Oscuras profundidades
Catábasis: descensos en la tierra y en la historia
Una reflexión sobre las cadenas de explotación perpetuadas durante siglos en dos territorios de naturaleza telúrica que son también escenarios de violencia: Riotinto en España y Chocó en Colombia
Regina de Miguel 8/07/2021
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Mi última película, Catábasis (2020), reflexiona sobre las cadenas de explotación perpetuadas durante siglos en dos territorios de naturaleza telúrica que son también escenarios de violencia: Riotinto en España y Chocó en Colombia. En ambos, el Estado, la población local y las corporaciones internacionales se han enfrentado históricamente por la propiedad de los minerales, la riqueza subterránea que contiene elementos como el oro. Un componente alienígena, un objeto del mal asociado a la riqueza, al deseo y al ensañamiento, no solamente sobre los territorios sino también sobre los cuerpos.
Catábasis muestra aspectos de la colonialidad extractivista, ejemplificados en la matanza del “año de los tiros” en Riotinto (1888), pero también prácticas de resistencia o de activismo feminista, representado en figuras como la trabajadora social Yuli Correa. Visibiliza también víctimas de masacres como la de Bojayá, sucedida durante el proceso de paz colombiano, y ofrece una relectura crítica –basada en Mi museo de la cocaína (2004) de Michael Taussig– del Museo del Oro de Bogotá y sus protocolos de ocultación.
1. Los brazos del torbellino
La mayor parte de los elementos químicos de los que se componen desde los grandes planetas hasta los pequeños paramecios son forjados en los hornos nucleares que constituyen estrellas como el Sol. Sin embargo, el origen cósmico de algunos elementos pesados, a veces muy valiosos como el oro, ha sido desde siempre un misterio. Los científicos acaban de descubrir que las estrellas de la antiquísima y cercana galaxia Reticulum II contienen cantidades enormes de estos metales. El hallazgo sugiere que hace miles de millones de años tuvo lugar un acontecimiento, el Proceso R, ocasionado por la colisión de dos estrellas de neutrones, objetos ultradensos, produciendo así gigantescas cantidades de metales pesados que se vieron esparcidos por todo el yacimiento de gas y polvo que contiene esa galaxia enana.
Una estrella de neutrones es una estrella pulsante, un púlsar que emite señales de radio de corta duración y extremadamente regulares –algo así como el latido de un corazón–, cada uno de los cuales es absolutamente singular. De esta manera, el oro se habría originado en el calor abrasador resultante del impacto entre dos estrellas moribundas. Lo cierto es que, por lo tanto, no podemos fabricar oro. No tenemos ese poder, no poseemos esa energía necesaria. El único laboratorio del oro es el cosmos.
2. Riotinto
También lo llamaron Palus Erebea, Laguna Erebea o Estigia, aquella que daba entrada al Hades, es decir, al Infierno. Y en el mismo estuario de los ríos Odiel y Tinto, cada primavera y con los primeros tallos de trigo, Perséfone, doncella, reina de Hierro, diosa del inframundo, recibía sus sacrificios humanos.
Riotinto se encuentra en la provincia de Huelva, en el suroeste de España, y debe su nombre al color rojo de sus aguas contaminadas de toda clase de metales, hierro sobre todo, con un pH entre el 1,7 y el 2,5 debido a la presencia también de ácido sulfúrico. Se trata, de esta manera, de un entorno sumamente ácido y tóxico.
Su suelo es uno de los más explotados en la historia desde que hace más de 5.000 años comenzaran a utilizarlo los tartesos y los íberos, aunque el verdadero empuje minero en el territorio empieza a mediados del siglo XIX. La Europa rica necesitaba hacer inversiones para seguir multiplicando ganancias, y encontraron en España, parte de la Europa tercermundista, la posibilidad de crear colonias dentro de nuestro propio continente. En ese momento, Riotinto se consideraba el mayor centro minero del mundo. En esta colonia se construyó un lujoso y exclusivo barrio para el personal inglés, mientras que la localidad española original fue enterrada bajo la escoria de las excavaciones. El personal obrero vivía en una suerte de apartheid al otro lado de un muro. Haciendo caso omiso a los problemas de salud provocados por los agresivos procedimientos extractivos, y a pesar de los frecuentes conflictos obreros que reivindicaban paliar las terribles condiciones de trabajo, los gobiernos tendían una alfombra al inversor a cambio de sus desiguales aportaciones a la descalabrada Hacienda española.
La Rio Tinto Company literalmente compró el territorio, tanto el suelo como el subsuelo, y aunque el contrato establecía un límite de extracción de 500.000 toneladas al año, en el fatídico año de 1888 ya se extraían 350.000 toneladas al día. Una manta de humo lo cubría todo hasta perderse la vista: los gases ocasionaban una densa niebla que provocaba asfixia generalizada. Ninguna muerte se reconocía por este motivo, disimulándose habitualmente bajo la denominación de “muerte por falta de vida”. Las calcinaciones de mineral al aire libre trajeron también las primeras lluvias ácidas en la historia de España, con resultados palpables: cosechas arruinadas y suelos improductivos.
El 2 de febrero de 1888 tuvo lugar una gran huelga que puso de acuerdo por primera vez al campesinado, a los caciques tradicionales y a los obreros en su mayoría anarquistas. La huelga estalló con una manifestación que podemos considerar una protesta pionera de carácter ecologista, saldándose con uno de los episodios más sangrientos sufridos por el movimiento obrero en Europa: al llegar al ayuntamiento, fue atacada con bayonetas por un regimiento que dejó la plaza cubierta con más de 200 muertos y numerosos heridos. La instrucción del caso constó de varios tomos que fueron presentados ante el Tribunal Supremo. Sin embargo, no existe actualmente constancia alguna en sus archivos. El caso desapareció sin que se señalaran responsables. La gente se vio obligada a ir enterrando a sus muertos en las escombreras a escondidas, intentando ocultar su participación en la protesta para evitar de esta forma la estigmatización y los despidos.
3. Chocó
Se dice que la selva del Chocó, en el noroeste de Colombia, es la región más intransitable y peligrosa de América Latina. A la llegada de los europeos estaba poblada por kunas, chocoes, emberas y waunanas, pueblos que fueron sometidos. La historia del territorio está unida a la del oro, y es una historia de explotación de los lechos de los ríos ejecutada mediante el empleo de fuerza de trabajo esclava originaria del occidente africano. Esta es otra historia de explotación territorial y humana, sucedida en un espacio que contiene la mayor biodiversidad endémica de toda la Tierra, y que ha sido atravesado por cadenas de violencia atroces y centenarias, una tras otra.
La densidad de la selva hace imposible la continuidad de la carretera Panamericana, de manera que su aislamiento ha convertido al Chocó en un escenario de impunidad. La tragedia del conflicto armado se entrecruza con el extractivismo. La historia de la modernización en la selva chocoana ha sido una historia de desplazamientos forzados, limpiezas étnicas, secuestros, torturas y masacres. Aquí, la idea de modernidad ofrece su rostro más horrendo. Entronizada sobre la tradición extractivista como un espectro, su pretensión grandilocuente de universalidad ha impedido otras formas de organización social, económica o política, otros sentidos para el mundo. Ha herido de muerte al río caudaloso inyectándole mercurio.
4. Y a mí misma me da miedo
Bojayá: testimonio de Dilia María López, miembro del Consejo Local de la Comunidad de Playa de Gûia:
En 2005 fuimos desplazados, por rumores de enfrentamientos entre las FARC y los paramilitares, a la cabecera municipal en Bellavista. Entonces, para evitar un choque y no quedarnos en medio del enfrentamiento nos desplazamos dejando todo, nuestras casas, nuestras fincas. Fueron nueve meses sufriendo en casas ajenas, pasando hambre, humillaciones. Pudimos retornar el 5 de diciembre del 2005 y nuestras casas estaban totalmente destrozadas, se llevaron todo lo que teníamos adentro. Después de un desplazamiento, la gente queda con un trastorno mental. A mí no me gustaría que nuestros niños sufrieran lo mismo que he sufrido yo a los 16 años cuando nos tocó desplazarnos.
No tenemos a nadie que diga: esta comunidad necesita una mano. Nos dieron un proyecto de mejoramiento en el 2006, después de que retornamos, pero no fue suficiente: las casas no nos duraron, en dos años ya estaban dañadas. Yo digo que es como falta de conciencia de los mandatarios. Como si no les importara lo que estamos viviendo. Nosotros protestamos y pedimos, pero no tenemos profesor, no tenemos puesto de salud dotado. No tenemos acueducto y estamos usando el agua del río. Todos los que vienen nos prometen pero nunca llega nada.
Testimonio de Yuli Correa, activista y líder social en la Comunidad de Bojayá:
Aquí las mujeres van a la fiscalía o a la personería y dicen: mira, fui golpeada por mi marido o fui abusada sexualmente por él; y nadie hace absolutamente nada. La persona que está ahí para escucharla, lo único que hace es agravar la cosa: “No, es tu compadre, piénsalo bien, hay que perdonarlo”. Y entonces la mujer piensa: “Bueno, nada se puede hacer”. Ahí se pierde la confianza hacia esas entidades. No existe un registro claro de cuántas mujeres y menores han sido abusadas en los últimos años. No se ha hecho un acompañamiento ni una supervisión real.
Las comunidades siempre han quedado en mitad de la guerra, independientemente del bando. Por eso huyen o se deciden por uno u otro grupo [paramilitar] por su ideología o porque es su familia quien está ahí. Hay una gran cantidad de factores que han dado pie al conflicto colombiano, pero son las comunidades las que siempre están en medio, perseguidas todo el tiempo, a veces sufriendo prácticas crueles: descuartizamientos, empalamiento de las mujeres...
Las mujeres hemos jugado aquí un papel importante, porque nuestro primer territorio de paz es el cuerpo. Este es el que corre, el que sufre, el que carga los niños, las gallinas. Si tu compañero pertenece a un grupo, se considera que tú eres su cómplice. Así que algo te van a hacer. Hay una gran cantidad de testimonios de mujeres acerca de las prácticas de violencia que han hecho los paramilitares.
Hacer memoria es muy importante. ¿Quiénes estuvieron dentro de esos hechos? ¿Qué papel jugó la población civil? Eso no se ha reparado. Cuando hablamos del tema de la reparación hay que preguntarse: ¿cómo se humaniza la paz? No basta con tomar a un grupo de guerrilleros y meterlos en una cárcel como si fueran animales. No, el perdón y la reconciliación van de la mano con la verdad. Esas masacres, esas torturas, esos cuerpos desaparecidos, ¿dónde están? Las madres lloran ante una foto, pero también quieren llorar ante un ataúd. La reconciliación y el perdón no son lo mismo. Nos reconciliamos para encontrarnos, para generar espacios de diálogo y confianza entre nosotros, para que empecemos a reconocernos. Sólo a partir de ahí podremos llegar a un estado de perdón. Es todo un proceso. Pero el Estado todavía no lo ha entendido. Por eso es lamentable que el gobierno no nos garantice la vida. Ha habido una gran cantidad de asesinatos desde el 2018, de líderes sociales o de excombatientes de las FARC que han decidido dejar las armas. No hay garantías. Entonces, dime, ¿hasta dónde va a llegar el trauma? Quienes estamos liderando estos procesos de paz tenemos miedo. Los grupos paramilitares no tienen piedad, sobre todo si una está velando por los derechos del pueblo.
5. El museo del oro
La violencia colonial tiene sus herederos. Son ellos los que cuentan la historia del pasado y la transforman en los cimientos de una nueva identidad nacional. Así se imponen las negaciones y llegan los nuevos sueños febriles. Entre las cosas negadas se incluyen los logros indígenas, el acto fundacional de violencia que inaugura todo Estado colonizador y el vínculo causal entre los actos de injusticia histórica y las formas de injusticia social contemporáneas. Los sueños febriles se refieren a los nuevos órdenes de riqueza, la visión de futuros brillantes que mantienen lazos míticos entre las élites históricas y las contemporáneas. Así sucede en el Museo del Oro de Bogotá [Michael Taussig, Mi museo de la cocaína].
Este es el Museo que oculta la acumulación originaria,
la acumulación por desposesión.
Sólo podemos esperar
que los dioses dormidos en ese museo despierten
y vuelvan a la vida con el campanilleo
de las vitrinas que se despedazan.
Junto con los antes invisibles fantasmas de la esclavitud,
los dioses despertados despertarán pasados y lugares remotos
antes congelados como suaves murmullos
en los libros de contabilidad de los bancos.
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Regina de Miguel (Málaga, 1977) reside desde hace largo tiempo en Berlín. Su trabajo como artista la ha llevado a filmar en lugares como el desierto de Atacama, la selva colombiana o la Antártida. Su obra, que expone internacionalmente, consiste en la creación de escenarios de clima futurista, con frecuencia basados en la historia de la colonización, los desajustes de la modernización, las violencias políticas o la ambivalencia de los procedimientos científicos.
Mi última película, Catábasis (2020), reflexiona sobre las cadenas de explotación perpetuadas durante siglos en dos territorios de naturaleza telúrica que son también escenarios de violencia: Riotinto en España y Chocó en Colombia. En...
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