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El artista David Bestué.
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En El Escorial: imperio y estómago, libro que publica la editorial Caniche, el artista David Bestué desmenuza en conceptos un edificio de granito, supuestamente impenetrable. Su intención es desactivar su relato, desde una escritura contaminada por su práctica artística, de la que puede verse una buena muestra en La Panera de Lleida, donde recodifica poética y materialmente un paisaje que nunca acaba de cuajar.
David, te conozco desde hace tiempo. Eres alguien con una curiosidad infinita y que vive mucho en el presente, así que por qué hacer un libro sobre el monasterio de El Escorial, que es un edificio de granito y carente de sensualidad o humor. Vamos, lo opuesto de Spinoza…
Es cierto que siempre he preferido centrarme en lo que me gusta y que esto lo he escrito a la contra, pero creo que en ocasiones es necesario. ¿Por qué? Pues para detectar esos clichés que, de algún modo, sustentan una determinada visión de España con la que no me siento identificado. Una visión que, por otro lado, ahora nos están intentando imponer de nuevo y de la que El Escorial es un claro símbolo, por eso creo que es necesario desmontarlo.
Pero no lo haces como historiador o arquitecto y eso está muy presente en tu aproximación al tema. Para ti es casi una cuestión personal.
Igual está relacionado con cómo veo yo el arte. Para mí es una manera de entender el presente y por eso me sigue siendo válido. No lo pienso tanto como un desafío estético sino como sismógrafo que registra algo poroso y que algunos no quieren que exista. En este sentido cuando visité el edificio por primera vez, en 2006, me quedé helado porque ahí veías claramente que en su recorrido se exageraban unas cuestiones y se ocultaban otras. Es como si viajara al pasado pero no al siglo XVI, como pretenden, sino a los años sesenta. Hay algo muy mal resuelto ahí y a la vez se percibe que sigue siendo un centro de poder.
El estilo y formas del edificio se han ido diseminando por toda la geografía española, sobre todo durante los años 40 y 50 del siglo XX
Pero es un centro relativo, quiero decir que no es algo con lo que te topes a diario. Me pregunto si no se alimentará de nuestra ignorancia. Una puede ir varias veces de visita a la Alhambra, pero ¿a El Escorial?
Es cierto que mucha gente no ha ido nunca, pero, desde que se construyó, el estilo y formas del edificio se han ido diseminando por toda la geografía española, sobre todo durante los años 40 y 50 del siglo XX. Hay edificios neoherrerianos en todas las capitales de provincia: la estación de autobuses de Santander, el edificio de la Delegación del Gobierno en Navarra o la sede del Banco de España en Barcelona. El listado es interminable. Quiero decir que, aunque nos caiga lejos, su estética y valores nos han acompañado desde siempre, estemos donde estemos.
¿Y crees que ha cambiado algo desde tu primera visita?
Bueno, en este tiempo se ha extraído el núcleo simbólico de El Valle de los Caídos, pero creo que en El Escorial también se tienen que replantear relatos y problematizar supuestas grandezas, imperios, dinastías monárquicas y colonizaciones, como sucede con otros edificios que gestiona Patrimonio Nacional, que es una institución pública. Y creo que esto último es relevante: El Escorial está en el presente y no puede imponernos nada porque nos pertenece a todos. Hay que cambiar la concepción y lo que vertebran estos legados, discutir sus significados y proponer nuevos usos. Creo que somos una generación a la que no se nos ha dejado imaginar y quizás ya es hora de que reivindiquemos nuestro derecho a reescribir la historia o, al menos, revisarla críticamente. Por ejemplo, no entiendo por qué la zona abierta al público ha de ser tan solemne, que no se puedan hacer fotografías o que haya que comerse todas esas estancias que en su mayoría son pura escenografía franquista. Apenas hay cartelas explicativas, ni de las salas ni de los objetos que están expuestos. Es como si se hubiera evitado entrar en detalle. ¿Y qué decir de la ampliación prevista en el Panteón Real? ¿Cómo es que no ha habido un debate público sobre la necesidad de doblar su capacidad? ¿Es que queremos tener reyes unos 500 años más? Esto me recuerda que está a punto de inaugurarse el Museo de las Colecciones Reales. ¿Quién se ha encargado de su museografía? Ha trascendido que cada sala del museo estará dedicada a un monarca y que se expondrán los “tesoros” acumulados en cada época. Por supuesto, no hay ninguna sala dedicada propiamente a las repúblicas y pasamos del 1931 al 75, toma agujero. Me temo que el resultado será cuanto menos complicado para un museo que tiene la voluntad de explicar la historia de España desde la Edad Media hasta ahora… De la última etapa sólo hay unas cinco o seis pinturas: el retrato de Antonio López, un Barceló, un Eduardo Arroyo...
