De vida beata (I)
Carnaval
La crítica a la sociedad de consumo está ampliamente justificada, pero con frecuencia nos equivocamos al transmitir mensajes que se reducen a “no vivas tanto”, “vive menos”, o “no disfrutes”
Elizabeth Duval 15/07/2021
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Hay quien tiene en su corazón una dicotomía católica de la cual no logra desprenderse. Entre la risa y el llanto, la afición máxima de algunas izquierdas es exigir a los demás un voto de pobreza, una vida lúgubre, de miserias, sin muchas cosas en el convento: así, cuando un buen día me dio por subir una fotito en un bar de Palma de Mallorca bebiendo con gusto el brebaje mágico y centelleante por algunos denominado “Aperol Spritz”, un señor twittero sin oficio ni beneficio y otros tantos esbirros y secuaces del mal y las tinieblas se hartaron a decirme que era una burguesa tomándose cócteles en chiringuitos playeros, una mala izquierdista. La foto, para más inri, estaba tomada con un iPhone, y dios sabe que esos móviles son incompatibles con cualquier doctrina de la justicia social, porque están elaborados con unas baterías de litio más moralmente corruptas que las demás.
La crítica a la sociedad de consumo está ampliamente justificada, pero con frecuencia nos equivocamos al transmitir mensajes que se reducen a “no vivas tanto”, “vive menos”, o “no disfrutes, hijo de puta”. Lo dije en su momento cuando algunas izquierdas, frente al libertinaje ayusista de jovenzuelos corriendo bajo la lluvia a comprar la última cerveza del chino y meterse corriendo en afters posteriores al toque de queda, criticaron Madrid por haberse convertido en el Magaluf europeo, epicentro de la fiesta, lugar de regocijo de las Españas, como si alguna izquierda no estuviera acostumbrada a sus cervecitas y gin-tonics en Argumosa. Advertí de que se podría criticar todo lo criticable, y predije incluso que podríamos ganarle a Ayuso la carrera, pero que nunca habría victoria electoral si a quien nos enfrentábamos no era al Partido Popular, con sus señoríos, corruptelas y ancianos muertos por negligencia en residencias, sino a la Libertad con mayúsculas, rompeolas del universo, madre de todas las palabras. Perdimos.
La derechita, a día de hoy, se esfuerza mucho en parecer punki, chula, libertaria culturalmente, al mismo tiempo que ofrece como programa político un absurdo recortes de libertades. Algunos movimientos de izquierda desarrollan en su seno corrientes punitivistas que solo carecen de cilicios para estar perfectamente armadas y estructuradas. Si eres de izquierda, disfruta, ma non troppo. El mismo día del anuncio de la campaña para reducir el consumo de carne orquestada por Alberto Garzón, ministro de Consumo, unas amigas me invitaban a celebrar un cumpleaños en un buffet libre de hot pot, calderos chinos, con cantidades absolutamente desproporcionadas de carne. Yo, que durante la mayor parte del tiempo llevo una dieta más o menos vegetariana, sin rechazar de vez en cuando y con presteza todo placer del cuerpo que se me ofrece, me quedé muy preocupada al pensar en las posibles comparaciones con la derechita chuletón, enfrascada en sus Happy Meals, gastándose un dinero inmoral en comidas y cenas de mierda con cortes de carne de mierda rebozados, fritos y empanados, grasientos, capaces de provocar el infarto instantáneo. ¿Sucumbiría mi moral de izquierdas al verme, por azares de la vida, introduciendo en caldos chinos picantes una pieza deliciosa de carne de cordero?
Ay, no hay que llorar, / que la vida es un carnaval / y las penas se van cantando. He estado pensando en cuánto tenemos que aprender, desde la izquierda, del despreciable mundo del marketing y los publicistas: decrecimiento es una palabra que no suena demasiado sexy ni chula, que seguramente dé un poco de miedo a quienes, desde sus casas, no se hayan leído la última colección –muy necesaria– de libritos ecologistas sobre cómo salvar el planeta mediante una autoridad centralizada –quizá también muy necesaria–, o la nueva novela de Kim Stanley Robinson sobre todos los pasitos a dar, el final del capitalismo, el carbon quantitative easing y criptomonedas ecológicas de renta básica universal como la G1. El sintagma “comunismo de lujo completamente automatizado” suena demasiado a bromichuela o muñequitos de ciencia ficción de los años cincuenta, cuando algunas personas en el planeta Tierra creían que el futuro iba a ser azul, de coches voladores y familias nucleares, pero encierra una parte de verdad: al pueblo hay que ofrecerle vacaciones, pan, rosas, cultura y algún que otro lujo económicamente responsable. Una amplia mayoría de recetas vegetarianas, además, serán siempre más ricas y gozosas que las carnes de mala muerte que machotes enfadados se empeñan en fotografiar para sus redes. Hay que extender en la izquierda ánimos más de carnaval y menos de cuaresma, más de vacaciones y menos de sufrimiento, más festivos y menos melancólicos. Yo, si me disculpan, iré a pedirme otro Aperol Spritz, o, por ser más exacta, uno con Campari. Quiero pensar que, en ese comunismo de lujo completamente automatizado, Italia seguirá ganando la Eurocopa frente a los ingleses, y Raffaella Carrà administrará eterna e inmortal el Gobierno de las Cosas ecofeminista. Amén, amén, amén.
Hay quien tiene en su corazón una dicotomía católica de la cual no logra desprenderse. Entre la risa y el llanto, la afición máxima de algunas izquierdas es exigir a los demás un voto de pobreza, una vida lúgubre, de miserias, sin muchas cosas en el convento: así, cuando un buen día me dio por subir una fotito en...
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Elizabeth Duval
Es escritora. Vive en París y su última novela es 'Madrid será la tumba'.
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