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Los últimos diez minutos del partido fueron una especie de tortura para los aficionados colchoneros. Después de haber hecho una primera parte excelente y de no haber sabido cerrar el encuentro, el cuadro ilicitano, que apenas había pisado la portería rival más allá de un par de jugadas a balón parado, estaba en el partido. Nervios, imprecisiones, una mano que no era y un árbitro de esos con los que es difícil convivir provocaron una jugada en el área colchonera que acabó en penalti. Las pulsaciones por segundo se doblaron en los aficionados rojiblancos. Los cenizos sacaban los fusiles, mientras los optimistas se agarraban al karma de Oblak. Ninguno se atrevía a parpadear, en cualquier caso. Era tirarlo todo a la basura, lo más probable, o soltar el aire y poder respirar. Entonces Fidel Chaves envió el balón a poste y el partido acabó con el 0-1 en el marcador. El cuadro rojiblanco seguía líder una semana más.
Los grupos de WhatsApp, liderados por esa añada de aficionados con alta querencia por el reproche, comenzaron a echar humo. Que si no había derecho, que si no se puede sufrir de esa manera, que qué vergüenza, que hay que “matar” a no sé quién y “colgar” a no sé cuál… El que esto escribe se acordó en ese momento del señor Carlos, mi vecino de grada en el fondo norte del Vicente Calderón durante muchos años. Un señor de la edad de mi abuelo, al que no conocía más que de verlo en el campo y con el que pasé muchas tardes de fútbol. El señor Carlos decía que él no podía estar triste o enfadado cuando ganaba el Atleti y a mí, no sé por qué, me pasa algo parecido. Pero el señor Carlos decía otra cosa mucho más interesante: “¿Sabes quién no sufre nunca, ni lo pasa mal?, los que no se juegan nada”.
Es cierto sin embargo que la sensación al terminar el partido fue la de que el sufrimiento de los minutos finales podría haberse evitado. Fácilmente, incluso. El equipo de Simeone salió muy bien al Martínez Valero. Y lo hizo a pesar de que la alienación inicial, una apuesta tremendamente valiente, generase algunas dudas. Un único centrocampista puro, que además ni siquiera había sido de confianza durante toda la temporada, junto a cinco jugadores ofensivos. Jugar así implicaba dos cosas: que Kondogbia ocupase mucho campo y fuese particularmente preciso en todo lo que hiciese (lo que había sido su talón de Aquiles hasta ese momento), y que los otros cinco futbolistas corriesen como gamos para cerrar el ataque rival, evitando que los alicantinos saliesen de su propio campo. Algo muy arriesgado, porque cualquier error en la entrega o cualquier despiste que permitiese al rival liberar la primera línea de presión significaría una ocasión clara de gol.
El plan salió a la perfección, hasta el punto de que probablemente hayan sido uno de los mejores arranques de toda la temporada. Kondogbia estuvo espectacular y los estiletes de Carrasco, Llorente, Lemar o Correa hicieron el resto. Luis Suárez falló una de las que nunca falla. Después metió un gol anulado por un fuera de juego tan justo que, para mí, entra dentro de la tolerancia de error de esas máquinas. Dio igual. Llorente abrió el marcador poco después tras otra gran jugada de Carrasco. Y el resultado pudo ser mayor al descanso si el árbitro no se hubiese echado atrás en el penalti que pitó por una mano que a mí tampoco me lo parecía, pero que sí le pareció al árbitro que hace poco pitó el Osasuna-Sevilla.
La segunda parte, desgraciadamente, no tuvo mucho que ver. El ritmo se paró, el Atleti se olvidó de jugar al fútbol, se apagó la intensidad y la falta de actividad anímica –o el exceso de ella– hicieron que el Elche, que hasta ese momento había sido un invitado sin derecho a participar, se diese cuenta de que estaba a un gol de llevarse puntos. Y ya saben lo que pasó después.
La crítica más extendida en las tertulias posteriores fue que el equipo se echó atrás, como eufemismo de decir que fue cobarde. A mí me parece que es más complicado que eso. La idea, lógica desde mi punto de vista, era bajar el listón, ceder espacio, juntar filas, minimizar los riesgos y controlar el partido desde esa posición. El problema es que lo que hizo el Atleti no fue eso, sino ceder el control del partido. Olvidarse del balón y dejar que se jugase a lo que quería el rival. Vamos, lo que nunca hay que hacer.
¿Por qué ocurrió? No lo sé. La lectura fácil, esa que dice que fue idea de Simeone, no me la creo. Lo siento. Mi opinión es que la cuestión encaja en una ecuación un poco más sofisticada y en la que entran variables como el fondo físico (muy tocado, como vemos partido tras partido), cabezas presionadas (por mucho que se evadan de todo este infierno mediático), falta de confianza (posiblemente) y vértigo a lo que pueda pasar. Lo primero es lo que es, y no creo que se pueda cambiar a estas alturas. En lo segundo sí que se podría ayudar desde la grada (aunque veo a mucho que no está por la labor). El resto es cosa de jugadores y cuerpo técnico, pero ahí es donde se suele ver a los equipos ganadores.
Quedan cuatro finales que hay que jugar con lo que se tiene, confiando en los han llegado hasta ahí. No tiene sentido hacerlo de otra forma.
Los últimos diez minutos del partido fueron una especie de tortura para los aficionados colchoneros. Después de haber hecho una primera parte excelente y de no haber sabido cerrar el encuentro, el cuadro ilicitano, que apenas había pisado la portería rival más allá de un par de jugadas a balón parado, estaba en...
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