Dicho así, es como si hicieras el “trabajo sucio”, porque no es que otros artistas y creadores no estén dialogando con el pasado, pero igual lo hacen desde lugares mucho más populares y que merecen ser rescatados, y aquí pienso en tus poemas de resina, las canciones de Rodrigo Cuevas o la reciente exposición dedicada a Helios Gómez en el Palau de la Virreina.
Antes has mencionado la Alhambra, que para mí sería la contra-imagen del monasterio porque resulta mucho más amable y, efectivamente, creo que hay pocos artistas que en la actualidad se hayan inspirado en lo que representa El Escorial. Se me ocurre Ibon Aranberri y quizás Juan Muñoz, pero no muchos más. Imagínate una exposición de este último ocupando todo el monasterio… Sería una maravilla. Ahora que lo pienso, en Palais, la artista Alex Reynolds hizo algo parecido con el Palacio de Justicia belga, que también menciono en el libro. Me la imagino perfectamente reaccionando contra ese símbolo de poder, tan decadente y al mismo tiempo tan presente, como algo que se nos impone y que no puede pasar por alto. Seguro que para ella, que vive en Bruselas, ver ese edificio a diario es insoportable. Por eso hizo ese video, para sacárselo de la cabeza, como yo escribo este libro sobre El Escorial. En realidad es mi manera de deshacerme de él.
Tiene gracia que digas eso, porque cuando investigas algo a fondo y lees mucho sobre una cosa, también está el riesgo de acabar convirtiéndote en ella, de pillar su cadencia y dejes. No sé si me explico… Me recuerda a esa frase de Pau Riba que usamos en La línea sin fin: si te obsesionas con Franco, acabas pareciéndote a él.
Sí, sí… Es horrible. Conozco ese síndrome.
Quiero decir que, en este caso, no debe haber sido fácil encontrar un tono, considerando que partes de un material que se presta poco a una formulación poética, sobre todo si se compara con la arquitectura quebradiza de Enric Miralles, que ha sido una fascinación tuya, casi con la que aprendiste a escribir.
Sin duda, esto me ha condicionado mucho porque El Escorial también lleva implícito un lenguaje. Desde el tono contenido del libro de Fray José de Sigüenza, contemporáneo a la construcción del edificio, hasta los textos farragosos y llenos de florituras del siglo XIX o del periodo franquista, donde la floritura ya es una floritura podrida, cuando intenta imitar el estilo exaltado y un tanto carpetovetónico del siglo anterior… He tenido que enfrentarme a todo eso, pero a la que veía que mis frases se volvían plomizas, en seguida, buscaba el modo de oxigenarlas.
La idea central que no es otra que la de El Escorial como un molino de piedra que tritura la diversidad de España y la convierte en algo homogéneo y triste
A veces, te descuelgas con analogías muy de estar por casa, una nota irónica o detalles que son pura provocación, como cuando mencionas que Felipe II se enorgullecía de no haber bailado o cantado nunca, lo que nos da una idea del personaje.
Sí , pero tú sabes que eso no se puede hacer todo el rato. Hay que crear una pasta antes para llegar a la idea central que no es otra que la de El Escorial como un molino de piedra que tritura la diversidad de España y la convierte en algo homogéneo y triste. En cuanto a los detalles he intentado no explayarme porque una cosa que me ponía muy nervioso de los libros que he ido leyendo es esa tendencia a tirar de descripciones exclamativas y de un anecdotario costumbrista. Para no tener que hablar de según qué movidas políticas, te cuelan escenas absurdas como la aparición recurrente de un fantasma o la ocasión en la que un elefante subió por la escalera principal. Y eso es justo lo que hace la derecha: en vez de dar una explicación razonada y estructural de las cosas, te lo salpimentan todo con sucesos y personajismos, para darle al asunto un tono más campechano, lo que me parece repugnante, así que en su lugar cito a César Vallejo, Luis Cernuda o María Zambrano, poetas que le dan un contrapeso lírico al edificio.
