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LA VITA NUOVA

La afterderecha. El caso Cat

Hay serios indicios de que habrá Govern trumpista. El mayor: JxC se juega 200 altos cargos. El procesismo no es independentismo, como el constitucionalismo no es ‘libertá’

Guillem Martínez Barcelona , 10/04/2021

<p>Una imagen de la declaración política del Consell per la república catalana.</p>

Una imagen de la declaración política del Consell per la república catalana.

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LOS SIN NOMBRE. Hay un nuevo tipo de ultraderecha en Esp. Es neoliberal, vive con plenitud y con normalidad un capitalismo de Estado, en el que participa para crear beneficios que no vuelven a la sociedad. Interpreta y presenta el fin del Bienestar como una fuente de riqueza. Carece, por tanto, de discurso social. Su autoformulación es confusa. Es decir, no utilizan su discurso para definirse, sino para evitar hacerlo. En todo caso se definen como orden, en medio del caos que crean, precisamente, al definirse. Son partidos de declaraciones confusas, que intoxican con sentimentalismos la información y la política. Son radicalmente demócratas. Creen en el voto. Su voto es, aparentemente, por la democracia y la nación, y propugnan que el resto de votos son contra la democracia y la nación, por lo extranjero, que acabará penetrando la sociedad si nadie lo remedia. Lo extranjero es lo musulmán, pero también opciones ideológicas presentadas como algo anti-nacional. También son extranjeras e invasivas lenguas, y pretendidos caracteres peninsulares que, por debilidad racial y maldad innata, no comprenden la democracia. La ley queda sujeta a su interpretación de lo democrático y nacional. Cuando acceden a una institución, la copan de ese sentido. Cuando no acceden a ella, la impugnan. Les cuesta abandonar las instituciones. En ese trance compran instituciones, o crean instituciones nuevas y no sometidas a control. Poseen grupos mediáticos que explican todo ello como normalidad, si no como lucha épica por la democracia y la nación. Hay miembros de las FF. AA. o/y de las FF.SS. que comparten esta cosmovisión. Esa cosmovisión dota de autonomía salvaje a las FF.SS. que, en ocasiones, no defienden tanto la ley como esa interpretación de la democracia y la nación. Las FF.SS. –policía, GC, Mossos– premian o castigan manifestaciones ciudadanas, según se acerquen o alejen a esa idea de democracia y de nación. Esa idea de democracia y etc. es la Democracia, con mayúsculas, algo más importante que la separación de poderes, de manera que, en unas zonas del Estado, desaparece el legislativo frente al ejecutivo, mientras que, en otras, el judicial se superpone al ejecutivo cuando no es de su cuerda. Acogen en su seno o proximidad a militantes fascistas clásicos, a los que no se refieren como fascistas, sino como patriotas/es. En ese sentido, Vox no es el eje y epicentro de este fenómeno. Tal vez Vox, pese a su aparatosidad antigua –quizás por ella– es, en este momento, lo más inoperante de todo este conjunto. Estas nuevas extremas derechas en ocasiones integran en sus políticas, incluso, a partidos de izquierda. En general, estos partidos ultraderechistas suponen el inmovilismo, la polarización, la crispación, la brecha económica sin fondo. Pero, paradójicamente, se presentan como el dinamismo, la electricidad, el cambio en un mundo sin cambios, en una Europa con las políticas deslocalizadas, neoliberales y centralizadas, en crisis democrática, social y económica, y en la que las izquierdas, salvo cuando mienten, no pueden defender la posibilidad de su rol histórico: la corrección económica, la igualdad, la libertad, los cambios estructurales. La pasividad, la inoperancia, la ausencia de función de las izquierdas es, tal vez, el motor de estas nuevas ultraderechas radicales, nacionalistas, autoritarias, con serios problemas con la democracia liberal y que, pese a todo ello, no son el fascismo de los años 30. No matan. Reducen la esperanza de vida en determinados barrios. No son fascismos porque, formalmente, se alejan de aquel modelo. Y porque nuestra familia, vecinos y amigos, que les votan, no son fascistas. Nadie, muy pocos, lo son, cuando tienen la opción de informarse. Estas extrema-derechas, fundamentadas en un sistema informativo patológico, carecen, en algunos casos, de percepción como extrema-derechas en la sociedad. Carecen, incluso, de nombre. Para ahorrar tiempo les llamamos trumpismo, un nombre que en breve les quedará lejano.

