1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.347 Conseguido 91% Faltan 15.800€

VIDA COLECTIVA

Comunes cotidianos y comunes emergentes

Ahora que tantos patrimonios cuentan con una comunidad de concernidos dispuesta a defenderlos, nos toca a todos y a todas alinearnos en estas luchas para hacerlas más robustas

Antonio Lafuente 21/04/2021

<p><em>The Plaza</em> (1991), obra del pintor hiperrealista Richard Estes.</p>

The Plaza (1991), obra del pintor hiperrealista Richard Estes.

Meisel Gallery

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Hablar bien de lo común siempre fue algo extraño. No fue hasta los albores del mayo del 68 que se hizo manifiesta la sospecha de que la cultura solo era otra impostura de nuestro tiempo. Ser cultos, al menos desde la Ilustración, siempre fue una forma de salir de la caverna, sacudirse el pelo de la dehesa y abandonar el bosque primigenio. La escuela, en fin, institucionalizaba la promesa de sacarnos de lo común o, en otras palabras, de su perfil soez, bravo, desaliñado y bárbaro. Civilizarse equivalía a esquivar lo común.

Todo buen ciudadano debía conocer y respetar la ley, el patrimonio y la gramática. Para eso íbamos al colegio, para liberarnos de todas las formas de autoridad no certificadas y ser capaces de apreciar las más canónicas. Ser libres coincidía con ser ortodoxos. Culto y común eran condiciones antagónicas.

Ser común era como vivir extramuros: representaba una amenaza y recordaba nuestro origen primitivo. Sentir lástima o experimentar rabia por los excluidos, los discapacitados o los olvidados, podía ser una forma de estigmatizar a las mismas personas que a continuación queríamos salvar de su condición primitiva. Ya Calibán, y fue Shakespeare quien lo contó, lamentó amargamente el paternalismo colonial de querer imponer a los aborígenes una educación que decía querer emanciparlos mientras que, con el mismo gesto, negaba su condición humana. Ellos representaban todo aquello de lo que había que huir. Y ese parecía ser el destino de los comunes: disolverse, desaparecer, desposeerse.

Hace cincuenta años, allá por los sesenta, algo cambió. Mucha gente comenzó a ver en lo culto demasiado artificio, excesivo almizcle y abundante pedantería. Los dadaístas de unas décadas antes habían fracasado en su asalto al arte, pero a cambio lograron que la propia noción de arte se ensanchara para contener lo cotidiano y lo comunitario. Tanto así, que el movimiento Fluxus convirtió el lema ¡Todos somos artistas! en una proclama epocal que aún estamos dilucidando. La escena punk y hippy hicieron el trabajo contra la bastilla gramatical, la izquierda caviar y la cultura superior.

Ser mundano era una forma legítima de estar en el mundo: otra manera de relacionarnos más directa, cordial y transparente. Ser civilizado equivalía a ser aburrido

Lo común, en cambio, parecía muy auténtico, más verdadero y menos impostor. Así que, desde entonces, lo moderno también podía ser callejero, ordinario y simple. Lo mundano estaba de moda y tenía mucho predicamento moral. Ser mundano era una forma legítima de estar en el mundo: otra manera de relacionarnos más directa, cordial y transparente. Ser civilizado equivalía a ser aburrido. Lo común entonces emergía lleno de valores que garantizaban una vida buena que no renunciaba al goce y el roce.

Los comunes habitaban lo concreto y se atrevían a ser diferentes, eran capaces de cuestionar lo canónico y, en consecuencia, de politizar lo ordinario. Eran realistas y plantaban cara. Parecían más sabios. Había una inteligencia que descubrir en la condición de lo común. Y en el extremo, ser sabios, que no cultos, implicaba ser modestos, partícipes y empáticos.

Los comunes movilizaban prácticas que podían ser vistas con admiración. Parecía que les resultaba fácil ser solidarios, cómplices y resilientes. Tenían facilidad para la vida colectiva. Sacaban mucho beneficio de sus habilidades manuales, aprovechaban mejor sus escasos recursos, compartían más sus alegrías y, en fin, parecían felices entre tantos obstáculos.

La literatura sobre catástrofes nos ha proporcionado cientos de ejemplos que prueban la facilidad para organizarse, ser solidarios, distribuir tareas y afrontar responsablemente las dificultades. La literatura sobre cuidados también ha sabido poner en valor prácticas colaborativas y empáticas hasta muy recientemente desdeñadas. Los estudiosos de la vida en la favela descubrieron hace ya mucho tiempo el valor del urbanismo kitsch y de la autofabricación como práctica cultural. Los más recientes acercamientos a la innovación frugal, también conocida como Jugaad Innovation, muestran a los pobres, los excluidos y los comunes como gentes que cada día, teniendo que inventarse la vida, representan una fuente inagotable y paradigmática de creatividad.

