A BOCAJARRO
Esta selección ya no es de nadie
La existencia de críticos es comprensible y hasta inherente a la figura de un entrenador como Luis Enrique, pero hay cosas intolerables. Los que esperan en las esquinas solo abrazarán a los jugadores si terminan saliendo campeones, y a lo mejor ni eso
Felipe de Luis Manero 7/06/2021
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Tiene razón Laporte. Ya están ahí, esperando, apostados en cada esquina, con una pierna apoyada en la pared, la media sonrisa oscura, el palillo en la boca, lanzando una moneda al aire con suficiencia, atrapándola un segundo después con una mirada de desprecio. Le esperan a él, claro. También a Luis Enrique. Y a Morata. Y un poco a Unai. Y puede que a Busquets. Y el guapito ese, el tal Pau Torres, que no se descuide, que también puede pillar. Nadie está a salvo.
¿Os acordáis de lo que tenían que hacer los tipos que querían formar parte del Proyecto Mayhem en El club de la lucha (geniales las dos, la novela y la película)? Los aspirantes se quedaban firmes y quietos, durante días enteros, en la puerta de la casa, esperando a que los jefes del proyecto les permitieran entrar. Para minar su moral, Tyler Durden salía de vez en cuando y, después de escudriñarles un rato, les descartaba con algún pretexto absurdo: eres demasiado alto, demasiado bajo, demasiado gordo, demasiado negro, demasiado blanco, demasiado callado… En realidad su intención era poner a prueba su capacidad de resistencia: el que soportara los insultos sin inmutarse, pasaba a ser miembro de la extraña organización.
¿Acaso ellos, los que ahora esperan en las esquinas, están haciendo algo parecido con los integrantes de la selección? Eres demasiado malo, no eres lo suficientemente español, no juegas en el Madrid, y tú eres demasiado… guapo y tienes los ojos demasiado… azules. Desde luego, la finalidad en los dos casos parece distinta: en la ficción Durden puteaba a los aspirantes para después acogerlos como hermanos y en esta realidad, la de ahora, me temo que aquellos de las esquinas solo abrazarán a los que insultan si terminan saliendo campeones, y a lo mejor ni eso.
Vaya por delante que soy de los que ratificó en el amistoso contra Portugal que esta selección genera menos ilusión que una reunión de antiguos alumnos (plagada de cuarentones aburridos deseando encontrar a alguien a quien las cosas le hayan ido peor). Quiero decir que no abogo por un apoyo incondicional al equipo ni rehuyo la clásica crítica al seleccionador. Luis Enrique confeccionó una lista forjada a su imagen y semejanza: extraña, inescrutable y cáustica. Hay ausencias notables (a mí me chirría sobre todo la de Aspas) y también varias inclusiones de futbolistas que no suelen jugar en sus equipos. Todo bastante raro.
Pero en realidad creo que el mal de fondo no es ese, sino el estado actual del fútbol español: esto es lo que hay, amigos. Y aun con cinco cambios en la lista, la situación seguiría siendo parecida: la selección española es, a día de hoy, un equipo de media tabla que quiere mirar un poco para arriba, de los de echarle ganas, de los de ser solidarios, de los que no tienen cracks. Es un equipo, en definitiva, de los que no dicen demasiado. ¿Puede ganar? Por supuesto, pero no es lo previsible.
Parece que puedo ver a los de las esquinas visionando un partido de España: deseosos de cargarse de razón, deseando que marquen los otros
La existencia de críticos es, por lo tanto, comprensible y creo que hasta inherente a la figura de un entrenador como Luis Enrique. Vale, hasta ahí lo aceptamos. Pero hay otras cosas que son francamente intolerables. La persecución a Laporte, por ejemplo. Convendría empezar –para evitarnos este tipo de líos en el futuro– aclarando si la selección es un equipo de fútbol o una especie de centuria romana. Si es lo primero, como creemos, entonces lo mejor será hacer un esfuerzo –para algunos desde luego lo supone– por asimilar la actual reglamentación de la FIFA al respecto de los procesos de nacionalización. El jugador debe reunir una serie de requisitos para poder jugar con un combinado nacional distinto al de su país de origen. Aymeric Laporte, que empezó jugando en el Athletic en el equipo cadete, los reúne. La Federación, después de muchos años tanteándole, se vuelve a interesar por él. Luis Enrique le llama. Él acepta. Todos contentos, fin.
Pero si el equipo nacional es en realidad lo segundo, una suerte de destacamento del Ejército preparado para combatir en cualquier conflicto que ponga en peligro la integridad de España como nación, entonces dejémonos de gilipolleces y vayamos con todo. De ser así, propongo que desde ahora para jugar con España el futbolista deba: realizar un año de servicio militar, escribir una redacción a doble cara que desarrolle el tema “Mi patria y yo” (no importa la ortografía) y acreditar un nivel mínimo de odio hacia otros pueblos y razas. A criterio del examinador, estos tres puntos pueden quedar convalidados directamente si el susodicho juega en el Real Madrid.
En fin, que esta selección que no sé si un día fue de todos (tal vez ocurrió cuando éramos los mejores del mundo), ahora ya no es de nadie. Parece que puedo ver a los de las esquinas visionando un partido de España: en una mano tienen el botellín de cerveza y en la otra el móvil, deseosos de cargarse de razón, deseando que marquen los otros. Y yo me pregunto: ¿quedará alguien que quiera que la selección gane? Puede ser porque –como le dijo hace años una señora a otra mientras yo me lamentaba, de rodillas y llorando en plena calle, por la retirada del Tato Abadía del fútbol profesional– al final hay gente para todo.
Tiene razón Laporte. Ya están ahí, esperando, apostados en cada esquina, con una pierna apoyada en la pared, la media sonrisa oscura, el palillo en la boca, lanzando una moneda al aire con suficiencia, atrapándola un segundo después con una mirada de desprecio. Le esperan a él, claro. También a Luis Enrique. Y a...
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Felipe de Luis Manero
Es periodista, especializado en deportes.
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