LOS EXTREMEÑOS SE TOCAN. El carácter puntero de ese trumpismo es perceptible, por todo lo alto,  en CAT y MAD, dos CC.AA. con políticas calcadas en esta pandemia, lo que presupone más calcos. Una cosmovisión. Una percepción de la época. La época / el calco en el primer año de pandemia: a) aprobación de sendos protocolos –cercanos en su lógica a los años 30 y 40; con todas las letras– que excluían de la Sanidad a grupos de ciudadanos, b) abandono de las residencias a su suerte durante un tiempo mayor o menor, c) creación de hospitales afuncionales, vía empresas constructoras amigas, d) externalización de funciones públicas en Ferrovial, ese Alto Cuerpo del Estado, d) convenios por encima de mercado con la privada, e) aumento de gasto sanitario, pero para pagar servicios sobrepagados a la privada, f) emisión de estadísticas poco fiables, g) enfrentamiento continuado y ritualizado con el Estado –el Estado, en toda la UE, no lo hizo bien; pero el enfrentamiento aludido no fue por ello, sino pese a ello–, y h) primacía del discurso nacionalista e ideológico, antiizquierdista –esa cosa que ya no existe en su desmesura– sobre lo sanitario. Es importante saber que esta gestión trumpista de lo común –o mejor, de lo ex-común– no ha sufrido castigo electoral en CAT. Un indicio de que puede no sufrirlo en MAD. La agitación en torno a la idea de democracia y nación es tan fuerte que se come con patatas a la realidad, que ya no importa. Lo que indica la fortaleza de todo ese monte de espuma que ocupa y oculta la total ausencia de políticas. Debe de ser, en verdad, fabuloso e hipnótico.

El carácter puntero de ese trumpismo es perceptible, por todo lo alto,  en CAT y MAD, dos CC.AA. con políticas calcadas en esta pandemia, lo que presupone más calcos

AGUA QUE NO HAS DE BEBER, DESCRÍBELA. Describir CAT y MAD es describir, en su distancia, lo mismo. Una misma lógica de la democracia. Postfacismo, trumpismo, al que se accede por diferentes vías, incluso opuestas. Eso es lo que pasa con las épocas, esas cosas que, como el agua, son difíciles de detener cuando empujan en una dirección. Lo único que se me ocurre es describir esos dos trumpismos, no a partir de lo que formulan –confusión, plurisignificación, épica, democracia, nación–, sino a partir de lo que callan, de lo que dibuja su ruido constante. En un siguiente artículo les hablaré del minuto y resultado en MAD. Hoy toca Cat, y una descripción de los últimos movimientos en la plaza. La época. El agua.

CAT CAN’T COUNT. Tras las elecciones, CAT ha finalizado un ciclo –propagandístico– e inicia otro. Resumen del ciclo anterior. Un proceso simbólico, de elaboración de espuma, sólo se ha traducido en una realidad tangible: presos y exiliados, el único capital del procesismo que es, a su vez, un gran capital para el otro trumpismo, el esp, que les condenó, pudiendo hacer otra cosa más ajustada a derecho. Ese único-capital-tangible es lo que el procesismo tiene en sus manos. Poco, nada, si bien suficiente para un monte de espuma. Sin esa represión, emitida por el Deep-State y el trumpismo esp, el procesismo sólo sería una broma. Lo sería ahora si Moncloa ejerciera el indulto, y si el PSOE modulara la mayoría que tiene en el Congreso para modificar el Código Penal. En esa paralización del PSOE interviene la irrelevancia de las izquierdas en esta época, supongo. Su gabilondismo, su estar de perfil, su no meterse en política, salvo para implementar lo que le llega de Europa. Solventado el tema penal, el procesismo podría replantearse sus liderazgos –el de ERC, patológico, vertical, con análisis erróneos comentados en privado, pero jamás en público–, su agenda, su progresivo postfacismo. Y si eso no está sucediendo, es que está sucediendo lo contrario.