Los bienes comunes no sólo eran inimaginables sin pensar en su comunidad, sino que también eran inalienables. Dos consecuencias radicales y para muchos revolucionarias

Elinor Ostrom ganó un premio Nobel de economía (2009) pensando en los bienes comunes. Construyó toda una maquinaria conceptual basada en una idea muy simple y que, como todas las cosas interesantes, no son binarias ni dicotómicas, sino trilces (triple y dulce, decía César Vallejo): un bien común es una cosa, una comunidad que sostiene y es sostenida por el bien y un protocolo que regula las relaciones de las personas con el recurso.  Así que los bienes comunes no sólo eran inimaginables sin pensar en su comunidad, sino que también eran inalienables. Dos consecuencias radicales y para muchos revolucionarias.

Detengámonos en esa noción de protocolo que acabo de mencionar. Un protocolo es un conjunto de reglas o convenciones que sirven para gestionar los conflictos y para garantizar la estabilidad de la comunidad, es decir del recurso que llamamos bien común. Esas reglas dan sentido a lo que se hace y ponen límites a las conductas individuales o, en otros términos, crean las condiciones para que la comunidad sobreviva.  En fin, dicho con pocas palabras, un bien común sólo es una forma particular de gestionar las cosas. Nace y se mantiene cuando se gestiona de otra manera. Los bienes comunes entonces son producidos día a día.

Alrededor de esos bienes puede haber imperios, mafias, corporaciones, competidores o sectas. Los bienes comunes no están aislados del mundo.  No son burbujas de marcianos. Sobrevivir nunca les fue fácil, porque las fronteras siempre son porosas a los contagios, los contrabandeos y las rivalidades. Relacionarse con esos mundos hostiles reclama mucha inteligencia y mucha fluidez. Hay que estar atentos a todo lo que pueda representar una amenaza y analizar los signos, documentar los riesgos, contrastar las discrepancias, jerarquizar las opciones, ejecutar los acuerdos y evaluar las consecuencias. Todo además debe hacerse gestionado los tempos, sin precipitación y con agilidad. Ser comunes entonces, habitar un bien común, reclama mucho conocimiento contrastado. Ostrom nos enseñó a admirar la creatividad colectiva y a descubrir la sabiduría del común.

 

Ostrom hizo muchas cosas asombrosas. Demostró que los bienes comunes no eran una reliquia del pasado, ni un residuo resistente a la modernidad. Nos enseñó que los comunes, el procomún, son modernos, están entre nosotros y pueden ser productivos, eficientes o rentables, además de cuidar de la comunidad. No siempre lo logran. No es fácil. Pero nunca son un milagro: son fruto de la inteligencia humana. Para ser comunes, hay que ser empáticos, colaborativos y honestos, pero también abiertos, experimentales y recursivos: hay que demostrar capacidad para tomar decisiones acertadas todos los días, y entre todos y todas.

Un procomún es una forma singular e innovadora de infraestructurar los cuidados, sin descuidar los resultados. No hay alternativa: los bienes comunes o son sostenibles o se desvanecen. Siendo hostil el entorno, o se crean las condiciones para acertar en las decisiones, o el bien común desaparece y, tras él, la comunidad misma. Y sí, lo que estamos diciendo es que un bien común tiene que actuar como un laboratorio ciudadano.

Ya habitamos un mundo sin refugio. Un mundo que necesitará aprender mucho de la gente común

Común, comunes, comunales, comunitarios son términos que mantienen estrechas relaciones de vecindad con palabras que ya nos hemos encontrado, como ordinario, mundano o cotidiano. Son palabras que fraternizan entre sí. Y que también sororizan, pues es cierto que describen espacios ignorados, precarizados y femeninos. Ser comunes suele ser identificado con vulnerables, invisibles y relegados. Pero mi punto de vista, sin embargo, es diferente. Serán víctimas, no lo niego, pero también son sabias, tienen maña y dan la vida. Y las nombré ahora en femenino para poder decir que muchas, como decía Hélène Cixious, escriben con leche blanca: saben hacer sin imponer, se comunican mediante códigos secretos y saben moverse sigilosamente bajo el radar.

