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El Atlético de Madrid encabeza la clasificación liguera a falta de una jornada para que termine la competición. Esto, que parece una frase vacía, tiene mucho contenido debajo. Porque más allá del significado que tenga para cada uno, atrás quedan semanas de buen fútbol y semanas de agonía. Semanas de soñar a lo grande y semanas de vivir con el corazón encogido. Semanas de pasear por el cielo sin poder dejar de ver las vicisitudes del infierno. De vivir, en definitiva, que es de lo que se trata.
Faltan siete días. Y pasará lo que tenga que pasar, pero no olviden la sucesión de alegrías que ha supuesto seguir al cuadro colchonero durante toda la temporada. No olviden ninguna de ellas y tampoco la más reciente, la de ayer. Esa que surgió cuando Luis Suárez se quitaba la camiseta y los aficionados rojiblancos se abrazaban conteniendo la respiración. Esa ya no se la quita nadie. Si hay algo bueno en el fútbol es esa capacidad que tiene de acumular alegrías. Grandes y pequeñas, da igual, porque todas cuentan. La alegría es siempre alegría y harían mal en desdeñar cualquier versión que se encuentren mientras deambulan por el día a día. Haríamos mal igualmente si pensamos que la meta lo es todo porque no es verdad. El camino suele ser mucho más importante para los que caminamos por el suelo. Al fin y al cabo, es donde pasamos la mayor parte de la vida.
Hay días en los que el fútbol es lo menos importante de un partido de fútbol y el de ayer es seguramente uno de esos partidos. Pero si nos ceñimos a lo estrictamente deportivo, la primera parte del equipo de Simeone volvió a ser soberbia. El Atleti volvió a sobresalir frente a un equipo ordenado, de bloque bajo, que iba a esperar con las líneas juntas. Mostró una gran versión frente a un equipo muy diferente al que ganó apenas unos días antes, demostrando así una de las grandes virtudes de este Atleti: la capacidad de ser muchos equipos diferentes sin dejar de ser el mismo.
Correa está jugando seguramente sus mejores minutos como jugador profesional. Es impresionante la capacidad que tiene para abrir al rival y para generar caos. Carrasco está completando también un buen colofón a lo que ha sido una temporada excelente. Koke, Savic, Tripper… casi todos los jugadores estuvieron a un gran nivel. Contra una defensa cerradísima llegaron muchas ocasiones de gol. Dos palos, varias paradas de Herrera, errores inesperados delante de la portería… El Atleti tuvo más de ocho ocasiones que desperdició de una manera o de otra. La falta de contundencia ha sido una característica recurrente en la segunda vuelta de la temporada, pero creo que ahora mismo el problema es algo más profundo y tiene un nombre muy concreto: ansiedad.
Aguantando el cansancio, agarrándose a la esperanza, teniendo el balón, el equipo de Simeone montó un campamento en torno a la portería rival
Si el lector es aficionado colchonero lo entenderá perfectamente. Solamente tiene que pensar el estado mental en el que está viviendo estas últimas semanas para entender lo que pasa por la cabeza de los jugadores. Esos nervios que surgen en momentos del día que no tienen que ver con el fútbol. Ese dormir mal. Esas ganas de que pasen los días y a la vez de que los días no lleguen. Los jugadores no son hologramas, ni autómatas. Los jugadores son humanos. Por eso, ahora mismo, el gran rival del Atlético de Madrid es el propio Atlético de Madrid.
El equipo salió menos alegre en la segunda parte y, aun así, siguió teniendo ocasiones de sobra. Un gol anulado a Savic, otro gol anulado a Carrasco, disparos que se van, remates que no llegan… hasta que en apenas un cuarto de hora asistimos a un emocionante tour de force que nos llevó desde el infierno a la gloria. Primero llegó la noticia del gol del Real Madrid en San Mamés. Entraba dentro de lo previsible, pero no parecía el mejor momento. Inmediatamente después, porque el destino ha decidido que la historia del cuadro colchonero se escriba así, en el primer remate a puerta que realizó el equipo navarro, Budimir hacía gol para Osasuna. Faltaban poco más de diez minutos para que terminase el partido. Ya está. Se acabó, pensaron muchos.
O no, pensaron otros. Porque los mismos jugadores que habían estado dejándolo todo desde el pitido inicial se fueron a por el partido con la fe del que cree y la valentía del que siente que ya no tiene nada que perder. Y así llegó un pase magistral de João Félix que recogió Lodi un segundo antes de reventar el balón contra la red. Faltaban cinco minutos. ¿Se podía?
Se podía. Aguantando el cansancio, agarrándose a la esperanza, teniendo el balón, que al final es lo que importa, el equipo de Simeone montó un campamento en torno a la portería rival. Osasuna defendía el fuerte como debe hacerlo cualquier equipo que juega en primera división. Ni un solo pero en ese sentido. A base de paciencia, el balón llegó a Carrasco, que desde el lado derecho consiguió meterlo dentro del área. Y allí estaba Luis Suárez para provocar que mi garganta, y la de muchos, esté hoy algo más dañada de lo habitual.
El resto es historia.
Queda una semana. Siete días en las que el que escribe y el que lee, no podemos hacer nada más. Sería bueno olvidarnos del fútbol hasta entonces y recuperar fuerzas, ánimo y algunas dosis de tila. Me da que las vamos a necesitar.
El Atlético de Madrid encabeza la clasificación liguera a falta de una jornada para que termine la competición. Esto, que parece una frase vacía, tiene mucho contenido debajo. Porque más allá del significado que tenga para cada uno, atrás quedan semanas de buen fútbol y semanas de agonía. Semanas de soñar a lo...
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