LO CONTRARIO. JXC, un partido cada vez más tabulado en la nueva extrema derecha europea, está ejerciendo, ante la ausencia de cambios y vigor resolutivo en Cat y en Esp, el liderazgo. En efecto, no ganó las elecciones. Pero eso se solventa vía la creación de una nueva institución, en la que el marco de JxC es el imperante. El Consell de la República, sito en Waterloo, es, así, un “reajuste electoral”, un concepto aberrante, postdemocrático, pero ya normalizado, formulado por Mas en la Cat de 2015. Este reajuste electoral 2.0, vía una nueva institución, responde a una idea de democracia, nación y pueblo excluyentes, amparada antes en identidad que en derechos, y que parte de la idea de que no todos los votos son democracia, nación y pueblo. El fascismo eliminaba votantes. El postfascismo elimina solo sus votos. Desde hace tres semanas, el Consell de la República –agrupa a 94.100 ciudadanos; menos que Kiribati, donde sea que esté Kiribati– se ha puesto las pilas. No ceja de enviar mails a sus abonados y ha elaborado una suerte de DNI Cat que se podrá utilizar –para nada; carece de funciones; da más derechos la tarjeta del Metro, que sólo da uno–, previo pago de 12 pepinos. El Consell, un ente simbólico para la eliminación de opciones no votables, no esconde su inoperancia no simbólica. ERC, por otra parte, ha asumido el Consell como forma de desbloquear las negociaciones pro-Govern con JxC, creando, en ese trance, una nueva institución. Ya llevamos dos, yupi. Se trataría de un “alto mando” dentro del Consell. Algo que ya se creó en 2017, un ente de genios no electos y sin control alguno. Con resultados deslumbrantes. Para las madres de sus miembros, supongo.

INDICIOS DE LA NADA. Se ha producido, por otra parte, una polémica que indica la dirección que tomará el nuevo ciclo propagandístico cat, más allá de la creación de nuevas instituciones para una parte de la sociedad. No se lo creerán, pero girará hacia la propaganda. Todo empezó cuando Jaume Alonso Cuevillas, de JxC y miembro de la nueva Mesa, abrió la boca de la cara. Antes de presentarles su boca, les presentaré a Jaume Alonso Cuevillas. Anteriormente conocido como Jaime Alonso Cuevillas, era partícipe de otro nacionalismo. El esp, subsector, banderita en el reloj, ahora mutada en lacito amarillo en el ojal. Profe de derecho, fue invitado a participar en el Consell de Govern en 2017, cuando aquello ya era el XXXX de la Bernarda. Allí cayó de la mula y abrazó la nueva causa. Asesoró legalmente al Govern y, pese a ello, llegó a defender a algunos de sus miembros al principio del pifostio judicial, con una entrega recompensada con cargo electo, el premio en culturas que han perdido la puerta giratoria. Sobre su boca: contrariamente a lo defendido por su partido, se inclinó por desautorizar desobediencias simbólicas, inservibles, si bien penalizables por la Justicia Deep-State, tan creativa. Es decir, dio la razón a Torrent, anterior presi del Parlament, que evitó esos procesismos en la anterior legislatura. Pues bien, tras sus meditaciones, Cuevillas fue invitado por JxC a abandonar la Mesa. Cosa que hizo, junto al Bonus-Track de una feroz autocrítica antidesviacionista en tuiter. Todo muy Pol-Pot. JxC comunicaba  con ello al mundo una apuesta decidida por el simbolismo confuso 2015-17. Pero, en ese trance, perdía un miembro de la Mesa. Lo que daba una baza a ERC para negociar un Govern con JxC desde una postura reforzada. Al poco, ese reforzamiento se fue al garete. CUP anunció que votaría por JxC para el nuevo cargo vacante en la Mesa. Wala. ERC tampoco perdió ocasión de perder una ocasión y abrazó el simbolismo con la fuerza de un Rimbaud joven e inmortal. Lo que viene es simbolismo, por tanto. Sustentado, como siempre, en medios de comunicación. ¿O es acaso desobediencia?