Defender los comunes entonces tiene mucho que ver con hacerlos visibles, y no esperar la tragedia de su desaparición para apreciarlos. Un bien común concede un premio doble a quien lo descubre y conoce: primero aprende que hay mucha inteligencia detrás de esas comunidades ignoradas y, segundo, comprueba que hay maneras distintas de hacer las cosas. Reconocerlos te da sabiduría y te hace esperanzado. Te enseña que otro mundo es posible. Con los comunes se aprende a pensar a pie de obra, ante casos reales, junto a interacciones tácitas, con faltas de ortografía y, muchas veces, entre ruinas.

Los tiempos de pandemia corroboran que quienes vaticinaban el antropoceno no andaban desquiciados, pues ya habitamos un mundo sin refugio. Un mundo que necesitará aprender mucho de la gente común. Tendremos que descubrir esa sabiduría que les hizo adaptativos, frugales y confiados. Y hay muchos ejemplos para entender de qué hablamos. Alcohólicos Anónimos es el primero y lo traemos a este texto como modelo de organización eficiente, capaz de afrontar un problema dificilísimo y de encontrar soluciones que siempre se les han resistido a los expertos. En 2016, Alejandro Aravena obtuvo el Premio Pritzker, el Nobel de arquitectura, por una propuesta que era social y, sin embargo, no era roñosa, chabacana o especulativa. Su proyecto consistía en diseñar viviendas que, a partir de un módulo inicial, podían evolucionar y crecer por autoconstrucción en función de las necesidades del usuario. Aravena no imaginaba la arquitectura como una manera de corregir las prácticas populares, sino como una forma de potenciarlas. Hasta hace 100 años era ridículo el número de personas que habían conocido a un médico, un arquitecto o un abogado y, sin embargo, eso no nos impidió resolver nuestros asuntos sanitarios, habitacionales o conflictivos. Sin ellos, sin los expertos, tuvimos que arreglar nuestros problemas.  El mundo, entonces, en su conjunto era y sigue siendo una producción amateur.

Que nadie se inquiete, porque nunca diremos que sobran los expertos.  Al contrario, no es que sobre talento, sino que faltan muchos actores. ¡Claro que vamos a necesitar los saberes expertos!  ¡Sólo faltaría!  Pero será en un nuevo régimen de distribución del saber donde ya no nos podremos permitir el lujo de desdeñar lo experiencial, lo tácito y lo afectivo. Sean o no cosas de mujeres, sean o no relatos de perdedores, son prácticas necesarias y urgentes. Todos tenemos la oportunidad, creo, de hacer visible su presencia cotidiana en nuestras vidas.

La lengua, la gastronomía y la fiesta son ejemplos que podrían compartir ese pedestal reservado para las creaciones colectivas

Pero no basta con crear otros relatos, también necesitamos distintas métricas, pues no medimos lo que valoramos, sino que valoramos lo que medimos. Ningún ejemplo es más poderoso para aclarar lo que decimos de la evolución: un proceso que hizo del azar el motor del cambio, de la chapuza para mezclar lo heterogéneo la herramienta por antonomasia y del altruismo la brújula que orientó los procesos. En fin, que la vida nunca habría surgido de habérsela encomendado a expertos en planificación estratégica. También nos habríamos quedado sin el blues, el jazz y el rock. Tampoco habríamos conocido Wikipedia, Arduino o GitHub.

Necesitamos hacer cosas diferentes para producir resultados distintos.  Lo sabemos, y por eso otra aritmética es urgente: una que sea capaz de sumar peras con manzanas. Y también necesitamos otra ingeniería que disfrute reinventando la rueda, porque aunque parezca la misma, nació en otro contexto, con diferentes preguntas y distintos actores. Que funcione igual, no significa que sean la misma cosa. No importa qué ontología lo demuestre, ni qué documentalista lo catalogue, ni qué archivo lo registre: son ruedas distintas y tenemos que aprender a proclamarlo sin complejos ni juicios sumarísimos. Los nuevos ingenieros no harán chistes tontos con lo que ignoraban sus abuelos. Juntar lo heterogéneo, hibridar códigos, hacer collage y mezclar linajes, serán la norma. Isabel Stengers le llama hacer cosmopolíticas.  Los nuevos aritméticos serán conscientes de la diferencia que somos y no querrán invisibilizarla invocando la saga de Euclides o de Arquímedes.

El mundo que habitamos está preñado de comunes creados entre todos para hacer viable la vida colectiva. La lengua, la gastronomía y la fiesta son ejemplos que podrían compartir ese pedestal reservado para las creaciones colectivas, junto a las semillas, la tabla de multiplicar y los juegos infantiles. La justicia, la palabra de Dios y la ciencia, además de las montañas, las selvas y la luz del Sol, también son bienes comunes. El ángulo de giro del eje de la Tierra, el genoma humano y la tabla periódica de los elementos son bienes comunes que tienen una característica singular: para reclamarlos, antes hay que descubrirlos. Si abundantes son los bienes comunes creados por los humanos en su tránsito por el planeta, mucho más numerosos son los bienes descubiertos y por descubrir.

