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24 de mayo de 2014. Es el cumpleaños de mi novia, con la que llevo unos diez meses. El mío ha sido hace cinco días, pero el suyo cae en sábado, así que decidimos hacer una fiesta conjunta. Ostras, pero ese día se juega la final de la Champions. Tal vez no sea el mejor momento para unir a dos grupos de amigos que no se conocen entre sí. Bueno, es igual, a la mayoría no les entusiasma el fútbol y a mí, que llevo currando en esto un tiempo, ya nunca me revuelve las tripas como antaño. Venga, hagamos la fiesta sin problema.
Llega el partido. Tengo la sensación de que soy el único que lo está siguiendo con atención. Pero intento disimular, por si perdemos. En ese caso diría que en realidad no me interesaba tanto, que desde que es trabajo ya no es lo mismo y tal. Marca Godín, bien. Aprieto el puño de una manera fugaz, casi como si fuera un tic nervioso, sonrío tímidamente y trato de alejarme mentalmente del césped. Me resisto a pensar que estamos a punto de ganar la puta Copa de Europa.
Pasa el tiempo, se acerca el final. Contengo la alegría, la sujeto con las manos, me la meto para dentro. No es para tanto, no pasa nada. Pero claro que pasa, vamos a ganar. Espera. No puede ser. Marca Ramos. Estamos jodidos, mucho, vamos a caer, es seguro. Mantengo la compostura, trago rabia, no me muevo, soy una piedra. Gol de Bale. Se acabó. Intento seguir quieto, pero hay algo que se mueve en mi pecho. Es como una lagartija incandescente que sube y sube por mi torso con la firme convicción de salir por la boca. No sé lo que hago, ahora soy un animal herido, me acaban de disparar y me duele. Me levanto como un rayo y apago la televisión. Me planto frente a todos y grito:
–¡En este casa no se va a ver cómo el Atleti pierde una Copa de Europa!
Hay gente que se asusta, otros me lanzan miradas reprobatorias. Mis amigos siguen bebiendo copas, estos cabrones ya no se inmutan por nada. Bueno, uno de ellos sí que dice algo:
–Venga, Felipe, tío, deja de hacer el gilipollas y enciende la televisión.
Se unen más voces aprobando esa moción. Hay una tipa, la prima de no sé quién, que dice que no tengo la potestad de apagar la televisión y que ella sí quiere ver al Madrid levantar la Copa. Juraría que no ha prestado atención al aparato en toda la tarde, pero ahora se ha transformado en una versión femenina de Toñín el Torero. Va con todo, sin piedad, así que prosigue:
–Además, esta no es tu casa.
Me ha derribado, tiene razón. No es mi casa, yo solo soy un parásito que duerme allí de vez en cuando, pero no pongo ni un euro. Mi pecho se deshincha y mis brazos caen, exangües. Ella, mi novia, a la que he perdido de vista durante hora y media, me mira y me dice con tono bajo, suave, pero muy firme:
–Vuelve a encender la televisión, por favor.
Lo hago y me siento en mi silla, abatido, con la mirada vacía, mascullando las derrotas, las dos, la del Atleti y la mía propia. No recuerdo mucho más de esa noche, pero no debió de ser gran cosa.
Volví a poner una distancia afectiva con el fútbol a partir de aquello. Seguí trabajando en esto y en lugar de sentir, me dediqué a analizar. Me trasladé a Galicia y me centré en otros equipos, otras historias. Y, bueno, las cosas han continuado por estos derroteros durante los últimos tiempos: me acostumbré al fútbol como sustento y lo deseché como pasión.
Hasta hace unos días. Estaba yo tranquilamente en casa viendo el Getafe-Atlético. Estaba recostado en el sofá y al lado mi mujer, la chica que cumplió años ese fatídico día, intentaba adelantar trabajo. Los niños ya dormían. El equipo no marcaba y yo empecé a ponerme nervioso. Otra vez la lagartija en el pecho, es inconfundible. Salió Dembélé y comenzó a fallar goles. En un cabezazo franco, sin oposición, con toda la portería para él, un cabezazo que terminó mandando fuera, no pude reprimirme. Grité, le recriminé ese fallo, me golpeé la pierna con mi mano. Mi mujer levantó la cabeza de sus papeles y, sorprendida, me dijo:
–Vaya, hacía mucho que no te ponías así por el fútbol.
Concretamente hacía siete años. Ahora voy por la calle agobiado, como si estuviera huyendo de alguien, mirando constantemente hacia atrás. Creo que allí pueden estar Ramos o Messi. La lagartija se ha instalado en el pecho, pero está más tranquila. Los partidos son algo bastante más real y bonito que antes. Me gusta.
24 de mayo de 2014. Es el cumpleaños de mi novia, con la que llevo unos diez meses. El mío ha sido hace cinco días, pero el suyo cae en sábado, así que decidimos hacer una fiesta conjunta. Ostras, pero ese día se juega la final de la Champions. Tal vez no sea el mejor momento para unir a dos grupos de amigos que...
Autor >
Felipe de Luis Manero
Es periodista, especializado en deportes.
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