El Consell, un ente simbólico para la eliminación de opciones no votables, no esconde su inoperancia no simbólica. ERC ha asumido el Consell como forma de desbloquear las negociaciones pro-Govern con JxC, creando una nueva institución

LA DESOBEDIENCIA EXPLICADA A LOS NIÑOS. Respecto de 2015-17, sabemos un huevo de desobediencia. Sabemos, por ejemplo, que entonces no se produjo. No hubo desbordamiento social, sino obediencia ciudadana a un Govern opaco, y cierta desobediencia gubernamental, muy matizada, calculada y alejada de la cosa rebelión y sedición. Sabemos, también, que la desobediencia es una opción democrática razonable, cuando la emite la sociedad. Cuando la desobediencia es gubernamental, es otra cosa. Es una zona del Estado en conflicto con otra zona del Estado. Es el Estado cuestionando la legalidad, más allá de la legalidad que se anuncia querer suprimir. Es el Estado sin control. Cuesta ver ese matiz en democracias chungas, como la esp y la cat, donde la legalidad ha sido menos importante que su interpretación. Cuesta verlo menos cuando eso sucede en USA, por ejemplo. O en otra zona de este mismo Estado, denominada Ejército. La sociedad tiene todo el derecho, pudiendo realizar desobediencias efectivas –como impagos– a optar por la opción simbólica que le propone verticalmente su Govern. Siempre y cuando no llame a esas misas desobediencia, sino servidumbre voluntaria, la más rigurosa de las servidumbres. Lo que defiende JxC, y a lo que se acoplan CUP y ERC, es ese simbolismo. Pero deslocalizado, en esta emisión, en una empresa privada en Waterloo. Es decir, sin contrapartidas legales para sus élites. Lo que puede favorecer simbolismos más ricos. O, simplemente, los mismos de siempre, sin ninguna política pública, y en otro cicloZzzzz.

MINUTO Y RESULTADO. Algo que nunca fue independentismo, sino una progresiva reformulación, excluyente, de una cultura nacional, se va a repetir, intensificar y prolongar en el tiempo. No mucho tiempo, diría. Las energías sin movimiento implosionan. Pero un año o un día es mucho para el postfacismo en un gobierno. Más, en pandemia. Hay serios indicios, en ese sentido, de que habrá Govern trumpista. El mayor: JxC se juega 200 altos cargos. El procesismo no es independentismo, como el constitucionalismo no es libertá. Sorprende que ERC y CUP no se planteen lo vivido, y lo por vivir, en esos términos. Sorprende que algunas izquierdas coincidan con el trumpismo en su idea de democracia y nación. Algo de difícil explicación, y que lastra el futuro del independentismo de izquierdas, si es que logra sobrevivir a su dilatada fusión con una de las peores derechas del Estado. El independentismo, al contrario que el procesismo, no suponía brecha social. Era una izquierda más, cuando era de izquierdas. Y un objeto supremacista más, cuando era de derechas. Supongo, pensándolo, que esa diferencia actual entre izquierdas procesistas y el resto de izquierdas cat, así a lo bruto, es el fósil de algo antiguo. De antiguas impaciencias y sensibilidades, hoy desordenadas: el apego o el rechazo a ese cacharro de cuando mariacastaña, denominado dictadura del proletariado. Como hace décadas, al menos, unas izquierdas se entregan alegres a un presente poco edificante, a la espera de un futuro esplendoroso, algún día a alguna hora. Vamos, que va para largo. Vete a saber.

LOS PARECIDOS RAZONABLES. Quizás esa es la gran diferencia entre Cat y MAD. La participación activa –no pasiva, como todo en las izquierdas del siglo XXI– en un proyecto cotidiano postfascista. Por eso mismo sorprende que en Cat, las izquierdas, procesistas o no, no se planteen algo normal y predecible en una sociedad, una política y un periodismo democráticos. La negociación para un Govern de izquierdas con un único objetivo: frenar, vía políticas materiales, no simbólicas, algo que ya tiene descripción, que ha modulado la pandemia, que está modulando pobreza social y políticas sentimentales y de odio, que puede volver a ganar en MAD, y que no ganó en las elecciones Cat del 14F. El postfacismo, a falta de otro nombre. La ausencia hoy de esa inquietud en las izquierdas Cat será recordada quizás con guasa. O, tal vez, con otro estado de ánimo.

LOS SIN NOMBRE. Hay un nuevo tipo de ultraderecha en Esp. Es neoliberal, vive con plenitud y con normalidad un capitalismo de Estado, en el que participa para crear beneficios que no vuelven a la sociedad. Interpreta y presenta el fin del Bienestar como una fuente de riqueza. Carece,...

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Autor >

Guillem Martínez

Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).

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