Sobre Zambrano hablas de un texto suyo de un barranco que hay en Segovia. Lo describes como un punto de fuga donde se hace desaparecer lo que ya no se usa o se quiere perder de vista y que es justo en lo que tú te fijas o tratas de imaginar en este libro.
Cuando empecé a leer sobre El Escorial yo no sabía si se trataba de algo personal o me iba a dar para un artículo, un libro… Fue a medida que iba investigando que fui encontrando una serie de cuestiones que me interpelaba. Seguro que a ti te ha pasado lo mismo. Cuando inicias una línea de investigación hay cosas que te hacen vibrar y que necesitas comunicar, dar a conocer, recordar. Sin embargo, uno de los problemas que tuve en este caso fue la dificultad de encontrar testimonios o crónicas que no formaran parte del relato oficial sino de la memoria de ese lugar. Al caer en esa imposibilidad, busqué sus posibles fisuras. Se me ocurrió pensar que, pese a su estructura pétrea, en su interior no haya nada que permanezca a salvo y esto fue mi modo de entrar en él. El Escorial sufrió infinidad de incendios y plagas, se saquearon sus reliquias y cuadros... Ni siquiera el Panteón Real, piedra de toque del edificio, resistió los embates del tiempo. Durante la Primera República se exhibieron las momias de los monarcas, quizás para demostrar que nada es para siempre.
Es cierto que la descomposición es una idea recurrente, como operación intelectual pero también formal. La descomposición, el destilado… que a su vez son procesos orgánicos muy vinculados a tu propia producción escultórica.
Muchas veces mientras escribo estoy preparando una exposición. En este caso coincidió con una que he realizado en La Panera, en Lleida. Lo que presento ahí está muy relacionado con todo esto, aunque de entrada no lo parezca. En Pastoral, que así es como se llama, hablo de un territorio que siempre se está deshaciendo y del sentido de querer congelar algo o darle una forma definitiva. Para mí la clave en la escultura es como generar momentos de intensidad, más que plantearse una mayor o menor duración. Por eso trituro y pulverizo elementos que reconstruyo y combino de otra manera, porque no creo que ninguna obra o edificio sea inamovible y puedo vivir bien con eso, lo que de algún modo choca con El Escorial, que se sustenta en la idea opuesta. Me gusta pensar en Felipe II como el representante de un imperio que parece no tener límites y que gobierna desde un edificio que está en medio de la nada y alejado de todo. Un edificio que pensó como un artefacto puramente geométrico y, sin nada superfluo, donde no se escapa ni el tiempo, sujeto a las rutinas y oraciones de doscientos monjes que se rigen por unas reglas muy precisas, como las del mecanismo de un reloj. Esa ida de olla solo se le ocurre a alguien que anda como superado por las circunstancias ¿no? Y ya se puede desmoronar el mundo, que ese cubo no se rompe. Es algo completamente delirante, muy Locus Solus… Por otro lado, El Escorial es un edificio que está reñido con el disfrute visual y eso me interesa.
Esto me lleva preguntarte por las imágenes que hay en el libro. Están todas de fondo, pisadas por el texto. La mayoría se han de descifrar, a diferencia de las que aparecen en tu libro sobre Miralles, Formalismo puro o Historia de la fuerza.
Cuando uso fotos, me gusta poner las que hago yo mismo, aunque no sean perfectas, porque tienen que ver con mi presencia en ese espacio, pero aquí son pura trama, un poco en consonancia con la idea del edificio. En la trama no hay principio ni final, es reticular y uniforme, y eso a Felipe II le debía gustar, lo de un principio rector que reproduce un determinado orden. También tiene algo de neurosis, como algo que se repite y se repite… Por otro lado, es cierto que mis últimas obras se sitúan un poco contra el exceso de imágenes. Por eso en la escultura intento introducir esos elementos que no pueden capturarse en una fotografía. Uno sería el lenguaje y todo lo que pone en juego y luego está mi interés por esos materiales que se van gastando con el tiempo. Al final, si hay algo en común entre Pastoral y este libro es el aprender a desprenderse de las cosas.
En El Escorial: imperio y estómago, libro que publica la editorial Caniche, el artista David Bestué desmenuza en conceptos un edificio de granito, supuestamente impenetrable. Su intención es desactivar su relato, desde una escritura contaminada por su práctica artística, de la que puede verse una buena...
Autora >
Andrea Valdés
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