Si los bienes comunes invisibles son importantes, los bienes comunes emergentes nos obligan a un nuevo pacto social por la ciencia. La calidad del aire que respiramos, de los alimentos que ingerimos o del agua que bebemos depende de prácticas regulatorias que son responsabilidad del sector público.  De alguna manera, entonces, el agua, el aire o los peces son producciones humanas en la medida que tenemos que protegerlas de su degradación mediante normas cuya elaboración reclama ingentes conocimientos de biología, química o oceanografía, además de costosas infraestructuras para almacenar, gestionar y compartir datos. Decir que el aire es un bien común no es decir mucho, pues para reclamarlo necesitamos conocerlo y estar atentos a todo cuanto pueda amenazarlo mediante sensores de alerta temprana. Ese es el papel de los movimientos sociales y por eso tenemos con ellos una deuda tan gigantesca como urgente de reconocerles su papel civilizatorio. 

Los bienes comunes eran laboratorios ciudadanos, y ahora vemos cómo los emergentes también reclaman conocimientos sofisticados

No bastará con la filosofía para defender los bienes comunes, necesitaremos mucha ingeniería y mucha experimentación. Los bienes comunes son asuntos que precisan de laboratorios. No es que sobre la ética, sino que tendremos que crearla con las manos y no con palabras, más con experimentos que con discursos. No sobran los principios, pero tendremos que entender los patrones que regulan los sistemas complejos, los dispositivos epigenéticos y la parafernalia de soluciones evolutivas o inmunológicas. Cuando hablamos de los bienes comunes cotidianos también quisimos subrayar la importancia de disponer de información contrastada antes de tomar decisiones. Decíamos unos párrafos atrás que tales conocimientos no eran un lujo, pues de ellos dependía la propia supervivencia de la comunidad. Los bienes comunes eran laboratorios ciudadanos, y ahora vemos cómo los emergentes también reclaman conocimientos sofisticados, no sólo contrastados, sino actualizados.

Dos formas emergentes de bienes comunes hemos esbozado. Los que comenzamos a apreciar cuando empiezan a degradarse, como por ejemplo el aire contaminado o el agua mercantilizada. Son bienes cuya degradación crea una comunidad de afectados que se ve forzada a movilizarse para proteger su vida. También son emergentes los bienes que surgen de hallazgos científicos que, descubiertos con fondos públicos, son privatizados mediante el uso abusivo de las leyes de propiedad intelectual.  Así, disponemos de centenares de ejemplos que han convertido en propiedad privada un descubrimiento y no, como sucedía antes de la Bayh-Dole Act (1980), una invención. ¿Imaginan un mundo donde el teorema de Pitágoras, la influencia en la salud de una mutación genética o la fórmula química del agua no fueran bienes comunes? Ese es el mundo que habitamos y que entre todos tenemos que revertir.

Ahora que tantos patrimonios, naturales o históricos, populares o sofisticados, cuentan con una comunidad de concernidos dispuesta a defenderlos, nos toca a todos y a todas alinearnos en algunas de estas luchas para hacerlas más robustas. Pero hay más de una manera de ubicarse junto al mundo de los comunes. No todo se tiene que politizar obligatoriamente. No es el Parlamento el único espacio donde defenderlos. Hay otras formas de intentarlo. Podemos aprender de los feminismos y tratar de cambiar el mundo sin atrapar el poder.

Necesitamos trabajar menos desde lo antagónico y más desde los cuidados. La respuesta a cómo luchar es fácil: hacer visible el enorme esfuerzo que reclama la diferencia. Mostrar esa inteligencia que sostiene el procomún. Hablar más de la capacidad de innovación, organización y adaptación que prueba la existencia de bienes comunes. Aparcar temporalmente los análisis agónicos y darle una oportunidad a los relatos poéticos: estar menos en la confrontación y más en la creación.

-----------

Antonio Lafuente (Granada, 1953) es investigador científico del Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CSIC) en el área de estudios de la ciencia.

Hablar bien de lo común siempre fue algo extraño. No fue hasta los albores del mayo del 68 que se hizo manifiesta la sospecha de que la cultura solo era otra impostura de nuestro tiempo. Ser cultos, al menos desde la Ilustración, siempre fue una forma de salir de la caverna, sacudirse el pelo de la dehesa y...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Antonio Lafuente

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí