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Entonces había sol y terrazas y gente por las calles, que yo miraba desde una terraza, entre los rayos de sol y el polvo suspendido en el aire. He visto el polvo flotando entre esos cilindros de luz en la selva, en el bosque, en el desierto, en la ciudad, en una habitación, y siempre he sido feliz al verlo. Es una caricia en la nuca y una suerte de revelación, la esperanza de que nosotros no seamos más que eso. De pronto, un hombre pidió permiso para sentarse en mi mesa. Le animé a hacerlo. Era un hombre mayor de lo que parecía, elegante, diminuto, vestido a la inglesa, y con una perrita, a la que hablaba como si fuera un bebé, y a la que besaba, como a un bebé, en el morro. Freud decía que las mujeres hablan a sus mascotas como desearían ser habladas. Lo que es un preciosismo, pues todo el mundo, salvo quien ha invertido mucho en lo contrario, tiende a hablar como desea ser hablado. En general, y por otra parte, todo el mundo desea ser hablado. Aquel hombre empezó a hablarme cuando me reconoció de otros encuentros anteriores. Humanista –esto es, un ser de varios miles de años–, profesor y articulista extraño, comprometido con su propia velocidad, me habló, como siempre, con el tono que utilizaba con su pequeña perra. Se debe de ser, en verdad, un hombre libre para utilizarlo. Repaso, ahora mismo, las notas de aquella conversación. Me impresionó que, tras sus primeras palabras, pasara a hablarme, sin transición, del tema que tenía en la cabeza, y del que su perrita y yo tan solo le habíamos distraído unos segundos. La muerte de las Humanidades. “Te lo digo porque estás en el secreto: todo ha muerto”. “Empezó a morir cuando murió el cura. Un patán, pero que los domingos decía cosas más importantes que él”. “Esas historias antiguas, que no trataban estrictamente de religión, quedaban, servían”. “Ahora todo eso ha muerto en más esferas, más importantes y cotidianas”. “Incluso en la Universidad”. “Sin Humanismo nada sirve para nada”.
La palabra Humanismo es posible que provenga de San Isidoro, un hombre ocurrente, que jugó con la palabra humus, tierra. Un Humanista es, así, un habitante de la Tierra, con cierta consciencia de su ciudadanía y de su barro. Consiste en relacionar, por tanto, conceptos inesperados, como ciudadanía y barro. No existe fecha fundacional para el Humanismo. Se suele citar como su inicio el momento en el que el padre de Petrarca regala a su hijo un bien preciado, impagable, y, hasta aquel momento, inexistente: la obra de Ovidio, expurgada de falsificaciones y con su sentido restaurado, que resultó determinante en Petrarca, ese hombre determinante hasta hace poco. Es decir, no existe fecha fundacional, pues para ese regalo fueron necesarios más de mil años, miles de personas, de búsquedas y pérdidas de sentido. El regalo del padre de Petrarca, a su vez, tampoco es un inicio. Es un reinicio. Por lo que sabemos que el Humanismo, seriamente interrumpido, volverá. No solo es necesario, sino innato, imparable incluso tras sus reiteradas muertes. De él dependen conceptos como superfluo o importante. Como verdad o mentira. Sin él, nada es superfluo y todo es verdad. El resultado no es, curiosamente, la maldad, sino algo peor. La pureza, la incapacidad para ver en las cosas algo más de lo que son literalmente. Esto es, el integrismo. El blanco y el negro, sin mayores matices. En las relaciones personales, en las sociales, en la política, en los escritos, pues el vacío creado por la desaparición del Humanismo, de su relativismo sólido, se suele llenar con religión o dogmatismo. Con identidad. La identidad, esa forma de ser siempre y de manera constante y sin duda alguna, es la forma más explosiva y espiral de la ausencia de identidad.
El hombre se incorporó, se despidió y se fue, abrazado a su perrita. Se alejó hasta ser como una mota de polvo en el sol. El polvo es humus, un fragmento incomprensible, como casi todo, de tierra.
Entonces había sol y terrazas y gente por las calles, que yo miraba desde una terraza, entre los rayos de sol y el polvo suspendido en el aire. He visto el polvo flotando entre esos cilindros de luz en la selva, en el bosque, en el desierto, en la ciudad, en una habitación, y siempre he sido feliz al verlo. Es...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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