Manolo Matji / Guionista de ‘Los Santos Inocentes’
“Todos son los santos inocentes. Incluido el señorito Iván”
Iván Reguera Pascual 22/06/2021
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Hace 40 años, Miguel Delibes publicó Los santos inocentes, una de las novelas más importantes de la literatura española. Tres años después, esa dura historia ambientada en la década de los 60 en el campo extremeño, llegó a las pantallas de cine, de la mano del director Mario Camus. La película ganó la mención especial del Jurado de Cannes, en 1984, y sus protagonistas –Paco Rabal y Alfredo Landa– compartieron el premio de interpretación masculina.
La novela, un retrato de la incultura, la pobreza y la opresión en la que vivían los trabajadores de las grandes fincas de Extremadura, tiene un amargo final: el repulsivo señorito Iván es brutalmente asesinado, ahorcado por Azarías. Así lo cuenta Delibes:
“Y así el Azarías pasó el cabo de la soga por el camal de encima de su cabeza y tiró de él con todas sus fuerzas, gruñendo y babeando, el señorito Iván perdió pié, se sintió repentinamente izado, soltó la jaula de los aplomos y, ¡Dios! (…) Su cuerpo penduleó un rato en el vacío hasta que, al cabo, quedó inmóvil, la barbilla en lo alto del pecho, los ojos desorbitados, los brazos desmayados a lo largo del cuerpo, mientras el Azarías, arriba, mascaba salivilla y reía bobamente al cielo, a la nada, milana bonita, milana bonita”.
La película, sin embargo, presenta un desenlace distinto. Sus guionistas, el propio Mario Camus, Manolo Matji y Antonio Larreta decidieron cambiar el final y apostaron por encerrar en un psiquiátrico a Azarías. Aun así, y sin ser como en la novela, los espectadores recuerdan el momento del ahorcamiento del señorito como el final, una escena muy dura aplaudida en los cines. La decisión de optar por un final alternativo al de la novela es entendible y hasta cierto punto un enigma, por eso hemos preguntado a Manolo Matji cómo llegaron a esa decisión creativa.
Empecemos por el proceso de escritura a tres. ¿Cómo se dividió el trabajo de adaptación?
Mario Camus nos llamó a Antonio Larreta y a mí, y nos pidió que leyéramos la novela de Delibes. Creía que había una película y quería saber si nosotros también la veíamos. Solo le dije que no veía a nadie que pudiese hacer de Azarías. Y Mario, que siempre ha tenido un gran ojo para los actores, dijo: “Paco Rabal, claro, ¿quién si no? Y Landa, Paco el bajo”. Larreta y yo desbrozamos la novela e hicimos una escaleta. La película estaba ahí. La novela es muy buena.
La película es tremendamente fiel a la novela, sigue al pie de la letra lo narrado por Delibes.
Sí. Mario leyó nuestras escaleta, le gustó y vio que había una película.
En la novela no aparece ninguna fecha que sitúe en qué año suceden los hechos. Se supone que son los años 60 por la referencia que hace el señorito Iván al Concilio Vaticano.
Sí, Mario nos dijo que había que contarlo todo como un flashback.
La época indeterminada en pantalla es un acierto porque esa España que retratáis existía en los ochenta, cuando se estrena Los santos inocentes. Y no sabes si son los 50, 60, 70... tiene mala leche hacer eso porque es decir que esa España no ha cambiado.
Y todavía es así hoy. Para el flashback se me ocurrió lo del chico que vuelve de la mili, que situaba todo en el tiempo, bajándose del tren. Larreta y yo reelaboramos la escaleta. Nos veíamos un par de veces por semana en mi casa, por la mañana. Acordamos que dividiríamos la película en cuatro capítulos, así que para dividir el trabajo hicimos cuatro papelitos, pero eso no valía porque éramos tres. Como la tercera y cuarta parte es la cacería, decidimos que eso lo escribiría uno de nosotros. Hicimos tres papelitos y los metimos en un sombrero. Mario sacó el uno, la primera parte. Larreta sacó el dos y yo el tres, que incluía también la cuarta parte.
¿Cuánto tiempo se dieron para escribirlo todo?
Un mes. Tardé mucho en empezar a escribir, Mario me llamaba y me preguntaba cómo iba y yo le decía: “No he empezado”.
¿Le costaba empezar?
Sí, me inspiraba un gran respeto. Julián Mateos, el productor, nos presentó a Delibes en Valladolid. Nos quería conocer. Fue una comida larga, lo pasamos muy bien. Nos dijo que Los santos inocentes era una historia real que le habían contado, sucedida en Extremadura. Recuerdo que le pregunté: “¿Y qué pasó con Azarías?”. Y Miguel me contestó: “Lo metieron en el frenopático”. Entonces, Julián le preguntó: “¿Quiénes son los santos inocentes?”, y Miguel le dijo: “Todos”. A mí eso me resolvió el final de la película, lo ví clarísimo en ese momento. Todos son los santos inocentes. Incluido el señorito Iván, que no tiene ni idea de lo que hace.
En la novela dicen “Qué coños” y Mario le había quitado el plural, pero Miguel se lo devolvió. Le dijo: “No, no, esto es ‘Qué coños’, con ese”. Es el lenguaje del campo
¿En ningún momento estuvo sobre la mesa que el final fuera el mismo que el de la novela, el del ahorcamiento?
En la primera escaleta sí estaba, pero sabíamos que no podíamos acabar Los santos inocentes con un asesinato.
Se iba a estrenar en una España complicada, un país que dos años antes había vivido un golpe de Estado.
Vivimos un golpe de Estado y la ola de asesinatos que cometía ETA. Casi uno cada día. No lo hablamos, lo puedo hablar ahora, que han pasado 40 años. Pero entonces no éramos muy conscientes de ello, lo que sí sabíamos es que el de la novela no podía ser el final de la película. Había una imagen de la novela que me gustaba mucho, que es la última línea: unas aves torcaces vuelan por encima de la encina donde cuelga el señorito Iván. Me gustaba mucho la imagen de la naturaleza a su aire, la vida que fluye. Lo incorporé y es de las cosas que más me gustan de la película.
¿Es verdad que Delibes sugirió que Rabal pronunciara más veces “Milana bonita”?
Sí, cuando leyó el guion, Miguel le dijo a Mario que había que repetir muchas veces “Milana bonita”. Además, en la novela dicen “Qué coños” y Mario le había quitado el plural, pero Miguel se lo devolvió. Le dijo: “No, no, esto es ‘Qué coños’, con ese”. Es el lenguaje del campo.
El ahorcamiento del señorito es tan brutal, y a su vez justiciero, que en los cines que proyectaban Los santos inocentes la gente aplaudía.
Fui a verla a las cuatro de la tarde, y el cine Coliseum estaba lleno. Eso me recuerda una cosa que decía Elia Kazan sobre el estreno de La ley del silencio: las colas, por la mañana, daban la vuelta a la manzana porque “la gente huele las películas”. Y en esa sesión de las cuatro el público arrancó a aplaudir en el momento del asesinato del señorito Iván. En el estreno oficial, por la noche, yo estaba sentado detrás de Delibes y la gente comenzó a aplaudir a rabiar con el asesinato.
¿Y qué sentiste en ese momento?
Recuerdo ver a Delibes llevándose las manos a la cabeza y diciendo: “No es esto, no es esto”.
La película entraba, involuntariamente, en el terreno del cine político, de propaganda incluso.
Sí. Unos meses más tarde, la película seguía en el Coliseum, y una noche yo volvía a casa en taxi, y en el semáforo de delante del Coliseum el taxista, un chico joven, miró la cola y me preguntó: “¿Has visto esta película?”. Le respondí que sí. Y me dijo: “¿Sabe por qué la gente quiere verla? Porque todo lo que cuenta es verdad, esta película cuenta la historia de mi familia”.
El plano del ahorcamiento se ha usado como celebración de la justicia frente al señorito opresor, pero su asesino no es un trabajador. Es el tonto del pueblo. En la novela y el guion los trabajadores, animalizados, aceptan el yugo del amo sin rechistar y aterrados.
Azarías es el más inocente de todos, pero todos son inocentes. La situación política española actual es igual, tienes la sensación de que nadie sabe lo que está haciendo.
¿Qué otros buenos momentos recuerda de Los santos inocentes?
A Agustín González diciéndome: “Este texto es mejor que las coplas de Jorge Manrique, ¡es que te corres! ¡Yo es que lo veo! Y veo cómo estamos todos...”. Y el trabajo de Terele Pávez.
El reparto es increíble. En Cannes ganaron Paco Rabal y Alfredo Landa. La película no.
Eso fue una putada de Jorge Semprún, que estaba en el jurado y no consideró adecuado dar la Palma de Oro a una película española cuando estaba París, Texas, de Wim Wenders. La vi hace un par de años, está completamente apolillada. En ese jurado estaba Dirk Bogarde y dijo que Los santos inocentes era la única película que merecía la pena. Años después, creo que en París, Mario entró en un restaurante y vio que en una mesa estaba Dirk Bogarde. Le mandó una nota invitándole a tomar algo, pero este no pudo por un compromiso que tenía. Cuando se fue del restaurante, el maître le llevó a Mario un papel donde se podía leer “Milana bonita”.
Hace 40 años, Miguel Delibes publicó Los santos inocentes, una de las novelas más importantes de la literatura española. Tres años después, esa dura historia ambientada en la década de los 60 en el campo extremeño, llegó a las pantallas de cine, de la mano del director Mario Camus. La película ganó la...
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Iván Reguera Pascual
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