Negocios
¿Dónde está el dinero?
Marriott, el grupo propietario del Westin Palace de Madrid, plantea un ERE para el 53% de la plantilla mientras ultima la apertura de dos nuevos hoteles valorados en 400 millones
Israel Merino 7/05/2021
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Son las diez y veinte de la mañana y el centro de Madrid huele a contaminación, tierra mojada y prisas. Algunos llaman libertad a ese aroma. Es una cafetería pequeña cerca del Congreso. Es alargada y estrecha; tiene mesas de madera y el camarero, que no es el dueño, sirve cafés y desayunos a dos euros y medio. Está muy cerca de la plaza de Canalejas, en pleno corazón del Barrio de las Letras.
En una de las mesas no se sirven desayunos, sino las primeras cervezas de la jornada. Hay dos tipos y una mujer sentados, muy elegantes los tres. Ellos llevan traje y ella un vestido verde. Con un gesto de la mano, uno de ellos pide una ronda de cervezas. El camarero coloca con cuidado, cerca de la boca de cada uno, tres dobles de birra. La mujer coge su copa, le pega un trago mediano y rompe por fin el silencio: “Yo no uso la Seguridad Social para nada, no tendría que pagarla”. La cafetería se sumerge en el mismo silencio habitual de cada mañana.
Con prudencia, me identifico como periodista y les pido sentarme a la mesa con ellos. Aceptan sin problemas. Yo me pido un café con leche. Les cuento qué hago ahí. Les pido grabarles la voz y me dicen que sí. La mujer es la líder de influencia de la taberna.
“La economía es lo primero”, responde cuando les cuento la situación a la que se están enfrentando cientos de trabajadores a pocos minutos andando de ahí. “Las empresas son más importantes que las economías domésticas”. Le digo que no entiendo a qué se refiere. Ella me devuelve la mirada, sonriendo y moviendo la boca con aire maternalista: “Eres muy joven, pero ya entenderás que los trabajadores pueden ir y venir, pero las empresas se tienen que quedar”.
Miro el reloj: me tengo que ir, la concentración está a punto de empezar. Me despido, les pregunto a qué se dedican –”trabajamos en el sector inmobiliario”– y les pido su teléfono por si algún día les apetece hacer una entrevista más en profundidad. Ninguno de los tres me lo da.
La lluvia se queda pegada en los zapatos y los zapatos en las baldosas que hay en la plaza de las Cortes, frente al Congreso de los Diputados. El reloj está a punto de dar las once de la mañana del jueves veintinueve de abril y frente al Hotel Palace de Madrid cientos de sus trabajadores se concentran. Los arropan banderas de CC.OO., UGT y otros sindicatos. Están en huelga. Los quieren echar. Se van a cargar a casi el 53% de su plantilla. Son 152 los trabajadores que se pueden quedar en la calle.
Para entender la situación, busco a Ralf Aragonés entre los manifestantes. Lo encuentro en la retaguardia, con un chaleco verde del sindicato CSIF y un megáfono blanco. Está gritando por la megafonía que no van a dar ni un paso atrás. Que nadie se va a ir a la calle. Es el presidente del comité de empresa del Palace, el que se encarga, junto a otros compañeros, de dirigir las negociaciones con la patronal.
Me identifico como colaborador de CTXT y nos alejamos de la multitud para hablar con más tranquilidad. Sus ojos azules transmiten cansancio, pero también ganas de lucha: “Ya es el segundo día que nos manifestamos. Llevamos poco tiempo, pero estamos cansados. Hace muchos meses que nos olemos que algo así va a pasar”.
Solo me hace falta preguntarle por el qué para que él lo empiece a relatar todo del tirón: “El día dieciséis de abril, Marriott, la empresa operadora del Hotel Palace de Madrid, frente al cual nos encontramos ahora, nos comunicó su intención, o decisión, mejor dicho, de hacer un ERE a más o menos la mitad de la plantilla. El objetivo de esta medida es echar, aproximadamente, al cincuenta y tres por ciento de los trabajadores del hotel. Unas 150 personas, para entendernos”.
“Le hemos pedido explicaciones a los directivos”, relata después de una breve pausa para tomar aire, “y lo único que nos dicen es que el hotel no tiene músculo financiero suficiente como para seguir pagando nuestros sueldos. Pero sabemos que esto no es así, porque han comprado dos nuevos edificios”.
Los datos que maneja Ralf son reales, ya que poco antes de que se iniciara la huelga de los trabajadores del hotel, el grupo Marriott International, Inc., propietario del Hotel Westin Palace de Madrid, anunció que se habían concluido las operaciones para abrir un nuevo hotel en el edificio de la antigua sede social de Caja Madrid (famoso por albergar durante años el Monte de Piedad) valorado en 205 millones de euros. Además, la operadora internacional habría cerrado un acuerdo para abrir otro nuevo hotel de lujo muy cerca del Palace, en la plaza de Canalejas, valorado en otros 200 millones.
Es por todo esto que Ralf, al igual que el resto de los trabajadores del Palace, no entiende cómo es posible que una empresa quiera echar a una gran parte de los trabajadores de uno de sus hoteles estando inmersa en dos operaciones valoradas en la desquiciante cifra de 400 millones de euros. “Bueno, en verdad tenemos alguna teoría de por qué quieren hacerlo. Sabemos de sobra qué está pasando con el dinero”.
Mientras las pequeñas empresas, los autónomos y los trabajadores luchan cada día para sobrevivir a esta maldita pandemia en lo sanitario y en lo económico –ahora lo que a todos nos asusta son las consecuencias sociales del virus, más que el propio virus–, algunas multinacionales, fondos de inversión y fondos buitre, están aprovechando la covid para ganar más dinero. Para llenar las arcas y que los de siempre sean los que pierdan. Porque a río revuelto, no sé qué de los pescadores. Ahí es donde está el dinero. En el lado del río de unos pocos. Multiplicándose, como los peces.
“La empresa se ha aprovechado de la situación para librarse de nosotros”, asegura Ralf, quien, además de ser el presidente del comité de empresa, lleva cuarenta y tres años trabajando en el hotel. “El objetivo de todo esto, como está pasando en el resto de los hoteles de Madrid, es librarse de cuantos más trabajadores mejor para externalizar el mayor número posible de servicios y así ahorrarse más dinero. Bueno, más que para ahorrarse dinero, para ganar más. Si ya de por sí son precarios y mal pagados estos trabajos, imagínate cómo lo serán con las externalizaciones. La excusa de que no tienen músculo financiero es una mentira”.
“Ellos quieren seguir manteniendo las cinco estrellas y seguir llamándose de lujo, el problema es que las estrellas y el estatus se ganan con el personal del hotel, con su calidad humana y con el buen servicio que es capaz de dar”, continúa argumentando.
“El hotel no se da cuenta de que los EREs son muy traumáticos. Además, que hay otro tipo de soluciones. Ahora mismo el Estado les está dando muchísimas facilidades como, por ejemplo, los ERTEs. Si lo que quieren es descargar la plantilla, pueden hacerlo a través de las prejubilaciones, que hay gente aquí bastante mayor que sigue trabajando. El problema es que no quieren aceptarlo, pero nosotros tampoco vamos a aceptar ni un solo despido”.
“Aquí hay personas de cincuenta años que siguen trabajando. ¿Qué pasa si los dejas en la calle? Que los mandas a la indigencia. Es que no hay trabajo. Si no lo hay para los más jóvenes, imagínate para las personas mayores”, concluye con rotundidad.
Pero ¿por qué han elegido este momento concreto para hacer el ERE? Por qué ahora? Pues porque es el momento perfecto para hacerlo. Llevan planeándolo años, según me comenta otro de los manifestantes mientras Ralf vuelve a su puesto:
“El 12 de agosto de 2020”, empieza a relatar, “la empresa nos sacó a todos del ERTE y empezamos a trabajar. Nos pareció muy raro que lo hiciera a mediados de la temporada, más estando las cosas como están, pero volvimos al curro. Aunque en su momento nos pareció una tontería sin mucha importancia, rápidamente nos dimos cuenta de lo que pretendían”.
“Según la reforma laboral –aprobada por el Partido Popular en 2012–, si una empresa registra pérdidas durante más de dos trimestres seguidos, puede iniciar un proceso de ERE. Así que a los del hotel se lo dejaron a huevo. Sabiendo que iba a haber pérdidas y llevando tantos años queriendo echar a una gran parte de su plantilla para externalizar los servicios, vieron el momento justo durante los meses del verano pasado para sacarnos del ERTE y empezar a registrar pérdidas. Y ya está. Así tenían un marco jurídico lo suficientemente fuerte como para despedir a todo trapo”.
O sea, que dinero hay. No hace falta preguntarse dónde se ha ido. Lo que quieren hacer es multiplicarlo. De hecho, hay mucho más dinero del que cualquiera se piensa, ya que el Hotel Westin Palace de Madrid, al cerrar el año 2019, tuvo unos beneficios netos de 900 millones de euros, según las fuentes sindicales convocadas en la plaza de las Cortes.
Apoyado en uno de los laterales del hotel mientras el resto de sus compañeros piden a gritos que baje alguno “de los que mandan” a hablar con ellos, un hombre de treinta y tantos se fuma a toda velocidad un cigarrillo. Tiene una goma que le sujeta el pelo y un traje de motorista. Llamo su atención, pero corren unos cuantos segundos hasta que, con un sobresalto, se da cuenta de mi presencia: “Perdona, tío. Estoy espeso porque no soy capaz de dormir”.
Su mirada refleja la mirada derrotada de todos los demás. Es el reflejo andante de todos ellos. No se puede hacer mucho más, pero ahí están. “Nos estamos manifestando, estamos en huelga, estamos manteniendo las formas en las reuniones con la empresa, pero no le veo un final feliz a esto. Tenemos el ánimo por el suelo. Por mucho que me duela reconocerlo, no tenemos esperanza de que las cosas salgan bien”.
“Lo peor es la incertidumbre”, continúa diciendo, “la incertidumbre por todo. No sabemos cuándo serían los despidos. No sabemos a quiénes les afectaría el ERE. No sabemos una puta mierda de nada. Mira, tío, si a mí me echan, me darían siete mil euros de indemnización. ¿Me quieres explicar dónde coño voy yo con siete mil euros y un hijo estando las cosas como están? Que no hay trabajo. No como, no duermo y no soy persona. Solo quiero que esta mierda acabe ya”.
La desesperación con la que este trabajador convive no es única. De hecho, la desesperación es casi tan palpable como las banderas de los sindicatos. En un corro de trabajadoras, fumando también, una limpiadora de cincuenta y ocho años se siente igual que su compañero. “Sí, ahora a nosotras nos llaman kelis, pero somos las limpiadoras […]. No barajo la opción de que me echen. No me lo puedo permitir. Sería el final… el final de todo”.
Junto a ella, hay limpiadoras de otros hoteles que han venido a mostrar su solidaridad con los compañeros. “Venimos a apoyarlos y a denunciar también nuestra situación. Nos da miedo que en nuestros hoteles empiecen a despedir a gente para externalizarlo todo. Nos da pánico pensarlo”, cuenta una de ellas.
En el centro de la manifestación me encuentro por fin con Nacho. Lleva gafas y una mascarilla con calaveras. Es el metre del restaurante del hotel. Tiene dos hijos, de ocho y nueve años, que han hecho un emotivo dibujo en el que le ruegan a la dirección del hotel que por favor no echen a su papá. Los jóvenes artistas aseguran en su obra que su padre es el mejor metre del mundo. Es muy probable que lleven razón.
“Es una vergüenza lo que está pasando”, asegura Nacho. “Llevamos toda la vida partiéndonos la espalda por este hotel y ahora nos lo pagan así. De verdad que es una auténtica vergüenza. No sabemos a quiénes les puede tocar el ERE, pero seguro que no echan a ninguno de los de arriba. Los que cobran 6.000 euros al mes no se van a ver en la calle. Yo intento explicarles a mis hijos lo que está pasando y no lo entienden. Con esto están aprendiendo el significado de la palabra codicia”.
A pesar del dibujo de María, una de los hijos de Nacho, de las huelgas, las concentraciones y las reivindicaciones del comité de empresa, Marriott Internacional quiere seguir adelante con el ERE. Actualmente, las manifestaciones y negociaciones con la empresa siguen ahí. Lo que también sigue es el dinero. Sigue en los bolsillos de los que no quieren negociar.
Son las diez y veinte de la mañana y el centro de Madrid huele a contaminación, tierra mojada y prisas. Algunos llaman libertad a ese aroma. Es una cafetería pequeña cerca del Congreso. Es alargada y estrecha; tiene mesas de madera y el camarero, que no es el dueño, sirve cafés y desayunos a dos euros y medio....
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