”. Y a Pepe no le parece justo que el africano cobre lo mismo que él, la verdad. Podemos deducir que, en realidad, Pepe no es racista mientras no le toquen demasiado los cojones.
Estas cosas siguen pasando y creo que todos lo sabemos. En mi viaje de novios fui a un resort de lujo ubicado en un pequeño cayo anexo a Cuba. Era un lugar de ensueño: playas paradisíacas de fina arena y aguas cristalinas, grandes festines culinarios con multitud de manjares exóticos, diligentes trabajadores que, como mayordomos de los cincuenta, te acercaban los mojitos hasta la hamaca sin necesidad siquiera de pedirlos.
Bien, cuando llegamos nos dirigieron a un despacho para que una trabajadora nos explicase el funcionamiento de esa pequeña ciudad. Esperamos fuera durante unos minutos porque en ese momento la mujer estaba atendiendo a una familia francesa de raza negra. Cuando ellos se fueron y nosotros entramos, la mujer corrió a abrir la ventana mientras nos decía algo así como: “Esta gente huele raro, ¿verdad?”.
Nosotros nos quedamos bloqueados, como en shock, y solo acertamos a balbucir que no, que no habíamos notado ningún olor extraño. No fuimos más contundentes, no montamos ningún pollo, no le dijimos que en ese mismo instante recogíamos nuestras cosas y nos largábamos de ese lugar. Debimos hacerlo, pero no lo hicimos. Después, con el pecho encogido y las desagradables náuseas que siempre producen la cobardía, sí que le relatamos lo sucedido a un superior. Nos quedamos un poco más tranquilos, limpiamos nuestra conciencia, pero realmente no creo que sirviera de mucho. Y a quien tenga la tentación de esgrimir que fue una extranjera y no una española la que se comportó así (el racismo sobre el racismo, una especie de racismo al cuadrado), le diré que ese hotel, curiosamente, estaba dirigido por dos españoles.
Eso ocurrió ayer, hace solo unos años. Remontándonos un poco más atrás y volviendo al deporte, podemos ver, con un solo click, a un hombre de mediana edad, de buen aspecto (vestido con camisa y americana) y rodeado de niños que le jalean, decir con firmeza a cámara: “¡La culpa ha sido del maldito negro de los cojones y del hijoputa del Andújar Oliver!”. En ese mismo vídeo, un par de planos después, un chaval de unos trece años coge el micrófono con rabia y escupe: “Vamos a ir el domingo a machacar al negro, al hijo de puta ese a Vallecas”. Los dos se refieren al portero del Rayo Vallecano, Wilfred Agbonavbare, tras un partido entre su equipo y el Real Madrid en el Santiago Bernabéu. Eran los 90, anteayer. Veinte años antes, las grandes crónicas boxísticas de Marca y As firmadas por Manuel Alcántara y Fernando Vadillo solían referirse a los púgiles afroamericanos como “el negro”, con un deje tan despectivo como natural y acorde con los tiempos.
¿Hemos avanzado en algo? Sí, eso es indudable. Ahora estos incidentes se siguen produciendo, pero al menos provocan alarma social, un estado de alerta que, por otra parte, no suele durar mucho. El Valencia, como equipo y como institución, tuvo la oportunidad de intensificar esta alarma. Si se hubiera negado a seguir jugando contra el Cádiz, la supuesta amenaza de pérdida de puntos ante una situación así posiblemente hubiera desembocado en un gran conflicto social. Aun así, en parte puedo empatizar con esos jugadores y ese entrenador. Yo no le dije nada a esa mujer racista y seguí hospedado en el hotel, y ellos prefirieron seguir jugando y que la tormenta pasase lo más rápido posible.
A todos nos da miedo mirarnos al espejo, pero ahora mismo es justamente eso lo que debemos hacer. Porque en el Carranza, al final, Diakhaby se quedó solo en la grada, mirando con tristeza el partido que nunca se debió jugar. La víctima, de nuevo, estuvo obligada a convertirse en héroe.
El problema está en las gradas, en el fútbol, en el presunto insulto de Juan Cala a Diakhaby. Pero no solo. El racismo está en la sociedad, flota en el ambiente como un aire nocivo pero ligero, como esa fina lluvia que te empapa hasta los huesos sin que te des cuenta. Haríamos bien en asumirlo de una vez por todas.
Nos dijeron que el problema estaba en la grada, en la cabeza de unos cuantos descerebrados que no podían representar a toda la afición. Lo cierto es que las gradas del Ramón de Carranza estaban vacías y el monstruo volvió a aparecer. Nos dijeron también –y lo volverán a hacer ahora– que en realidad el problema...
Autor >
Felipe de Luis Manero
Es periodista, especializado en deportes.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí