Vidas legitimadas
La paradoja de la brillantina
Virtudes y contradicciones de Drag Race y Pose en tiempos de crisis
Isaias Fanlo 27/05/2021
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Estos días coinciden, en las pantallas de nuestros televisores, varios eventos que atraen la atención del gran público, pero que resultan especialmente relevantes para una buena parte de la comunidad LGTBI. Por un lado, aterriza la primera edición de Drag Race España, semanas después de la gran final de la decimotercera temporada de RuPaul’s Drag Race, en el que las cuatro drag queens que quedaban en liza compitieron por coronarse como la reina del año. Por el otro, la tercera y última temporada de Pose, la exitosa serie producida por Ryan Murphy sobre la cultura de los ballrooms en la Nueva York de los años ochenta y noventa, tan importante para la supervivencia de las personas queer y trans.
Ahora más que nunca, resulta crucial recalcar que estos productos son más que modelos divertidos, rompedores y coloristas; mucho más que baile, pluma y brillantina. Para muchas personas fuera de la normatividad (blanca, cishetero), tanto Pose como Drag Race suponen la posibilidad de verse, por fin, legitimadas en la pantalla. Los dos programas les permiten recibir un protagonismo, una dignidad y un respeto que muchas veces la sociedad les niega sistemáticamente. Los programas ofrecen, también, una legitimidad, a través de la ficción y del reality show, a las familias queer que han surgido, demasiado a menudo, a partir del abandono y del exilio familiar. En tiempos de covid, esta virtud aglutinadora y sanadora de los dos programas se vuelve todavía más evidente y necesaria.
Si bien es lícito afirmar que la pandemia del coronavirus ha afectado a toda la humanidad, tenemos que asumir que no nos ha afectado a todes por igual. Una vez más, han sido los colectivos en riesgo –la gente sin techo, los refugiados, las personas migradas, los presos– los que han sufrido, durante los momentos más devastadores de esta crisis sanitaria, una mayor exposición al virus. Y ahora que por fin han comenzado las campañas de vacunación, estas mismas personas tienen un acceso mucho más limitado a las preciadas vacunas. Dicho de otro modo: todos navegamos a la deriva en esta tormenta, pero unos lo hacen a bordo de robustos transatlánticos y otros capean el temporal como pueden, sobre balsas inflables.
¿Y qué decir de las consecuencias emocionales y psicológicas de la pandemia? ¿Qué decir de todos estos meses de aislamiento? ¿De la ansiedad ante una posible infección, especialmente cuando no se cuentan con suficientes recursos (sanitarios, económicos, o incluso afectivos) para afrontarla? De nuevo, aquí tampoco estamos en igualdad de condiciones. En el caso de la comunidad LGTBI, especialmente de las personas menos privilegiadas dentro de estas siglas –personas queer, trans y no binarias, personas racializadas o con menos recursos– esta ansiedad y esta soledad pueden ser todavía más acuciantes. Las personas que se mueven fuera de la cisheteronormatividad no suelen disponer de la misma cantidad de metros cuadrados de vivienda (lo cual puede acarrear consecuencias nefastas, por ejemplo, durante un estado de alarma), ni tampoco de las mismas redes de apoyo que otras personas que disponen de más privilegios. Y en tiempos de aislamiento a causa del covid, las comunidades virtuales sirven, por lo menos, para compensar de algún modo la soledad.
A través del glamur de sus modelos, en ocasiones delirantemente camp pero otras veces de una elegancia y una espectacularidad dignas de las más distinguidas pasarelas de moda, las drag queens de la franquicia Drag Race nos están enviando un mensaje: se puede conseguir reconocimiento y validación también fuera de la norma. Si algo me gusta especialmente del reality show ideado por RuPaul es que nos muestra a personas racializadas y no binarias (entre las cuatro finalistas de este año hemos tenido a una latina con cuerpo no normativo, una afroamericana, y una trans), y que dignifica la pluma, una característica tradicionalmente estigmatizada, incluso entre los gais –estoy hablando, por supuesto, de la versión original del programa: veremos cómo va transcurriendo Drag Race España [estreno el 30 de mayo]. La historia de Symone, a la postre ganadora del concurso en los Estados Unidos, llevó a los espectadores a la lágrima en el penúltimo episodio: un introvertido chico afroamericano nacido en una pequeña ciudad en medio de la nada, que tiene que irse de casa para poder aceptarse como gay y como drag queen, y que ahora vive en Los Ángeles con su familia queer, la Casa de Avalon.
Se trata de una historia prácticamente idéntica a la de Damon, uno de los protagonistas de la serie Pose (a fin de cuentas, este es, como dice el filósofo francés Didier Eribon, el relato fundacional de muchas biografías gais). Pose comienza cuando Damon, un chico introvertido con vocación de bailarín, llega a Nueva York huyendo de una familia que no le acepta y es adoptado por Linda, la matriarca trans de la Casa de Evangelista. En la Gran Manzana encontrará una nueva familia y descubrirá el amor y el sexo. Además, podrá encontrarse a sí mismo como intérprete en la escuela de danza y en la escena ballroom, una subcultura LGBTI principalmente latina y afroamericana y fundamentalmente trans, en la que las concursantes desfilan compitiendo para conseguir trofeos en distintas categorías. Este es el mundo que Pose retrata –eso sí, con muchísimo más glamur y mucha más sofisticación que su equivalente real.
Para muchos, tanto Pose como Drag Race abrieron ventanas a otros mundos posibles en un momento en el que el espacio doméstico nos oprimía el cuerpo y el corazón
A Pose se la ha criticado precisamente por esta misma razón: porque retrata unos ballrooms idealizados, con coreografías complejas y perfectamente sincronizadas y vestidos impecablemente elaborados, cuando la subcultura ballroom era más bien precaria y las desfiles se nutrían de atuendos caseros, que tenían más inventiva que glamur (el documental Paris is Burning recupera metraje auténtico filmado en los ballrooms de Nueva York en los años ochenta). Sin embargo, para mí Ryan Murphy consigue, con Pose, algo mágico: ofrecer, a través de la ficción y los recursos de una producción millonaria, la dignidad y la sofisticación que los ballrooms no podían tener. La producción televisiva, aquí, nos da lo que la realidad no podía darnos, y el efecto resulta reparador. Al fin y al cabo, ¿no es esta una de las posibilidades de la ficción: tomar la realidad y empujarla más allá? El ballroom fue una subcultura devastada por la precariedad y, especialmente en los años ochenta, por el sida. Y aun así, mientras Pose está en nuestras pantallas, podemos ver más vida. Otra vida. Una vida válida, importante, rebosante de la dignidad de las cosas que merecen ser capturadas en la pantalla. En este sentido, Pose es pura catarsis: homenaje y reparación.
La pasarela de Drag Race, en la que podemos ver, semana tras semana, conjuntos de una originalidad y una hechura que ni en algunos de los mejores desfiles de moda, produce un efecto similar. Ver a las drag queens veneradas, convertidas en ídolos de masas, me genera, de manera inevitable, un sentimiento de satisfacción. Sin embargo, el programa ideado por RuPaul no se escapa de las contradicciones. Desde sus primeras ediciones, RuPaul’s Drag Race ha ido creciendo en profesionalización y exigencia, y eso se nota también en los modelos que tienen que llevar las concursantes si no quieren ser eliminadas de manera prematura. Sabemos, ahora, que concursar en el programa implica hacer una inversión de, a menudo, varias decenas de miles de dólares en vestidos y en complementos, que las concursantes no saben si van a recuperar. ¿Quién puede permitirse realizar una inversión como esta, o endeudarse de esta manera? Aquí es donde aparecen, de nuevo, las brechas raciales y de clase: quizá RuPaul haya conseguido que las drag queens sean realmente eso, reinas, pero lo ha hecho a costa de limitar el concurso a quien pueda permitirse un gasto considerable. Cientos, miles de drag queens afroamericanas o latinas, con talento pero sin recursos, no pueden ni plantearse participar en el programa. Y muchas de las que, contra todo pronóstico, lo consiguen, lo han hecho a costa de sufrir acoso racista en las redes sociales. Es la cara oscura del éxito en un mundo racista cuando no eres blanco: siempre habrá quien piense que no te lo mereces, que le has quitado el sitio a otra persona.
He aquí, en definitiva, las contradicciones de Drag Race –y también la de Pose–. Sería lo que he venido a llamar “la paradoja de la brillantina”: por un lado los dos programas producen un efecto reparador, que da protagonismo y dignifica a colectivos tradicionalmente vilipendiados y apartados de los focos; por otro lado, el reality show de RuPaul ha generado otras discriminaciones dentro de la comunidad drag, y el mundo refinado de los ballrooms de Pose amenaza con idealizar las luchas y las miserias de las mujeres trans que se sacrificaron por conquistar un espacio en el que pudieran expresarse con libertad.
Quizá sea necesario aceptar esta paradoja y disfrutar de los dos programas, aunque con un saludable espíritu crítico. Pensar que, para muchos, tanto Pose como Drag Race abrieron ventanas a otros mundos posibles en un momento en el que el espacio doméstico nos oprimía el cuerpo y el corazón. Pensar, también, que toda luz acaba generando sombras. Celebrar las reparaciones, pero sin olvidarnos de lo que todavía se está quedando fuera de foco –en este sentido, tengo mucha curiosidad por ver a algunas de las concursantes de Drag RaceEspaña con perfil político, como es el caso de Killer Queen y de Inti, una reina boliviana que define su drag como indígeno-futurista–. Luchar por el respeto a las personas queer y trans, especialmente las racializadas. Y celebrar, también, que nos suba la autoestima. Porque, como dice Mama Ru al final de cada capítulo de su programa: si no puedes quererte a ti misma, ¿cómo demonios vas a querer a nadie más?
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Isaias Fanlo es escritor y gestor cultural.
Estos días coinciden, en las pantallas de nuestros televisores, varios eventos que atraen la atención del gran público, pero que resultan especialmente relevantes para una buena parte de la comunidad LGTBI. Por un lado, aterriza la primera edición de Drag Race España, semanas después de la gran final de...
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